Secretario general adjunto-UTPBA
Secretario de Relaciones Institucionales-CTA
ADI- Después de lo sucedido en diciembre del año pasado se han dicho algunas cosas en el campo de la sociología y la política, nosotros queremos saber tu opinión sobre aquellos hechos.
JCC- Como reacción de la sociedad argentina frente a las políticas de un gobierno, que antes de esos días se venía cayendo por el peso de su indetenible y estrepitoso fracaso, fue bastante novedosa, dado que hacia muchos años que no se salía a las calles de manera tan masiva. Y digo estrepitoso fracaso de un gobierno, porque las expectativas puestas por millones de personas en el gobierno de la Alianza fueron pulverizadas de una en una por dicha Alianza, nacida al calor de una presión de centro-izquierda y definida, luego, por derecha. Pero hubo más que eso, hubo una fuerte acumulación de hartazgos de diferentes capas sociales, especialmente las más jaqueadas durante el apogeo neoliberal. Y ese hartazgo, esa disconformidad, esas frustraciones tienen una historia de unos cuantos años y no apenas de dos años y pico de gobierno de De la Rúa-Machinea y De la Rúa-Cavallo. El, para nada menor, consenso neoliberal-menemista que duró algo más de media década en los años noventa, ya estaba quebrado cuando asumió la Alianza. Ese dato no puede pasar por alto en cualquier análisis que pretenda tener seriedad, antes de caer en la trampa de hacer la apología al supuesto espontaneísmo de las masas en las jornadas de diciembre. Lo del 19 y 20 obedeció, según creo, a una explosión de hartazgos acumulados y muchos de esos hartazgos fueron consecuencia de respuestas no obtenidas por las mayorías y de mensajes de resistencias que distintas luchas instalaron durante años de manera diversa en la sociedad, también en mucha gente bastante proclive a tolerar, durante años, lo intolerable. Y a eso hay que agregar, si no queremos ver la realidad con un solo ojo, que los medios de comunicación y diferentes programas en esos medios jugaron muy a fondo para que se ganara la calle. Incluso con discursos de derecha. En síntesis: una para nada lineal combinación de factores alimentados, inclusive, por ideologías antagónicas e intereses también antagónicos. Bien vale decir, tantas veces como lo creamos necesario -al menos yo lo creo- que las luchas de resistencia organizada tuvieron mucho que ver con lo ocurrido a finales de diciembre del año pasado. Y vale subrayar que varias de esas luchas se dieron durante más de una década contra las políticas neoliberales que en la Argentina tuvieron como punta de lanza, elogiada y aupada por Bush padre, el Departamento de Estado de Estados Unidos, el Banco Mundial y el FMI: a Carlos Menem. El menemismo, más allá de que muchos se desayunaron con cierto retardo respecto de su adhesión al neoliberalismo y al proyecto de dominación global de los Estados Unidos -en carácter de sirviente, no de socio como se pretendió hacernos creer- fue duramente cuestionado desde su arranque -1989- por organizaciones sociales capaces de distinguir acertadamente de qué se trataría la Argentina una década después. Es decir: de que se trataría la Argentina de hoy si ayer no se detenía el proyecto de país implementado por el menemismo, más allá de las excentricidades y frivolidades de la cultura farandulesca que lo caracterizó. Yo recuerdo que nosotros -como UTPBA- decíamos en 1989, a poco de asumir Menem y sin que nadie amplificara nuestro discurso en los medios de comunicación de masas que, "puesto de trabajo que se pierde no se recupera más". Ahora estamos en un casi treinta por ciento de desocupación. O sea, teníamos razón hace doce años, cuando hablar mal de Menem era un sacrilegio y significaba ser un gorila, antiperonista, antipueblo, antiargentino. También decíamos que con la muletilla de "achicar el Estado, para agrandar la Nación", entregarían las empresas estratégicas del país, a través de negociados y variadas fórmulas corruptas, para satisfacción de intereses ajenos a los de la mayoría de la sociedad. Hoy ya no queda duda alguna sobre eso. En 1989 señalamos que en la Argentina "se acaba de instalar una dictadura económica". Con los años -sin salariazo, sin revolución productiva y con impunidades de todo calibre-, quedó al descubierto el significado de esa dictadura económica, subordinando, chantajeando y corrompiendo a diferentes sectores del hacer político. Sostuvimos, por entonces, que "nuestra lucha es una lucha esencialmente anticapitalista, porque el capitalismo es inhumanizable y tiende a hacer cada día más irrespirable la vida de la gente, la vida de tres cuartas partes de la humanidad". Hoy en el mundo, Estados Unidos reparte palos aquí y allá, sin poder garantizar desarrollo humano, con democracia y con justicia social. Así de simple. Poco tiempo después de aquellas definiciones -ante mucho silencio cómplice, cómodo y oportunista- sostuvimos, recuerdo, una larga campaña pública bajo la consigna "La Peor Opinión es el Silencio" Y convocamos, cuantas veces pudimos, a abandonar la indiferencia y a defender la solidaridad contra el individualismo, convencidos de la importancia que tenía -y tiene- la lucha política, social y cultural, frente a un proyecto de sociedad devastador, criminal y abusivo. Y así, como la UTPBA, hubieron otras organizaciones: de derechos humanos, las Madres de Plaza de Mayo, ATE, CTERA y otros. Y se produjo el nacimiento del CTA (Congreso de los Trabajadores Argentinos), para luego constituirse en Central. Miles de compañeros organizados en sindicatos, barrios y entidades profesionales resistieron. Y no únicamente a través de las movilizaciones callejeras, los enfrentamientos gremiales, las denuncias políticas, las manifestaciones desde el campo de los derechos humanos; sino, además, desde la teoría, desde la búsqueda y construcción de espacios de reflexión, desde ámbitos donde intentar poner el pensamiento por fuera de la lógica dominante, para confrontar a ésta, para enfrentarla. Una enorme tarea, realizada, muchas veces en medio de no pocas soledades compartidas: si comparamos la cantidad de voces denunciando impunidades, con la cantidad de silencios cómplices o cómodos. Eran, sin lugar a dudas, muchos más los segundos que las primeras. Sin embargo, el 19 y 20 de diciembre hubo, para decirlo sencillamente, un estallido de heterogeneidades, de diversas demandas que, al cabo, se constituyen, objetivamente, en el acrecentamiento de un dilema insoluble para el capitalismo: hacer que mujeres, hombres y niños alcancen una vida digna. Un dilema que cada día revela con mayor crudeza cómo unos pocos acumulan riqueza, ponen a la justicia a operar en beneficio propio y sumen al Estado -con su Parlamento incluido- a cumplir el rol de gerenciar y reprimir en beneficio de grupos económicos locales y extranjeros, cada vez más concentrados. Eso no significa que todos los que ganaron las calles en diciembre hayan cuestionado al capitalismo. Pero ahí estuvieron. Y así como no ha habido solución para los desocupados, los jubilados, la educación, la salud, los millones de hambrientos, tampoco la hay para los ahorristas -especialmente los más débiles-. Aquello de que la democracia es incompatible con el capitalismo se ha transformado en una lección empírica en lo cotidiano, en el día a día. Esa democracia también fue cuestionada el 19 y 20, en coincidencia con quienes desde hace largo tiempo sostenemos que la estructura de la política tradicional está quebrada y que quienes en ella se han quedado a administrar la crisis del sistema no tienen otro destino que el escarnio público, en tanto y cuanto su rol -por mucho que pretendieran torcer las cosas a favor de las mayorías- no puede ser otro, dentro de las reglas de juego establecidas por el poder real, que el de obedecer ordenes, corromperse al compás de la esencia corrupta del propio sistema y procurar ejercer controles sociales mediante la dádiva o el asistencialismo. Todo cuestionado, en mayor o menor grado, de manera masiva por una sociedad que vive diariamente la degradación de su calidad de vida a una velocidad inimaginada. Una sociedad, en la que no todos alcanzan a individualizar cómo y cuánto el mismo poder real agita -en lo que pareciera ser contradictorio a sus intereses- la crítica contra sus políticos, en el afán de disimular cuanto pueda el quién es quién a la hora de decidir las políticas económicas y sociales. En concreto: quiénes son los que determinan la hoja de ruta que habrán de obedecer los políticos. O sea, un descalabro de la gobernabilidad, esquema político de la democracia formal de un capitalismo intrínsecamente salvaje.
ADI- Estas observaciones y afirmaciones, como anteriormente otras intervenciones de tu parte reivindican lo organizado, la lucha organizada y cuestionan lo espontáneo. ¿No crees que lo espontáneo ha jugado su parte en los hechos de diciembre?
JCC- Cualquier idea que se pretenda innovadora desconociendo o tratando de desconocer al hombre y a la mujer organizados en la lucha por una vida mejor, una sociedad, mejor, un país mejor, un mundo mejor, siempre me resulta sospechosa. Cualquier pretensión de desconocer la historia, y en ella las luchas que han generado condiciones más favorables para continuar luchando, la pongo bajo sospecha. Enseguida asocio esas ideas o pretensiones al interés del enemigo de clase, el que no deja de organizarse, de proveerse recursos económicos, técnicos, científicos, intelectuales, para defender sus privilegios. Esa tendencia a reivindicar lo espontáneo, las autoconvocatorias, me suena a maniobras que reciclan el individualismo, que mandan un mensaje en procura de reafirmar el sálvese quien pueda, aun cuando las mayorías se manifiesten en contra de las políticas que cercenan, agobian, empobrecen y desquician a grandes sectores de la sociedad. No creo en el espontaneísmo de las masas.
ADI- ¿Son compatibles las asambleas barriales, surgidas como consecuencia de los hechos que terminaron con el gobierno de De la Rúa, con otras organizaciones políticas, gremiales y sociales ya existentes antes de diciembre pasado?
JCC- Pueden serlo y en algunos casos lo son. Aunque no es una cuestión mecánica y, mucho menos, una cuestión inexorable. Antes de esas asambleas existieron -existen- distintas instancias organizativas: barriales, estudiantiles, gremiales, partidarias. En fin, diferentes herramientas de lucha, con diferentes concepciones ideológicas y políticas. En las asambleas barriales hay muchos que a la vez militan en otras organizaciones y los hay quienes nunca militaron en nada, ni siquiera en los tiempos del menemismo más ultrajante. Reitero, lo importante es la organización y en las asambleas barriales se vienen dando necesidades organizativas que muchas veces se resuelven con esquemas muy conocidos: comisiones de trabajo, de difusión, de enlace, etc., etc., etc., lo clásico. Lo importante, para mí, estriba en lo ideológico, en lo político, porque la disputa por un empleo, y digno, es una disputa política; la disputa por un salario digno, es una disputa política, vinculada a una cuestión de justa o injusta distribución de la riqueza; la disputa por una educación pública y una salud pública para todos, es una disputa política; la disputa por una mejor calidad de vida es una disputa política. Y frente a un sistema que lo niega todo y amenaza con reprimir o reprime cuando se le reclama o exige respeto a derechos inalienables, esa disputa política en este tiempo del capitalismo es, se tenga o no conciencia de ello, una disputa ideológica. Porque se supone que lo que un sistema no da porque su naturaleza es la que quita la salud para todos, el trabajo para todos, la educación para todos, la vivienda digna para todos, y hasta la vida misma, deberá ser resuelto con otro sistema, más justo, más humano. Lo importante es la organización y sus definiciones políticas en la disputa de intereses. Las asambleas barriales por sí mismas, o en si mismas, no significan más que eso. Y las hay con definiciones políticas que uno puede compartir y otras que no. De la misma manera que compartimos o no definiciones políticas de otras organizaciones de masas. Hacer la apología de las asambleas barriales, desconociendo la lucha y los compromisos de organizaciones que se han jugado enteras en la lucha contra un modelo de oprobio impuesto desde hace más de veinte años en nuestro país, no sólo es absurdo sino poco y nada dialéctico. Cuestionar a las asambleas barriales por suponerlas atentatorias de todo lo organizado previo al 19 y 20 de diciembre es otro absurdo. Si el poder, si el enemigo principal de este mundo, de los trabajadores, de las mayorías sociales, se propone dividir para reinar, está más que claro que nuestra consigna tiene que ser unir para vencer.
ADI- La gobernabilidad está en crisis, la política tradicional muy cuestionada, la crisis social es tremenda. ¿Cuánto hay de miopía en los dirigentes económicos y políticos que realizan la política desde el poder y el gobierno?
JCC- No creo que se trate apenas de miopía. Tampoco que el problema se circunscriba a la Argentina, por más que aquí haya ahora una muy particular y grave realidad. La Argentina actual es consecuencia de políticas que tuvieron -tienen- el signo y el aval de Estados Unidos, del FMI, del Banco Mundial. La Argentina neoliberal de Menem fue el más disciplinado y ejemplar alumno de las recetas dictadas o consentidas desde afuera. Y ahora que todo se desbarrancó nos quieren dar un escarmiento por incurrir en supuestas faltas o desobediencias y se pretende llevarnos a la desintegración social y a un mayor caos, para, luego, ponernos de rodillas a comer mierda, mientras riegan el país de punta a punta con salarios basuras, trabajos basuras, calidad de vida basura. Creo, además, que no podemos desvincular lo que ocurre en el mundo y muy esencialmente en nuestro continente, de lo que produce Estados Unidos en esta etapa, más precisamente después del 11 de setiembre, tras el atentado a las torres y al Pentágono. Eso fue un disparador, un detonante, para lanzar en todo el mundo una andanada bélica propia de un imperio criminal, con la finalidad de acelerar los tiempos de dominación prometidos, de distintas maneras, durante el siglo pasado por diferentes "cerebros" norteamericanos. En semejante instancia histórica, donde el dueño del mundo programa el cómo, el dónde, con quién, contra quiénes y en qué oportunidad atacar -por vía de las armas o haciendo estallar sistemas financieros y resistencias políticas y sociales-, no me parece muy ajustado a la realidad preguntarnos si el actual problema de la Argentina es consecuencia de la miopía de los dirigentes del poder político. Puede que haya alguna que otra impericia y alguna que otra proclividad mayor a prácticas corruptas. Es más, nadie duda que las hay. Pero en medio de la mafiatización del poder global, dependiente en términos unipolares, de la voracidad y prepotencia imperial de un país guerrerista como es Estados Unidos, hay que procurar, al menos, no reducir exageradamente nuestra mirada, nuestros análisis. Nuestro desafío, el del campo popular, sigue siendo, entre otros también importantes, acumular poder organizado e impedir desde la resistencia que nuestro enemigo principal consume su objetivo: de disgregarnos, disociarnos, degradarnos y desquiciarnos para imponernos por siempre la esclavitud. Quieren dejarnos sin respuesta organizada, sin organizaciones colectivas, para garantizarse el éxito de la masacre organizada. Y eso es lo que debemos impedir.
JCC- Como reacción de la sociedad argentina frente a las políticas de un gobierno, que antes de esos días se venía cayendo por el peso de su indetenible y estrepitoso fracaso, fue bastante novedosa, dado que hacia muchos años que no se salía a las calles de manera tan masiva. Y digo estrepitoso fracaso de un gobierno, porque las expectativas puestas por millones de personas en el gobierno de la Alianza fueron pulverizadas de una en una por dicha Alianza, nacida al calor de una presión de centro-izquierda y definida, luego, por derecha. Pero hubo más que eso, hubo una fuerte acumulación de hartazgos de diferentes capas sociales, especialmente las más jaqueadas durante el apogeo neoliberal. Y ese hartazgo, esa disconformidad, esas frustraciones tienen una historia de unos cuantos años y no apenas de dos años y pico de gobierno de De la Rúa-Machinea y De la Rúa-Cavallo. El, para nada menor, consenso neoliberal-menemista que duró algo más de media década en los años noventa, ya estaba quebrado cuando asumió la Alianza. Ese dato no puede pasar por alto en cualquier análisis que pretenda tener seriedad, antes de caer en la trampa de hacer la apología al supuesto espontaneísmo de las masas en las jornadas de diciembre. Lo del 19 y 20 obedeció, según creo, a una explosión de hartazgos acumulados y muchos de esos hartazgos fueron consecuencia de respuestas no obtenidas por las mayorías y de mensajes de resistencias que distintas luchas instalaron durante años de manera diversa en la sociedad, también en mucha gente bastante proclive a tolerar, durante años, lo intolerable. Y a eso hay que agregar, si no queremos ver la realidad con un solo ojo, que los medios de comunicación y diferentes programas en esos medios jugaron muy a fondo para que se ganara la calle. Incluso con discursos de derecha. En síntesis: una para nada lineal combinación de factores alimentados, inclusive, por ideologías antagónicas e intereses también antagónicos. Bien vale decir, tantas veces como lo creamos necesario -al menos yo lo creo- que las luchas de resistencia organizada tuvieron mucho que ver con lo ocurrido a finales de diciembre del año pasado. Y vale subrayar que varias de esas luchas se dieron durante más de una década contra las políticas neoliberales que en la Argentina tuvieron como punta de lanza, elogiada y aupada por Bush padre, el Departamento de Estado de Estados Unidos, el Banco Mundial y el FMI: a Carlos Menem. El menemismo, más allá de que muchos se desayunaron con cierto retardo respecto de su adhesión al neoliberalismo y al proyecto de dominación global de los Estados Unidos -en carácter de sirviente, no de socio como se pretendió hacernos creer- fue duramente cuestionado desde su arranque -1989- por organizaciones sociales capaces de distinguir acertadamente de qué se trataría la Argentina una década después. Es decir: de que se trataría la Argentina de hoy si ayer no se detenía el proyecto de país implementado por el menemismo, más allá de las excentricidades y frivolidades de la cultura farandulesca que lo caracterizó. Yo recuerdo que nosotros -como UTPBA- decíamos en 1989, a poco de asumir Menem y sin que nadie amplificara nuestro discurso en los medios de comunicación de masas que, "puesto de trabajo que se pierde no se recupera más". Ahora estamos en un casi treinta por ciento de desocupación. O sea, teníamos razón hace doce años, cuando hablar mal de Menem era un sacrilegio y significaba ser un gorila, antiperonista, antipueblo, antiargentino. También decíamos que con la muletilla de "achicar el Estado, para agrandar la Nación", entregarían las empresas estratégicas del país, a través de negociados y variadas fórmulas corruptas, para satisfacción de intereses ajenos a los de la mayoría de la sociedad. Hoy ya no queda duda alguna sobre eso. En 1989 señalamos que en la Argentina "se acaba de instalar una dictadura económica". Con los años -sin salariazo, sin revolución productiva y con impunidades de todo calibre-, quedó al descubierto el significado de esa dictadura económica, subordinando, chantajeando y corrompiendo a diferentes sectores del hacer político. Sostuvimos, por entonces, que "nuestra lucha es una lucha esencialmente anticapitalista, porque el capitalismo es inhumanizable y tiende a hacer cada día más irrespirable la vida de la gente, la vida de tres cuartas partes de la humanidad". Hoy en el mundo, Estados Unidos reparte palos aquí y allá, sin poder garantizar desarrollo humano, con democracia y con justicia social. Así de simple. Poco tiempo después de aquellas definiciones -ante mucho silencio cómplice, cómodo y oportunista- sostuvimos, recuerdo, una larga campaña pública bajo la consigna "La Peor Opinión es el Silencio" Y convocamos, cuantas veces pudimos, a abandonar la indiferencia y a defender la solidaridad contra el individualismo, convencidos de la importancia que tenía -y tiene- la lucha política, social y cultural, frente a un proyecto de sociedad devastador, criminal y abusivo. Y así, como la UTPBA, hubieron otras organizaciones: de derechos humanos, las Madres de Plaza de Mayo, ATE, CTERA y otros. Y se produjo el nacimiento del CTA (Congreso de los Trabajadores Argentinos), para luego constituirse en Central. Miles de compañeros organizados en sindicatos, barrios y entidades profesionales resistieron. Y no únicamente a través de las movilizaciones callejeras, los enfrentamientos gremiales, las denuncias políticas, las manifestaciones desde el campo de los derechos humanos; sino, además, desde la teoría, desde la búsqueda y construcción de espacios de reflexión, desde ámbitos donde intentar poner el pensamiento por fuera de la lógica dominante, para confrontar a ésta, para enfrentarla. Una enorme tarea, realizada, muchas veces en medio de no pocas soledades compartidas: si comparamos la cantidad de voces denunciando impunidades, con la cantidad de silencios cómplices o cómodos. Eran, sin lugar a dudas, muchos más los segundos que las primeras. Sin embargo, el 19 y 20 de diciembre hubo, para decirlo sencillamente, un estallido de heterogeneidades, de diversas demandas que, al cabo, se constituyen, objetivamente, en el acrecentamiento de un dilema insoluble para el capitalismo: hacer que mujeres, hombres y niños alcancen una vida digna. Un dilema que cada día revela con mayor crudeza cómo unos pocos acumulan riqueza, ponen a la justicia a operar en beneficio propio y sumen al Estado -con su Parlamento incluido- a cumplir el rol de gerenciar y reprimir en beneficio de grupos económicos locales y extranjeros, cada vez más concentrados. Eso no significa que todos los que ganaron las calles en diciembre hayan cuestionado al capitalismo. Pero ahí estuvieron. Y así como no ha habido solución para los desocupados, los jubilados, la educación, la salud, los millones de hambrientos, tampoco la hay para los ahorristas -especialmente los más débiles-. Aquello de que la democracia es incompatible con el capitalismo se ha transformado en una lección empírica en lo cotidiano, en el día a día. Esa democracia también fue cuestionada el 19 y 20, en coincidencia con quienes desde hace largo tiempo sostenemos que la estructura de la política tradicional está quebrada y que quienes en ella se han quedado a administrar la crisis del sistema no tienen otro destino que el escarnio público, en tanto y cuanto su rol -por mucho que pretendieran torcer las cosas a favor de las mayorías- no puede ser otro, dentro de las reglas de juego establecidas por el poder real, que el de obedecer ordenes, corromperse al compás de la esencia corrupta del propio sistema y procurar ejercer controles sociales mediante la dádiva o el asistencialismo. Todo cuestionado, en mayor o menor grado, de manera masiva por una sociedad que vive diariamente la degradación de su calidad de vida a una velocidad inimaginada. Una sociedad, en la que no todos alcanzan a individualizar cómo y cuánto el mismo poder real agita -en lo que pareciera ser contradictorio a sus intereses- la crítica contra sus políticos, en el afán de disimular cuanto pueda el quién es quién a la hora de decidir las políticas económicas y sociales. En concreto: quiénes son los que determinan la hoja de ruta que habrán de obedecer los políticos. O sea, un descalabro de la gobernabilidad, esquema político de la democracia formal de un capitalismo intrínsecamente salvaje.
ADI- Estas observaciones y afirmaciones, como anteriormente otras intervenciones de tu parte reivindican lo organizado, la lucha organizada y cuestionan lo espontáneo. ¿No crees que lo espontáneo ha jugado su parte en los hechos de diciembre?
JCC- Cualquier idea que se pretenda innovadora desconociendo o tratando de desconocer al hombre y a la mujer organizados en la lucha por una vida mejor, una sociedad, mejor, un país mejor, un mundo mejor, siempre me resulta sospechosa. Cualquier pretensión de desconocer la historia, y en ella las luchas que han generado condiciones más favorables para continuar luchando, la pongo bajo sospecha. Enseguida asocio esas ideas o pretensiones al interés del enemigo de clase, el que no deja de organizarse, de proveerse recursos económicos, técnicos, científicos, intelectuales, para defender sus privilegios. Esa tendencia a reivindicar lo espontáneo, las autoconvocatorias, me suena a maniobras que reciclan el individualismo, que mandan un mensaje en procura de reafirmar el sálvese quien pueda, aun cuando las mayorías se manifiesten en contra de las políticas que cercenan, agobian, empobrecen y desquician a grandes sectores de la sociedad. No creo en el espontaneísmo de las masas.
ADI- ¿Son compatibles las asambleas barriales, surgidas como consecuencia de los hechos que terminaron con el gobierno de De la Rúa, con otras organizaciones políticas, gremiales y sociales ya existentes antes de diciembre pasado?
JCC- Pueden serlo y en algunos casos lo son. Aunque no es una cuestión mecánica y, mucho menos, una cuestión inexorable. Antes de esas asambleas existieron -existen- distintas instancias organizativas: barriales, estudiantiles, gremiales, partidarias. En fin, diferentes herramientas de lucha, con diferentes concepciones ideológicas y políticas. En las asambleas barriales hay muchos que a la vez militan en otras organizaciones y los hay quienes nunca militaron en nada, ni siquiera en los tiempos del menemismo más ultrajante. Reitero, lo importante es la organización y en las asambleas barriales se vienen dando necesidades organizativas que muchas veces se resuelven con esquemas muy conocidos: comisiones de trabajo, de difusión, de enlace, etc., etc., etc., lo clásico. Lo importante, para mí, estriba en lo ideológico, en lo político, porque la disputa por un empleo, y digno, es una disputa política; la disputa por un salario digno, es una disputa política, vinculada a una cuestión de justa o injusta distribución de la riqueza; la disputa por una educación pública y una salud pública para todos, es una disputa política; la disputa por una mejor calidad de vida es una disputa política. Y frente a un sistema que lo niega todo y amenaza con reprimir o reprime cuando se le reclama o exige respeto a derechos inalienables, esa disputa política en este tiempo del capitalismo es, se tenga o no conciencia de ello, una disputa ideológica. Porque se supone que lo que un sistema no da porque su naturaleza es la que quita la salud para todos, el trabajo para todos, la educación para todos, la vivienda digna para todos, y hasta la vida misma, deberá ser resuelto con otro sistema, más justo, más humano. Lo importante es la organización y sus definiciones políticas en la disputa de intereses. Las asambleas barriales por sí mismas, o en si mismas, no significan más que eso. Y las hay con definiciones políticas que uno puede compartir y otras que no. De la misma manera que compartimos o no definiciones políticas de otras organizaciones de masas. Hacer la apología de las asambleas barriales, desconociendo la lucha y los compromisos de organizaciones que se han jugado enteras en la lucha contra un modelo de oprobio impuesto desde hace más de veinte años en nuestro país, no sólo es absurdo sino poco y nada dialéctico. Cuestionar a las asambleas barriales por suponerlas atentatorias de todo lo organizado previo al 19 y 20 de diciembre es otro absurdo. Si el poder, si el enemigo principal de este mundo, de los trabajadores, de las mayorías sociales, se propone dividir para reinar, está más que claro que nuestra consigna tiene que ser unir para vencer.
ADI- La gobernabilidad está en crisis, la política tradicional muy cuestionada, la crisis social es tremenda. ¿Cuánto hay de miopía en los dirigentes económicos y políticos que realizan la política desde el poder y el gobierno?
JCC- No creo que se trate apenas de miopía. Tampoco que el problema se circunscriba a la Argentina, por más que aquí haya ahora una muy particular y grave realidad. La Argentina actual es consecuencia de políticas que tuvieron -tienen- el signo y el aval de Estados Unidos, del FMI, del Banco Mundial. La Argentina neoliberal de Menem fue el más disciplinado y ejemplar alumno de las recetas dictadas o consentidas desde afuera. Y ahora que todo se desbarrancó nos quieren dar un escarmiento por incurrir en supuestas faltas o desobediencias y se pretende llevarnos a la desintegración social y a un mayor caos, para, luego, ponernos de rodillas a comer mierda, mientras riegan el país de punta a punta con salarios basuras, trabajos basuras, calidad de vida basura. Creo, además, que no podemos desvincular lo que ocurre en el mundo y muy esencialmente en nuestro continente, de lo que produce Estados Unidos en esta etapa, más precisamente después del 11 de setiembre, tras el atentado a las torres y al Pentágono. Eso fue un disparador, un detonante, para lanzar en todo el mundo una andanada bélica propia de un imperio criminal, con la finalidad de acelerar los tiempos de dominación prometidos, de distintas maneras, durante el siglo pasado por diferentes "cerebros" norteamericanos. En semejante instancia histórica, donde el dueño del mundo programa el cómo, el dónde, con quién, contra quiénes y en qué oportunidad atacar -por vía de las armas o haciendo estallar sistemas financieros y resistencias políticas y sociales-, no me parece muy ajustado a la realidad preguntarnos si el actual problema de la Argentina es consecuencia de la miopía de los dirigentes del poder político. Puede que haya alguna que otra impericia y alguna que otra proclividad mayor a prácticas corruptas. Es más, nadie duda que las hay. Pero en medio de la mafiatización del poder global, dependiente en términos unipolares, de la voracidad y prepotencia imperial de un país guerrerista como es Estados Unidos, hay que procurar, al menos, no reducir exageradamente nuestra mirada, nuestros análisis. Nuestro desafío, el del campo popular, sigue siendo, entre otros también importantes, acumular poder organizado e impedir desde la resistencia que nuestro enemigo principal consume su objetivo: de disgregarnos, disociarnos, degradarnos y desquiciarnos para imponernos por siempre la esclavitud. Quieren dejarnos sin respuesta organizada, sin organizaciones colectivas, para garantizarse el éxito de la masacre organizada. Y eso es lo que debemos impedir.
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