jueves, enero 03, 2008

Futbol de barrio: la alegría desinteresada

Se juega natural, por diversión, con verdad, dicen jugadores profesionales surgidos de las calles de la Guerrero, Iztapalapa, Tepito y Ecatepec

Paula Mónaco Felipe /I

El barrio es sinónimo de carencias, peligros y una vida difícil, pero también es familias de trabajo, niños y concurridas calles donde, sobre todo, se juega mucho futbol.

Allí el balón rueda sin temores y los contrincantes, de diversas edades, se las ingenian para hacer la finta al adversario. Miles –tal vez millones– de mexicanos pasan horas jugando en deportivos o improvisadas canchas que se levantan imaginarias donde se pueda, entre música, niños, perros, algún borracho, tiendas y mercados.

Sin embargo, muy pocos de los futbolistas de primera división provienen de ese mundo y tal vez el último caso destacado sea el de Cuauhtémoc Blanco, quien nació en la colonia Victoria de las Democracias y trabajó y vivió en Tepito antes de ser figura en el América.

Aunque escasos, en la plantilla del torneo Apertura 2007 hubo jugadores jóvenes que saltaron de las banquetas y canchas lodosas de Tepito, Iztapalapa, la Guerrero o Ecatepec a los empastados y lujosos estadios, con viajes en avión y hoteles de cinco estrellas incluidos.

César Villaluz, del Cruz Azul; Christian El Hobbit Bermúdez, del Atlante, y Juan Carlos El More Mosqueda y Armando Woody Sánchez Zamudio, de las Águilas, son algunos de ellos.

En entrevistas realizadas en sus barrios hablan de las adversidades que enfrentan al crecer en un ambiente difícil, de la alegría que significa la pelota en sus calles y de la esperanza que el futbol sea un medio para encontrar otros horizontes.

“A mí me gustó crecer aquí, en Iztapalapa, porque aprendes a valorar muchas cosas: la amistad, cuando ganas, cuando te compras algo”, asegura Mosqueda de inicio.


“A lo mejor tenías carencias y hay muchas cosas que uno no tiene, que no nos tocó tener; entonces, cuando las consigues, lo valoras más. Y esas situaciones, como cooperar con los gastos, te hacen más fuerte, más consciente de lo que cuesta ganarse algo”, agrega sentado en la puerta de su casa, donde ayudó a construir el segundo piso.

“Valoras más las cosas porque empiezas desde abajo, todo te cuesta más trabajo y tienes que aprovechar todas las oportunidades que se te presenten para superarte y seguir avanzando”, acota Villaluz, acostumbrado a la mala fama de su colonia, la Guerrero.

A su vez, Woody defiende a Tepito, porque “es un barrio de gente trabajadora, la vecindad es muy unida, es como si fuera una sola casa y todos se ayudan”, y después relata que sus vecinos siempre le abrieron las puertas cuando sus padres estaban fuera.

Adversidad que fortalece

“En el barrio juegas contra personas más grandes y eso te ayuda mucho a no tener miedo, a llegarles, atreverte y demostrar lo que uno sabe”, asegura El Hobbit Bermúdez, quien creció en Ecatepec y hoy es titular indiscutible en el equipo campeón, Atlante.

“Todo es más rudo, más fuerte, y tienes que hacerte de carácter para poder sobresalir y no achicarte con ningún jugador, sea chico o grande”, comenta Villaluz, un chavo que con 19 años y 1.65 de estatura ya fue campeón del mundo sub 17 y, convocado a la selección nacional mayor, en el pasado torneo conquistó la titularidad en el equipo de los cementeros.

“El futbolista de barrio es más descarado, más alegre, como que disfruta más el jugar, porque aquí aprendes a hacer lo que tú quieras en la cancha, a divertirte más”, agrega Woody Sánchez, quien este 2007 brincó desde el barrio bravo hasta el máximo circuito con la playera del América.

Su compañero Juan Carlos El More Mosqueda asegura que son visibles las diferencias entre jugadores que se formaron en escuelas o en las calles. “La gente que viene del barrio hace todo natural. Puede haber defensas muy fuertes, pero en las posiciones ofensivas (el origen) se nota, porque son jugadores espontáneos, con alegría, chispa”, que en su opinión es el máximo aporte de lo popular al futbol.

El dilema

Para estos jugadores los recuerdos de la infancia están plagados de canchitas, amigos y deportivos donde ganaron en picardía, pero no desconocen la importancia de la formación en escuelas de futbol como complemento necesario para un buen rendimiento.

“Las bases las tienes de aquí, pero en el club también aprendes cosas nuevas que no se aprenden en el barrio, que te van puliendo, enseñando cosas que te hacen más completo”, opina el cementero.

“Puede haber una buena combinación, porque necesitas de las dos partes; el barrio te da la alegría por jugar al futbol sin preocupaciones, divirtiéndote, y la escuela te da el aspecto táctico, de movimientos”, agrega el tepiteño.

“En la escuelita te enseñan a manejar los perfiles, los recorridos, y está bien, pero yo me inclinaría más por el barrio”, apunta Bermúdez en defensa del estilo popular.

El More dice: “Al final, aunque hagan muchas escuelas y un plan de trabajo excelente, las cualidades las traes, eso no se compra en la farmacia, no se consigue en un año, dos o tres. Puedes perfeccionar algunas cosas y es importante, pero no logras lo que hacen Riquelme o Cuauhtémoc”.

Basta recordar la chispa que el futbol llanero le dio a Temo, autor de la Cuauhtemiña; un jugador que llegó a parar el balón con las nalgas, hizo goles con la espalda, lo que podría culminar con el gol de antología que le anotó a Bélgica en el Mundial Corea-Japón 2002.

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