lunes, agosto 27, 2007

‘Dean’: la otra devastación

Jorge Zepeda Patterson

El paso del huracán Dean no sólo dejó una estela de desolación a su paso por diez entidades de la geografía nacional, también constituyó una especie de tomografía de la sociedad mexicana, radiografía que revela un panorama preocupante en asuntos tan distintos como la política y el periodismo.

Felipe Calderón abandonó su gira por Canadá para montarse en la cola de Dean y recorrer personalmente tierras y calles devastadas. Durante dos días los medios de comunicación nos inundaron con la imagen de un Felipe con pantalones arremangados y cachucha militar enfundada, hablando con damnificados, ofreciendo consuelo, manoteando al aire para proferir órdenes perentorias a funcionarios y empleados azorrillados. En una menor escala, como una copia en pequeño, cada gobernador hizo lo propio en sus respectivas entidades.

Las tragedias de grandes proporciones se han convertido en un asunto incómodo para los políticos y sus carreras. George Bush debe una porción importante de su impopularidad a la negligencia con que reaccionó ante la inundación de Nueva Orleáns cuando fue azotada por el huracán Katrina. El desdén casi criminal que el presidente estadounidense mostró y la factura política que ha pagado desde entonces, se han convertido en una moraleja de la que han tomado nota todos los mandatarios del mundo.

En ese sentido, puede entenderse la urgencia de Calderón para “mojarse” en la trinchera y dejarse inundar por el drama personal de las víctimas. De alguna forma tenía que hacerlo para evitar la crítica fácil que lo habría acribillado de haberse quedado en Canadá. Tampoco puedo descartar el alivio que debe significar para una familia que ha perdido todo poder hablar con el Presidente (aunque la mayoría de las veces sirva para nada). Pero el problema con este tipo de giras “solidarias” es que terminan por convertir la tragedia en mera escenografía política. Hay un uso propagandístico cuestionable pues convierte el dolor de los otros en un montaje para medrar políticamente.

En Veracruz, que tendrá elecciones el próximo domingo, el abuso fue escandaloso. La clase política local hizo del drama de los damnificados una extensión de las campañas electorales. Bolsas de despensa descargadas por los programas de ayuda federal fueron reempaquetadas en plásticos rojos para asociarlos al color y la tipografía de la campaña priísta. En la gira presidencial por la entidad los organizadores intentaron saltarse comunidades con predominio perredista sin considerar la gravedad de los daños sufridos; en un acto de la gira, el Estado Mayor tuvo que quitar una manta colocada detrás del estrado que rezaba “Fidel Veracruz” (en clara alusión a uno de los lemas de campaña).

Tendríamos que preguntarnos si el Presidente y los gobernadores no serían más productivos en estas coyunturas concentrados en las “cabinas de mando” para orquestar a las distintas oficinas involucradas, para desatorar los trámites, para tomar decisiones estratégicas. Hacer visita de campo es loable, pero tiene más resultados publicitarios que prácticos. Después de todo, las zonas dañadas son tan amplias que los mandatarios terminan visitando simplemente un botón de muestra. Pero son visitas que tienen un costo de oportunidad. Mientras están allí, carecen de la visión de conjunto y, peor aún, quitan el tiempo a los responsables de las oficinas decisivas. Y es que los directores de las distintas áreas tienen que hacer de coro y dama de compañía del jefe de gobierno.

En Quintana Roo vimos a la titular de la Secretaría de Desarrollo Social tratar de seguir el paso de Calderón, enfundada en su traje sastre, entre los charcos inmensos y desiguales que dejó Dean en la zona maya. Su mayor preocupación en ese instante no era la tintorería (como la prensa de “mala leche” llegó a decir), sino el hecho de traer incómodas zapatillas de tacón. Uno tendría que preguntarse si en lugar de chapotear en los manglares “por si se le ofrece algo al Presidente”, Beatriz Zavala no hubiese sido más efectiva coordinando los esfuerzos de las diversas oficinas de la Sedesol, desde una sala de juntas en el Distrito Federal o en la delegación regional. Sólo allí habría tenido pleno control de los recursos y la información para movilizar la ayuda con oportunidad y eficacia.

La logística que supone un desplazamiento presidencial a una zona devastada quita recursos, distrae al personal, desplaza infraestructura de comunicaciones para cumplir las exigencias de seguridad y movimiento del primer mandatario. Sin embargo, la búsqueda de la foto solidaria es una tentación irresistible para todo político, particularmente para uno que, como Calderón, está urgido de reconocimiento popular.

La cobertura de los medios periodísticos no sale mejor parada que la de los políticos. La televisión optó hacer un despliegue presuntuoso de recursos, de su red de corresponsales, aunque todos estuvieran diciendo prácticamente lo mismo: el boletín de las autoridades locales aderezado con un par de testimonios de la población. Igual que Calderón, los principales conductores de noticieros fueron “a tomarse la foto” y transmitir desde el lugar de los hechos con el pelo despeinado por “los vientos huracanados”. Pero en todo ese despliegue carecieron de un buen especialista que explicara la naturaleza del fenómeno, sus alcances y su impacto (como lo hizo CNN, por ejemplo). Fue una cobertura basada en tres ingredientes: entrevistas aisladas a algunas víctimas, reportes de las autoridades sobre lo “bien preparados que están” y recolección de imágenes de casas y calles inundadas. Nada sobre los problemas de fondo, sobre la evaluación real de los daños, la manipulación de los programas de ayuda o la falta de preparación e infraestructura para enfrentar este tipo de desastres. Y desde luego, nada sobre el uso político de este tipo de tragedias.

Ahora que Dean se ha disipado, el impacto de otros daños igualmente graves comenzará a padecerse. La agricultura, las comunicaciones, la infraestructura. Las actividades turísticas han resultado severamente afectadas y representan un serio descalabro en la vida de millones de personas en la región. Ojalá los políticos y los periodistas mantengan el grado de preocupación que mostraron mientras la nota ganaba raitings y acaparaba la atención. Lo dudo.

www.jorgezepeda.net

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