jueves, octubre 05, 2006

Para el brillante Jorge Castañeda... y Eugenio Derbez?

Soledad Loaeza
Los costos del "para servir a usted"

La semana pasada la Cámara de Representantes de Estados Unidos votó la construcción de un muro virtual a lo largo de más de mil kilómetros en la frontera con México para impedir el paso de cientos de inmigrantes ilegales que a diario se introducen en su territorio. Se le llama virtual porque no se trata simplemente de una magna construcción de albañilería, sino que incluye, además del incremento de efectivos de la patrulla fronteriza, cámaras, sensores y la instalación de diferentes artefactos de avanzada tecnología. El muro abarcará la mayor parte de la frontera con Arizona -por donde pasó casi 50 por ciento del más de un millón de personas que en 2005 cruzaron ilegalmente a Estados Unidos-, y secciones de la frontera con California, Texas y Nuevo México. Los expertos consideran que esta decisión es impracticable dada la topografía del terreno, y como aún no se han votado los recursos destinados a la construcción y éstos son muy elevados, todo parece ser más un asunto de campaña electoral que una realidad que se materializará próximamente. Aun así, la importancia política del muro virtual es incontestable. En primer lugar porque los estadunidenses tienen la necesidad sicológica y política de creer que mantienen el control sobre sus fronteras. Se trata de un tema básico de seguridad nacional para cualquier Estado soberano, pero la urgencia de esta certeza se acrecentó brutalmente en Estados Unidos a raíz de los ataques del 11 de septiembre de 2001.

En México el muro virtual se le ha reprochado al presidente Vicente Fox y se ha contabilizado como uno de los muchos y onerosos errores que ha cometido en materia de política exterior. No obstante, hay que reconocer que es muy poco o nada lo que podía hacer para incidir sobre el tema. Diferentes autoridades en Estados Unidos se han cansado de repetir algo que parece obvio: los extranjeros no pueden determinar las reglas de ingreso y permanencia de extranjeros en su territorio nacional. Nosotros los mexicanos somos extraordinariamente susceptibles en relación con todo aquello que pueda significar, así sea sólo en apariencia, una intervención desde el exterior en decisiones que consideramos soberanas. Así que tendríamos que entender las limitaciones obvias de la propuesta migratoria foxista, conocida con la vulgar expresión: "la enchilada completa".

Más allá del lenguaje, lo que se le puede reprochar y mucho al presidente Fox y a sus secretarios de relaciones exteriores, es que hayan creído que podían incidir en esa decisión por esencia soberana, y que hayan apostado el rumbo de la agenda bilateral a un acuerdo migratorio que suponía cambios en la ley estadunidense de población. Una conocedora del tema resume este monumental error de juicio en la frase "migratizaron la agenda bilateral". Además de contribuir a alimentar la xenofobia antimexicana en Estados Unidos, esos funcionarios comprometieron la discusión de otros asuntos pendientes entre los dos países a la solución de un tema sobre el cual tenían un mínimo margen de maniobra. Así se perdió la oportunidad de tratar y tal vez de resolver temas de interés común con base en el principio de cooperación entre dos partes interesadas que diseñan en forma conjunta posibles soluciones, por ejemplo, asuntos comerciales o temas de seguridad nacional: para uno, la amenaza es el terrorismo; para el otro, la extensión del narcotráfico. Si los funcionarios foxistas hubieran leído a Henry Kissinger, habrían aprendido cómo en su calidad de secretario de Estado puso en práctica en la relación con la Unión Soviética lo que llamaba linkage politics (la política de las vinculaciones) que consistía en presionar a los soviéticos en un área de la relación que era para ellos prioritaria, para obtener concesiones en otra que era importante para Estados Unidos. La diplomacia kissingeriana partía del reconocimiento de que ambos países tenían intereses en común, pero distintas prioridades, y fue muy efectiva.

Los funcionarios mexicanos que colocaron en el primer lugar de la agenda bilateral el tema migratorio lo único que demostraron es que hablar bien inglés y haber vivido en Estados Unidos no son condiciones suficientes para conocer a ese país. Tal vez esa cercanía nubla la visión. Los diplomáticos mexicanos del pasado eran mucho más sabios y entendían que nada o muy poco tenemos que ganar de una diplomacia del "para servir a usted", como la que ha guiado al gobierno de Fox y que se tradujo en hacer de un problema de los estadunidenses un problema nuestro.

También se equivocaron los foxistas si creyeron que sus halagos a Washington les pavimentaban el camino a Los Pinos o a la Secretaría General de la OEA. No obstante, lo grave no es que sus ambiciones personales se hayan visto frustradas, sino que nos toca a todos los demás pagar los costos de su diplomacia, entre ellos trabajar, y mucho, para recuperar la capacidad de negociar con Washington, y restablecer la posibilidad de defender los intereses mexicanos a partir de nuestras prioridades, sin comprometer la armonía que requiere la relación bilateral.

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