lunes, junio 02, 2008

No sólo de ejemplos vive la ciudad

Carlos Monsiváis

Un caso típico. Nombre: Miguel Ángel Martínez, edad: 34 años, cuatro hijos, trabajó en el campo, vive en Chalco, en la zona periférica (si se sigue creyendo que todavía hay un centro), y en los últimos tres años ha trabajado en Tlalnepantla.

Este es su derrotero de lunes a viernes:

5:30 Se levanta y verifica si hay agua para lavarse o bañarse.
6:00 Camina 15 minutos a su meta de transporte.
6:15 Minibús a Ciudad Neza.
6:45 En el autobús muy colmado arriba a la estación del Metro en los límites de Neza.
7:10 Metro.
7:25 Cambia a la línea 6.
7:40 Si las multitudes le son propicias, llega a la última estación, El Rosario.
7:45 Un autobús desbordante lo conduce a Tlalnepantla.
8:15 Es un afortunado. Sólo camina cinco minutos al lugar de trabajo.

* * *

¿Podría vivir un habitante del valle del Anáhuac (ya en rigor, un capitalino) sin las astucias urbanas que quebrantan la ley de a poquito? El programa de Hoy No Circula se introduce en 1989, y al principio parece funcionar (quizá todas las campañas, si quieren ser realmente exitosas, deberían suspenderse en el instante en que parecen funcionar). Muy pronto, la venta de automóviles se incrementa en cerca de 30%, y el que puede adquiere un segundo vehículo.

La historia sigue su curso malévolo y repetitivo: la contaminación persiste porque en una población de 19 o 20 millones de habitantes (siempre, súmese al DF la zona conurbada, los límites desaparecen porque nadie los distingue) se vuelven inoperantes o espectrales las medidas contra las industrias contaminantes y esto también sucede en Guadalajara, Monterrey, Puebla.

Mire, mi ecologista, México es débil, o, si usted quiere, México no va a conocer en vida la condición de superpotencia, y por eso no se debe poner en riesgo la producción. Además, abogado, las industrias se evaden con celeridad de los requisitos ambientales. Basta sobornar a los inspectores y haga de cuenta que no dije lo anterior.

“Agua, no huyas de la sed, detente” (José Gorostiza)

Y no hacen falta profecías para condolerse del derrumbe de los muros de la patria mía. En la ciudad de México sólo se purifica 10% del agua desperdiciada, y si no acuden presurosos los jinetes del apocalipsis sí se presentan algunos testigos de honor: los desechos químicos, las aportaciones animales y humanas. Y sin agua, el polvo crece sin medida, las tormentas de polvo recorren la ciudad, la enmascaran, la asfixian, le otorgan el aspecto de un sudario. El polvo viene de la periferia, donde no hay sistemas de drenaje y no hay pavimento y sí desechos químicos y materias fecales a modo de apoteosis de la podredumbre.

Cuiden el agua, guarden, escondan el agua, la amenaza del fin de los recursos, el fantasma de los recursos inaprovechables. En los meses de sequía 20 millones de personas extraen del suelo tal cantidad de agua que la ciudad se hunde 30 centímetros al año, y esto se avizora: una sedienta megalopólis subterránea, la Atlántida en el erial, mi utopía por un sorbo de agua.

Y, por fuerza, a costos inmisericordes, la importación del agua de las afueras del valle. El río Cutzamala circula a 127 kilómetros de distancia del valle y a mil 200 metros debajo de la ciudad, y gracias a viaductos enormes el agua se trae a la ciudad a una altura de 2 mil metros, por túneles que cruzan las cadenas montañosas. El proyecto cuesta una fortuna, la ciudad se endeuda sin límite, los campesinos protestan y quieren defender el agua de sus tierras, la concentración poblacional no cede y, también, continúa el despilfarro del agua (se pierde cerca de 33% por daños estructurales).

En las calles de Iztapalapa se lucha por el agua; las pipas cruzan las colonias populares en donde se elevará el agua a los altares del hogar, rodeada de ansiedad y de preces; en las colonias residenciales el desperdicio a nombre de la arrogancia en un mensaje bíblico: ya el fin viene y será reseco; en los informes técnicos la desaparición del agua es el aviso de otra especie que ya no se colará en el Arca de Noé, al cabo que el diluvio, como corresponde, será virtual.

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El link, la webcard, la home page, el chat, el poderoso, inevitable horizonte donde la internet hace las veces del dios de todas las primicias y de todos los despertares y de todas las resurrecciones pospuestas por falta de pago. En la ciudad de México, y el fenómeno crece a diario, la red es el otro sistema de tráfico, allí escasean los embotellamientos o, por lo menos, resultan serlo de la rapidez mental, otra especie en extinción. ¿Y cómo resolver lo acumulado por la prisa de las generaciones obstinadas en que paguen todo quienes las sucedan? Como siempre, la pregunta circular: ¿a qué le apostamos para resolver los problemas urbanos, a la reforma o a la revolución? El ideal de las reformas ya incita a la indolencia, el de la revolución causa miedo o desilusión previa. ¿Qué es en biotecnología, la reforma o la revolución?

* * *

La ciudad crece, se modifica, se reencuentra con su antigua capacidad de llegar al principio luego de tantas excursiones y cruzadas. Según algunos, es más fácil una revolución que una reforma; para otros la intensidad del compromiso revolucionario se apaga pronto, y los laberintos de la reforma son interminables. Y la ciudad persiste, se buscan remedios, la crítica se acrecienta, la utopía se esconde en los apretujones del Metro, nadie quiere irse de aquí, todos afirman que se quedan porque no hay de otra, todavía no se casan y juraron permanecer hasta que naciera la primera nieta.

La ciudad es inabordable aunque, por ahora, se comprima en un departamento de interés social.

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