jueves, diciembre 13, 2007

Para servir a usted

El comportamiento de varios legisladores, miembros de la Comisión de Gobernación, durante las audiencias organizadas para elegir a los nuevos integrantes del Consejo General del IFE, en particular la conducta de las y los diputados del PRD y de Convergencia, ha sido completamente ajeno a la intención de un proceso que debía afianzar la nueva institucionalidad. Se trataba de reconciliar dos objetivos: la calidad profesional de las autoridades electorales, y su apego a las reglas democráticas. No obstante, algunos diputados y diputadas se han empeñado en demostrar que las metas eran incompatibles, inalcanzables o simplemente que estaban equivocadas. En lugar de calibrar seriamente la capacidad profesional de los candidatos, con la excusa de que querían medir su imparcialidad –propósito que tiene un importante componente subjetivo–, varios legisladores se permitieron ofender y humillar a las personas que tuvieron la mala idea de participar en el proceso. A sabiendas de que no se podían defender, porque hacerlo hubiera dado prueba “de parcialidad” o de “falta de control”, a muchas de ellas estos legisladores las mortificaron de frente, como si trataran de saber cuánto lodo podían recibir en la cara, y luego dar las gracias con una sonrisa. (Al igual que Lyndon Johnson que decía que sólo creía en la lealtad de aquéllos …who can kiss my ass and tell me it smells to roses…)

También fue insultante el desinterés con que trataron a los candidatos que no tenían el patrocinio de un partido, o no forman parte de la crema de los antiguos funcionarios o especialistas en elecciones que fueron entrevistados. En este caso las reuniones duraron unos cuantos minutos y la asistencia de los legisladores a las audiencias fue exigua, en marcado contraste con el lleno completo de las sesiones en las que se presentaron los candidatos más fuertes.

El procedimiento quedó, en consecuencia, por completo desacreditado. En parte también porque tenía problemas de origen. Por ejemplo, el tono general quedó sentado desde el inicio. Normalmente, en procesos de selección más o menos similares, los comentarios de los examinadores a un ensayo escrito como el que redactaron los candidatos, no son públicos, o en todo caso se transmiten en forma privada al autor, para evitarle la incomodidad de un juicio público. Sin embargo, parte de las observaciones de la calificación de los ensayos en una primera etapa eliminatoria, antes de que llegaran a la comisión –que, por razones que ahora se entienden, estuvo a cargo de una empresa de reclutamiento de personal secretarial– fue publicada en el periódico. Luego, con sus actos y sus dichos los legisladores nos hicieron saber muy pronto que la calidad profesional de los candidatos les importaba un bledo, que en realidad los medían a partir de su valor en las negociaciones entre los partidos: Fulano vale para Acción Nacional la cabeza de perengano que promueve el PRD; o mengana que tiene el respaldo del PRD puede ser sacrificada a cambio de zutano a quien apoya el PRI. Es decir, la experiencia profesional, los conocimientos, la trayectoria de un candidato –o candidata– así cosificado quedaron subordinados a los intereses y a las pasiones de los partidos, entre ellas, a la venganza.

Quedó bien claro que la intención de algunos legisladores era mostrar quién manda; porque tampoco se trataba de elegir razonadamente, sino destruir a los candidatos que consideraban más fuertes, o vacunar a los más frescos contra cualquier fantasía de independencia, no vaya a ser que luego les salgan respondones. El problema es que en este régimen de terror los partidos no son los únicos que tendrán un IFE débil, sino que los ciudadanos tendremos autoridades que no lo serán tanto porque las miraremos con compasión, después del trato a que fueron sometidos. Es decir, al imponerles a los candidatos el tono del Para servir a usted, señora, señor diputado… los legisladores lograron comprometer la competencia profesional de los nuevos miembros del Consejo General del IFE, y presentarlos ante la opinión antes que nada como sobrevivientes de un penoso proceso de autohumillación, o de una operación de búsqueda del mínimo común denominador. Es seguro que estas percepciones serán injustas, pero no por eso son inevitables. El procedimiento no ha ayudado a mejorar la imagen de los legisladores. A todos asusta estar en manos de personas que tienen el comportamiento grosero y despectivo que hemos visto en los medios. Al exhibirse como lo hicieron nos recordaron lo que todos sabemos: que ninguno de los legisladores, sobre todo de los más gritones, es moralmente superior a cualquiera de los candidatos, y ellos tienen que saber que en varios casos, el escudo de la democracia no alcanza para ocultar sus limitaciones como demócratas que está bien visto, no lo son, porque ni siquiera dejan hablar a quienes debieron haber recibido como interlocutores, pero intentaron reducir a la calidad de acusados.

El procedimiento de elección de integrantes del IFE no es un asunto menor; hemos visto cómo los legisladores están debilitando a punta de marrazos verbales una institución que mucho nos ha costado, que era un modelo internacional, y que había logrado imprimir credibilidad al voto, pero que a muchos resultaba insoportable precisamente porque era civilizatoria y porque su mera existencia era un recordatorio de que la mayoría de los mexicanos queremos dejar atrás la barbarie, que es el habitat natural de Trucutú y de sus amigos legisladores.

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