Carlos Fuentes
Aunque aún no existe un nombre preciso para la nueva era que estamos viviendo, los nuevos problemas empiezan a ser nombrados. Es tiempo de pensar en soluciones. La nueva realidad representa un gran reto. ¿Podrá la humanidad dejar atrás el facilismo ideológico que sólo cree en dos caminos, el capitalismo neoliberal o el populismo paleomarxista, y encontrar concepciones nuevas para moldear el futuro?
Está en el aire. Está en las cabezas. Lo intuimos todos. Una época está terminando. Otra, nueva, pugna por aparecer. Juan José Bremer nos habla de momentos fundacionales de la modernidad. La paz de Westfalia (1648) pone fin a las guerras de religión, consagra el principio Cuius Regio Eius Religio (el soberano determina la fe) y consolida la idea del estado nacional. La Revolución de Independencia norteamericana (1776) y la Revolución Francesa (1789) proclaman la universalidad de los derechos humanos. Norteamérica necesitará una guerra civil para acabar con la esclavitud y la Revolución Francesa conocerá el terror y el bonapartismo antes de que Europa llegue a un nuevo acuerdo en el Congreso de Viena (1815) que pretende restaurar el viejo orden monárquico pero no puede detener el ascenso social de la clase media y la burguesía, verdaderos triunfadores de la Revolución Francesa.
La paz decimonónica sólo es interrumpida por la guerra franco-prusiana (1870-1871) y, al cabo, por la Primera Guerra Mundial (1914-1918) que conduce al raquítico pacto fundacional de la Conferencia de Versalles (1919), origen de una paz efímera que a su vez conduce a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y al acto fundacional que nos ha regido durante medio siglo: la creación de las Naciones Unidas en San Francisco (1945). Obra de dos presidentes norteamericanos esclarecidos (Franklin Roosevelt y Harry Truman), la ONU ha conocido éxitos y fracasos, tropiezos y abstenciones, pero la paz entre las potencias atómicas se mantuvo durante medio siglo, a pesar de las perversiones periféricas (Checoslovaquia y Santo Domingo, Polonia y Panamá). Sólo la crisis de los misiles en Cuba puso en peligro al edificio, pero Kennedy y Jruschov se detuvieron al borde del abismo.
El interinato de George W. Bush obedece a una falsa lectura de la historia. Mientras la Casa Blanca se aferraba a una ilusión de triunfo unilateralista tras el derrumbe del adversario soviético, en el mundo real otros polos de poder se conformaban, con un grado de autonomía (y de interrelación) que está creando una nueva realidad global. China, la India, Europa, Rusia, Japón, Brasil son hoy actores centrales cuyo empuje obedece tanto a su propia energía como a la disipación del poder norteamericano en aventuras foráneas fracasadas (Irak) o en prioridades internas confundidas (migración, impuestos, salud, educación).
Mas si hoy aparece una nueva constelación global sin el dominio prevalente de un solo país, lo que aparece también es una nueva agenda para el siglo XXI. ¿Qué asuntos ocupan hoy el primer plano? La supervivencia del planeta mismo. El calentamiento global. Las brutales desigualdades, dentro del primer y el tercer mundo, entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco. La persistencia del analfabetismo, la enfermedad y la pobreza innecesarias en un mundo con los recursos del nuestro. El abrupto descenso de las reservas mundiales de alimento y el consiguiente aumento del precio de la nutrición: de nueve a cuarenta por ciento el año pasado. El estatuto libertario de las mujeres. El derecho a la información. La liberación de recursos humanos. La veloz revolución tecnológica. La primacía del derecho sobre el hecho. La reforma de las organizaciones internacionales para darle nueva legalidad a una nueva realidad.
Me detengo y me quedo corto. Refiero al lector al pequeño libro presentado por Juan Ramón de la Fuente, Voces de Iberoamérica, en el que Fernando Henrique Cardoso, Felipe González, Enrique Iglesias, Ricardo Lagos y Julio Sanguinetti dan cuenta precisa del estado actual de "la desigualdad, la democracia, la legalidad, la seguridad, la gobernabilidad, civilización, cultura, conocimiento, educación" (Héctor Aguilar Camín en el prólogo). La virtud del libro es que, al referir la actual situación de esta temática, propone soluciones pero, al cabo, se detiene al filo de una interrogante que es un abismo: ¿Tendremos la capacidad y la voluntad de no sólo intentar soluciones, sino de aceptar misterios, interrogantes que aún no se formulan, transformaciones que pueden sorprendernos y rebasarnos, dejando atrás el terrible facilismo ideológico, maniqueo en el fondo, que nos da dos soluciones simplistas a una realidad compleja: capitalismo neoliberal o populismo paleomarxista?
En un artículo brillante de reciente publicación, el investigador mexicano Sergio Aguayo nos hace la siguiente recomendación: "No busquen precedentes para lo que está pasando hoy. No los hay. Tampoco existe certidumbre sobre el porvenir. Sólo persisten las necesidades y la búsqueda de soluciones" en un mundo globalizado.
Aún no sabemos nombrar al mundo que hoy está naciendo. Pero la Edad Media no se sabía "edad media" hasta que los humanistas italianos del Renacimiento (que sí sabía nombrarse) le dieron ese nombre: ¿Cómo se llamará, un día, la nueva civilización veloz, informática, técnica, injusta que nace ante nuestras miradas? Aún no la sabemos nombrar. Sí la podemos interrogar.
Está en el aire. Está en las cabezas. Lo intuimos todos. Una época está terminando. Otra, nueva, pugna por aparecer. Juan José Bremer nos habla de momentos fundacionales de la modernidad. La paz de Westfalia (1648) pone fin a las guerras de religión, consagra el principio Cuius Regio Eius Religio (el soberano determina la fe) y consolida la idea del estado nacional. La Revolución de Independencia norteamericana (1776) y la Revolución Francesa (1789) proclaman la universalidad de los derechos humanos. Norteamérica necesitará una guerra civil para acabar con la esclavitud y la Revolución Francesa conocerá el terror y el bonapartismo antes de que Europa llegue a un nuevo acuerdo en el Congreso de Viena (1815) que pretende restaurar el viejo orden monárquico pero no puede detener el ascenso social de la clase media y la burguesía, verdaderos triunfadores de la Revolución Francesa.
La paz decimonónica sólo es interrumpida por la guerra franco-prusiana (1870-1871) y, al cabo, por la Primera Guerra Mundial (1914-1918) que conduce al raquítico pacto fundacional de la Conferencia de Versalles (1919), origen de una paz efímera que a su vez conduce a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y al acto fundacional que nos ha regido durante medio siglo: la creación de las Naciones Unidas en San Francisco (1945). Obra de dos presidentes norteamericanos esclarecidos (Franklin Roosevelt y Harry Truman), la ONU ha conocido éxitos y fracasos, tropiezos y abstenciones, pero la paz entre las potencias atómicas se mantuvo durante medio siglo, a pesar de las perversiones periféricas (Checoslovaquia y Santo Domingo, Polonia y Panamá). Sólo la crisis de los misiles en Cuba puso en peligro al edificio, pero Kennedy y Jruschov se detuvieron al borde del abismo.
El interinato de George W. Bush obedece a una falsa lectura de la historia. Mientras la Casa Blanca se aferraba a una ilusión de triunfo unilateralista tras el derrumbe del adversario soviético, en el mundo real otros polos de poder se conformaban, con un grado de autonomía (y de interrelación) que está creando una nueva realidad global. China, la India, Europa, Rusia, Japón, Brasil son hoy actores centrales cuyo empuje obedece tanto a su propia energía como a la disipación del poder norteamericano en aventuras foráneas fracasadas (Irak) o en prioridades internas confundidas (migración, impuestos, salud, educación).
Mas si hoy aparece una nueva constelación global sin el dominio prevalente de un solo país, lo que aparece también es una nueva agenda para el siglo XXI. ¿Qué asuntos ocupan hoy el primer plano? La supervivencia del planeta mismo. El calentamiento global. Las brutales desigualdades, dentro del primer y el tercer mundo, entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco. La persistencia del analfabetismo, la enfermedad y la pobreza innecesarias en un mundo con los recursos del nuestro. El abrupto descenso de las reservas mundiales de alimento y el consiguiente aumento del precio de la nutrición: de nueve a cuarenta por ciento el año pasado. El estatuto libertario de las mujeres. El derecho a la información. La liberación de recursos humanos. La veloz revolución tecnológica. La primacía del derecho sobre el hecho. La reforma de las organizaciones internacionales para darle nueva legalidad a una nueva realidad.
Me detengo y me quedo corto. Refiero al lector al pequeño libro presentado por Juan Ramón de la Fuente, Voces de Iberoamérica, en el que Fernando Henrique Cardoso, Felipe González, Enrique Iglesias, Ricardo Lagos y Julio Sanguinetti dan cuenta precisa del estado actual de "la desigualdad, la democracia, la legalidad, la seguridad, la gobernabilidad, civilización, cultura, conocimiento, educación" (Héctor Aguilar Camín en el prólogo). La virtud del libro es que, al referir la actual situación de esta temática, propone soluciones pero, al cabo, se detiene al filo de una interrogante que es un abismo: ¿Tendremos la capacidad y la voluntad de no sólo intentar soluciones, sino de aceptar misterios, interrogantes que aún no se formulan, transformaciones que pueden sorprendernos y rebasarnos, dejando atrás el terrible facilismo ideológico, maniqueo en el fondo, que nos da dos soluciones simplistas a una realidad compleja: capitalismo neoliberal o populismo paleomarxista?
En un artículo brillante de reciente publicación, el investigador mexicano Sergio Aguayo nos hace la siguiente recomendación: "No busquen precedentes para lo que está pasando hoy. No los hay. Tampoco existe certidumbre sobre el porvenir. Sólo persisten las necesidades y la búsqueda de soluciones" en un mundo globalizado.
Aún no sabemos nombrar al mundo que hoy está naciendo. Pero la Edad Media no se sabía "edad media" hasta que los humanistas italianos del Renacimiento (que sí sabía nombrarse) le dieron ese nombre: ¿Cómo se llamará, un día, la nueva civilización veloz, informática, técnica, injusta que nace ante nuestras miradas? Aún no la sabemos nombrar. Sí la podemos interrogar.
1 comentario:
Yo creo que una vía adecuada hacia un mundo "globalizado" es el zapatismo. Sí a la diversidad y a la autonomía. No a la imposición, no al poder.
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