Carlos Fuentes
En el año 2000, al celebrarse la primera reunión del Foro Iberoamérica aquí mismo, en la capital mexicana, nos propusimos abrir un espacio de diálogo entre tres estamentos iberoamericanos que rara vez se encuentran al mismo tiempo.
Hay reuniones de empresarios con políticos y de políticos con intelectuales. Hay, sobre todo, la simpática promiscuidad de encuentros de empresarios con empresarios, políticos con políticos e intelectuales con intelectuales.
La novedad del Foro Iberoamérica ha consistido no sólo en reunir a representantes de estos tres sectores indispensables de la comunidad trasatlántica de habla castellana y portuguesa, sino en debatir y enriquecer la agenda mutante de una civilización que nos concierne a todos: la civilización emergente de la globalidad y la paradoja aparente de que, a mayor globalidad, mayor localidad.
Hemos visto, en estos seis años, que no hay globalidad que valga sin localidad que sirva. No hay mercado global sin mercado local. No hay información global sin información local. No hay relación internacional sin política nacional. Y no hay, localmente, Estado o Empresa suficientes para cubrir los territorios cada vez más amplios de la educación, el avance tecnológico, las iniciativas desde abajo, la capacidad del barrio, la pequeña empresa, la cooperativa agraria, y, más allá, de cada persona y de cada familia para identificar y diversificar con autonomía sus gustos, sus filiaciones, sus identidades múltiples.
Es por ello que el Foro Iberoamérica, a partir de su representatividad tripartita, le presta particular atención a las actividades del tercer sector -la sociedad civil- como dinámica supletoria de ausencias estatales y empresariales. Es por ello que le damos tanta relevancia al subforo de medios ya que, en una modernidad despojada de cultura trágica y amenazada de melodramatismo maniqueo, los medios de información deben ofrecer la cultura crítica sin la cual las democracias degeneran en burocracias o en plutocracias. Lamento por ello la ausencia de Jesús de Polanco, presidente del diario El País y columna central de este Foro desde sus inicios.
Quienes hablamos, pensamos y a veces hasta soñamos en español y portugués, sabemos que el Océano Atlántico no es una barrera sino un puente. Puente fluido que nos hace copartícipes, en todos los sentidos, de las oportunidades y de los problemas del mundo en el que vivimos.
La gran constelación cultural de las dos orillas es única en el mundo. Rubén Darío es un poeta español y García Lorca es un poeta nicaragüense. El brasileño Machado de Assis es inseparable del argentino Jorge Luis Borges. No sucede lo mismo en ningún otro universo lingüístico moderno, pese a Shakespeare.
La unidad cultural del mundo iberoamericano nos impone, como precio de entrada, el derecho de hablar junto con la obligación de actuar. La palabra exige la acción. Pero la acción requiere de la palabra. Ambas, palabra y acción de Iberoamérica, tienen un lugar en el gran diálogo del mundo.
No hay discurso sin nuestra voz.
Hagámoslo escuchar.
En 2000, había la impresión de que salíamos del refrigerador de la guerra fría -medio siglo de sospecha, desconfianza, muros ideológicos, amenazas nucleares y aprovechamiento de la disputa de los grandes por las tiranías de los pequeños...
Salimos para entrar a un mundo de cooperación internacional regida por normas de derecho: el nuevo orden internacional anunciado por el presidente George Bush padre, el mundo interdependiente deseado por el presidente Bill Clinton.
Lejos de ello: las oportunidades de un orden multilateral fueron negadas por el espejismo de un desorden unilateral que, fundado en los débiles cimientos del orgullo y la ignorancia, creyó que el mundo global podía ser ordenado por una sola fuerza, haciendo caso omiso de la pluralidad histórica, étnica, religiosa y cultural de las civilizaciones y de las leyes, instituciones y procedimientos ganados por la comunidad internacional para aunar civilización y derecho, con enorme esfuerzo y el sacrificio de dos cruentas guerras mundiales.
El saldo de numerosos fracasos, la emergencia previsible de nuevas potencias o grupos de naciones, las amenazas reales de terrorismos de variada estirpe, pero también la pobreza y la injusticia, nos han devuelto a la clara y dura necesidad de rescatar un orden internacional creado, en palabras de Felipe González, por todos, no por la supremacía de un solo poder. Con la convicción, en palabras de Dominique de Villepin, de que sólo el respeto a la ley le da legitimidad a la fuerza y fuerza a la legitimidad. Y con la advertencia de Bill Clinton -lo cito- de que "es una ilusión creer que podemos para siempre reclamar para nosotros lo que le negamos a los demás". El mundo de derechos y obligaciones compartidos elocuentemente descritos por Fernando Henrique Cardoso ante la Asamblea Nacional francesa.
¿Qué le damos los iberoamericanos al mundo?
Creo que nada más y nada menos de lo que somos capaces de darnos a nosotros mismos. En pocas palabras: Democracia con seguridad pública y personal. Democracia con justicia social y desarrollo equitativo. Lo que nos pide Ricardo Lagos: políticas públicas y ciudadanía activa.
Lo que entorpece nuestro camino son los escollos de la democracia con violencia. La democracia con pobreza. La democracia con impunidad. La democracia sin justicia.
Hemos alcanzado, tras el derrumbe de atroces dictaduras apuntaladas por la guerra fría, sistemas e instituciones democráticas que nos aseguran, en la mayoría de nuestros países, elecciones libres, parlamentos plurales, partidos fuertes, prensa independiente y ciudadanía participativa.
Pero todos estos logros coexisten con la mitad de nuestras poblaciones viviendo en diversos grados de la pobreza, con muchísimos latinoamericanos subsistiendo con ingresos de dos dólares diarios o menos, con millones de latinoamericanos excluidos de la vida económica, de las políticas educativas, e incluso de la participación política. Semejante exclusión, como ha advertido Enrique Iglesias, es insostenible.
Nuestras democracias, si no resuelven o por lo menos son vistas en vía de resolver estos problemas, pueden ser avasalladas por tentaciones indeseables y tradiciones subyacentes. Autoritarismos con intercambiables escudos de legitimación política, cesarismos de balcón, retórica con sabor a banana y vendajes con olor a cloroformo.
Seamos serios. Tengamos presente nuestro pasado para tener presente nuestro porvenir, la historia, nos advierte Carmen Iglesias, no es sólo un conjunto de hechos: es un horizonte de posibilidades.
No vivimos un choque de civilizaciones y aún no llegamos a una alianza de civilizaciones. Pero podemos anudar un diálogo de civilizaciones. Nuestro privilegio, nuestra personalidad iberoamericana, es indígena, africana, mulata, mestiza y, a través de Iberia, mediterránea, griega, latina, árabe, judía, cristiana y laica.
Todo ello nos convierte en el espacio privilegiado, de Yucatán a Andalucía y de Minas Gerais al Algarve, para dialogar con los demás, que nunca serán los que sobran, los de-menos, sino los que aún no abrazamos, los de-más.
Somos -podemos ser- el microcosmos de la convivencia. El espacio iberoamericano posee una enorme pluralidad cultural. A partir de ella, participemos de una globalidad crítica, aportemos al mundo nuestra diversidad para impedir los dogmas monolíticos, aportando soluciones a los grandes capítulos postergados: la globalización no sólo de valores y mercancía, sino la internacionalización del trabajo y de la protección al medio ambiente.
Revelemos, en el proceso globalizador, la riqueza de las identidades del mundo mediante la defensa de las diversidades del mundo.
No le temamos a nuestra propia fuerza.
Discurso inaugural pronunciado el 29 de noviembre en el VII Foro Iberoamérica.
En el año 2000, al celebrarse la primera reunión del Foro Iberoamérica aquí mismo, en la capital mexicana, nos propusimos abrir un espacio de diálogo entre tres estamentos iberoamericanos que rara vez se encuentran al mismo tiempo.
Hay reuniones de empresarios con políticos y de políticos con intelectuales. Hay, sobre todo, la simpática promiscuidad de encuentros de empresarios con empresarios, políticos con políticos e intelectuales con intelectuales.
La novedad del Foro Iberoamérica ha consistido no sólo en reunir a representantes de estos tres sectores indispensables de la comunidad trasatlántica de habla castellana y portuguesa, sino en debatir y enriquecer la agenda mutante de una civilización que nos concierne a todos: la civilización emergente de la globalidad y la paradoja aparente de que, a mayor globalidad, mayor localidad.
Hemos visto, en estos seis años, que no hay globalidad que valga sin localidad que sirva. No hay mercado global sin mercado local. No hay información global sin información local. No hay relación internacional sin política nacional. Y no hay, localmente, Estado o Empresa suficientes para cubrir los territorios cada vez más amplios de la educación, el avance tecnológico, las iniciativas desde abajo, la capacidad del barrio, la pequeña empresa, la cooperativa agraria, y, más allá, de cada persona y de cada familia para identificar y diversificar con autonomía sus gustos, sus filiaciones, sus identidades múltiples.
Es por ello que el Foro Iberoamérica, a partir de su representatividad tripartita, le presta particular atención a las actividades del tercer sector -la sociedad civil- como dinámica supletoria de ausencias estatales y empresariales. Es por ello que le damos tanta relevancia al subforo de medios ya que, en una modernidad despojada de cultura trágica y amenazada de melodramatismo maniqueo, los medios de información deben ofrecer la cultura crítica sin la cual las democracias degeneran en burocracias o en plutocracias. Lamento por ello la ausencia de Jesús de Polanco, presidente del diario El País y columna central de este Foro desde sus inicios.
Quienes hablamos, pensamos y a veces hasta soñamos en español y portugués, sabemos que el Océano Atlántico no es una barrera sino un puente. Puente fluido que nos hace copartícipes, en todos los sentidos, de las oportunidades y de los problemas del mundo en el que vivimos.
La gran constelación cultural de las dos orillas es única en el mundo. Rubén Darío es un poeta español y García Lorca es un poeta nicaragüense. El brasileño Machado de Assis es inseparable del argentino Jorge Luis Borges. No sucede lo mismo en ningún otro universo lingüístico moderno, pese a Shakespeare.
La unidad cultural del mundo iberoamericano nos impone, como precio de entrada, el derecho de hablar junto con la obligación de actuar. La palabra exige la acción. Pero la acción requiere de la palabra. Ambas, palabra y acción de Iberoamérica, tienen un lugar en el gran diálogo del mundo.
No hay discurso sin nuestra voz.
Hagámoslo escuchar.
En 2000, había la impresión de que salíamos del refrigerador de la guerra fría -medio siglo de sospecha, desconfianza, muros ideológicos, amenazas nucleares y aprovechamiento de la disputa de los grandes por las tiranías de los pequeños...
Salimos para entrar a un mundo de cooperación internacional regida por normas de derecho: el nuevo orden internacional anunciado por el presidente George Bush padre, el mundo interdependiente deseado por el presidente Bill Clinton.
Lejos de ello: las oportunidades de un orden multilateral fueron negadas por el espejismo de un desorden unilateral que, fundado en los débiles cimientos del orgullo y la ignorancia, creyó que el mundo global podía ser ordenado por una sola fuerza, haciendo caso omiso de la pluralidad histórica, étnica, religiosa y cultural de las civilizaciones y de las leyes, instituciones y procedimientos ganados por la comunidad internacional para aunar civilización y derecho, con enorme esfuerzo y el sacrificio de dos cruentas guerras mundiales.
El saldo de numerosos fracasos, la emergencia previsible de nuevas potencias o grupos de naciones, las amenazas reales de terrorismos de variada estirpe, pero también la pobreza y la injusticia, nos han devuelto a la clara y dura necesidad de rescatar un orden internacional creado, en palabras de Felipe González, por todos, no por la supremacía de un solo poder. Con la convicción, en palabras de Dominique de Villepin, de que sólo el respeto a la ley le da legitimidad a la fuerza y fuerza a la legitimidad. Y con la advertencia de Bill Clinton -lo cito- de que "es una ilusión creer que podemos para siempre reclamar para nosotros lo que le negamos a los demás". El mundo de derechos y obligaciones compartidos elocuentemente descritos por Fernando Henrique Cardoso ante la Asamblea Nacional francesa.
¿Qué le damos los iberoamericanos al mundo?
Creo que nada más y nada menos de lo que somos capaces de darnos a nosotros mismos. En pocas palabras: Democracia con seguridad pública y personal. Democracia con justicia social y desarrollo equitativo. Lo que nos pide Ricardo Lagos: políticas públicas y ciudadanía activa.
Lo que entorpece nuestro camino son los escollos de la democracia con violencia. La democracia con pobreza. La democracia con impunidad. La democracia sin justicia.
Hemos alcanzado, tras el derrumbe de atroces dictaduras apuntaladas por la guerra fría, sistemas e instituciones democráticas que nos aseguran, en la mayoría de nuestros países, elecciones libres, parlamentos plurales, partidos fuertes, prensa independiente y ciudadanía participativa.
Pero todos estos logros coexisten con la mitad de nuestras poblaciones viviendo en diversos grados de la pobreza, con muchísimos latinoamericanos subsistiendo con ingresos de dos dólares diarios o menos, con millones de latinoamericanos excluidos de la vida económica, de las políticas educativas, e incluso de la participación política. Semejante exclusión, como ha advertido Enrique Iglesias, es insostenible.
Nuestras democracias, si no resuelven o por lo menos son vistas en vía de resolver estos problemas, pueden ser avasalladas por tentaciones indeseables y tradiciones subyacentes. Autoritarismos con intercambiables escudos de legitimación política, cesarismos de balcón, retórica con sabor a banana y vendajes con olor a cloroformo.
Seamos serios. Tengamos presente nuestro pasado para tener presente nuestro porvenir, la historia, nos advierte Carmen Iglesias, no es sólo un conjunto de hechos: es un horizonte de posibilidades.
No vivimos un choque de civilizaciones y aún no llegamos a una alianza de civilizaciones. Pero podemos anudar un diálogo de civilizaciones. Nuestro privilegio, nuestra personalidad iberoamericana, es indígena, africana, mulata, mestiza y, a través de Iberia, mediterránea, griega, latina, árabe, judía, cristiana y laica.
Todo ello nos convierte en el espacio privilegiado, de Yucatán a Andalucía y de Minas Gerais al Algarve, para dialogar con los demás, que nunca serán los que sobran, los de-menos, sino los que aún no abrazamos, los de-más.
Somos -podemos ser- el microcosmos de la convivencia. El espacio iberoamericano posee una enorme pluralidad cultural. A partir de ella, participemos de una globalidad crítica, aportemos al mundo nuestra diversidad para impedir los dogmas monolíticos, aportando soluciones a los grandes capítulos postergados: la globalización no sólo de valores y mercancía, sino la internacionalización del trabajo y de la protección al medio ambiente.
Revelemos, en el proceso globalizador, la riqueza de las identidades del mundo mediante la defensa de las diversidades del mundo.
No le temamos a nuestra propia fuerza.
Discurso inaugural pronunciado el 29 de noviembre en el VII Foro Iberoamérica.
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