viernes, agosto 10, 2007

Voces del camino blanco

Juan Villoro

La Odisea narra la historia de un regreso. Aunque enfrenta portentos mitológicos, Ulises es un hombre que sólo desea volver a casa. Los grandes temas literarios tienen razón humilde.

Pláticas de familia, de Luis Miguel Aguilar, me llevó a una odisea reciente. El autor recupera la costa de Quintana Roo que dejó a los dos años. Ese país de la memoria le queda demasiado lejos para tener recuerdos personales: sólo puede volver como literatura.

Es común que ignoremos lo que pasó en nuestros primeros dos años, pero los recuerdos posteriores nos permiten imaginarnos en la casa donde nacimos, rodeados del clan primordial. Quien pierde ese escenario apenas dispone de vagas fotografías. Aguilar se busca a sí mismo en el álbum de familia y regresa en compañía de su mujer y sus hijos a las playas donde fue un niño que los demás conocieron mejor que él. Al buscarse en recuerdos ajenos, salpica el libro de palabras mayas. Cuando alguien le pregunta qué variante del maya conoce, comenta con rítmico humor: "No sé qué maya me sé, ni si sé maya; pero en el único ma-ya que me sé, me sé puras groserías".

Aguilar nació hace medio siglo, un día antes que yo. Este azar lo ha convertido para mí en "el poeta del día anterior", que vio una luz anticipada. Pláticas de familia me llevó a un mundo parecido al de mi abuela y mi madre yucatecas, en cuya conversación las palabras mayas caían como distraídos granos de maíz. En mi casa, las sobras de la comida eran el shish y el ombligo, el tuch. La lengua primigenia de Yucatán, esculpida en templos y estelas, llegaba como un silabario infantil, una eufonía de cascabel y sonaja.

Poco después de leer Pláticas de familia, Rodrigo Rey Rosa me invitó a ser jurado del Premio B'atz', que en maya quiere decir "mono", deidad tutelar de los escribas. En 2004, el autor de El cojo bueno, Lo que soñó Sebastián, La orilla africana y otros libros que lo han convertido en una de las principales voces del idioma recibió el Premio Nacional de Literatura de Guatemala y decidió donarlo para promover la lengua maya, soslayada en el territorio donde surgió el Popol Vuh. La respuesta a su convocatoria fue singular: llegaron textos escritos en ocho variantes del maya. Obviamente, resulta difícil juzgar obras escritas desde otra tradición, que han seguido una ruta alterna a Occidente, sus modas y sus vanguardias. Las lenguas mayas han pervivido a partir de la oralidad. El lector que se asoma a ellas intuye un mundo primigenio, fundacional. En Guatemala, las líneas de su mano Luis Cardoza y Aragón escribió que el Popol Vuh parece concebido antes de que se enfriara la Tierra, cuando las cordilleras apenas "empezaban a soñar musgo y espacio". La iniciativa de Rey Rosa representa una original aventura del origen: desandar con pasos nuevos el camino hacia la voz que nombró la tierra maya.

El primer premio fue compartido por Leoncio Pablo García Talé y Miguel Angel Oxlaj Cúmez. "El arte maya posee esencia órfica", decía Cardoza y Aragón. De manera elocuente, en los poemas de García Talé hablan los muertos; sus atmósferas dependen del tiempo circular del mito. Ahí, el aliento épico, próximo al Popol Vuh, deviene letanía:


Nudo de deseo, antojo...,
en nuestras conciencias,
nudo de fanfarroneo, costra...,
en nuestros ojos,
nudo de llanto, gimoteo...,
en nuestras gargantas,
nudo de cólera, pelea...,
en nuestros estómagos,
nudo de tacañería, envidia...,
en nuestros corazones,
nudo de conocimiento, inquietud...,
en nuestros cerebros,
nudo de gula, borrachería...,
en nuestros intestinos,
nudo de vena inflada...,
en nuestras rodillas.


Después de asistir a la ceremonia de premiación, Rey Rosa me envió esta estampa del poeta ganador: "Pablo García es un hombre de estatura baja, con aspecto serio y elegante. No lo vi sonreír una sola vez, aunque parecía alegre, y en un momento, cuando se levantaba para ir al podio a leer, creo que tenía las mejillas húmedas de lágrimas, pero en una cara sin expresión".

El otro primer lugar, Oxlaj Cúmez, narra la historia de tres mujeres: una nieta evoca ante su abuela la figura de su madre perdida. Un relato de mujeres solas. En un clima dominado por la violencia, un milagro permite el reencuentro con un fantasma.

El segundo lugar se ocupa de una comunidad. Manuel Raxulew Ambrosio narra desde una voz colectiva el desmembramiento de un pueblo y el asombro que provoca el regreso de la calma. Entonces comenta: "Ya de uno depende si no quiere vivir en paz". El conflicto no termina: se vuelve individual; la desgracia ya no es una condena comunitaria sino una opción personal.

En México, Carlos Montemayor ha impulsado desde hace años la publicación de obras en lenguas indígenas y hay autores ya consolidados, como Natalio Hernández, que escribe en náhuatl. El Premio B'atz' participa del mismo espíritu de recuperación creativa.

Las ciudades mayas estaban comunicadas por un sacbé, el "camino blanco". Mi generación asocia el nombre con el grupo de jazz de los hermanos Toussaint, que ha cumplido un ciclo mítico de treinta años. No juzgo extravagante comparar el nuevo soplo poético maya con el jazz, que improvisa la sofisticación a partir de una pureza primitiva. Conviene recordar que Cardoza y Aragón, tripulante del surrealismo, encontró en el Popol Vuh huellas ancestrales y fulgores novedosos, peces súbitos en el mar eterno.

La escritura maya contemporánea ofrece un intrincado espesor, como la vegetación que rodea las pirámides. Al mismo tiempo, confirma que todo hecho estético depende de una claridad comunicable: el camino blanco por donde corre la voz. Ahí resuena el mensaje de Cardoza y Aragón que García Márquez recordó al recibir el Premio Nobel: "La poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre".

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