El presidente Fox, que hoy concluye su sexenio tras generar con su actitud en el proceso electoral la crispación que a todos afecta, haría bien en abstenerse, por su propia voluntad, de asistir a la ceremonia de mañana, donde su presencia no es necesaria
Vicente Fox termina hoy su sexenio con números rojos. La ocupación de la tribuna de la Cámara de Diputados por la bancada de su partido es mínima expresión de la crisis política causada por el Presidente al entrometerse en el proceso electoral. Ése es un pecado, para decirlo en términos de su cosmovisión, que nadie le perdonará nunca.
Por sí o a instancias de su esposa, que gobernó al que a menudo dejó de gobernar, Fox decidió impedir que Andrés Manuel López Obrador contendiera por la Presidencia o llegara a ella. Su mayor intento, el desafuero, culminó en fracaso admitido por el propio Fox, que tardíamente se percató de la desmesura de su pretensión y las graves consecuencias, aun en contra suya, que implicaba la exclusión del entonces principal aspirante opositor. En sus hesitaciones frecuentes, sin embargo, ya en el proceso electoral Fox volvió a fijarse como meta la derrota de López Obrador. Entró a la contienda abatiendo su propia dimensión. No sólo abandonó su papel de jefe de Estado, capaz de sobrevolar las querellas entre partidos y candidatos, sino que se constituyó en antagonista abierto del abanderado de la coalición Por el Bien de Todos. Más que impulsar a Felipe Calderón (a quien había llamado tardíamente al gabinete y después echó de él), Fox se propuso impedir que López Obrador ganara una elección en la que aparecía con altas posibilidades de alcanzar la victoria. Puso en riesgo la elección, dijo el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación en actitud timorata, porque no extrajo de ese diagnóstico la conclusión obligada. El dictamen fue, además, incorrecto. Fox no puso en riesgo la elección: la arruinó, pues día con día se muestra el carácter pírrico de la victoria de Calderón.
Se argumenta que en economía Fox deja saldos favorables. En efecto, conservó las variables macroeconómicas como lo hicieron sus antecesores, porque en esa materia Fox fue tan priista como Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, siguió sus recetas y obtuvo sus resultados. Aplicó la misma política a través de las mismas personas: el subsecretario de Ingresos de Salinas se convirtió en su secretario de Hacienda. Y propuso para un segundo periodo a Guillermo Ortiz Martínez, hecho elegir gobernador del Banco de México por Zedillo, no sólo por sus prejuicios doctrinales sino, más terrenalmente, a fin de ponerlo a salvo de eventuales juicios derivados de su papel en las diversas etapas de la privatización y el rescate bancarios.
Fox contó para su gobierno con los abultados ingresos procedentes de las exportaciones de crudo, beneficiadas por altos precios sostenidos durante largo tiempo. Pero no sembró el petróleo, es decir no aprovechó esos excedentes para transformaciones de fondo de la economía, sino que lo arrojó al gasto corriente, por lo que los mexicanos no vieron mejorar sustantivamente su situación. Al contrario, alentó un consumismo pagadero con créditos usurarios, ofrecidos por bancos que tienen sus matrices en Estados Unidos, España, Canadá y Hong Kong. Nada de ello sería extraño en el mundo globalizado, pero implica una transferencia de recursos al exterior con perjuicio para la lánguida economía mexicana.
También fue priista la política social de Fox, orientada por criterios clientelistas y de culto a la personalidad. Si se confiara en los mensajes propagados ad nauseam sobre algunos aspectos del programa Oportunidades, tendría que admitirse que Fox dispuso de una vara mágica suficiente para transformar como por ensalmo la vida de millones de personas, que vivieron una terrible época anterior a ese mandatario y una era maravillosa apenas él apareció en el escenario. El incremento súbito del precio de la leche popular muestra la dolosa manipulación del mismo para efectos electorales.
El fracaso de la política exterior se sintetiza en el muro fronterizo cuya construcción y financiamiento fueron decididos por el presidente Bush, cuya amistad quiso granjearse Fox como meta diplomática personal. Con la ilusa pretensión de establecer una relación especial entre Washington y México, concretada en un imaginario acuerdo migratorio, Fox y sus dos cancilleres subordinaron buena parte de la política exterior a ganar el favor del poderoso que desdeñó esos intentos. El número de jefes de Estado y de gobierno que acudirán mañana (independientemente de las condiciones en que ocurra el acto) a la toma de posesión del sucesor de Fox es mucho menor que el de quienes vinieron a su propia protesta. Un factor de esa disminución es la diplomacia foxista, regida por la improvisación y el capricho. Si bien un representante mexicano preside el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, no dejan de pesar los fracasos en la pretensión de Luis Ernesto Derbez de encabezar la Organización de Estados Americanos y en la dos veces fallida de Julio Frenk para dirigir la Mundial de la Salud, no obstante sus méritos personales y su antigua pertenencia a esa organización.
El presidente Fox prestaría un servicio a la República si se abstuviera de presentarse a la asunción de Calderón, mañana. La Constitución no exige su presencia y, al contrario, determina que su mandato concluye esta noche, por lo que mañana en la mañana habrá vuelto a ser un ciudadano, cuya presencia estorbaría el de suyo complicado acto con que comenzará un nuevo gobierno. No lo vamos a extrañar pero si practicara ese gesto sensato tendríamos menos motivos para deplorar su paso por la Presidencia de la República.
Cajón de Sastre
Si no hay acuerdos en el curso de hoy, la toma de la tribuna de la Cámara de Diputados volverá a ser en la madrugada del viernes, como lo fue el martes, un foco de fricciones y de enfrentamientos. La bancada de Acción Nacional cometió el error, más allá de sarcasmos, de actuar en la misma dirección que atribuyó al PRD, ciertamente a partir de sus reiteradas declaraciones de impedir la toma de posesión de Felipe Calderón. Ese propósito resulta servido por la decisión panista de pretender el control del espacio desde donde se produciría, en circunstancias normales, la protesta presidencial. Pero en las condiciones generadas el martes sería irresponsable hacer subir por la fuerza a Felipe Calderón y aun hacerlo entrar desde las oficinas tras banderas. Empeñarse en que el acto constitucional se realice en la tribuna afectada por su propia acción, y no por la de los perredistas, es una incongruencia panista que esa fracción debe resolver. No es desdeñable la elección de un recinto alterno, donde no se repita la tensa aglomeración que hoy se mueve en la parte alta del recinto parlamentario.
Correo electrónico: miguelangel@granadoschapa.com
Vicente Fox termina hoy su sexenio con números rojos. La ocupación de la tribuna de la Cámara de Diputados por la bancada de su partido es mínima expresión de la crisis política causada por el Presidente al entrometerse en el proceso electoral. Ése es un pecado, para decirlo en términos de su cosmovisión, que nadie le perdonará nunca.
Por sí o a instancias de su esposa, que gobernó al que a menudo dejó de gobernar, Fox decidió impedir que Andrés Manuel López Obrador contendiera por la Presidencia o llegara a ella. Su mayor intento, el desafuero, culminó en fracaso admitido por el propio Fox, que tardíamente se percató de la desmesura de su pretensión y las graves consecuencias, aun en contra suya, que implicaba la exclusión del entonces principal aspirante opositor. En sus hesitaciones frecuentes, sin embargo, ya en el proceso electoral Fox volvió a fijarse como meta la derrota de López Obrador. Entró a la contienda abatiendo su propia dimensión. No sólo abandonó su papel de jefe de Estado, capaz de sobrevolar las querellas entre partidos y candidatos, sino que se constituyó en antagonista abierto del abanderado de la coalición Por el Bien de Todos. Más que impulsar a Felipe Calderón (a quien había llamado tardíamente al gabinete y después echó de él), Fox se propuso impedir que López Obrador ganara una elección en la que aparecía con altas posibilidades de alcanzar la victoria. Puso en riesgo la elección, dijo el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación en actitud timorata, porque no extrajo de ese diagnóstico la conclusión obligada. El dictamen fue, además, incorrecto. Fox no puso en riesgo la elección: la arruinó, pues día con día se muestra el carácter pírrico de la victoria de Calderón.
Se argumenta que en economía Fox deja saldos favorables. En efecto, conservó las variables macroeconómicas como lo hicieron sus antecesores, porque en esa materia Fox fue tan priista como Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, siguió sus recetas y obtuvo sus resultados. Aplicó la misma política a través de las mismas personas: el subsecretario de Ingresos de Salinas se convirtió en su secretario de Hacienda. Y propuso para un segundo periodo a Guillermo Ortiz Martínez, hecho elegir gobernador del Banco de México por Zedillo, no sólo por sus prejuicios doctrinales sino, más terrenalmente, a fin de ponerlo a salvo de eventuales juicios derivados de su papel en las diversas etapas de la privatización y el rescate bancarios.
Fox contó para su gobierno con los abultados ingresos procedentes de las exportaciones de crudo, beneficiadas por altos precios sostenidos durante largo tiempo. Pero no sembró el petróleo, es decir no aprovechó esos excedentes para transformaciones de fondo de la economía, sino que lo arrojó al gasto corriente, por lo que los mexicanos no vieron mejorar sustantivamente su situación. Al contrario, alentó un consumismo pagadero con créditos usurarios, ofrecidos por bancos que tienen sus matrices en Estados Unidos, España, Canadá y Hong Kong. Nada de ello sería extraño en el mundo globalizado, pero implica una transferencia de recursos al exterior con perjuicio para la lánguida economía mexicana.
También fue priista la política social de Fox, orientada por criterios clientelistas y de culto a la personalidad. Si se confiara en los mensajes propagados ad nauseam sobre algunos aspectos del programa Oportunidades, tendría que admitirse que Fox dispuso de una vara mágica suficiente para transformar como por ensalmo la vida de millones de personas, que vivieron una terrible época anterior a ese mandatario y una era maravillosa apenas él apareció en el escenario. El incremento súbito del precio de la leche popular muestra la dolosa manipulación del mismo para efectos electorales.
El fracaso de la política exterior se sintetiza en el muro fronterizo cuya construcción y financiamiento fueron decididos por el presidente Bush, cuya amistad quiso granjearse Fox como meta diplomática personal. Con la ilusa pretensión de establecer una relación especial entre Washington y México, concretada en un imaginario acuerdo migratorio, Fox y sus dos cancilleres subordinaron buena parte de la política exterior a ganar el favor del poderoso que desdeñó esos intentos. El número de jefes de Estado y de gobierno que acudirán mañana (independientemente de las condiciones en que ocurra el acto) a la toma de posesión del sucesor de Fox es mucho menor que el de quienes vinieron a su propia protesta. Un factor de esa disminución es la diplomacia foxista, regida por la improvisación y el capricho. Si bien un representante mexicano preside el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, no dejan de pesar los fracasos en la pretensión de Luis Ernesto Derbez de encabezar la Organización de Estados Americanos y en la dos veces fallida de Julio Frenk para dirigir la Mundial de la Salud, no obstante sus méritos personales y su antigua pertenencia a esa organización.
El presidente Fox prestaría un servicio a la República si se abstuviera de presentarse a la asunción de Calderón, mañana. La Constitución no exige su presencia y, al contrario, determina que su mandato concluye esta noche, por lo que mañana en la mañana habrá vuelto a ser un ciudadano, cuya presencia estorbaría el de suyo complicado acto con que comenzará un nuevo gobierno. No lo vamos a extrañar pero si practicara ese gesto sensato tendríamos menos motivos para deplorar su paso por la Presidencia de la República.
Cajón de Sastre
Si no hay acuerdos en el curso de hoy, la toma de la tribuna de la Cámara de Diputados volverá a ser en la madrugada del viernes, como lo fue el martes, un foco de fricciones y de enfrentamientos. La bancada de Acción Nacional cometió el error, más allá de sarcasmos, de actuar en la misma dirección que atribuyó al PRD, ciertamente a partir de sus reiteradas declaraciones de impedir la toma de posesión de Felipe Calderón. Ese propósito resulta servido por la decisión panista de pretender el control del espacio desde donde se produciría, en circunstancias normales, la protesta presidencial. Pero en las condiciones generadas el martes sería irresponsable hacer subir por la fuerza a Felipe Calderón y aun hacerlo entrar desde las oficinas tras banderas. Empeñarse en que el acto constitucional se realice en la tribuna afectada por su propia acción, y no por la de los perredistas, es una incongruencia panista que esa fracción debe resolver. No es desdeñable la elección de un recinto alterno, donde no se repita la tensa aglomeración que hoy se mueve en la parte alta del recinto parlamentario.
Correo electrónico: miguelangel@granadoschapa.com
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