Enrique Galván Ochoa
galvanochoa@yahoo.com // Regístrese en el foro: http://dinero.tv/mexico/
“¿Me compra o le compro?”, dijo Mario Vázquez Raña al ex presidente Luis Echeverría. En la mesa de las negociaciones estaban las acciones de la Organización Editorial Mexicana, el grupo con mayor número de periódicos del país. Eran socios el ex presidente y el industrial mueblero, pero las cosas no funcionaban bien. Miembros de la familia Echeverría le pedían dinero a cuenta de futuras ganancias y se habían convertido en un dolor de cabeza. Finalmente, Echeverría vendió su participación, Vázquez Raña quedó como dueño único, pero la cadena nunca se deshizo de la fama de ser propiedad de Echeverría. La anécdota revela cómo empresarios y políticos tienen una tendencia irrefrenable a controlar los medios de comunicación.
Otros tiempos
Hubo un tiempo, ya remoto, en que el periodismo era oficio y negocio de periodistas. El dueño del periódico era un reportero, o un grupo de reporteros que escribían, dirigían y administraban su empresa. Sin embargo, apareció en el escenario un personaje, el empresario de medios; se convirtió en el propietario, el que contrata los servicios de periodistas y el que impone la política editorial. Las excepciones cada día son menos, un caso es La Jornada, del cual somos accionistas los periodistas que hacemos nuestro diario y es dirigido por una reportera que escaló todos los peldaños de la profesión, Carmen Lira. El fenómeno de la corporativización de los medios se ha dado en todo el mundo. Recientemente una de mis publicaciones favoritas, The Wall Street Journal, fue adquirida por el magnate Rupert Murdoch, quien antes había pagado una fortuna por el legendario Times de Londres. En México, el fenómeno viene de lejos. La radio, la televisión e Internet están en poder de negociantes; los ejemplos más notables son Televisa y Tv Azteca, esta última vendida por el ex presidente Carlos Salinas de Gortari al empresario mueblero Ricardo Salinas Pliego, en una operación –se dice– en la que también participaba como inversionista el hermano incómodo. Al paso de los años los empresarios de medios han acumulado tanto poder que se han convertido en un gobierno por encima del propio gobierno.
Lobos y corderos
Cuando una periodista independiente, honesta y crítica como Carmen Aristegui hace un contrato para trabajar en la empresa W Radio, del grupo Televisa-PRISA, sabe, porque es una mujer inteligente, que la estación no es en realidad “su” estación, la cabina no es “su” cabina y el micrófono no es “su” micrófono. Sólo sus ideas son sus ideas. Juega un juego de lobos y corderos, y ella no es exactamente la parte fuerte. (A pesar de todo, vale la pena correr el riesgo.) Quizá su contrato hubiera durado más tiempo, pero en el camino se atravesó la campaña presidencial. A juicio del ganador oficial, seguía dando oxígeno a su adversario, que no aceptó el resultado de la votación y constituyó un “gobierno legítimo”. Con frecuencia aparecía Andrés Manuel López Obrador en el programa de Carmen y lo tomaba como sillón de siquiatra para descargar sus duras opiniones, aunque sin duda sabía que ponía en riesgo la estabilidad laboral de la conductora. Así son los políticos de todos los partidos: su negocio es el poder, lo demás es secundario. En resumen: la línea editorial no convenía a los intereses de Televisa, cuyo elenco de conductores está al servicio del calderonismo. Y no le tembló la mano para sacarla.
El día del malandrín
El viernes 4 de enero fue el último de Carmen en la W y podría llegar a recordarse como el día del malandrín. Me imagino la sonrisa de satisfacción de don Perverto, de la Reina del Bajío, del góber precioso, de la preciosidad de Oaxaca, de Kamel Nacif, de algunos ministros de la Suprema Corta... la lista de impunidades exhibida en ese programa es larga. Sería imperdonable omitir a los conductores de la competencia que habían perdido rating y fueron desplazados por Aristegui.
Un nuevo día
¿Y aquí termina el camino? Cuando se despidió lo hizo con una melodía de Joan Manuel Serrat que tiene como letra un poema de Machado:
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar
No es el final de la carrera de Carmen. Mantiene dos espacios importantes: una sección en el diario Reforma y su espacio en la cadena CNN. Su salida de la W es otra experiencia, un nuevo episodio en la vida profesional de una periodista que optó por la independencia en vez de corromperse. Y no olvidemos que cuando una puerta se cierra es porque se van a abrir otras, y más anchas. Le quitaron sus cuatro horas de transmisión matutina en la W, pero no le quitaron su público. Ahí estaremos sus fans siguiéndola cuando sepamos en cuál estación de radio volverá a transmitir. Nunca lo aceptará Televisa, pero podrá inventar todo, menos audiencias. Y recordemos que la W era una estación que había perdido mucha y ahora la volverá a perder. No me cabe duda de que el día siguiente de Carmen Aristegui será soleado.
e@Vox Populi
En las últimas horas han llegado a mi buzón centenares de mensajes en protesta contra el “ataque a la libertad de expresión”, pidiéndome que sume la mía. Respeto las opiniones de todos, pero es un contrasentido. No puedo protestar, porque eso implicaría reconocer que existe libertad de expresión en Televisa. Un estimado amigo mío que conoce la entraña del grupo, porque fue parte de él durante mucho tiempo, me dijo en alguna ocasión: “Si trabajas en Televisa tienes que jugar con sus reglas, porque no reconoce otras”. Así que en vez de protestar voy a platicarles una fábula cuya autoría se atribuye el famoso filósofo de Zacualpan de Amilpas, pero sospecho que no tiene el copyright:
Se encontraron a la orilla del río una rana y un alacrán.
–Crúzame sobre tu lomo –dijo el alacrán a la rana.
–No, porque me picarías.
–Te juro que no.
La rana se dejó convencer por el bicho y, a la mitad del río, como temía, le clavó el aguijón envenenado.
–Prometiste que no lo harías, ahora nos vamos a ahogar –se dolió el batracio.
–Perdóname, está en mi naturaleza –le dijo el alacrán.
Moraleja: Televisa sigue siendo fiel a su naturaleza.
galvanochoa@yahoo.com // Regístrese en el foro: http://dinero.tv/mexico/
“¿Me compra o le compro?”, dijo Mario Vázquez Raña al ex presidente Luis Echeverría. En la mesa de las negociaciones estaban las acciones de la Organización Editorial Mexicana, el grupo con mayor número de periódicos del país. Eran socios el ex presidente y el industrial mueblero, pero las cosas no funcionaban bien. Miembros de la familia Echeverría le pedían dinero a cuenta de futuras ganancias y se habían convertido en un dolor de cabeza. Finalmente, Echeverría vendió su participación, Vázquez Raña quedó como dueño único, pero la cadena nunca se deshizo de la fama de ser propiedad de Echeverría. La anécdota revela cómo empresarios y políticos tienen una tendencia irrefrenable a controlar los medios de comunicación.
Otros tiempos
Hubo un tiempo, ya remoto, en que el periodismo era oficio y negocio de periodistas. El dueño del periódico era un reportero, o un grupo de reporteros que escribían, dirigían y administraban su empresa. Sin embargo, apareció en el escenario un personaje, el empresario de medios; se convirtió en el propietario, el que contrata los servicios de periodistas y el que impone la política editorial. Las excepciones cada día son menos, un caso es La Jornada, del cual somos accionistas los periodistas que hacemos nuestro diario y es dirigido por una reportera que escaló todos los peldaños de la profesión, Carmen Lira. El fenómeno de la corporativización de los medios se ha dado en todo el mundo. Recientemente una de mis publicaciones favoritas, The Wall Street Journal, fue adquirida por el magnate Rupert Murdoch, quien antes había pagado una fortuna por el legendario Times de Londres. En México, el fenómeno viene de lejos. La radio, la televisión e Internet están en poder de negociantes; los ejemplos más notables son Televisa y Tv Azteca, esta última vendida por el ex presidente Carlos Salinas de Gortari al empresario mueblero Ricardo Salinas Pliego, en una operación –se dice– en la que también participaba como inversionista el hermano incómodo. Al paso de los años los empresarios de medios han acumulado tanto poder que se han convertido en un gobierno por encima del propio gobierno.
Lobos y corderos
Cuando una periodista independiente, honesta y crítica como Carmen Aristegui hace un contrato para trabajar en la empresa W Radio, del grupo Televisa-PRISA, sabe, porque es una mujer inteligente, que la estación no es en realidad “su” estación, la cabina no es “su” cabina y el micrófono no es “su” micrófono. Sólo sus ideas son sus ideas. Juega un juego de lobos y corderos, y ella no es exactamente la parte fuerte. (A pesar de todo, vale la pena correr el riesgo.) Quizá su contrato hubiera durado más tiempo, pero en el camino se atravesó la campaña presidencial. A juicio del ganador oficial, seguía dando oxígeno a su adversario, que no aceptó el resultado de la votación y constituyó un “gobierno legítimo”. Con frecuencia aparecía Andrés Manuel López Obrador en el programa de Carmen y lo tomaba como sillón de siquiatra para descargar sus duras opiniones, aunque sin duda sabía que ponía en riesgo la estabilidad laboral de la conductora. Así son los políticos de todos los partidos: su negocio es el poder, lo demás es secundario. En resumen: la línea editorial no convenía a los intereses de Televisa, cuyo elenco de conductores está al servicio del calderonismo. Y no le tembló la mano para sacarla.
El día del malandrín
El viernes 4 de enero fue el último de Carmen en la W y podría llegar a recordarse como el día del malandrín. Me imagino la sonrisa de satisfacción de don Perverto, de la Reina del Bajío, del góber precioso, de la preciosidad de Oaxaca, de Kamel Nacif, de algunos ministros de la Suprema Corta... la lista de impunidades exhibida en ese programa es larga. Sería imperdonable omitir a los conductores de la competencia que habían perdido rating y fueron desplazados por Aristegui.
Un nuevo día
¿Y aquí termina el camino? Cuando se despidió lo hizo con una melodía de Joan Manuel Serrat que tiene como letra un poema de Machado:
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar
No es el final de la carrera de Carmen. Mantiene dos espacios importantes: una sección en el diario Reforma y su espacio en la cadena CNN. Su salida de la W es otra experiencia, un nuevo episodio en la vida profesional de una periodista que optó por la independencia en vez de corromperse. Y no olvidemos que cuando una puerta se cierra es porque se van a abrir otras, y más anchas. Le quitaron sus cuatro horas de transmisión matutina en la W, pero no le quitaron su público. Ahí estaremos sus fans siguiéndola cuando sepamos en cuál estación de radio volverá a transmitir. Nunca lo aceptará Televisa, pero podrá inventar todo, menos audiencias. Y recordemos que la W era una estación que había perdido mucha y ahora la volverá a perder. No me cabe duda de que el día siguiente de Carmen Aristegui será soleado.
e@Vox Populi
En las últimas horas han llegado a mi buzón centenares de mensajes en protesta contra el “ataque a la libertad de expresión”, pidiéndome que sume la mía. Respeto las opiniones de todos, pero es un contrasentido. No puedo protestar, porque eso implicaría reconocer que existe libertad de expresión en Televisa. Un estimado amigo mío que conoce la entraña del grupo, porque fue parte de él durante mucho tiempo, me dijo en alguna ocasión: “Si trabajas en Televisa tienes que jugar con sus reglas, porque no reconoce otras”. Así que en vez de protestar voy a platicarles una fábula cuya autoría se atribuye el famoso filósofo de Zacualpan de Amilpas, pero sospecho que no tiene el copyright:
Se encontraron a la orilla del río una rana y un alacrán.
–Crúzame sobre tu lomo –dijo el alacrán a la rana.
–No, porque me picarías.
–Te juro que no.
La rana se dejó convencer por el bicho y, a la mitad del río, como temía, le clavó el aguijón envenenado.
–Prometiste que no lo harías, ahora nos vamos a ahogar –se dolió el batracio.
–Perdóname, está en mi naturaleza –le dijo el alacrán.
Moraleja: Televisa sigue siendo fiel a su naturaleza.
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