martes, marzo 27, 2007

Niños-hombres

Alejandro Gutiérrez
Proceso

En la sierra Tarahumara del estado de Chihuahua, donde lo único que el gobierno pasado consiguió fue verificar cómo se duplicaba la pobreza en la región, los cinco hijos de Rita comparten a veces una tortilla dura como única comida del día. Habitante del municipio de Batopilas –considerado por las Naciones Unidas como el de mayor atraso en esa entidad y el octavo a nivel nacional–, la mujer ya no tiene marido: falleció hace casi dos años, nadie sabe de qué. Y ahora los “hombres de la casa” son los niños.

BATOPILAS, CHIH.- Durante un largo lapso, Rita Nolibe cavila como si estuviera inmersa en un ritual de silencio. Sentada en el piso de tierra de su cuarto, se encuentra rodeada de sus cinco hijos, que batallan para morder un pedazo de la única tortilla dura que deben compartir.

Los hijos de Rita, una mujer tarahumara que apenas rebasa los 20 años de edad, sólo visten una playera raída y un calzoncito, pues se hallan descalzos. Tienen la cara agrietada por la mugre y por los mocos secos. Sus ojos se ven hundidos, al parecer por desnutrición. Uno de ellos hace una mueca de llanto, pero emite un sonido apenas perceptible.

Con su cara de niña avejentada por la anemia que la aqueja junto con sus hijos, Rita viste un traje tradicional de falda ampona y blusa suelta que luce sucio y desgastado. Sus manos parecen instrumentos inmóviles en su regazo. Nunca levanta la mirada. Su cabeza se dirige siempre a la tierra, como si viviera en conexión permanente con este elemento primordial de la cosmogonía tarahumara.

El cuarto donde viven Rita y sus niños está construido de carrizo, varas y tablas. Mide dos metros de largo por uno y medio de ancho y se asienta en el ejido Yoquivo, cerca de la casita de Eulogio, hermano de Rita, en la comunidad de Cordón Colorado.

Por las rendijas, silban las rachas de viento que suelen azotar esta accidentada montaña. El cielo está encapotado y persisten las temperaturas congelantes, que en invierno alcanzan hasta los 20 grados centígrados bajo cero.

Ajena a las estadísticas de “alta competitividad” que colocan al estado de Chihuahua en el quinto sitio en riqueza generada (ingreso per cápita y PIB) a nivel nacional, sobre todo por las maquiladoras, la agricultura tecnificada y la fruticultura, Rita se ubica –apunta el investigador de la Universidad de Ciudad Juárez Víctor Quintana– en “la mancha sureste del Estado, donde los caminos son limitados, en la zona de la miseria”.

Ella no habla español ni tiene ninguna actividad productiva regular, aunque de vez en cuando elabora algunos canastos que se venden como artesanía. No es beneficiaria de Oportunidades ni de algún otro programa oficial, y sólo sobrevive con sus hijos por la costumbre tarahumara de compartir lo que tienen. Es decir, a veces sus parientes ofrecen parte de su comida a ella y sus hijos, quienes, aparte de la tortilla que se repartieron, no habían comido otra cosa hasta la llegada del reportero, ya entrada la tarde…

La choza de Rita se localiza en el municipio de Batopilas, clasificado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) como el de mayor atraso en Chihuahua y como octavo a nivel nacional, en una situación comparable a la que afrontan las más depauperadas regiones de África.

En el año 2000, este municipio de más de 13 mil habitantes –la mayoría indígenas rarámuris, término que en tarahumara significa “pies ligeros”– ocupaba la posición 15 a nivel nacional en cuanto a atraso y marginación, pero al término del mandato de Vicente Fox, que pregonó avances en el combate a la pobreza, cayó hasta la posición octava.

Fue justamente aquí, en Batopilas, donde nació y creció Manuel Gómez Morín, fundador del Partido Acción Nacional.

Desde el origen

No muy lejos de estas condiciones de marginación y miseria están los municipios de Morelos, Uruachi, Guadalupe y Calvo, Urique, Guachochi, Carichí, Balleza, Guazapares y Maguarichi, según el propio PNUD.

De los 67 municipios de la entidad, 24 se localizan en esta sierra Tarahumara, que cuenta con unos 319 mil habitantes.

El difícil acceso a la región –para algunas poblaciones se deben realizar caminatas o viajes a caballo de hasta 12 horas– se traduce en carencia de servicios, gran dispersión poblacional y constante migración.

Según el XII Censo General de Población y Vivienda, en esos 24 municipios existen 7 mil 35 localidades, de las cuales 93% (6 mil 547) son rurales o indígenas y tienen de uno a 99 habitantes.

Casi 6 mil de esos caseríos cuentan con menos de 50 habitantes, como la comunidad de Cordón Colorado, cuyas casas están regadas en el lomerío.

Desde su choza, Rita camina con sus hijos casi todas las mañanas al menos una hora para llegar hasta la casa de Eulogio, y por las tarde vuelve a su cuartito.

Al respecto, el doctor Javier Lozano Herrera, director de los Servicios de Salud del estado –quien asegura que el gobierno de Chihuahua construye centros de recuperación nutricional y albergues maternos en la zona–, reconoce que las muertes por desnutrición o durante el alumbramiento son un problema grave.

Así, aunque el estado de Chihuahua tiene una mortalidad infantil de 23.4 menores de un año por cada mil –por debajo del índice nacional, de 24.9–, en Batopilas ese índice se dispara hasta 60, y no muy lejos se hallan los municipios de Morelos (59.1) y Uruachi (50.5).

De acuerdo con los Servicios de Salud, en 2002 se registraron en Batopilas 65 casos de desnutrición leve en niños de uno a cuatro años, 16 de desnutrición moderada y tres de desnutrición severa. Para 2007 hubo seis menores con desnutrición leve y 23 con desnutrición severa en el mismo rango de edad. Los hijos de Rita, sin duda, están en el punto más crítico.

En cuanto a educación, el 43% de los habitantes de Batopilas son analfabetos y el 66.6% no han concluido la primaria.

Además, el 82% de la gente habita viviendas con piso de tierra; siete de cada 10 casas carecen de agua entubada, y dos de cada tres ocupan espacios sin drenaje ni servicios sanitarios.

El 65% de este municipio carece de electricidad en sus moradas, a pesar de que la cabecera municipal de Batopilas fue la segunda población con electricidad en el país, después de la Ciudad de México, con el despunte de la minería.

El nacimiento de Batopilas se remonta a 1709, cuando se descubrieron yacimientos mineros en Urique. Para 1880, el estadunidense Alexander R. Shepherd, conocido como El Magnate de la plata, adquirió la mayoría de los fundos que pertenecían a la Wells Fargo & Company, y agrupó 10 empresas en la Compañía Minera de Batopilas, de reconocimiento mundial.

Sin embargo, la operación de esta firma decayó entre 1911 y 1920 con motivo de la Revolución Mexicana. Hacia la cuarta década del siglo XX, la minería resurgió con un gran proyecto en La Bufa, que perduró hasta 1958, cuando The Potosí Minning Co. adujo incosteabilidad. En años recientes, la Compañía Minera Peñoles ha desarrollado un yacimiento ubicado en Satevó.

En la cabecera municipal, localizada en la parte más baja de la serranía, donde llega a haber temperaturas tropicales, pueden encontrarse árboles frutales y cafetos.

En este poblado, donde aún se aprecian construcciones de los siglos XVII y XVIII, así como un viejo canal para generar electricidad con el efecto del flujo de agua, el hotel Riverside Lodge –edificio que perteneció a Shepherd– hospeda a turistas, sobre todo estadunidenses y europeos, por 500 dólares la noche, para hacer recorridos por la serranía.

El machismo

Para arribar a Cordón Colorado desde la ciudad de Chihuahua deben recorrerse más de 300 kilómetros, 100 de los cuales constituyen un accidentado camino de terracería en medio de pronunciadas cañadas. Hay caseríos cercanos a los que sólo se puede acceder a lomo de mula y a pie.

Aunque los rarámuris conservan ciertas prácticas nómadas –tienen una notable capacidad de adaptación y se les denomina “pies ligeros” porque pueden correr grandes distancias entre montes y cañadas–, han sido desplazados hasta concentrarse en lo más abrupto de la serranía.

En una choza de Noina –donde hay un centro escolar y la mayoría de las 60 familias reciben los 320 pesos bimestrales de Oportunidades– encontramos a Sabina Sahueachi Sahueachi sentada en el piso tejiendo una canasta para venderla a los turistas. A un lado está Guadalupe, su madre, una anciana de más de 80 años que pesa 37 kilogramos.

Ese día ya consumieron lo que seguramente será su único alimento del día: tortilla de maíz y una raquítica ración de frijoles. Y es que la última cosecha fue muy mala, aunque les queda un costal de maíz para unos días.

Los “hombres de la casa” son dos niños, hijos de Sabina. El mayor se llama Vicente y el pequeño Julián. El primero habla un poco de español a pesar de que abandonó la escuela.

Este día la comunidad celebra una reunión para elaborar un censo dirigido al aserradero, porque el fertilizante orgánico resultó de tan mala calidad que la última cosecha fue un fiasco. Servando Luna, quien encabeza la asamblea, explica que los principales productos de su dieta son maíz, frijol y Coca-Cola.

Todos los presentes, incluido Servando, sueltan la carcajada cuando se les pregunta si están conformes con que sea la mujer la que reciba los 320 pesos bimestrales de Oportunidades.

Y es que, no obstante que dicha práctica ha tratado de revalorar el papel de la mujer en esta cultura machista, activistas que trabajan en la sierra explican que “casi de inmediato los hombres le quitan el dinero a la mujer. Es un cambio que será paulatino”, advierten.

Algunos pobladores piden su respaldo a un promotor del programa Oportunidades ahí presente para que los saque de la zona hasta un camino de terracería por donde pasará ese día una ambulancia. El propósito: transportar a una mujer que lleva una semana con un intenso dolor en la zona abdominal…

El silencio femenino

De vuelta en Cordón Colorado, Rita sigue fiel a su práctica cultural de no responder aun cuando se le hagan preguntas con la ayuda de un intérprete, ya que aquí los únicos que hablan son los hombres.

“Rita no tiene marido –se le murió– ni Oportunidades ni nada. Está así nomás”, dice Manuel Cordón Colorado, un indígena de unos 60 años, de rostro amigable, piel morena y requemada por el efecto del frío. Es vecino de Eulogio y uno de los pocos que mastican algo de español.

Manuel extiende en forma amigable una jícara llena de tesgüino, la bebida ritual elaborada con maíz fermentado. El invitado debe beberlo para no desairar su arraigada tradición de compartir. Y es que, en plena Cuaresma, todos preparan tesgüino, de modo que en casi todas las chozas de adobe, tablas y techos de lámina se ven enormes ollas y tinas con la bebida.

Es Manuel quien relata la historia de Rita.

Fue en esta comunidad donde Rita conoció a su esposo Práxedis cuando ella apenas salía de la niñez, pues aquí también, como en casi todas las comunidades indígenas, apenas empiezan a menstruar las mujeres son un botín codiciado por los hombres.

Práxedis murió hace casi dos años. Nadie sabe de qué. “Sólo se le murió”, dice otro vecino, Jacobo Cordón Colorado –todos comparten como apellidos el nombre de la comunidad.

Fuera de la casa de Eulogio se encuentran Josefa y Regina Cordón Colorado, cuñada y sobrina de Rita. Mientras elabora canastas, Josefa se da tiempo para mostrar su papel de Oportunidades, y pareciera que, a su juicio, ese documento le da cierta posición.

En la casa de Eulogio –quien no se halla durante la visita–, envuelta en una manta se halla Regina, de cinco años, con los ojos hinchados por la gripe y la fiebre que padece desde hace más de un mes.

–¿Qué tiene? –se les pregunta.

–Quién sabe, ha de estar espantada –dice uno de los hombres de la comunidad que ya visten como chabochis, es decir, como blancos, pues muy pocos recurren ahora a sus trajes tradicionales con taparrabo, camisa suelta y la kowera o tira bordada que ciñen a su frente.

Todos los habitantes de Cordón Colorado, como en el resto de las comunidades rarámuris, pimas y tepehuanes de la Tarahumara, hacen sus preparativos para las próximas fiestas de Semana Santa, celebración del yúmari en la que los bailables están dirigidos a pedirle al Padre Sol y a la Madre Luna buenas lluvias para las cosechas.

También elaborarán el tonari, la comida ritual hecha a base de cocido de res, papas y calabazas, sazonado con especies que recolectan en la zona. Esta es la única vez que comen carne en el año.

Uno de los lados oscuros de las tesgüinadas de Semana Santa está en la violencia y los abusos. Alcoholizados, los tranquilos indígenas con frecuencia tienen enfrentamientos, y también actos violentos contra las mujeres, que pueden resultar golpeadas y vejadas.

“Donde un rarámuri pone el ojo –me refiero a una mujer–, la toma como si fuese de su propiedad. Muchas veces la mujer corre por el monte, pero si es alcanzada, no hay quién se meta, ni la familia. Salvo que el padre de la mujer se sienta ofendido. Entonces todo se resuelve con un par de chivas”, explica un promotor que trabaja en la región, en tanto que el doctor Lozano Herrera dice que esas prácticas elevan los casos de enfermedades de transmisión sexual, como la sífilis.

Como sea, en la casa de Manuel Cordón Colorado, su esposa Guadalupe y sus hijos Norberto, Andrea y Teresa esperan que el tesgüino esté listo, mientras en la casa de Eulogio, Rita sigue en su letargo…

No hay comentarios.: