Patricia Peñaloza
“¿Qué deberíamos hacer para llenar esos espacios vacíos…? ¿Ponernos en camino a través de ese mar de caras, en busca de más y más aplausos? ¿Conducir un auto más poderoso… tirar bombas… tirarnos a la bebida, ir al loquero, dormir poco, conservar gente cual mascotas… llenar el ático con efectivo… nunca relajarnos, con nuestras espaldas contra la pared?” Así reza el tema Empty spaces, del emblemático álbum The Wall (1979), una de las obras cumbres del histórico grupo inglés Pink Floyd, concebido por su líder de entonces, Roger Waters, como una catarsis mediante la cual arrojó sus miedos y traumas de infancia, a la vez que recreó, no sólo a través de un gran álbum, sino de un filme dirigido por Alan Parker (con animaciones de Gerald Scarfe), y un espectáculo sin precedentes, una elocuente crítica al sistema opresor del siglo XX, al tocar temas como la alienación del individuo, la sobreprotección familiar, el totalitarismo, el absurdo de la guerra, y el vacío existencial que genera la sociedad contemporánea.
En cuanto al montaje, Waters diseñó la idea del muro que se va construyendo, para a la mitad del show dejar a la banda encubierta, y luego romperlo de nuevo, en un momento en que estaba asqueado de las grandes audiencias, ese "mar de caras": "Sentí que se nos iba de las manos, que lo comercial nos rebasaba; cada vez me molestaba más el público que sólo gritaba en vez de oír, así que se me ocurrió crear un muro real, físico, para expresar mi distanciamiento con esa gente", dijo el bajista en el documental de la BBC, Las 7 eras del rock (2007), lo que no a todos gustó: "Me parecía una locura; a mí me gustaba tener público; se me hacía ilógico: si vamos a construir un muro entre nosotros y la audiencia, entonces a qué venimos?", criticó el recientemente fallecido tecladista Rick Wright, en la misma serie, y agregó: "si bien es el espectáculo definitivo de Pink Floyd, fue demasiado: ¿qué podíamos hacer después de eso?"
Y ciertamente, difícil le fue a Waters superar no sólo dicho espectáculo sino tal creación musical. Lejano a las espaciales atmósferas del Dark side of the moon (1973), The Wall, décimo del grupo, es un álbum-concepto pleno de rock épico, orquestal, sensible, más agresivo que aquél, aunque con las armonías luminosas del guitarrista y cantante David Gilmour (autor aquí de tres temas), así como las texturas de Wright y la mesura de Nick Mason en baterías. La disolución del conjunto en 1983, así como el ego desmedido de Waters, quien en 1984 demandó (sin resultados) a Gilmour por seguir tocando con los otros dos bajo el mismo nombre, amedrentó mucha de su vena creativa. Sus discos The pros and cons of hitchhiking (1984), Radio KAOS (1987), Amused to death (1992), no tuvieron el mismo arrastre, y menos en contraste con el que sí tuvo Pink Floyd con Gilmour al frente (A momentary lapse of reason, 1987; The Division Bell, 1994).
Con todo, la historia hizo que, a propósito de la caída del Muro de Berlín en 1989, el espectáculo de The Wall rebasara su propósito original, y se presentara en esa ciudad un año después. En 1999, Waters volvería con fuerza, al hacer una gira de éxitos. Sin embargo, lo que ocupó su creatividad en los años 90, fue la ópera Ça Ira, que se estrenó como disco hasta 2005, mismo año en que inusitadamente se reunió con los otros tres PinkFloyds, para tocar en el concierto benéfico Live 8, en Londres. En 2006, maravilló al mundo (México incluido) con el montaje del Dark side of the moon.
En 2010, The Wall vuelve con todo y justificación (no vayamos a creer que lo hace por dinero): “Sigue siendo relevante la pregunta que me hice cuando creé The Wall: ¿la tecnología ayuda a entendernos mejor, o nos separa? Cuando hice esta obra, era un hombre asustado. Con los años, la historia sobre mis miedos y pérdidas quizá me han merecido el ridículo, la vergüenza y el castigo, pero a la postre ha sido una alegoría sobre temas más abiertos: guerra, racismo, religión. Esta producción (con nuevos elementos escénicos) se hace la misma pregunta, y está dedicada a la pérdida de inocencia que vivimos recientemente. La visión cínica dicta que los humanos en colectividad no somos más amables, cooperativos ni generosos: no estoy de acuerdo. Creo que aún podemos aspirar a algo mejor, más allá del ritual del ‘perro come perro’, que damos como respuesta a la institucionalización del miedo que nos tenemos unos a otros. Me siento responsable de expresar mi optimismo, y de dar fuerzas a otros para hacer lo mismo”, dice en su sitio oficial.
Roger Waters. Diciembre 18, 19 y 21: Palacio de los Deportes; 20, 19 y 21 horas, respectivamente. $430 a $3,750 (recomendaciones completas en patipenaloza.blogspot.com).
ruta_sonora@yahoo.com • http://twitter.com/patipenaloza
No hay comentarios.:
Publicar un comentario