Javier Flores
El gasto en investigación y desarrollo experimental (GIDE) del sector productivo en México ha tenido un crecimiento espectacular en los pasados 20 años, y puede considerarse representativo de la participación privada en la ciencia y la tecnología. Si bien las mayores aportaciones provenían tradicionalmente del presupuesto público, el gasto de las empresas representa ya casi la mitad del total. Se trata de una evolución tardía, si se le compara con lo que ha ocurrido en otros países con mayor desarrollo que el nuestro, en los cuales desde principios del siglo XX, y especialmente a partir de la posguerra, el motor del desarrollo científico y tecnológico se ha situado en el terreno de los negocios. Pero es muy rápido si lo comparamos con nosotros mismos, e incluso con la velocidad de crecimiento que ha caracterizado a otras economías.
Conviene primero precisar qué se entiende por GIDE. El gasto total de un país en ciencia y tecnología tiene tres componentes: a) el que corresponde con la educación y la enseñanza científico-técnica, b) el de los servicios científicos y tecnológicos y c) la investigación y desarrollo experimental, o sea, el GIDE. Si bien todos son muy importantes, el último incluye aspectos que son centrales, nada menos que las actividades de investigación básica, aplicada y el desarrollo tecnológico. Además, es el que tiene el mayor peso dentro de la estructura del gasto, pues para 2009 representó casi 60 por ciento del total nacional.
Después de un periodo de estancamiento en el que la participación de las empresas en estas áreas era prácticamente nula, pues en 1990 fue sólo de 9 por ciento y los proyectos se financiaban casi exclusivamente con recursos públicos, en una sola década se produjo un salto impresionante, que la llevó a 25 por ciento en 1999, y para 2009 alcanzó 40 por ciento. Los datos anteriores los he tomado, con respecto al periodo previo a 2000, del Programa Especial de Ciencia y Tecnología 2001-2006, elaborado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), y los posteriores de los indicadores de actividades científicas y tecnológicas 2010 de ese mismo organismo y del Centro de Estudios para las Finanzas Públicas de la Cámara de Diputados (CEFP).
Surgen, desde luego, varias preguntas. La primera: ¿por qué, si la inversión de las empresas ha crecido a tal ritmo, el porcentaje del PIB para ciencia y tecnología en México se ha mantenido por abajo del 0.5 por ciento? La única explicación que se me ocurre es que, mientras la participación empresarial aumenta, la inversión pública baja. El estudio del CEFP confirma lo anterior, pues muestra que proporcionalmente el gasto gubernamental ha caído desde 2001. En otras palabras, estamos ante un proceso de sustitución, en el que las empresas llegan y el gobierno se va.
¿En qué consiste la participación privada? Los datos consultados muestran que la inversión de las empresas se ubica principalmente en dos áreas, la de las manufacturas (64 por ciento de su presencia en el GIDE) y los servicios (30 por ciento). Mientras en otras, como agricultura, minería y energía, tienen todavía una escasa participación. Los productos de la actividad científico-técnica en las empresas puede evaluarse por medio de indicadores como el número de patentes. Es interesante observar que, coincidentemente, las patentes otorgadas en México han tenido también un crecimiento muy importante, especialmente a partir de 1988; sin embargo, corresponden en 98 por ciento a extranjeros y sólo en 2 por ciento a nacionales.
Un dato que nunca aparece en los estudios sobre la participación privada en la ciencia y la tecnología es de qué empresas se trata. Se puede saber en términos muy generales en qué áreas de las manufacturas y los servicios tienen presencia. Pero todas tienen nombre y apellido; sin embargo, esta información no es del conocimiento público, o es muy difícil de obtener. No tendría por qué ser así, pues los mexicanos deberíamos saber cuáles son nacionales y cuáles extranjeras (las patentes otorgadas sugieren que se trata principalmente de las segundas), también cuáles son sus características, si se trata de pequeñas o medianas industrias, o bien de empresas trasnacionales. También, cómo se articulan, si es que lo hacen, con los medios académicos nacionales. Sobre todo sería necesario saber de qué manera México se beneficia de sus actividades innovadoras.
Y no es que la participación empresarial deba ser estigmatizada o rechazada, pues corresponde fielmente al modelo de desarrollo científico en el mundo. Yo he escuchado desde hace años no sólo a los políticos, sino también a científicos, incluso los que trabajan en campos de la investigación muy básica en instituciones públicas, afirmar que en México la ciencia no avanza porque hace falta mayor inversión privada… Pues ahí está.
Como puede verse, el crecimiento que ha experimentado en los años recientes la participación de las empresas en la ciencia y la tecnología en nuestro país ofrece más interrogantes que certezas. La conclusión no puede ser otra que la urgencia de contar con estudios que permitan obtener respuestas satisfactorias.
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