Abraham Nuncio
En la primavera de 1979 el empresario Fernando Canales Clariond y yo sosteníamos el primer debate público en el contexto de una campaña electoral. Se estrenaba la reforma política aprobada dos años atrás. Éramos candidatos a la diputación por el primer distrito federal de Nuevo León, él por el Partido Acción Nacional y yo por el Partido Socialista Unificado de México.
No por reforma la de ese año se apartaba del clima autoritario y clientelar impuesto por el PRI y conservado en lo fundamental hasta nuestros días por todos los partidos. La ciudadanía votaba, la autoridad electoral se concentraba en el gobernador y sus subordinados, el gobernador era Alfonso Martínez Domínguez, a su cargo estaban la línea partidaria, las trampas electorales y la distribución de votos; los empresarios estaban totalmente de acuerdo con él, y colorín colorado. Fernando resultó el candidato triunfador: es posible que sin mayor manipulación, pues además de sus capacidades personales él encarnaba la nueva figura pública surgida del ámbito empresarial a la que su propia ideología atribuía los dones y virtudes extraños a los políticos tradicionales. Jorge Castañeda, a pesar –ya en casi dos décadas– de experiencias negativas de parte de empresarios neopanistas y neopriístas cuyo punto de intersección fue cada vez más amplio, consideró que Vicente Fox era mejor candidato que otros por venir de un mundo distinto (el empresarial).
Panistas in pectore, los empresarios han sido, son y serán pragmáticos: están con quien les asegure mejor sus intereses. Intereses que son, en nuestro país más que en muchos otros, auténticos privilegios. En la pasada elección presidencial sintieron, sobre todo los más conservadores –entre los que se hallaban los de Monterrey–, que podían estar en peligro si triunfaba el candidato de la alianza de izquierda. Y creyeron, o quisieron creer, lo que ahora reconocen con la sinceridad de, un buen ejemplo, Alfonso Romo: que a López Obrador, a pesar de su aceptable experiencia en la jefatura de Gobierno del Distrito Federal, se empeñaron en hacerlo ver como ese peligro. Romo, al igual que muchos de sus pares, vio en el tabasqueño a su enemigo e hizo todo lo posible para que no llegara a la Presidencia de la República. Su error, dice, fue no haberlo conocido.
Entre los empresarios que se han pronunciado por la candidatura de AMLO, el que me parece más claro tanto en su diagnóstico como en sus propuestas es el ex panista Fernando Canales Steltzer, hijo de Fernando Canales Clariond y de esa mujer inteligente que es Ángela Steltzer. La entrevista que le hizo para La Jornada Sanjuana Martínez, nuestra compañera admirada y multidistinguida, es un documento que vale la pena leer.
Canales Steltzer parte de la crítica al PAN, su antiguo partido: lo ve surcado por la corrupción e infiltrado por la delincuencia organizada. Por este tipo de delincuencia entiende no sólo la de las bandas armadas y violentas, sino la de quienes promueven la instalación de casinos y el financiamiento de las campañas mediante oscuras autorizaciones de construcción y obras públicas. Despedazado en sus principios fundacionales, las críticas que Acción Nacional dirige al PRI las importó de este partido y sus militantes se convirtieron en los principales simuladores de la democracia. Al de Calderón lo evalúa como un gobierno de amigos y unidimensional en su gestión en torno a la “guerra contra el narco”.
Son pocos los empresarios que reconocen, como lo hace Canales Steltzer, que la economía mexicana no responde siquiera a un esquema neoliberal, sino que es una fábrica de hacer pobres, cuya base son los monopolios (privados y públicos), y que por tanto sólo sirve a unos pocos. Mal respondió a la apertura dictada por la globalización; antes se debió fortalecer la competencia interna. No sé hasta dónde este empresario regiomontano comparta la convicción de que un país sólo compite de verdad cuando lo hace con el conjunto de su sociedad en términos de calidad de vida. Pero su propuesta parece ir en ese sentido: Somos un grupo de mexicanos y mexicanas que quieren generar mejores condiciones de vida para todos, no para unos cuantos.
Por su parte, López Obrador insiste en que no es enemigo de los empresarios, pero sí de la riqueza mal habida, de la corrupción y la impunidad, cuestión que ha satisfecho al sector empresarial que lo apoya. Pero esto no es suficiente. Lo que nadie dice es que vivimos en un país capitalista y que el capitalismo, de manera espontánea, genera desigualdad social. Y que si el proyecto es el de una socialdemocracia a efecto de mantener este régimen sin que haya violencia de una clase contra otra, se requiere un mayor equilibrio en el ingreso a través de un mecanismo fiscal escalonado, de salarios remunerativos, de seguridad alimentaria universal y de servicios de la misma naturaleza en materia de salud, educación, vivienda, diseño urbano y seguridad social. Esto sólo lo puede hacer un Estado comprometido con el bienestar de la mayoría y con una política que pueda beneficiar a la minoría propietaria, pero no a costa del empobrecimiento de aquélla. ¿Hay un debate organizado y sistemático sobre el tema? No. Los candidatos de la derecha jamás lo promoverán. El único obligado a promoverlo es López Obrador, a efecto de que él mismo, quienes forman su equipo y, por supuesto, la ciudadanía, sepamos si es posible que ese compromiso sea compartido por los empresarios que se declaran a favor de su candidatura. Vaya, y si él mismo y sus seguidores están por ese compromiso.
La izquierda que representa López Obrador está lejos del socialismo (ya transitado o uno nuevo). Esto a todos nos debe quedar claro. Se trata de una izquierda liberal que se propone instaurar una gestión pública honesta, transparente y exenta de corruptelas y venalidad. Por el desastre que muestran la representación política, la administración pública y la justicia en México sería un avance sin precedentes. Para lograrlo, no obstante, se requiere de una profunda reforma a las instituciones de gobierno, empezando por el viejo presidencialismo carrancista que, para gobernar, intenta llevarse en su tren la información, las armas y el dinero públicos. Y, en el caso, subir a él a sus invitados (patrocinadores, allegados, amigos: la muy conocida fauna de siempre) y dejar sus promesas de campaña para la próxima.
En su campaña anterior, López Obrador solía firmar sus compromisos apelando al contractualismo a que somos dados los latinoamericanos. Si lo que se busca es un nuevo pacto, que quienes lo vayan a firmar preparen sus plumas para ello. Y que nos digan la manera en que nosotros los votantes podemos hacerlo exigible.
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