Gustavo Gordillo
Rolando Cordera planteaba en 1988 alcanzar un orden democrático no pareciera ser factible sino por medio de una crisis política que disolviera los nudos autoritarios. La debilidad de los actores pro-democracia y sobre todo el desarrollo desigual a partir de los diversos núcleos autoritario-corporativos llevarían a un segundo pronóstico: “habría que jugar más bien a una segunda crisis política, esta vez del autoritarismo reforzado, que muy probablemente se instalaría como una primera resultante de la crisis política original”. (El reclamo democrático, Ed. Siglo XXI).
Yo pienso que nos encaminamos a una segunda transición desde el régimen especial que he denominado otomano, un régimen parasitario y rentista que desemboca en una metástasis autoritaria. Dado el clima de inestabilidad, importantes franjas de la sociedad parecen inclinadas a intercambiar libertades a cambio de que les garanticen seguridad y estabilidad. Por ello esta segunda transición puede ser una transición regresiva y restauradora de la centralización autoritaria. Hay actores interesados y una base social dispuesta a apoyar esa regresión.
Puede ser también una transición progresista, es decir una transición que amplíe y consolide libertades y seguridades. La base de una transición progresista está en el tejido de un conjunto de acuerdos políticos entre distintos agentes. Dicho de otra manera las elecciones presidenciales de 2012 no pueden concebirse en clave de elecciones plebiscitarias como así han sido planteadas tanto en 2000 como en 2006. El presupuesto con el cual entraron en la competencia electoral los tres actores principales en ambas elecciones presidenciales fue que ganarían una mayoría para gobernar. De ahí las dicotomías en un caso democracia/autoritarismo y en el otro estabilidad/inestabilidad bajo la figura de peligro para México. Lo que hemos tenido han sido gobiernos divididos paralizados por un conjunto de vetos.
Lo que tanto el PAN, como el PRI, como el PRD han eludido es la otra alternativa. Si no se puede gobernar con una mayoría propia, ¿cómo poder gobernar a partir de una coalición gobernante? Es decir cómo se puede gobernar con el pluralismo social y político y no en su contra. Este tema central en cualquier estrategia política futura no puede seguirse eludiendo.
Para las izquierdas partidistas y sociales el punto de partida para pensar en una coalición gobernante con contrincantes y antagonistas, tiene que ser cuál es su perfil propio. Por perfil me refiero a qué ofrecen las izquierdas a una ciudadanía fragmentada, agobiada por las inseguridades en materia de empleo, de salud, de seguridad y alejada de las querellas partidistas.
El perfil se construye desde el discurso y tiene al menos tres componentes: qué rumbo proponemos, con qué medios nos proponemos alcanzarlo y con cuál basamento ético nos comprometemos frente a la ciudadanía. El rumbo es una imagen, un sueño, una utopía. Los medios es la propuesta programática. El basamento ético es un compromiso no medido en registros notariales sino en conductas, en formas de hacer política.
Las izquierdas deben asumirse como una izquierda de valores. Con los valores clásicos de las izquierdas modernas: libertad, justicia, respeto a la diversidad, promoción de la competencia, solidaridad. Pero con un valor central: la promoción de la autonomía de individuos, comunidades y asociaciones. Es decir contraria a toda forma de clientelismo.
Las izquierdas deben asumir el compromiso de la máxima publicidad a sus actos y de rendición de cuentas a los ciudadanos desde sus organizaciones, desde el gobierno, desde los órganos de representación.
Las izquierdas deben comprometerse con los buenos modales en el debate público que se sintetiza en una propuesta enunciada por Octavio Paz: una revolución profunda en México significaría cambiar el verbo ningunear por el de respetar a los demás.
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