Arturo Cano
La Jornada
Los Ángeles, 3 de agosto. "A mí no me gusta ir a los lugares de mexicanos porque son muy discriminadores". La mujer que habla tiene 40 años, un bebé de dos meses y es trilingüe. A veces, muy pocas, se atora con alguna palabra en español. "Es que lo aprendí tarde", se disculpa.
La mujer que habla propone ir a comer a un restaurante de comida japonesa y pide vino rosado. La mesera es asiática y el garrotero mexicano. La mujer que habla es migrante. Llegó a Estados Unidos con 11 años de edad y ahora convive con otras dirigentes del movimiento pro reforma migratoria. Una de ellas, "muy importante", le ha reprochado: "No sé por qué te sigues identificando como indígena, si yo te veo como una mujer mexicana inteligente, brillante".
La mujer es la zapoteca Odilia Rivera y no le gusta ir a "los lugares donde se juntan los mexicanos". Para desayunar un domingo, por ejemplo, prefiere un restaurante en Echo Park, en una zona que alguna fauna intelectual ha recuperado de la cíclica decadencia que Los Ángeles sufre a trozos.
Ahí llega con su pareja, Alfonso Martínez, con Bianí, su bebé de dos meses. Los acompaña Policarpo Chaj, dirigente de Mayavisión, una de las organizaciones de quichés guatemaltecos.
Odilia y Policarpo completan uno las frases del otro, de modo que en el cuaderno de notas se confunden, de tan parecidas, las afirmaciones sobre el trato a los indígenas acá y del otro lado de la frontera.
"Aquí desfilan caravanas de políticos que nos escuchan, se toman fotos y luego no hacen nada". La frase la dijo Policarpo pero la puede suscribir Odilia. "Si no hablas español, en el consulado te tiran los papeles a la cara", es la frase de Odilia que podría haber dicho Policarpo. "Nomás nos ven como remeseros", es frase de ambos, que además de dirigentes de organizaciones binacionales, son intérpretes de sus lenguas en las cortes de este país. Policarpo del maya. Odilia del zapoteco de Zoogocho.
Coordinadora de la oficina local del Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB), Odilia colabora permanentemente con Gaspar Rivera-Salgado, presidente binacional de la organización e investigador de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Iba con frecuencia al campus. Un día, en la cafetería, una mujer latina se dirigió a ella en español mal construido y en tono imperativo:
–Oye, véndeme su blusa. Oiga, te estoy hablando. Oiga, tú eres india, ¿verdad?
Odilia no vomita al recordar la frase sólo porque el sushi de atún está delicioso. Y entre bocado y bocado refiere las historias de discriminación entre mexicanos, entre latinos, entre migrantes. "El gringo por lo menos es más diplomático, aunque sé perfectamente que nos discrimina con sus leyes o impidiendo que tengamos licencia de manejo o un seguro".
–¿Ustedes son indias? –les dijo otra vez, en la calle, una señora salvadoreña, maravillada también por la blusa de Odilia y la de su amiga, una profesora ecuatoriana.
Cuando dejaron claro que su ropa no estaba a la venta, la señora les dijo, resignada: "¿Y cuándo vuelven a limpiar casas por aquí?"
Entonces le informaron que ambas trabajaban en la UCLA, la amiga como profesora de español y quechua. "Ay, ni parecen", se persignó la señora.
"Yo no me junto con los mexicanos porque son muy racistas", repite Odilia, mientras explica las bondades de Los Ángeles o habla de los mil proyectos en marcha del FIOB, al volante de su auto mediano que detiene de cuando en cuando para consultar su GPS.
Tlayudas LA
Lejos de la atmósfera asfixiante de Arizona, aunque a sólo cinco horas de Phoenix, Odilia detalla, calle tras calle, la geografía de la presencia indígena en California. "Aquí (Pico Union) llegamos los oaxaqueños en los años 80 del siglo anterior, cuando era un lugar predominantemente de afroestadunidenses. Ellos se fueron y luego nosotros, a la zona centro sur. Ahora este lugar lo ocupan los quichés y los mames de Guatemala. Ellos y los mixes son los mayores vendedores callejeros de fruta".
Desde hace algún tiempo, las autoridades traen una guerra contra las taquerías ambulantes y también contra los vendedores de otras mercaderías. La crisis económica ha hecho que el número de vendedores ambulantes crezca exponencialmente, de la mano de las quejas de los angelinos que sólo quieren ver carritos de hot dogs y ahora ven fruteros, vendedores de flores, de ropa. "Mi mamá produce moronga, y hay un quiché que le va a comprar para revenderla por acá", cuenta Odilia.
La guerra de las autoridades de Los Ángeles "es inútil", dice la dirigente. "Como los trámites son muchos, hay gente que vende sin hacer ninguno, como una señora que vive en un departamento y ahí, en un cuarto de tres por cuatro, tiene un puesto de tlayudas".
Los problemas de Gabino
Buena parte de las organizaciones oaxaqueñas, incluido el FIOB, se sumaron a la campaña de Gabino Cué, quien este domingo asistirá a la Guelaguetza de Los Ángeles.
Algunos grupos siempre se han opuesto al Partido Revolucionario Institucional (PRI), pero otras organizaciones y varios de los empresarios de origen oaxaqueño le cobraron a Ulises Ruiz que nunca haya venido a visitarlos (salvo cuando estuvo en campaña).
Pese a la buena relación con el gobernador electo, el FIOB no se hace ilusiones: "Estamos contentos de que el PRI haya salido después de 80 años, pero también estamos conscientes de que aún gobierna en muchos sentidos, y que los cambios se vienen poco a poco. Si Cué quisiera hacer algo tendría que pasar por el Congreso y ahí va a estar difícil".
En una de sus visitas a esta ciudad, Cué se reunió con el FIOB y prometió a sus dirigentes abrir una oficina de atención al migrante en Estados Unidos: "La gente siempre busca al frente cuando necesita un intérprete o cuando requiere ayuda para enviar un cadáver, y cuando uno llama a la actual oficina de atención al migrante no hacen nada. De modo que no esperamos nada, sino que vamos a seguir exigiendo, y vamos a recordarle a Gabino sus promesas de campaña".
Mientras el nuevo gobernador espera asumir el cargo, el FIOB sigue con sus tareas habituales, y cada día abre más oficinas en Estados Unidos, para atender las necesidades crecientes de los indígenas migrantes (sólo en los campos de California se estiman más de 200 mil, y algunos cálculos hablan de medio millón de oaxaqueños en la entidad).
El FIOB tiene oficinas en Fresno, Santa María, Madera, Santa Rosa, Los Ángeles y San Diego. Ofrece asesoría laboral a los jornaleros agrícolas, cursos sobre historia e identidad indígenas, edita una revista, trabaja con las mujeres en sesiones de salud reproductiva, y a partir de este año maneja un fondo de préstamos que van de los 500 a los 5 mil dólares ("unos piden para pagar la renta, otros para comprar un horno que usaran en su restaurante").
La lucha por una reforma migratoria, incluyendo talleres y participación en las movilizaciones, es otra de las tareas del frente. Eso, sin contar el programa de intérpretes: "La mayor parte de nosotros somos bilingües o trilingües, así que vamos a los hospitales y las cortes".
En Oaxaca, el FIOB incursiona en la política electoral y desarrolla un programa con recursos de la Fundación Ford, llamado El derecho a no emigrar, de proyectos productivos encaminados a crear alternativas económicas (artesanías, setas, sombreros de palma, huipiles). "Están funcionando muy bien, con la idea de que emigrar sea efectivamente una opción y no la única salida".
Allá la organización tiene oficinas en Huajuapan y Juxtlahuca, en la mixteca, y en Zanatepec, en el Istmo. En este último sitio, por acuerdo de la asamblea binacional, está por abrir un "santuario" para los migrantes centroamericanos.
Todo esto va recontando Odilia mientras pasa por Melrose –"barrio gay y fresa"– y señala los restaurantes donde trabajan oaxaqueños, es decir, todos.
Odilia, quien llegó a Estados Unidos a los 11 años de edad, sin haberse apartado antes del cuidado de la abuela en Oaxaca, que aprendió inglés primero que español, surca el freeway mientras habla con orgullo de su hija mayor, que tiene 22 años y está a punto de terminar sus estudios en Berkeley.
La Jornada
Los Ángeles, 3 de agosto. "A mí no me gusta ir a los lugares de mexicanos porque son muy discriminadores". La mujer que habla tiene 40 años, un bebé de dos meses y es trilingüe. A veces, muy pocas, se atora con alguna palabra en español. "Es que lo aprendí tarde", se disculpa.
La mujer que habla propone ir a comer a un restaurante de comida japonesa y pide vino rosado. La mesera es asiática y el garrotero mexicano. La mujer que habla es migrante. Llegó a Estados Unidos con 11 años de edad y ahora convive con otras dirigentes del movimiento pro reforma migratoria. Una de ellas, "muy importante", le ha reprochado: "No sé por qué te sigues identificando como indígena, si yo te veo como una mujer mexicana inteligente, brillante".
La mujer es la zapoteca Odilia Rivera y no le gusta ir a "los lugares donde se juntan los mexicanos". Para desayunar un domingo, por ejemplo, prefiere un restaurante en Echo Park, en una zona que alguna fauna intelectual ha recuperado de la cíclica decadencia que Los Ángeles sufre a trozos.
Ahí llega con su pareja, Alfonso Martínez, con Bianí, su bebé de dos meses. Los acompaña Policarpo Chaj, dirigente de Mayavisión, una de las organizaciones de quichés guatemaltecos.
Odilia y Policarpo completan uno las frases del otro, de modo que en el cuaderno de notas se confunden, de tan parecidas, las afirmaciones sobre el trato a los indígenas acá y del otro lado de la frontera.
"Aquí desfilan caravanas de políticos que nos escuchan, se toman fotos y luego no hacen nada". La frase la dijo Policarpo pero la puede suscribir Odilia. "Si no hablas español, en el consulado te tiran los papeles a la cara", es la frase de Odilia que podría haber dicho Policarpo. "Nomás nos ven como remeseros", es frase de ambos, que además de dirigentes de organizaciones binacionales, son intérpretes de sus lenguas en las cortes de este país. Policarpo del maya. Odilia del zapoteco de Zoogocho.
Coordinadora de la oficina local del Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB), Odilia colabora permanentemente con Gaspar Rivera-Salgado, presidente binacional de la organización e investigador de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Iba con frecuencia al campus. Un día, en la cafetería, una mujer latina se dirigió a ella en español mal construido y en tono imperativo:
–Oye, véndeme su blusa. Oiga, te estoy hablando. Oiga, tú eres india, ¿verdad?
Odilia no vomita al recordar la frase sólo porque el sushi de atún está delicioso. Y entre bocado y bocado refiere las historias de discriminación entre mexicanos, entre latinos, entre migrantes. "El gringo por lo menos es más diplomático, aunque sé perfectamente que nos discrimina con sus leyes o impidiendo que tengamos licencia de manejo o un seguro".
–¿Ustedes son indias? –les dijo otra vez, en la calle, una señora salvadoreña, maravillada también por la blusa de Odilia y la de su amiga, una profesora ecuatoriana.
Cuando dejaron claro que su ropa no estaba a la venta, la señora les dijo, resignada: "¿Y cuándo vuelven a limpiar casas por aquí?"
Entonces le informaron que ambas trabajaban en la UCLA, la amiga como profesora de español y quechua. "Ay, ni parecen", se persignó la señora.
"Yo no me junto con los mexicanos porque son muy racistas", repite Odilia, mientras explica las bondades de Los Ángeles o habla de los mil proyectos en marcha del FIOB, al volante de su auto mediano que detiene de cuando en cuando para consultar su GPS.
Tlayudas LA
Lejos de la atmósfera asfixiante de Arizona, aunque a sólo cinco horas de Phoenix, Odilia detalla, calle tras calle, la geografía de la presencia indígena en California. "Aquí (Pico Union) llegamos los oaxaqueños en los años 80 del siglo anterior, cuando era un lugar predominantemente de afroestadunidenses. Ellos se fueron y luego nosotros, a la zona centro sur. Ahora este lugar lo ocupan los quichés y los mames de Guatemala. Ellos y los mixes son los mayores vendedores callejeros de fruta".
Desde hace algún tiempo, las autoridades traen una guerra contra las taquerías ambulantes y también contra los vendedores de otras mercaderías. La crisis económica ha hecho que el número de vendedores ambulantes crezca exponencialmente, de la mano de las quejas de los angelinos que sólo quieren ver carritos de hot dogs y ahora ven fruteros, vendedores de flores, de ropa. "Mi mamá produce moronga, y hay un quiché que le va a comprar para revenderla por acá", cuenta Odilia.
La guerra de las autoridades de Los Ángeles "es inútil", dice la dirigente. "Como los trámites son muchos, hay gente que vende sin hacer ninguno, como una señora que vive en un departamento y ahí, en un cuarto de tres por cuatro, tiene un puesto de tlayudas".
Los problemas de Gabino
Buena parte de las organizaciones oaxaqueñas, incluido el FIOB, se sumaron a la campaña de Gabino Cué, quien este domingo asistirá a la Guelaguetza de Los Ángeles.
Algunos grupos siempre se han opuesto al Partido Revolucionario Institucional (PRI), pero otras organizaciones y varios de los empresarios de origen oaxaqueño le cobraron a Ulises Ruiz que nunca haya venido a visitarlos (salvo cuando estuvo en campaña).
Pese a la buena relación con el gobernador electo, el FIOB no se hace ilusiones: "Estamos contentos de que el PRI haya salido después de 80 años, pero también estamos conscientes de que aún gobierna en muchos sentidos, y que los cambios se vienen poco a poco. Si Cué quisiera hacer algo tendría que pasar por el Congreso y ahí va a estar difícil".
En una de sus visitas a esta ciudad, Cué se reunió con el FIOB y prometió a sus dirigentes abrir una oficina de atención al migrante en Estados Unidos: "La gente siempre busca al frente cuando necesita un intérprete o cuando requiere ayuda para enviar un cadáver, y cuando uno llama a la actual oficina de atención al migrante no hacen nada. De modo que no esperamos nada, sino que vamos a seguir exigiendo, y vamos a recordarle a Gabino sus promesas de campaña".
Mientras el nuevo gobernador espera asumir el cargo, el FIOB sigue con sus tareas habituales, y cada día abre más oficinas en Estados Unidos, para atender las necesidades crecientes de los indígenas migrantes (sólo en los campos de California se estiman más de 200 mil, y algunos cálculos hablan de medio millón de oaxaqueños en la entidad).
El FIOB tiene oficinas en Fresno, Santa María, Madera, Santa Rosa, Los Ángeles y San Diego. Ofrece asesoría laboral a los jornaleros agrícolas, cursos sobre historia e identidad indígenas, edita una revista, trabaja con las mujeres en sesiones de salud reproductiva, y a partir de este año maneja un fondo de préstamos que van de los 500 a los 5 mil dólares ("unos piden para pagar la renta, otros para comprar un horno que usaran en su restaurante").
La lucha por una reforma migratoria, incluyendo talleres y participación en las movilizaciones, es otra de las tareas del frente. Eso, sin contar el programa de intérpretes: "La mayor parte de nosotros somos bilingües o trilingües, así que vamos a los hospitales y las cortes".
En Oaxaca, el FIOB incursiona en la política electoral y desarrolla un programa con recursos de la Fundación Ford, llamado El derecho a no emigrar, de proyectos productivos encaminados a crear alternativas económicas (artesanías, setas, sombreros de palma, huipiles). "Están funcionando muy bien, con la idea de que emigrar sea efectivamente una opción y no la única salida".
Allá la organización tiene oficinas en Huajuapan y Juxtlahuca, en la mixteca, y en Zanatepec, en el Istmo. En este último sitio, por acuerdo de la asamblea binacional, está por abrir un "santuario" para los migrantes centroamericanos.
Todo esto va recontando Odilia mientras pasa por Melrose –"barrio gay y fresa"– y señala los restaurantes donde trabajan oaxaqueños, es decir, todos.
Odilia, quien llegó a Estados Unidos a los 11 años de edad, sin haberse apartado antes del cuidado de la abuela en Oaxaca, que aprendió inglés primero que español, surca el freeway mientras habla con orgullo de su hija mayor, que tiene 22 años y está a punto de terminar sus estudios en Berkeley.
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