Orlando Delgado Selley
MÉXICO, D.F., 15 de abril (apro).- Durante la convención bancaria que se realizó en Acapulco en días pasados, la nota principal no la dieron Felipe Calderón, Agustín Carstens o Ernesto Cordero, tampoco la dieron los banqueros, anfitriones del evento, sino el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, quien en un discurso muy aplaudido dio una lección de economía política a los asistentes.
El público, formado por altos directivos de los bancos privados, funcionarios gubernamentales del sector hacendario y de la banca central, servidores públicos locales y prensa especializada, celebró los planteamientos del dirigente de izquierda.
En su texto, publicado en el número 1797 de la revista Proceso (1797), el enviado de esa revista escribió: “La crema y nata de la banca en México se rindió a sus pies. Extasiados, ovacionaron generosamente, de pie un par de veces, al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva”.
No sorprende la entrega de ese público a un discurso que contradice lo que han hecho los gobiernos mexicanos desde hace casi 30 años –tres del PRI y dos del PAN–, ya que el éxito económico brasileño de los años recientes es contundente.
Lula planteó los temas con la autoridad que le da ser un dirigente político responsable de ese éxito, o por lo menos de su parte más reciente. Con sencillez, el brasileño explicó la manera en que su país superó la crisis financiera internacional, y con eso hizo evidente nuestro fracaso.
El contraste con nuestra experiencia puede sintetizarse en la frase que Lula mencionó al relatar cómo lo criticaron en su país cuando decía que la crisis financiera internacional sería “una olita” apenas para la economía brasileña. “Será una crisis profunda para (George W.) Bush pero no para mí”, dijo. Y para los brasileños, en efecto, fue una olita.
Al escuchar esas palabras, los presentes recordaron la expresión del entonces secretario de Hacienda, Agustín Carstens, en el sentido de que la crisis sería apenas un “catarrito” para la economía mexicana, pero resultó ser una pulmonía feroz.
Además, Lula cuestionó dos principios centrales de la estrategia económica seguida por los gobiernos mexicanos: uno, que el crecimiento de las exportaciones es incompatible con el fortalecimiento del mercado interno, y dos, que es imposible aumentar los salarios sin que aumente la inflación.
En su explicación sobre la manera en que Brasil rompió con estos tabúes, los asistentes lo ovacionaron. Así, pues, la evidencia del éxito logrado en su país choca con lo que México ha hecho y persiste en seguir haciendo, por lo que los asistentes al encuentro aprobaron con sus aplausos que la autoridad de Lula fuera usada para decirle al presidente Felipe Calderón que modifique su estrategia económica.
Calderón y su corte podrían decir que ellos no sostienen el primer principio mencionado por Lula y que, como han dicho recientemente, los salarios reales en México han aumentado, aunque ese aumento no se constata con la información disponible.
El dato aportado por el ex mandatario de Brasil es fuerte: “Durante los ocho años de mi gobierno, todos los trabajadores y todos los sindicatos tuvieron un aumento real de sus salarios, superior a la inflación. El salario mínimo lo aumentamos prácticamente en un 60% en esos ocho años, la inflación sigue controlada y el mercado interno sigue creciendo”.
De esta manera crece el mercado interno, con aumentos significativos de la capacidad de compra de los salarios, no migajas.
Además, Lula cuestionó otros principios que han regido el funcionamiento económico mexicano. Uno se dirigió específicamente a la operación bancaria y al papel de los bancos estatales en el sistema crediticio. Da Silva dijo a los banqueros que los pobres son buenos sujetos de crédito. Pagan bien porque tienen vergüenza, y en eso difieren de los ricos.
Por eso, agregó, en Brasil han hecho crecer el crédito destinado a los pobres: de 200 millones de dólares iniciales a un monto actual de un billón 700 mil millones. Prestar a este sector ha sido buen negocio, antes que invertir en derivados u otros productos sintéticos, apuntó.
Las lecciones continuaron. La de la relación con el Fondo Monetario Internacional es ilustrativa. Con detalles, Lula relató el prepago de su deuda con esa institución. La historia tuvo, además, giros extraños para ese auditorio, aunque importantes para quienes le oíamos fuera de ese espacio:
“Yo estuve 30 años de mi vida manifestándome: ‘¡Fuera el FMI!’, y hoy le prestamos 14 mil millones de dólares a ese organismo. Ahora yo no les debo; ellos me deben”. Calderón, en cambio, que por supuesto nunca gritó contra el FMI, se muestra orgulloso porque el FMI nos sigue prestando. Los contrastes pueden resultarle odiosos, pero son nítidos.
Las dos lecciones finales fueron sobre la relación entre México y Brasil. Lula dijo: “México necesita mirar hacia Brasil y Brasil necesita mirar hacia México”. El llamado es oportuno, ya que se está negociando un Tratado de Libre Comercio con ellos. El punto, sin embargo, va más allá.
Apunta hacia una propuesta estratégica: México debe voltear hacia América Latina y dejar de estar concentrado exclusivamente en Estados Unidos. Tras lustros atendiendo casi exclusivamente este mercado, en México debemos reconocer la necesidad de diversificar nuestro comercio exterior, es urgente. Sin ese replanteo difícilmente alcanzaremos el dinamismo brasileño.
Y finalmente está el asunto petrolero. El planteo de Lula es claro: asociémonos, Pemex y Petrobras, construyamos juntos. Esta propuesta pudiera resolver un problema que ha resultado complicado. Los gobiernos neoliberales han intentado que Pemex se abra a la inversión privada y hasta ahora no lo han logrado. Los defensores de la soberanía nacional en materia petrolera, al mismo tiempo, no han logrado que Pemex por sí sola evolucione y supere sus rezagos.
Aliarse con una empresa como Petrobras, y solo con ella, no con Exxon, Repsol o cualquiera otra trasnacional, pudiera ser la manera de deshacer ese nudo gordiano.
Y Lula tuvo razón al señalar que había leído la prensa mexicana y todo eran notas sobre la violencia, nada sobre lo bueno que pasa en México. Es cierto. Ilustra lo que nos ocupa. Este gobierno ha logrado que esa sea nuestra preocupación mayor: la violencia de los narcos y los asesinatos cotidianos. ¡Vaya logro! ¡Qué contraste con Brasil!
Si nos ocupáramos de recuperar el dinamismo económico perdido, avanzaríamos también en controlar el creciente peso del narcotráfico en la vida nacional.
odselley@gmail.com.mx
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