domingo, diciembre 09, 2007

De la fiesta... ¿al reventón?

René Delgado

Bajo la idea de llevar "la fiesta en paz", a ver si no se termina por armar un "reventón".

La distancia entre sociedad y élite en el poder aumenta de nuevo pero con un extra: la sociedad no remonta la polarización en la que fue hundida y, aun cuando deja ver cierta reactivación, no consigue articularse para dejar sentir su peso a los poderosos. Agravan el cuadro dos ingredientes más: uno, la desesperación social y la violencia criminal y política; y, dos, el horizonte económico que no es nada halagüeño.

Puede parecer temeraria la afirmación pero, a todo lo largo del año, la ciudadanía ha visto cómo sus intereses, preocupaciones y aspiraciones van detrás de los arreglos, las negociaciones, los ajustes, las concesiones y las complicidades de las élites en el poder.

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Algunos políticos justifican el sacrificio del interés ciudadano en aras del sostenimiento de la frágil situación política y económica. Omiten, sin embargo, una cuestión: tal sacrificio puede resultar en la inestabilidad social.

Se repite, así, un juego harto conocido y aburrido. No promover cambios sino evitar que éstos sucedan porque, en esa lógica, lo mejor que le puede ocurrir al país es que nada ocurra. Con la mano en la cintura, se dice que no se hace esto o aquello porque es preferible llevar la fiesta en paz.

Bajo ese principio se frenan acciones de gobierno, se deja crecer la enredadera de la impunidad, se postergan asuntos importantes, se aceitan con recursos los caprichos de los gobernadores, se cancelan proyectos, se tolera lo intolerable o se atiende lo urgente olvidando lo importante o sencillamente se pierde el tiempo o el sexenio.

Así, las grandes reformas terminan siendo tímidos esfuerzos. Por lo pronto, eso ocurrió con la gran reforma fiscal que quedó en un pequeño remedio recaudatorio que, al final, sólo dejó satisfechos a los gobernadores pero no a los factores de la producción: ni al capital ni al trabajo, ni al gobierno ni a la oposición. Y todavía está por ver el efecto del aumento en el precio de la gasolina. Eso mismo puede suceder el martes con la reforma electoral, en su nivel reglamentario, si a los diputados panistas les tiemblan las corvas frente al poder de los grandes concesionarios y si a los diputados perredistas les tiemblan las corvas por la presión de Andrés Manuel López Obrador.

Lo curioso de esas dos reformas es que, a pesar de responder el interés nacional, pueden terminar en poco. Todos los sectores, partidos y grupos sociales reclaman una reforma fiscal de gran calado, siempre y cuando no los afecte. Todos los sectores, partidos y grupos reclaman una reforma electoral que reduzca el dispendio, acorte la duración, homologue el calendario, equilibre la competencia, ofrezca garantías a los participantes, siempre y cuando no los afecte.

Todos aseguran estar dispuestos al sacrificio... pero del otro y, apenas sienten afectada la esfera de su interés, descalifican o modifican la medida hasta hacerla inocua.

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Si eso ocurre con las reformas donde supuestamente hay interés general, en otros asuntos sencillamente se elimina ese interés. En esos otros campos, la élite en el poder (política, económica, policial o eclesial) elimina cualquier posibilidad de emprender acciones a favor del país.

En el campo educativo, donde la sociedad ha ido tomando conciencia de su importancia, el interés sindical sacrifica cualquier acción de fondo. Desde hace años, se sabe que la fuerza del gremio magisterial, pero sobre todo, la prevalencia de la camarilla que lo encabeza, frena la mejora en la educación y desde hace años se elude esa realidad.

Si el sexenio pasado se dobló ante el sindicato, el actual ni siquiera intenta levantarse. El gobierno fincó su posibilidad en el apoyo sindical del grupo elbista y la alianza que acordó lo tiene entrampado. Requiere del sindicato para sostenerse pero eso le impide tomar acciones de fondo en materia educativa. El interés nacional y ciudadano se sacrifica sin más.

En materia de seguridad pública, desde el sexenio pasado, la actuación parece inscribirse en la agenda de la seguridad nacional de Estados Unidos pero no en la agenda mexicana. Se cuentan con gloria los decomisos, pero se calla con pena el precio de sangre que está costando. Y, ahí, la violencia está rebasando la esfera del crimen. Cada vez es mucho más elocuente que la violencia criminal golpea a la sociedad. ¿Cualquier historia de las más de 40 ejecuciones de esta semana es elocuente? El gobierno puede brindar con el embajador Tony Garza, pero no con la ciudadanía.

En materia de justicia, ocurre lo mismo: a la piedra de los sacrificios va el interés ciudadano. El cinismo con que los ministros dejaron impune al gobernador Mario Marín y a la industria criminal de la pederastia revela, en cierto modo, la profundidad que esa perversión tiene en las élites en el poder. El tráfico, la explotación y el abuso sexual de menores no sólo son una industria criminal también son una perversión de los poderosos. Atacarla, por lo visto, es pedir que la élite en el poder se ataque a sí misma. Ahí, la infiltración del crimen en la élite del poder es superior a la infiltración del narcotráfico en la política. La pederastia alcanza a figuras de los más diversos campos: iglesia, política y empresa. ¡Una sola hebra podría llevar a un tejido de complicidades! Por eso tanto silencio de legisladores, gobernantes, dirigentes, obispos y empresarios frente a la barbaridad de extender un certificado de impunidad de la mismísima Suprema Corte.

En materia político-electoral, exigirle explicación al ministro Mariano Azuela de lo que andaba haciendo en Los Pinos cuando el desafuero de Andrés Manuel López Obrador expondría una complida red de intereses volcados sobre el propósito de eliminar a un adversario. Exigirle explicación a Andrés Manuel López Obrador del amparo que quiere para "la chiquillada política" desen candenaría una avalancha de justificaciones contrarias a la idea de consolidar el régimen de partidos.

En materia de derechos humanos, la situación es parecida. A la chita callando se vienen sacrificando éstos para que las fuerzas oficiales puedan combatir a gusto el crimen organizado. Hay un deterioro creciente en esa materia y, por más que la Comisión Nacional de Derechos Humanos disfrace su actuación, es evidente que vamos para atrás. Exigir al gobierno, por ejemplo, una explicación seria de la desaparición de los militantes del EPR, Edmundo Reyes Amaya y Gabriel Alberto Cruz Sánchez, es casi imposible. Esas desapariciones han provocado los más grandes atentados guerrilleros que el país haya sufrido en la historia reciente pero, ni así, se responde qué fue de ellos.

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La idea de "llevar la fiesta política en paz" puede terminar por armar un "reventón social".

La distancia entre la élite en el poder y la ciudadanía no debe crecer más, cada centímetro que se abre alienta la desesperación y la violencia. Si los grandes actores en el gobierno y en la oposición, en la industria y el comercio, en las iglesias y las Fuerzas Armadas, en el sector patronal y sindical no toman conciencia del caldo que están cocinando en la olla de la mezquindad, cualquier incidente podrá hacerlo hervir.

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