Carlos Monsiváis
(NO INTERPRETEN SU SILENCIO COMO EL REPOSO DE LAS IDEAS)
La campaña electoral: 1999
En mi gobierno habrá libertad y moralidad como nunca antes se ha visto en la historia de México.
VFQ. 2000
El vocabulario del Génesis a la Nueva Infancia
En el jardín del Edén muy probablemente las palabras escaseaban y servían para designar plantas, ángeles desarmados, ofidios multilingües, frutas, hojas de parra y sentimientos de rubor ante la inminencia de los espejos, ésos que delatan –en el caso de los desnudos de cuerpo entero– la ausencia de años-gimnasio y la ignorancia de la celulitis. El gran vocabulario del mundo vino después, ya expulsada del Paraíso la Pareja exhibicionista, cuando se necesitó nombrar lo que el pecado diseminaba y el avance de la ciencia exigía. Y luego –me apresuro porque éste es un prólogo– vino el siglo XXI, y con tal de fomentar el entendimiento se puso a editar el vocabulario. Y en ese momento los de la clase política (o que dice serlo) descubrieron que el ahorro verbal les permitía hablar para siempre.
“Mexicanos, votad presurosos”
En León, Guanajuato, el 10 de septiembre de 1999, al fin de un mitin, la hija de Vicente Fox le entrega un estandarte de la Virgen de Guadalupe, y éste sonríe y grita: “¡Muera el mal gobierno!”. Y asegura: “La Virgen me acompañará en la campaña”.
La respuesta no es muy favorable. La Secretaría de Gobernación lo reconviene, y la Iglesia católica observa sus distancias. Según Norberto Rivera, arzobispo primado, “la imagen no puede ser utilizada por nadie con fines políticos, pues ella es lo único que une a los mexicanos”. Luego, el 13 de septiembre, el arzobispo primado rectifica y comunica: “La Iglesia no condena a Fox”, e indica: “En algunos medios de información se utilizaron de manera parcial nuestras declaraciones de que la imagen guadalupana no puede usarse con fines partidistas. La Iglesia no puede prohibir a ninguno de sus hijos la manifestación pública y la expresión respetuosa y reverente, incluso en público, de su fe. La Iglesia pide a los políticos católicos no sólo manifestarse públicamente como tales, sino, sobre todo, vivir y actuar en la política de acuerdo con los principios del Evangelio”.
El cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval, se pronuncia más bien a favor:
Es muy su gusto (el uso del estandarte)... Ya sé que está prohibido por las leyes, pero habrá que cuestionar si esas leyes son justas, si están correctas o son una imposición que no va con el sentir del pueblo; pregúntenle al pueblo a ver que siente.
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En un primer momento, Fox se enterca:
Llevaré el estandarte de la Virgen de Guadalupe para sacar este reto adelante. Nadie lo puede criticar. La Virgen no es propiedad de nadie, es de todos los mexicanos... Además, la imagen me la dieron mis hijos.
Fox se jacta en su respuesta a Gobernación: “¡Me hacen los mandados!” (El coloquialismo como machismo). El 13 de septiembre él le hace los mandados al gobierno: “El estandarte de la Virgen de Guadalupe no será utilizado de manera partidista y muchos menos como un estandarte de campaña”. El diario La Prensa sintetiza a ocho columnas: “A’í muere con la Virgen”. Al día siguiente, Fox descubre que ya no la abandonará: a fin de cuentas da igual si uno ratifica o si uno rectifica; la imagen de ranchero se queda, lo que diga se disipa. Y se sigue de largo: “Me gusto tanto hostigar al PRI que creo que voy a salir con el estandarte de la Virgen. Los priistas se pusieron a vociferar, perdieron la cordura y no vale la pena ni contestarles, pero lo que sí van a lograr es que si siguen poniéndome piedritas en el camino, les vuelvo a sacar el estandarte”. A temblar, herejes. A reír, publicistas.
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Fox habla con un reportero:
–Y si le quisieran imponer algún tipo de sanción (por lo del estandarte), como pide el PRI, ¿cuál sería?
–Me quito la camisa y que me den de latigazos. ¡Que ese sea el castigo! ¡Ja, ja, ja, ja! El asunto ya está superado. La Virgen de Guadalupe está aquí, en mi pecho, en mi mente, y la portaré con mucha gallardía como la mayoría de los mexicanos. El IFE no puede prohibirme nada, porque cuando yo porto el estandarte soy el ciudadano común y corriente. ¿Tú no traís aí tu estandarte, tu estampita de la Virgen de Guadalupe?
–No señor, yo no traigo –contestó el reportero.
–¡Ah, bueno, pues yo sí lo traigo! ¡Todo el tiempo lo traigo! ¡Y nadie me puede prohibir eso! El símbolo de la Virgen de Guadalupe no sólo es religioso; es un símbolo nacional y además es un personaje, es una virgen de todos los mexicanos. Entonces ¡que no te asusten con el petate del muerto! (La Jornada, 15 de septiembre de 1999.)
En esta etapa, Fox, en medio de su combate con la expresión, todavía tiene el propósito de decir algo, lo que sea. Después, pierde el interés, ya dice lo que a él le suena bien, el torrente del palabrerío que alienta la reflexión que no tendrá lugar.
El decálogo de Vicente Fox
7 de mayo de 2000
El 7 de mayo de 2000 Fox difunde sus ofrecimientos a las iglesias (a todas con la condición de que todas sean católicas). Al principio de su carta, Fox es un creyente absoluto: “Dios omnipotente reina.
Y al final lanza sus diez compromisos. Allí Fox, el heredero autoproclamado de los cristeros, la emprende con lo que ha llamado “esa tontería”, el Estado laico. Estos son los ofrecimientos:
1. Promover el respeto a la vida desde la concepción, es decir, suprimir las tres causales de aborto presentes en la mayoría de las constituciones de los estados: por violación, por riesgo de muerte de la embarazada, por riesgo de enfermedades. Luego se echará para atrás y su éxito será muy a medias.
2. Apoyar la unidad familiar, al ser la familia “un recurso estratégico “de la nación”. Un fracaso total. Fox ni siquiera se preocupa en apoyar desde el Estado a la familia fuera de instituciones como el DIF y el sistema de guarderías, y la Célula Básica jamás se transforma en “recurso estratégico”
3. Respetar el derecho de los padres a decidir la educación de sus hijos. Fracasa a fondo, y la Iglesia católica le cede la estafeta a Calderón. En ambos casos, con un lenguaje de maña y ocultamiento se promete la educación religiosa en las escuelas públicas, y no se informa de cómo se divulga la voluntad de la gran mayoría de los progenitores. ¿Quién los encuesta, cómo, con qué método? ¿Qué es, además de un membrete agónico, la Unión Nacional de Padres de Familia? ¿Y que impartirá el Estado: catecismo o Historia de la religión? ¿Con cuántos maestros laicos de historia de la religión? ¿Serán suficientes los curas en el país para todas las primarias, secundarias, preparatorias y universidades públicas? ¿Deberán comulgar los estudiantes antes de entrar a clases? ¿Los maestros deberán hacer profesión de fe?
4. “Promoveré el libre acceso para la asistencia espiritual y religiosa en los centros de salud, penitenciarios y asistenciales, como los orfelinatos y los asilos para ancianos”. Esto ya existía. Tal vez lo que quiso decir –este articulista adopta el papel de vocero– es la obligación de enfermos, presos, niños y viejos de ir diario a misa.
5. Afirma: “Responderé al interés manifestado por las iglesias para promover un amplio espacio de libertad religiosa a partir del artículo 24 constitucional”. Ya hay una muy vasta libertad de acción y de palabra al servicio de la Iglesia católica. ¿Por qué no se tiene el valor o la sinceridad de aceptar el mensaje?
6. “Promoveré que se eliminen las contradicciones entre los artículos 24 y 130 de la Constitución, reformando el 130 en la parte que restringe la libertad religiosa, que proclama el artículo 24”. Derrumbadero.
7. “Abriré el acceso a los medios de comunicación a las iglesias, para que éstas puedan difundir sus principios y actividades. Lo que se logra no depende de su gobierno.
Los otros tres puntos de Fox (exención de impuestos a las iglesias, fin de la discrecionalidad en la internación y permanencia en México de los ministros de culto, homologación voluntaria de los estudios eclesiásticos en el ámbito civil) no son sino expresiones de su vacuidad teocrática.
“¿Por qué nomás al Presidente...?”
¿En qué momento se evidenció el autismo declarativo del gobierno de Fox? Tal vez a principios de 2003, cuando al preguntársele a Fox sobre la toma violenta de las instalaciones del canal 40, emite su certificado de excepcionalidad: “¿Y yo por qué?”, es decir, “la coyuntural no me corresponde, lo mío es inaugurar congresos y edificios, sonreírle a la niñez y la juventud, exhibir el conocimiento (alterado) del refranero popular (ranchero), ir a misa los domingos que es un día de la semana y recibir a los cardenales en esta su humilde casa... Eso me toca, lo otro no es función de la Presidencia, o me hubieran avisado un día antes de mi toma de posesión o antes de la campaña o antes de lo que sigue”.
El 8 de febrero –y recurro al trabajo de Arturo Cano, su selección de las declaraciones políticas de 2003, en Masiosare de La Jornada– Fox se explica: “¿Y yo por qué? ¿Por qué sólo el Presidente es al que se le pide, se le exige que saque el país adelante? ¿Qué no somos cien millones de mexicanos y mexicanas?”. Y claro que a todos se les paga el sueldo y se les otorgan los mismos privilegios que al Presidente.
“Nada de lo que pienso lo digo. O lo digo o lo pienso”
Para gobernantes y partidos políticos dialogar con la comunidad es una tarea innecesaria. En el caso del PAN y del gobierno de Fox (nunca lo mismo, jamás lo opuesto), el intercambio con la nación se da a través de promesas (Fox), de regaños (Fox y el PAN) y de intento de prohibiciones. Y de joyas verbales. Ejemplos: de 2003: Francisco Gil Díaz, secretario de Hacienda y Presidente Alterno de la República, generaliza: “(Los mexicanos) a veces no nos damos cuenta del tesoro que tenemos” (8 de junio); el secretario del Trabajo, Carlos Abascal le recomienda a los desempleados: “No desesperarse y ser útiles” (23 de julio), el secretario de Economía Fernando Canales Clariond explica el desempleo y tonifica espiritualmente a los que lo padecen o, quién quita, lo gozan: “Que a nadie nos dé pena. Esto sucede hasta en las mejores familias. Tengan ustedes confianza en ustedes mismos y en su gobierno” (15 de agosto), y el secretario de Agricultura, Javier Usabiaga, se extasía ante su propuesta: “Los campesinos pueden y deben convertirse en empresarios” (21 de agosto). Y continúa: “Tengo un gran compromiso con el campo; me levanto a las cinco de la mañana y me acuesto a las doce de la noche pensando en ello. Que la historia me juzgue”. Ya de antemano se puede inferir que la Historia lo calificará de madrugador, insomne y repetitivo, aunque levemente distinto a Fidel Castro.
El humor involuntario está muy bien distribuido: al hablar, al referirse de la inclusión de panistas en el Gabinete presidencial, el líder del PAN, Luis Felipe Bravo Mena, sentencia: “El vínculo entre Fox y el PAN nunca ha estado enfermito” (3 de septiembre); al dirigirse a un grupo de niños, el gobernador panista de Aguascalientes los amedrenta: “Si no estudian van a acabar de gobernadores”; al descalificar a la prensa, el gobernador de Querétaro rehace su psique: “No me duele que me digan tonto, los Medios dan lástima” (22 de septiembre), y el inventor de la imagen (la que tenga) del Presidente, el coordinador Francisco Ortiz, explica el retiro de los anuncios foxistas en tiempos electorales: “Somos demócratas, pero no babosos” (4 de junio).
Calificar lo anterior de actos de cinismo es un error evidente. El cinismo es el último lejano vínculo de los priistas con su capacidad de raciocinio (en privado, nadie les aventajaba en la risa ante sus propias declaraciones y proclamas); en cambio, el cinismo no le hace la menor gracia a la derecha, lo suyo más bien es la hipocresía y la vocación de mentira. A Fox la ignorancia, esa etapa superior del neoliberalismo a la mexicana, le hace desdeñar los males menores (los gravísimos problemas de la población) en pos del Bien Mayor (la economía de Mercado). A un grupo de damnificados, Fox les tira la neta: “No quiero dejar la impresión de que el gobierno es don Rico” (27 de septiembre), eso sí, aunque mantiene el ensueño profético: “Se puede vencer al mal de la pobreza en diez o quince años si se avanza al ritmo que lo ha hecho este gobierno” (22 de junio).
Famous Last Words: “Me dedicaré a leer, a pensar,
a escribir un libro”
“75 por ciento de las familias de la insurgente clase media mexicana ya dispone de lavadoras y no de dos piernas sino de las metálicas”. (Donde dice insurgente tal vez debería decir emergente).
VFQ. La Jornada, 8 de diciembre de 2006.
Lectura, educación, cultura. En su campaña, en abril de 2000, en una reunión con intelectuales y artistas en el Polyforum, Fox incursiona en la sinceridad climatológica: “Ustedes se formaron leyendo libros; yo en cambio, me formé viendo las nubes” (Citar a Fox al pie de la letra es condenarlo, a él habría que darle siempre el beneficio de la amnesia).
Lectura y felicidad. Al encontrarse con una campesina de Querétaro, Fox lanza otro de sus apotegmas instantáneos, el aviso de su Sermón del Monte, algo así como “Bienaventurados los que no leen porque de ellos será el reino de las intuiciones”:
–Jalando bien ¿verdad? ¿Ustedes leen el periódico?
–Yo no sé leer, pero lo veo en la televisión.
–¡Mejor! Va usted a vivir más contenta (11 de febrero).
O recién pasó un meteorito o es tal la necesidad de hablar con freno o sin él que en el camino hay frases y palabras que se independizan: “Hay que enfrentarnos a los problemas de México con la mirada abierta”. ¿Cómo será la mirada cerrada? Otro ejemplo: “Desde aquí le mando mi pésame a los familiares de los deudos”. A los deudos no les manda nada porque han de seguir llorando, se supone.
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Una cosa por otra, siempre una cosa por otra. Fox miente, siembra contrasentidos, se contradice, improvisa para frustrar el apego a la lógica, pero, y la pregunta es relevante, ¿importa esto en demasía? En la era de las imágenes, ¿cuál es el valor de las palabras? Si se hace un resumen del pensamiento de Fox (la ideología sin textos, sólo poblada de erratas), y se examinan algunas de las decenas o los cientos de miles de frases y palabras vertidas, ninguna arma un discurso que se recuerde, o un apotegma valiosito, o nada que no sea una voz de alerta para el sentido del humor ajeno.
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¿Incurren en el academismo tardío los que demanden del Poder Ejecutivo un esfuerzo cultural propio de la imagen deseable del titular del Poder Ejecutivo? Se ha citado en demasía otro desliz: al inaugurar el Segundo Congreso de la Lengua en Salamanca, España, el presidente Fox menciona a “José Luis Borgues”, y de inmediato recibe los chistes y las condenas culturales de los medios informativos y población adjunta. En el programa radiofónico que mantenía los sábados, don Vicente se disculpa: “Me han criticado mucho en todas partes porque me equivoqué y hablé de José Luis Borgues, pero cualquiera puede tener un lapsus bilingüe” (En página Web de la Presidencia de la República). A ver, ¿quién lo derrota?
“Si no nos pueden quitar nos deben homenajear”
A Fox el poder lo transtorna no porque lo haga sentirse superior sino porque le concede oyentes, la especie a la que no tiene acceso un ranchero de luxe o un gerente de Coca-Cola. Allí está el público que apreciará el saber sencillo, el refranero que emerge en las notas que le escriben y que jamás lee del todo, y los refranes que le inventan para que al repetirlos experimente la aureola de lo irrefutable. Lo dice varias veces: “Dios inventó el tiempo y Fox la prisa”, y con el refrán obviamente, quiere exceptuar a la prisa del mundo de lo temporal y situarla en el de las promesas que al ser enunciadas se cumplen en el acto. Él podría decir: “Dios inventó la realidad y Fox la dejó morir porque le pareció incompleta”.
El público que es el pueblo o la gente o a la mejor la ciudadanía ve en Fox, sin estas palabras, al vengador, al hombre que mezcla con mayor eficacia la incomprensión y el enredo verbal. Y algunos –ésos que nadie conoce pero que deben existir– le festejan el romance con Marta Sahagún, la cima del sexenio, amorosa, el matrimonio, la búsqueda del favor eclesiástico, la relación con su vocera o jefe de Medios, Marta Sahagún pasa a ser el mayor elemento de afirmación psíquica, la roca Torpeza donde ensaya su fortaleza: “Quienes quisieron ver caer a la pareja presidencial van a beber una sopa de su propio chocolate” (8 de marzo de 2003). No se detiene ante la censura: “Somos una pareja que compartimos discusiones” (15 de marzo de 2003). Y Fox se las arregla para insinuar su reelección, esta vez como Poder Ejecutivo Consorte: “Marta Sahagún, ¿candidata? No estaría mal, ¿verdad?” (6 de septiembre).
“Me saludó como si me conociera, y yo lo saludé
como si lo admirara”
“Hinquemos las espuelas a este hermano caballo que es nuestro querido México”.
VFQ. La Jornada, 20 de abril de 2006.
Tanto va el presidencialismo al agua... Las fallas estrepitosas no nada más perjudican la fama inmarcesible de los Presidentes, también se acumulan peligrosamente. Y en un momento dado, los errores y los incumplimientos forman una corriente indetenible. Aquí la gran contribución, la mayor de todas porque aclara las de sus antecesores, es la de don Vicente Fox, que pulveriza las defensas del presidencialismo conocido, esta vez libre por falta literal de méritos. Fox es en sí mismo una síntesis de la verdad última del presidencialismo, tal vez no la más persuasiva pero sí, a pesar suyo, la más devastadora. Los años de Fox iluminan el juicio retroactivo de los sexenios. De nuevo, las resonancias del cuento de Andersen. El niño exclama: “El emperador no lleva traje”, y todos admiten de golpe su voluntad de autoengaño. Del mismo modo, Fox proclama sus dotes de estadista, y cada quien, de acuerdo a su edad y experiencia de la Historia, revisa sin piedad sus críticas al presidencialismo, la cadena de la que Fox es el último eslabón. “Así que la retórica del presidente Alemán era de una cursilería portentosa / Así que el licenciado López Mateos tenía fama de buen orador porque nadie atendía sus palabras / Así que el presidente Díaz Ordaz salvó a la patria ocultándola en una fosa común / Así que el licenciado Luis Echeverría tuvo breve fama de progresista porque nadie conseguía descifrar sus discursos...”.
Es muy severo el golpe de Fox a sus ancestros en la Silla Presidencial. Un gobernante ilumina o margina a los anteriores, y, con lo voluntariamente involuntario del caso, Fox alienta el examen despiadado de los mecanismos del poder. El presidencialismo —el ectoplasma de ilusiones que quiere hacer las veces de institución del pasmo y la confianza de los gobernados— se extingue porque los interesados (los pocos que fueron, los muchos que siguen siendo) aplican a los mandatarios de ayer la crítica suscitada por Fox. Y la desconfianza radical reemplaza al acatamiento del autoritarismo pero da igual, la impunidad verbal es un rasgo definitorio de poder.
Hace unos días, entrevistado por la agencia EFE dije que Vicente Fox había sido el peor Presidente de la historia de México. Al oírme me parecí muy contundente y requerido de matices. Quizás debí decir: “Vicente Fox es el peor Presidente de su sexenio”, o “Vicente Fox es uno de los cincuenta peores Presidentes”. Desde luego, él no compite en promoción del caos con Antonio López de Santa Anna, ni en represión con Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Carlos Salinas de Gortari, ni en privatización del país con Miguel Alemán Valdés, ni en instigación de la guerra sucia con Luis Echeverría. Sin embargo, entiendo mi voto para el “Libro Guinness de los desastres” por varias razones:
Por la complejidad y la demografía de México, el peor Presidente es siempre el que está en el mando. Desde 1940, todos suelen ser ineptos y todos han alentado de un modo u otro la corrupción, pero también al incrementarse en demasía los problemas, cada gobernante que cree dejarlos igual los empeora. Esta es la “cadena infinita del ser”.
Fox alentó el desempleo (sí, ya sé, no él sino la administración de la que él se enteraba a ratos), vio cómo el sector informal de la economía se volvía una fuerza poderosa, no se inmutó ante el crecimiento insignificante del PIB.
Fox no se enteró de lo obvio: la nación formalmente a su cargo tiene historia, geografía, vida política, problemas acrecentados, cambios de mentalidad. Él a lo suyo: pelearse con la realidad, viajar porque “así saluda a otros paisajes” (en su perspectiva) lo reanimaba, dejar que los medos electrónicos lo desplazaran sin que eso se traduzca en democratización, ver en la pobreza y en la miseria elementos pintorescos, carecer de proyecto y de idea de nación... ¿Para qué sigo?
“No oigo, no oigo,/ soy de palo,/ soy el Presi y me resbalo”
Foxilandia. El término cundió por la decepción, el desencanto, la risa forzada, la incredulidad ante tamaño Presidente. Fox llega con una popularidad incontenible, la desgasta con rapidez y se dedica con sistema, con furia, con la tozudez del que no entiende que no le hagan caso. Se le concede buena fe y eso, exactamente, es lo que nunca demuestra (ver el episodio del desafuero de López Obrador); se le reconoce carisma (y de eso carece detalladamente); se le aprecia por su sencillez y los que tienen derecho al punto de vista (los empresarios) reconocen en privado que se trata de prepotencia desfachatada; se encomia su modestia y a diario se ensalza con la autenticidad de su comercial y sus colaboradores se entregan al equivalente de danzas litúrgicas: “No le conviene a nadie pegarle a Fox... Es como si tú eres cristiano y yo insulto a Dios” (17 de junio de 2001).
El rating, el vicio del rating lo domina. Y la lista de empresas y promesas abruma: reuniones de Auto-Ayuda en la residencia presidencial de Los Pinos, legión de Head Hunters, cinco coordinadores del equipo de transición, el ir y venir de las declaraciones que al no llegar a ningún lado se le devolvían a su dueño, la llegada de la burocracia financiera al gabinete, y la promesa cumplida a medias: “Un gobierno de empresarios para empresarios”. Para empresarios sí, de empresarios francamente no, a menos que este gremio se distinga por la ineficacia y el derroche.
Cuánto cupo en el sexenio de Fox sin que nadie lo acomodara: el patrocinio de los changarros (fracaso); las agresiones convertidas al instante en mercadotecnia de sus adversarios; reforma fiscal (fracasa); Atenco (desastres); la política exterior (Zona Cero); noción de la historia de México o para el caso de cualquier lugar del mundo (nulo); política exterior (seis años perdidos y retroceso garantizado); Gabinetazo (oportunidad inmejorable del chiste fácil); lucha contra la desigualdad no emprendida ni comprendida; Chiapas (desastre)...
Y la economía, oh dioses.
(NO INTERPRETEN SU SILENCIO COMO EL REPOSO DE LAS IDEAS)
La campaña electoral: 1999
En mi gobierno habrá libertad y moralidad como nunca antes se ha visto en la historia de México.
VFQ. 2000
El vocabulario del Génesis a la Nueva Infancia
En el jardín del Edén muy probablemente las palabras escaseaban y servían para designar plantas, ángeles desarmados, ofidios multilingües, frutas, hojas de parra y sentimientos de rubor ante la inminencia de los espejos, ésos que delatan –en el caso de los desnudos de cuerpo entero– la ausencia de años-gimnasio y la ignorancia de la celulitis. El gran vocabulario del mundo vino después, ya expulsada del Paraíso la Pareja exhibicionista, cuando se necesitó nombrar lo que el pecado diseminaba y el avance de la ciencia exigía. Y luego –me apresuro porque éste es un prólogo– vino el siglo XXI, y con tal de fomentar el entendimiento se puso a editar el vocabulario. Y en ese momento los de la clase política (o que dice serlo) descubrieron que el ahorro verbal les permitía hablar para siempre.
“Mexicanos, votad presurosos”
En León, Guanajuato, el 10 de septiembre de 1999, al fin de un mitin, la hija de Vicente Fox le entrega un estandarte de la Virgen de Guadalupe, y éste sonríe y grita: “¡Muera el mal gobierno!”. Y asegura: “La Virgen me acompañará en la campaña”.
La respuesta no es muy favorable. La Secretaría de Gobernación lo reconviene, y la Iglesia católica observa sus distancias. Según Norberto Rivera, arzobispo primado, “la imagen no puede ser utilizada por nadie con fines políticos, pues ella es lo único que une a los mexicanos”. Luego, el 13 de septiembre, el arzobispo primado rectifica y comunica: “La Iglesia no condena a Fox”, e indica: “En algunos medios de información se utilizaron de manera parcial nuestras declaraciones de que la imagen guadalupana no puede usarse con fines partidistas. La Iglesia no puede prohibir a ninguno de sus hijos la manifestación pública y la expresión respetuosa y reverente, incluso en público, de su fe. La Iglesia pide a los políticos católicos no sólo manifestarse públicamente como tales, sino, sobre todo, vivir y actuar en la política de acuerdo con los principios del Evangelio”.
El cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval, se pronuncia más bien a favor:
Es muy su gusto (el uso del estandarte)... Ya sé que está prohibido por las leyes, pero habrá que cuestionar si esas leyes son justas, si están correctas o son una imposición que no va con el sentir del pueblo; pregúntenle al pueblo a ver que siente.
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En un primer momento, Fox se enterca:
Llevaré el estandarte de la Virgen de Guadalupe para sacar este reto adelante. Nadie lo puede criticar. La Virgen no es propiedad de nadie, es de todos los mexicanos... Además, la imagen me la dieron mis hijos.
Fox se jacta en su respuesta a Gobernación: “¡Me hacen los mandados!” (El coloquialismo como machismo). El 13 de septiembre él le hace los mandados al gobierno: “El estandarte de la Virgen de Guadalupe no será utilizado de manera partidista y muchos menos como un estandarte de campaña”. El diario La Prensa sintetiza a ocho columnas: “A’í muere con la Virgen”. Al día siguiente, Fox descubre que ya no la abandonará: a fin de cuentas da igual si uno ratifica o si uno rectifica; la imagen de ranchero se queda, lo que diga se disipa. Y se sigue de largo: “Me gusto tanto hostigar al PRI que creo que voy a salir con el estandarte de la Virgen. Los priistas se pusieron a vociferar, perdieron la cordura y no vale la pena ni contestarles, pero lo que sí van a lograr es que si siguen poniéndome piedritas en el camino, les vuelvo a sacar el estandarte”. A temblar, herejes. A reír, publicistas.
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Fox habla con un reportero:
–Y si le quisieran imponer algún tipo de sanción (por lo del estandarte), como pide el PRI, ¿cuál sería?
–Me quito la camisa y que me den de latigazos. ¡Que ese sea el castigo! ¡Ja, ja, ja, ja! El asunto ya está superado. La Virgen de Guadalupe está aquí, en mi pecho, en mi mente, y la portaré con mucha gallardía como la mayoría de los mexicanos. El IFE no puede prohibirme nada, porque cuando yo porto el estandarte soy el ciudadano común y corriente. ¿Tú no traís aí tu estandarte, tu estampita de la Virgen de Guadalupe?
–No señor, yo no traigo –contestó el reportero.
–¡Ah, bueno, pues yo sí lo traigo! ¡Todo el tiempo lo traigo! ¡Y nadie me puede prohibir eso! El símbolo de la Virgen de Guadalupe no sólo es religioso; es un símbolo nacional y además es un personaje, es una virgen de todos los mexicanos. Entonces ¡que no te asusten con el petate del muerto! (La Jornada, 15 de septiembre de 1999.)
En esta etapa, Fox, en medio de su combate con la expresión, todavía tiene el propósito de decir algo, lo que sea. Después, pierde el interés, ya dice lo que a él le suena bien, el torrente del palabrerío que alienta la reflexión que no tendrá lugar.
El decálogo de Vicente Fox
7 de mayo de 2000
El 7 de mayo de 2000 Fox difunde sus ofrecimientos a las iglesias (a todas con la condición de que todas sean católicas). Al principio de su carta, Fox es un creyente absoluto: “Dios omnipotente reina.
Y al final lanza sus diez compromisos. Allí Fox, el heredero autoproclamado de los cristeros, la emprende con lo que ha llamado “esa tontería”, el Estado laico. Estos son los ofrecimientos:
1. Promover el respeto a la vida desde la concepción, es decir, suprimir las tres causales de aborto presentes en la mayoría de las constituciones de los estados: por violación, por riesgo de muerte de la embarazada, por riesgo de enfermedades. Luego se echará para atrás y su éxito será muy a medias.
2. Apoyar la unidad familiar, al ser la familia “un recurso estratégico “de la nación”. Un fracaso total. Fox ni siquiera se preocupa en apoyar desde el Estado a la familia fuera de instituciones como el DIF y el sistema de guarderías, y la Célula Básica jamás se transforma en “recurso estratégico”
3. Respetar el derecho de los padres a decidir la educación de sus hijos. Fracasa a fondo, y la Iglesia católica le cede la estafeta a Calderón. En ambos casos, con un lenguaje de maña y ocultamiento se promete la educación religiosa en las escuelas públicas, y no se informa de cómo se divulga la voluntad de la gran mayoría de los progenitores. ¿Quién los encuesta, cómo, con qué método? ¿Qué es, además de un membrete agónico, la Unión Nacional de Padres de Familia? ¿Y que impartirá el Estado: catecismo o Historia de la religión? ¿Con cuántos maestros laicos de historia de la religión? ¿Serán suficientes los curas en el país para todas las primarias, secundarias, preparatorias y universidades públicas? ¿Deberán comulgar los estudiantes antes de entrar a clases? ¿Los maestros deberán hacer profesión de fe?
4. “Promoveré el libre acceso para la asistencia espiritual y religiosa en los centros de salud, penitenciarios y asistenciales, como los orfelinatos y los asilos para ancianos”. Esto ya existía. Tal vez lo que quiso decir –este articulista adopta el papel de vocero– es la obligación de enfermos, presos, niños y viejos de ir diario a misa.
5. Afirma: “Responderé al interés manifestado por las iglesias para promover un amplio espacio de libertad religiosa a partir del artículo 24 constitucional”. Ya hay una muy vasta libertad de acción y de palabra al servicio de la Iglesia católica. ¿Por qué no se tiene el valor o la sinceridad de aceptar el mensaje?
6. “Promoveré que se eliminen las contradicciones entre los artículos 24 y 130 de la Constitución, reformando el 130 en la parte que restringe la libertad religiosa, que proclama el artículo 24”. Derrumbadero.
7. “Abriré el acceso a los medios de comunicación a las iglesias, para que éstas puedan difundir sus principios y actividades. Lo que se logra no depende de su gobierno.
Los otros tres puntos de Fox (exención de impuestos a las iglesias, fin de la discrecionalidad en la internación y permanencia en México de los ministros de culto, homologación voluntaria de los estudios eclesiásticos en el ámbito civil) no son sino expresiones de su vacuidad teocrática.
“¿Por qué nomás al Presidente...?”
¿En qué momento se evidenció el autismo declarativo del gobierno de Fox? Tal vez a principios de 2003, cuando al preguntársele a Fox sobre la toma violenta de las instalaciones del canal 40, emite su certificado de excepcionalidad: “¿Y yo por qué?”, es decir, “la coyuntural no me corresponde, lo mío es inaugurar congresos y edificios, sonreírle a la niñez y la juventud, exhibir el conocimiento (alterado) del refranero popular (ranchero), ir a misa los domingos que es un día de la semana y recibir a los cardenales en esta su humilde casa... Eso me toca, lo otro no es función de la Presidencia, o me hubieran avisado un día antes de mi toma de posesión o antes de la campaña o antes de lo que sigue”.
El 8 de febrero –y recurro al trabajo de Arturo Cano, su selección de las declaraciones políticas de 2003, en Masiosare de La Jornada– Fox se explica: “¿Y yo por qué? ¿Por qué sólo el Presidente es al que se le pide, se le exige que saque el país adelante? ¿Qué no somos cien millones de mexicanos y mexicanas?”. Y claro que a todos se les paga el sueldo y se les otorgan los mismos privilegios que al Presidente.
“Nada de lo que pienso lo digo. O lo digo o lo pienso”
Para gobernantes y partidos políticos dialogar con la comunidad es una tarea innecesaria. En el caso del PAN y del gobierno de Fox (nunca lo mismo, jamás lo opuesto), el intercambio con la nación se da a través de promesas (Fox), de regaños (Fox y el PAN) y de intento de prohibiciones. Y de joyas verbales. Ejemplos: de 2003: Francisco Gil Díaz, secretario de Hacienda y Presidente Alterno de la República, generaliza: “(Los mexicanos) a veces no nos damos cuenta del tesoro que tenemos” (8 de junio); el secretario del Trabajo, Carlos Abascal le recomienda a los desempleados: “No desesperarse y ser útiles” (23 de julio), el secretario de Economía Fernando Canales Clariond explica el desempleo y tonifica espiritualmente a los que lo padecen o, quién quita, lo gozan: “Que a nadie nos dé pena. Esto sucede hasta en las mejores familias. Tengan ustedes confianza en ustedes mismos y en su gobierno” (15 de agosto), y el secretario de Agricultura, Javier Usabiaga, se extasía ante su propuesta: “Los campesinos pueden y deben convertirse en empresarios” (21 de agosto). Y continúa: “Tengo un gran compromiso con el campo; me levanto a las cinco de la mañana y me acuesto a las doce de la noche pensando en ello. Que la historia me juzgue”. Ya de antemano se puede inferir que la Historia lo calificará de madrugador, insomne y repetitivo, aunque levemente distinto a Fidel Castro.
El humor involuntario está muy bien distribuido: al hablar, al referirse de la inclusión de panistas en el Gabinete presidencial, el líder del PAN, Luis Felipe Bravo Mena, sentencia: “El vínculo entre Fox y el PAN nunca ha estado enfermito” (3 de septiembre); al dirigirse a un grupo de niños, el gobernador panista de Aguascalientes los amedrenta: “Si no estudian van a acabar de gobernadores”; al descalificar a la prensa, el gobernador de Querétaro rehace su psique: “No me duele que me digan tonto, los Medios dan lástima” (22 de septiembre), y el inventor de la imagen (la que tenga) del Presidente, el coordinador Francisco Ortiz, explica el retiro de los anuncios foxistas en tiempos electorales: “Somos demócratas, pero no babosos” (4 de junio).
Calificar lo anterior de actos de cinismo es un error evidente. El cinismo es el último lejano vínculo de los priistas con su capacidad de raciocinio (en privado, nadie les aventajaba en la risa ante sus propias declaraciones y proclamas); en cambio, el cinismo no le hace la menor gracia a la derecha, lo suyo más bien es la hipocresía y la vocación de mentira. A Fox la ignorancia, esa etapa superior del neoliberalismo a la mexicana, le hace desdeñar los males menores (los gravísimos problemas de la población) en pos del Bien Mayor (la economía de Mercado). A un grupo de damnificados, Fox les tira la neta: “No quiero dejar la impresión de que el gobierno es don Rico” (27 de septiembre), eso sí, aunque mantiene el ensueño profético: “Se puede vencer al mal de la pobreza en diez o quince años si se avanza al ritmo que lo ha hecho este gobierno” (22 de junio).
Famous Last Words: “Me dedicaré a leer, a pensar,
a escribir un libro”
“75 por ciento de las familias de la insurgente clase media mexicana ya dispone de lavadoras y no de dos piernas sino de las metálicas”. (Donde dice insurgente tal vez debería decir emergente).
VFQ. La Jornada, 8 de diciembre de 2006.
Lectura, educación, cultura. En su campaña, en abril de 2000, en una reunión con intelectuales y artistas en el Polyforum, Fox incursiona en la sinceridad climatológica: “Ustedes se formaron leyendo libros; yo en cambio, me formé viendo las nubes” (Citar a Fox al pie de la letra es condenarlo, a él habría que darle siempre el beneficio de la amnesia).
Lectura y felicidad. Al encontrarse con una campesina de Querétaro, Fox lanza otro de sus apotegmas instantáneos, el aviso de su Sermón del Monte, algo así como “Bienaventurados los que no leen porque de ellos será el reino de las intuiciones”:
–Jalando bien ¿verdad? ¿Ustedes leen el periódico?
–Yo no sé leer, pero lo veo en la televisión.
–¡Mejor! Va usted a vivir más contenta (11 de febrero).
O recién pasó un meteorito o es tal la necesidad de hablar con freno o sin él que en el camino hay frases y palabras que se independizan: “Hay que enfrentarnos a los problemas de México con la mirada abierta”. ¿Cómo será la mirada cerrada? Otro ejemplo: “Desde aquí le mando mi pésame a los familiares de los deudos”. A los deudos no les manda nada porque han de seguir llorando, se supone.
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Una cosa por otra, siempre una cosa por otra. Fox miente, siembra contrasentidos, se contradice, improvisa para frustrar el apego a la lógica, pero, y la pregunta es relevante, ¿importa esto en demasía? En la era de las imágenes, ¿cuál es el valor de las palabras? Si se hace un resumen del pensamiento de Fox (la ideología sin textos, sólo poblada de erratas), y se examinan algunas de las decenas o los cientos de miles de frases y palabras vertidas, ninguna arma un discurso que se recuerde, o un apotegma valiosito, o nada que no sea una voz de alerta para el sentido del humor ajeno.
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¿Incurren en el academismo tardío los que demanden del Poder Ejecutivo un esfuerzo cultural propio de la imagen deseable del titular del Poder Ejecutivo? Se ha citado en demasía otro desliz: al inaugurar el Segundo Congreso de la Lengua en Salamanca, España, el presidente Fox menciona a “José Luis Borgues”, y de inmediato recibe los chistes y las condenas culturales de los medios informativos y población adjunta. En el programa radiofónico que mantenía los sábados, don Vicente se disculpa: “Me han criticado mucho en todas partes porque me equivoqué y hablé de José Luis Borgues, pero cualquiera puede tener un lapsus bilingüe” (En página Web de la Presidencia de la República). A ver, ¿quién lo derrota?
“Si no nos pueden quitar nos deben homenajear”
A Fox el poder lo transtorna no porque lo haga sentirse superior sino porque le concede oyentes, la especie a la que no tiene acceso un ranchero de luxe o un gerente de Coca-Cola. Allí está el público que apreciará el saber sencillo, el refranero que emerge en las notas que le escriben y que jamás lee del todo, y los refranes que le inventan para que al repetirlos experimente la aureola de lo irrefutable. Lo dice varias veces: “Dios inventó el tiempo y Fox la prisa”, y con el refrán obviamente, quiere exceptuar a la prisa del mundo de lo temporal y situarla en el de las promesas que al ser enunciadas se cumplen en el acto. Él podría decir: “Dios inventó la realidad y Fox la dejó morir porque le pareció incompleta”.
El público que es el pueblo o la gente o a la mejor la ciudadanía ve en Fox, sin estas palabras, al vengador, al hombre que mezcla con mayor eficacia la incomprensión y el enredo verbal. Y algunos –ésos que nadie conoce pero que deben existir– le festejan el romance con Marta Sahagún, la cima del sexenio, amorosa, el matrimonio, la búsqueda del favor eclesiástico, la relación con su vocera o jefe de Medios, Marta Sahagún pasa a ser el mayor elemento de afirmación psíquica, la roca Torpeza donde ensaya su fortaleza: “Quienes quisieron ver caer a la pareja presidencial van a beber una sopa de su propio chocolate” (8 de marzo de 2003). No se detiene ante la censura: “Somos una pareja que compartimos discusiones” (15 de marzo de 2003). Y Fox se las arregla para insinuar su reelección, esta vez como Poder Ejecutivo Consorte: “Marta Sahagún, ¿candidata? No estaría mal, ¿verdad?” (6 de septiembre).
“Me saludó como si me conociera, y yo lo saludé
como si lo admirara”
“Hinquemos las espuelas a este hermano caballo que es nuestro querido México”.
VFQ. La Jornada, 20 de abril de 2006.
Tanto va el presidencialismo al agua... Las fallas estrepitosas no nada más perjudican la fama inmarcesible de los Presidentes, también se acumulan peligrosamente. Y en un momento dado, los errores y los incumplimientos forman una corriente indetenible. Aquí la gran contribución, la mayor de todas porque aclara las de sus antecesores, es la de don Vicente Fox, que pulveriza las defensas del presidencialismo conocido, esta vez libre por falta literal de méritos. Fox es en sí mismo una síntesis de la verdad última del presidencialismo, tal vez no la más persuasiva pero sí, a pesar suyo, la más devastadora. Los años de Fox iluminan el juicio retroactivo de los sexenios. De nuevo, las resonancias del cuento de Andersen. El niño exclama: “El emperador no lleva traje”, y todos admiten de golpe su voluntad de autoengaño. Del mismo modo, Fox proclama sus dotes de estadista, y cada quien, de acuerdo a su edad y experiencia de la Historia, revisa sin piedad sus críticas al presidencialismo, la cadena de la que Fox es el último eslabón. “Así que la retórica del presidente Alemán era de una cursilería portentosa / Así que el licenciado López Mateos tenía fama de buen orador porque nadie atendía sus palabras / Así que el presidente Díaz Ordaz salvó a la patria ocultándola en una fosa común / Así que el licenciado Luis Echeverría tuvo breve fama de progresista porque nadie conseguía descifrar sus discursos...”.
Es muy severo el golpe de Fox a sus ancestros en la Silla Presidencial. Un gobernante ilumina o margina a los anteriores, y, con lo voluntariamente involuntario del caso, Fox alienta el examen despiadado de los mecanismos del poder. El presidencialismo —el ectoplasma de ilusiones que quiere hacer las veces de institución del pasmo y la confianza de los gobernados— se extingue porque los interesados (los pocos que fueron, los muchos que siguen siendo) aplican a los mandatarios de ayer la crítica suscitada por Fox. Y la desconfianza radical reemplaza al acatamiento del autoritarismo pero da igual, la impunidad verbal es un rasgo definitorio de poder.
Hace unos días, entrevistado por la agencia EFE dije que Vicente Fox había sido el peor Presidente de la historia de México. Al oírme me parecí muy contundente y requerido de matices. Quizás debí decir: “Vicente Fox es el peor Presidente de su sexenio”, o “Vicente Fox es uno de los cincuenta peores Presidentes”. Desde luego, él no compite en promoción del caos con Antonio López de Santa Anna, ni en represión con Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Carlos Salinas de Gortari, ni en privatización del país con Miguel Alemán Valdés, ni en instigación de la guerra sucia con Luis Echeverría. Sin embargo, entiendo mi voto para el “Libro Guinness de los desastres” por varias razones:
Por la complejidad y la demografía de México, el peor Presidente es siempre el que está en el mando. Desde 1940, todos suelen ser ineptos y todos han alentado de un modo u otro la corrupción, pero también al incrementarse en demasía los problemas, cada gobernante que cree dejarlos igual los empeora. Esta es la “cadena infinita del ser”.
Fox alentó el desempleo (sí, ya sé, no él sino la administración de la que él se enteraba a ratos), vio cómo el sector informal de la economía se volvía una fuerza poderosa, no se inmutó ante el crecimiento insignificante del PIB.
Fox no se enteró de lo obvio: la nación formalmente a su cargo tiene historia, geografía, vida política, problemas acrecentados, cambios de mentalidad. Él a lo suyo: pelearse con la realidad, viajar porque “así saluda a otros paisajes” (en su perspectiva) lo reanimaba, dejar que los medos electrónicos lo desplazaran sin que eso se traduzca en democratización, ver en la pobreza y en la miseria elementos pintorescos, carecer de proyecto y de idea de nación... ¿Para qué sigo?
“No oigo, no oigo,/ soy de palo,/ soy el Presi y me resbalo”
Foxilandia. El término cundió por la decepción, el desencanto, la risa forzada, la incredulidad ante tamaño Presidente. Fox llega con una popularidad incontenible, la desgasta con rapidez y se dedica con sistema, con furia, con la tozudez del que no entiende que no le hagan caso. Se le concede buena fe y eso, exactamente, es lo que nunca demuestra (ver el episodio del desafuero de López Obrador); se le reconoce carisma (y de eso carece detalladamente); se le aprecia por su sencillez y los que tienen derecho al punto de vista (los empresarios) reconocen en privado que se trata de prepotencia desfachatada; se encomia su modestia y a diario se ensalza con la autenticidad de su comercial y sus colaboradores se entregan al equivalente de danzas litúrgicas: “No le conviene a nadie pegarle a Fox... Es como si tú eres cristiano y yo insulto a Dios” (17 de junio de 2001).
El rating, el vicio del rating lo domina. Y la lista de empresas y promesas abruma: reuniones de Auto-Ayuda en la residencia presidencial de Los Pinos, legión de Head Hunters, cinco coordinadores del equipo de transición, el ir y venir de las declaraciones que al no llegar a ningún lado se le devolvían a su dueño, la llegada de la burocracia financiera al gabinete, y la promesa cumplida a medias: “Un gobierno de empresarios para empresarios”. Para empresarios sí, de empresarios francamente no, a menos que este gremio se distinga por la ineficacia y el derroche.
Cuánto cupo en el sexenio de Fox sin que nadie lo acomodara: el patrocinio de los changarros (fracaso); las agresiones convertidas al instante en mercadotecnia de sus adversarios; reforma fiscal (fracasa); Atenco (desastres); la política exterior (Zona Cero); noción de la historia de México o para el caso de cualquier lugar del mundo (nulo); política exterior (seis años perdidos y retroceso garantizado); Gabinetazo (oportunidad inmejorable del chiste fácil); lucha contra la desigualdad no emprendida ni comprendida; Chiapas (desastre)...
Y la economía, oh dioses.
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