Miguel Ángel Granados Chapa
Agrupaciones políticas de reciente o añeja creación se debaten en pugnas internas, mientras el combate a la desigualdad social queda como asunto pendiente. En ese contexto, nuevas organizaciones buscarán su registro ante el IFE
Está en curso el proceso de formación de nuevos partidos. Hoy, por ejemplo, se realizará en Texcoco la correspondiente al estado de México, segunda de las 31 asambleas estatales organizadas por el Movimiento de Participación Solidaria (MPS) que, con el auspicio de la Unión Nacional Sinarquista (UNS) busca ser registrado como partido y contender en las elecciones legislativas de 2009, con el financiamiento público respectivo.
Hace dos semanas, el 31 de julio, concluyó el plazo para que las agrupaciones políticas nacionales, sólo de las cuales pueden surgir los nuevos partidos, anunciaran su decisión de ganar ese estatus. Once de tales agrupaciones formularon el aviso correspondiente, que incluye la programación de las asambleas en que se comprobará la satisfacción de los requisitos que permite solicitar registro. De dichas 11 agrupaciones, tres pretenden volver a la liza electoral, pues ya antes contaron con registro como partidos, que perdieron por falta de apoyo ciudadano, es decir por no refrendar en las urnas la patente que les otorgó el Instituto Federal Electoral.
Se trata de las agrupaciones Popular Socialista, Alianza Social y Unión Nacional Sinarquista, estas dos últimas surgidas de una sola matriz. La primera es remanente de la organización fundada por Vicente Lombardo Toledano en 1948 como Partido Popular, que en 1960 agregó a su nombre el apellido de Socialista. Adosado al gobierno durante décadas (en cinco elecciones presidenciales sostuvo la misma candidatura que el PRI), en 1988 pasó a la verdadera oposición al integrar el Frente Democrático Nacional que postuló a Cuauhtémoc Cárdenas. En 1994 presentó candidatura propia, en la persona de la hija del fundador, Marcela Lombardo. Padeció mala fortuna electoral, pues perdió el registro que obtuvo provisionalmente una vez más tres años más tarde. Perdida la inscripción que permite participar en elecciones, ahora intenta obtenerla de nuevo. Encabeza el intento Manuel Fernández Flores, que fue dirigente obrero, secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas.
Las otras agrupaciones que buscan su revalidación electoral tienen su origen común en el sinarquismo, que a fines de los años treinta dio cara pública a grupos católicos clandestinos surgidos durante la cristiada, como denominó Jean Meyer el alzamiento armado manipulado por la Iglesia (que azuzó a los combatientes y luego los abandonó) duradero de 1926 a 1929. Formada principalmente por campesinos y caracterizada por su disciplina militar y su credo anticomunista ("al grito de todos proletarios oponemos el de todos propietarios", decía una de sus proclamas principales), la UNS eligió en sus orígenes, cuando la mandaba el jefe nacional Salvador Abascal, abstenerse en los procesos electorales, pero luego configuró el Partido Fuerza Popular que careció de relevancia en las urnas y perdió pronto su registro.
Un nuevo intento sinarquista de solicitar el voto público fructificó en 1979, cuando participó en la elección legislativa el Partido Demócrata Mexicano, el partido del gallito, que ganó representación legislativa y presentó candidatos presidenciales en 1982, 88 y 94. Tras ires y venires determinados por su capacidad de obtener votos, se convirtió en el Partido Alianza Social, que tuvo vida efímera (porque se alió al cardenismo del 2000) y ahora intenta ganar de nuevo espacio parlamentario. Encabeza la agrupación solicitante José Antonio Calderón, que fue dirigente del PDM y diputado federal.
Casi extinta mientras funcionaron sus opciones partidarias, la Unión Nacional Sinarquista pondrá su registro como agrupación política nacional al servicio de una formación diversa de aquéllas, el Movimiento de Participación Ciudadana. Su dirigente nacional, Enrique Pérez Luján, es sólo el coordinador capitalino del nuevo intento, en cuya organización sobresalen militantes del PAN situados a la derecha, aun de la derecha panista. Tras la realización de su primera asamblea estatal, el 11 de agosto en el Distrito Federal en los días siguientes el diario Reforma ofreció pormenores de la participación en ese movimiento de panistas significados por su cercanía a miembros del gabinete federal como Alberto Cárdenas, secretario de Agricultura, y José Luis Luege, director de la Comisión Nacional del Agua, que se deslindaron de la actitud de sus colaboradores o simpatizantes adscritos a la nueva formación política.
Salvo que se trate de un acto de mero pragmatismo mercantil, auspiciado por el deplorable mecanismo de financiamiento electoral, sorprende que haya miembros del PAN que por incomodidad busquen su propio espacio partidario, pues aun el conservadurismo más estricto, el autoritarismo más riguroso (que son notas propias del pensamiento y la acción de la derecha) tienen cabida en el partido blanquiazul y prosperan en ella, como lo evidencian no sólo la conducta de gobernadores como los de Guanajuato y Jalisco sino el hecho de que presida el partido alguien como Manuel Espino, a quien probablemente suceda César Nava, cercanísimo (en tanto que es secretario particular) al propio presidente de la República.
Quiero decir que el MPS sería redundante en el espectro electoral, pues sus banderas son las mismas que las de Acción Nacional, y por lo tanto su propósito no coincide con el de la ley electoral, que otorga financiamiento en pro de la pluralidad. Podría sin embargo ocurrir que multiplicar la presencia de opciones del mismo género convenga a la estrategia del panismo, que ya ha formado sus propios movimientos sindical y popular y alentaría una alternativa partidaria que abata los costos políticos que actualmente debe pagar el PAN a Nueva Alianza, el partido de Elba Esther Gordillo.
Llegado a la escena política como parte de una estrategia de largo plazo, que incluyó capturar el órgano electoral que daría registro al nuevo partido, el Panal ilustra la frustración del mecanismo partidario vigente, pues más que ensanchar el horizonte de opciones políticas a los ciudadanos sirve al interés particular de la presidenta del SNTE. Ella designó a dedo al candidato presidencial del partido, que ahora ocupa una posición subalterna en la porción del gabinete federal entregada a la gestión directa de la lideresa magisterial. Nombró a quienes se ostentan como presidente y secretario del partido, que no son otra cosa que empleados suyos. Y llevó y retiró del Senado al número dos del sindicato de maestros, a quien da trato de peón para aplacar los ímpetus que eventualmente pudiera alentar de convertirse en el número uno. El otro partido, incorporado en 2006 a la escena electoral, Alternativa, está lejos de cumplir su oferta electoral, la de ser una opción realmente distinta a las existentes porque emplea demasiada energía en dirimir, sin lograrlo, conflictos interiores que guardan demasiada semejanza con los de los partidos viejos.
Esos partidos -el PRI, el PAN, el PRD-, sus aliados permanentes o circunstanciales, han sido incapaces de mostrar a los ciudadanos caminos ciertos que conduzcan a la integración de una República que asegure ya no digamos bienestar a la sociedad, que acaso fuera demasiado pedir, sino al menos paliativos a la pobreza y el empobrecimiento. Ahora mismo, sus querellas interiores estorban la discusión abierta de los proyectos de reforma fiscal, que debería ser la base de una política que promueva el crecimiento económico, al mismo tiempo que combata la desigualdad social.
El mando único, centralizado en el presidente de la República que caracterizó al PRI, derivó en su contrario, en una poliarquía ejercida por los gobernadores y los líderes parlamentarios, cada uno tirando hacia donde dictan sus visiones e intereses personales. El comité nacional sobrevive, fantasmal porque apenas se perciben sus contornos y sólo se le escucha arrastrar sus cadenas. Acción Nacional no anda lejos de esa situación como lo evidencian sus derrotas en Aguascalientes y Yucatán, fruto de componendas de diverso alcance pero semejante resultado. El PRD, a su vez, pretende ventilar en este momento mismo, en su Décimo Congreso unas diferencias internas que parece imposible conciliar más allá de la retórica.
Nuevos partidos que se asemejen a los partidos viejos no es el modo mejor de alimentar la democracia social, la que urge establecer en México.
Agrupaciones políticas de reciente o añeja creación se debaten en pugnas internas, mientras el combate a la desigualdad social queda como asunto pendiente. En ese contexto, nuevas organizaciones buscarán su registro ante el IFE
Está en curso el proceso de formación de nuevos partidos. Hoy, por ejemplo, se realizará en Texcoco la correspondiente al estado de México, segunda de las 31 asambleas estatales organizadas por el Movimiento de Participación Solidaria (MPS) que, con el auspicio de la Unión Nacional Sinarquista (UNS) busca ser registrado como partido y contender en las elecciones legislativas de 2009, con el financiamiento público respectivo.
Hace dos semanas, el 31 de julio, concluyó el plazo para que las agrupaciones políticas nacionales, sólo de las cuales pueden surgir los nuevos partidos, anunciaran su decisión de ganar ese estatus. Once de tales agrupaciones formularon el aviso correspondiente, que incluye la programación de las asambleas en que se comprobará la satisfacción de los requisitos que permite solicitar registro. De dichas 11 agrupaciones, tres pretenden volver a la liza electoral, pues ya antes contaron con registro como partidos, que perdieron por falta de apoyo ciudadano, es decir por no refrendar en las urnas la patente que les otorgó el Instituto Federal Electoral.
Se trata de las agrupaciones Popular Socialista, Alianza Social y Unión Nacional Sinarquista, estas dos últimas surgidas de una sola matriz. La primera es remanente de la organización fundada por Vicente Lombardo Toledano en 1948 como Partido Popular, que en 1960 agregó a su nombre el apellido de Socialista. Adosado al gobierno durante décadas (en cinco elecciones presidenciales sostuvo la misma candidatura que el PRI), en 1988 pasó a la verdadera oposición al integrar el Frente Democrático Nacional que postuló a Cuauhtémoc Cárdenas. En 1994 presentó candidatura propia, en la persona de la hija del fundador, Marcela Lombardo. Padeció mala fortuna electoral, pues perdió el registro que obtuvo provisionalmente una vez más tres años más tarde. Perdida la inscripción que permite participar en elecciones, ahora intenta obtenerla de nuevo. Encabeza el intento Manuel Fernández Flores, que fue dirigente obrero, secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas.
Las otras agrupaciones que buscan su revalidación electoral tienen su origen común en el sinarquismo, que a fines de los años treinta dio cara pública a grupos católicos clandestinos surgidos durante la cristiada, como denominó Jean Meyer el alzamiento armado manipulado por la Iglesia (que azuzó a los combatientes y luego los abandonó) duradero de 1926 a 1929. Formada principalmente por campesinos y caracterizada por su disciplina militar y su credo anticomunista ("al grito de todos proletarios oponemos el de todos propietarios", decía una de sus proclamas principales), la UNS eligió en sus orígenes, cuando la mandaba el jefe nacional Salvador Abascal, abstenerse en los procesos electorales, pero luego configuró el Partido Fuerza Popular que careció de relevancia en las urnas y perdió pronto su registro.
Un nuevo intento sinarquista de solicitar el voto público fructificó en 1979, cuando participó en la elección legislativa el Partido Demócrata Mexicano, el partido del gallito, que ganó representación legislativa y presentó candidatos presidenciales en 1982, 88 y 94. Tras ires y venires determinados por su capacidad de obtener votos, se convirtió en el Partido Alianza Social, que tuvo vida efímera (porque se alió al cardenismo del 2000) y ahora intenta ganar de nuevo espacio parlamentario. Encabeza la agrupación solicitante José Antonio Calderón, que fue dirigente del PDM y diputado federal.
Casi extinta mientras funcionaron sus opciones partidarias, la Unión Nacional Sinarquista pondrá su registro como agrupación política nacional al servicio de una formación diversa de aquéllas, el Movimiento de Participación Ciudadana. Su dirigente nacional, Enrique Pérez Luján, es sólo el coordinador capitalino del nuevo intento, en cuya organización sobresalen militantes del PAN situados a la derecha, aun de la derecha panista. Tras la realización de su primera asamblea estatal, el 11 de agosto en el Distrito Federal en los días siguientes el diario Reforma ofreció pormenores de la participación en ese movimiento de panistas significados por su cercanía a miembros del gabinete federal como Alberto Cárdenas, secretario de Agricultura, y José Luis Luege, director de la Comisión Nacional del Agua, que se deslindaron de la actitud de sus colaboradores o simpatizantes adscritos a la nueva formación política.
Salvo que se trate de un acto de mero pragmatismo mercantil, auspiciado por el deplorable mecanismo de financiamiento electoral, sorprende que haya miembros del PAN que por incomodidad busquen su propio espacio partidario, pues aun el conservadurismo más estricto, el autoritarismo más riguroso (que son notas propias del pensamiento y la acción de la derecha) tienen cabida en el partido blanquiazul y prosperan en ella, como lo evidencian no sólo la conducta de gobernadores como los de Guanajuato y Jalisco sino el hecho de que presida el partido alguien como Manuel Espino, a quien probablemente suceda César Nava, cercanísimo (en tanto que es secretario particular) al propio presidente de la República.
Quiero decir que el MPS sería redundante en el espectro electoral, pues sus banderas son las mismas que las de Acción Nacional, y por lo tanto su propósito no coincide con el de la ley electoral, que otorga financiamiento en pro de la pluralidad. Podría sin embargo ocurrir que multiplicar la presencia de opciones del mismo género convenga a la estrategia del panismo, que ya ha formado sus propios movimientos sindical y popular y alentaría una alternativa partidaria que abata los costos políticos que actualmente debe pagar el PAN a Nueva Alianza, el partido de Elba Esther Gordillo.
Llegado a la escena política como parte de una estrategia de largo plazo, que incluyó capturar el órgano electoral que daría registro al nuevo partido, el Panal ilustra la frustración del mecanismo partidario vigente, pues más que ensanchar el horizonte de opciones políticas a los ciudadanos sirve al interés particular de la presidenta del SNTE. Ella designó a dedo al candidato presidencial del partido, que ahora ocupa una posición subalterna en la porción del gabinete federal entregada a la gestión directa de la lideresa magisterial. Nombró a quienes se ostentan como presidente y secretario del partido, que no son otra cosa que empleados suyos. Y llevó y retiró del Senado al número dos del sindicato de maestros, a quien da trato de peón para aplacar los ímpetus que eventualmente pudiera alentar de convertirse en el número uno. El otro partido, incorporado en 2006 a la escena electoral, Alternativa, está lejos de cumplir su oferta electoral, la de ser una opción realmente distinta a las existentes porque emplea demasiada energía en dirimir, sin lograrlo, conflictos interiores que guardan demasiada semejanza con los de los partidos viejos.
Esos partidos -el PRI, el PAN, el PRD-, sus aliados permanentes o circunstanciales, han sido incapaces de mostrar a los ciudadanos caminos ciertos que conduzcan a la integración de una República que asegure ya no digamos bienestar a la sociedad, que acaso fuera demasiado pedir, sino al menos paliativos a la pobreza y el empobrecimiento. Ahora mismo, sus querellas interiores estorban la discusión abierta de los proyectos de reforma fiscal, que debería ser la base de una política que promueva el crecimiento económico, al mismo tiempo que combata la desigualdad social.
El mando único, centralizado en el presidente de la República que caracterizó al PRI, derivó en su contrario, en una poliarquía ejercida por los gobernadores y los líderes parlamentarios, cada uno tirando hacia donde dictan sus visiones e intereses personales. El comité nacional sobrevive, fantasmal porque apenas se perciben sus contornos y sólo se le escucha arrastrar sus cadenas. Acción Nacional no anda lejos de esa situación como lo evidencian sus derrotas en Aguascalientes y Yucatán, fruto de componendas de diverso alcance pero semejante resultado. El PRD, a su vez, pretende ventilar en este momento mismo, en su Décimo Congreso unas diferencias internas que parece imposible conciliar más allá de la retórica.
Nuevos partidos que se asemejen a los partidos viejos no es el modo mejor de alimentar la democracia social, la que urge establecer en México.
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