Denise Dresser Me hubiera encantado conocer al Vicente Fox que –con gran frecuencia– aparece en el libro de Jorge Castañeda y Rubén Aguilar, La diferencia. Radiografía de un sexenio. Me hubiera enorgullecido apoyar al hombre democrático, visionario, inteligente, honesto, sofisticado, astuto, valiente, cuyos únicos errores fueron un poco de impericia y demasiada ingenuidad. Ese tipo hubiera sido un presidente fantástico, y justo lo que la transición necesitaba. Lástima que sólo existió en su propia cabeza y, a ratos, en la de dos excolaboradores que describen su gestión. El Vicente Fox reinterpretado, revisado y editado es mucho mejor que el real. El presidente ficticio que según los autores “hizo lo que se pudo” es bastante más atractivo que quien nos traicionó. Y por ello vale la pena leer la novela sobre su vida, porque la ficción suele revelar verdades que la realidad oscurece. Allí está el personaje Vicente Fox, al que la pluma seductora de Castañeda da vida y los chismes de Rubén Aguilar ayudan a edificar. Alguien “enérgico” con su gabinete, pero al que deja actuar en total libertad con el argumento de que así la gente se exige más a sí misma. Alguien siempre dispuesto a gastar el “bono democrático” aunque eso afectara su imagen. Alguien obligado, “en un acto de congruencia, a cumplir con su compromiso de procurar la paz en Chiapas”. Alguien con credenciales de demócrata pleno. Alguien que cambió y para bien la política exterior, aunque sólo haya sido por un período de tres años. Un hombre empeñado en “forzar la historia y transformar sus deseos en realidades”. Un político que recurrió a todos los recursos posibles, por todas las vías posibles, y aun así no logró sacar una reforma fiscal porque los malosos se lo impidieron. Como argumentan sus creadores: “no había manera”. Vicente El Bueno, víctima de sus circunstancias. ¿Y los deslices de este personaje salido de las páginas de un libro que sólo puede ser catalogado en la sección de “fantasía infantil”? Pues alguno que otro, pero menor, muy menor según sus autores. No se metía, no llamaba al orden, no reconocía que quizás le había faltado análisis sobre la dinámica interna del Congreso, no estaba dispuesto a perder la esperanza de que el PRI se portaría diferente, “a la altura”. Quizás fue responsable de asuntos tan pequeños y perdonables como “apoyar” la candidatura de Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo a la presidencia del PRI. Quizás fue un poquito incompetente en otros temas pero no en el de la reforma fiscal, porque siempre creyó que su amiga La Maestra sería capaz de asegurarla. Quizás fue un poquito indeciso. Quizás dejó que su esposa fuera un poquito hiperactiva, pero “es casi seguro que eso ayudó al gobierno y a Fox”. Sin duda dividió al país pero Castañeda y Aguilar piensan que polarizar se vale y además fue preferible a la victoria de AMLO. Esta novela rosa tiene poco que ver con la realidad de un presidente que cometió errores y muy graves. Tres equívocos principales que determinaron el curso de su sexenio y explican su desenlace atribulado. Tres decisiones tomadas que Vicente Fox no puede endosar a nadie más que a sí mismo. En primer lugar la política de concertación con el PRI, con la cual Fox acabó lavándole la cara a un adversario rehabilitado que luego lo acorraló. Castañeda y Aguilar culpan al PRI de la parálisis del gobierno pero el presidente la fomentó al encamarse con las alimañas, las tepocatas y las víboras prietas en lugar de exterminarlas. Para lidiar con ellas ahora Felipe Calderón ha tenido que servirles con la cuchara grande y ceder gran parte del control incluso de la cocina. Allí están en posiciones de mando los priistas que Castañeda y Aguilar reconocen como listos y hábiles, pero profundamente imbuidos de las peores prácticas del pasado. Y eso es legado de Vicente Fox. En segundo lugar, la decisión del desafuero con la que Fox rompió una de las reglas básicas del pacto democrático descritas por Robert Dahl en Polyarchy; ese acuerdo de “seguridad mutua” con el cual el gobierno se compromete a no destruir a la oposición y la oposición se compromete a no destruir al gobierno. Al violarlo, Fox proveyó de herramientas a AMLO para después descalificar una elección que no pudo ganar. Fox le “ganó” a AMLO pero a costa de la confianza democrática que tanto trabajo le costó al país construir. Y finalmente la decisión de casarse con Marta Sahagún y permitir que, como su esposa, interviniera en áreas cruciales del gobierno para las cuales no tenía la preparación o la experiencia suficientes. Ella fue y hoy sigue siendo la vulnerabilidad histórica de Vicente Fox aunque Castañeda y Aguilar intenten defender la “eficacia” de la primera dama, señalar la mezquindad de las críticas en su contra, y atribuir la animadversión legítima que despertó a un problema de clase social. Los errores de Vicente Fox –que el libro minimiza o no explica a cabalidad– revelan por qué el gobierno del cambio acabó siendo el gobierno de la poca diferencia, de la parálisis, de la polarización, de la microtalacha casera, de las costumbres que prevalecieron, del aparato del Estado que permaneció intacto en lo esencial, del presidente que prefirió mantener contenta a su esposa antes que apostarle al país que prometió. Por eso, al leer este libro resulta difícil no preguntar cuál es el objetivo de Jorge Castañeda y Rubén Aguilar más allá de lo obvio: provocar una tormenta en un vaso de agua, ocupar las primeras planas un par de días, provocar desmentidos y abrir viejas heridas, vender libros y presumir regalías. Más allá de eso no queda claro por qué escribieron un libro en el que describen lo que ellos creen que Fox piensa y pensó. ¿Quieren contribuir a lavarle la cara? ¿Justificar la colaboración en su gobierno y el imperativo de seguirlo defendiendo? ¿Argumentar que es menos baboso de lo que parece en su propio libro The Revolution of Hope? Convencer al país de que Fox –con todo y sus errores– salvó a México del Peje? ¿Reiterar que el fin justifica los medios? La versión novelada del sexenio de Vicente Fox no es un consuelo para los 15 millones 989 mil 636 mexicanos que votaron por él. No basta para todos los partidarios del “voto útil” que Castañeda y Aguilar ahora nos digan que gobernó “como se pudo”. El hecho es que pudo haberlo hecho de otra manera y existe un ejemplo al respecto: en el caso del voto de México en Ginebra sobre Cuba, Fox insistió en que no iba a dar paso atrás y le dijo a Castañeda: “Vamos a votar como quisieran que votáramos… los que votaron por nosotros”. Lástima que no siguió su propia consigna a lo largo del gobierno que encabezó. Porque Vicente Fox no fue electo para que acabara negociando con el PRI en vez de sacarlo de Los Pinos como prometió. No fue electo para que promoviera un acto tan claramente antidemocrático como lo fue el desafuero. No fue electo para que acabara obsesionado con AMLO y polarizara al país con tal de frenarlo, cuando pudo haberlo logrado gobernando mejor. No fue electo para que fomentara la candidatura presidencial de Marta Sahagún y permitiera su asociación con los poderes fácticos que hoy asuelan al país. Frente al PRI Vicente Fox se rajó. Con Andrés Manuel López Obrador se obsesionó. Con Marta se casó. Esa es la diferencia y eso fue lo que ocurrió. |
“México es paradisíaco e indudablemente infernal”, le escribe Malcolm Lowry a Jonathan Cape. A un amigo le confiesa: “México es el sitio más apartado de Dios en el que uno pueda encontrarse si se padece alguna forma de congoja; es una especie de Moloch que se alimenta de almas sufrientes”. JV.
martes, diciembre 04, 2007
Novela de un sexenio
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