Guillermo Almeyra
Dos días antes de viajar a Estados Unidos para encontrarse con el alicaído Barack Obama, el presidente chino, Hu Jintao, había declarado que la preminencia del dólar era cosa del pasado y había condenado indirectamente su devaluación para promover las exportaciones estadunidenses. Es más, desde hace rato los chinos consideran despectivamente eso que llaman siempre billete verde para subrayar que el dólar es puro papel pintado. Además, dado que tienen un billón (un millón de millones) de dólares en reservas y 700 mil millones en títulos del Tesoro de Estados Unidos y en títulos de inversión estadunidenses, y sólo 300 mil millones en otras divisas, si decidieran vender sus dólares y colocar sus reservas en otros títulos y monedas, la economía de Estados Unidos podría sufrir un durísimo golpe.
Como las reservas de China se inflan mensualmente en 18 mil millones de dólares, y puesto que se calcula que a finales de esta década –dentro de apenas nueve años– el billón actual se convertiría en dos billones, no faltaron, por tanto, quienes, llevados por un análisis superficial del aspecto monetario del problema, plantearon que era inminente el cambio chino a otro patrón monetario, y veían como posibles candidatos al euro (a pesar de que ya se veía venir la crisis europea) e incluso al rublo y una canasta de monedas de los llamados países emergentes. No se daban cuenta, al excluir lo político, sin lo cual lo económico no existiría, de que, detrás del dólar y de la imposición al mundo de una moneda que el gobierno de Washington puede imprimir y devaluar según le plazca, la garantía principal era y son, como siempre lo han sido en la historia de todas las potencias, las armas y las tropas del complejo militarindustrial que gobierna Estados Unidos.
Este país, en efecto, no es un tigre de papel, como decía Mao Zedong, pero sí es un tigre viejo, enfermo, lleno de heridas, aunque a pesar de eso sigue siendo el animal más potente de la selva capitalista mundial. Y, además de la hegemonía militar indiscutida (posee más armas que todos sus posibles adversarios juntos y tiene un presupuesto militar declarado o escondido que más que duplica el de todos ellos), posee también la hegemonía cultural. ¿Acaso China y los llamados países emergentes no imitan el modelo productivo y de consumo de Estados Unidos, y el capitalismo que está desarrollando el Partido Comunista chino desde el poder no es calco y copia del yanqui?
Esto último no es para nada secundario: en el tormentoso pasado chino, todas las invasiones que llegaban a dominar el país sucumbían ante su cultura y se sinizaban, porque ésta era superior y asimilaba a los bárbaros, pues éstos eran militarmente más fuertes, pero inferiores en la batalla de las ideas, de las costumbres y las técnicas. Ahora, en cambio, China está siendo conquistada por la americanización, sin necesidad de invasión, y la colonización y macdonalización de su vieja cultura es algo gravísimo para la nación asiática, donde nació la civilización, y para el mundo, todo.
Ahora bien: la crisis actual es sistémica, del capitalismo, de la que no se sale con más capitalismo, sino sólo mediante una terrible reducción del nivel de ingreso y de la calidad de vida de los habitantes del planeta, especialmente de los oprimidos de todo tipo y de los trabajadores, diezmando a la población actual y causando un inmenso desastre ambiental o, por el contrario, mediante una alternativa al capitalismo apoyada en rebeliones y movilizaciones populares en todas partes.
China y Estados Unidos optan por la misma vía capitalista. Los países con muchas reservas, como China, pero también los emiratos árabes del Golfo, creen en efecto poder sortear la crisis comprando y explotando gran cantidad de tierras y gran cantidad de productos en África o en América Latina. Eso, además de convertir en colonialistas a esos países –que fueron colonias hasta la mitad del siglo pasado–, los lleva a chocar con los intereses de Estados Unidos y de otras potencias medias, como las europeas, o a trabajar como agentes de Washington en esas regiones. Además, fomenta y consolida el nacionalismo dominador y excluyente entre sus respectivas poblaciones y el nacionalismo anticolonial, hoy antiyanqui, después antichino, en los países donde compran tierras y bienes, empeorando la vida de sus habitantes.
China, además, sostiene el dólar con sus adquisiciones de empresas (Hu Jintao hará compras en Estados Unidos por un valor de 42 mil millones más) y sostiene al gobierno estadunidense, que no puede resolver el problema de sus 47 millones de pobres, de los 15 millones de desocupados, de los inmigrantes orientales y latinos que se transforman en pretexto para un nuevo estallido del racismo y de la violencia siempre presentes en el american way of live, que es excluyente, racista, imperialista.
China, que necesita tiempo y dinero para desarrollar su mercado interno y convertirlo en factor principal de su economía, que está basada en la exportación, no va a revaluar su moneda porque se lo pida Obama (lo hace sólo al 3 por ciento anual), pero va a necesitar mantener grandes importaciones de alimentos si rompe su estructura agraria actual aumentando la productividad en el campo y modernizándolo. Eso significa que el costo interno de la alimentación será más caro, que se presentará un problema mayor que el actual con la emigración campesina en busca de empleo, que el mismo costo de la mano de obra industrial china aumentará. O sea, en pocos años China será diferente mientras Estados Unidos tendrá muchos más problemas que ahora. El plan de cooperación a 30 años ofrecido por Obama a Hu Jintao suena demasiado irrealista en perspectiva, aunque en lo inmediato, China y Estados Unidos están unidos por la misma cuerda capitalista asfixiante.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario