miércoles, septiembre 24, 2008

Carta a los miembros de El Colegio Nacional

Arnoldo Kraus

Con profunda preocupación escribo este artículo. Dudé mucho antes de hacerlo. Dudé de su posible trascendencia y del permiso que supone dirigirme a Ustedes. Cuestioné su pertinencia y cavilé acerca del peso de las palabras. Decidí hacerlo por el impacto de sus voces. Recurro a su hábitat porque el país se desmorona.

La trascendencia no se refiere al impacto del artículo. Se refiere a la obligación que me he impuesto para elevar la voz y reclamar ante el marasmo y el profundo desasosiego que vive la nación, cuya caída, de seguir por ese camino, pronto nos conducirá a un abismo cuyas consecuencias aún no podemos prever.

La dirijo a El Colegio –otra forma de enfocar la trascendencia– por dos razones. Estoy convencido de que la incapacidad de los políticos mexicanos es grosera, execrable e infinita, y porque soy ferviente admirador de las cualidades de la inteligencia, atributo de sobra reconocido en los integrantes de tan dilecto cuerpo académico. Creo que esa característica, la inteligencia, exquisitamente distribuida entre sus miembros y representada en diversos renglones de sus quehaceres académico y artístico es motivo suficiente para suponer que a partir de esa riqueza, México podría volver a ser un país habitable. Escribo un país habitable porque temo que pronto, si no es que ayer, nos demos cuenta de que nuestra casa, nuestra nación, se nos ha escapado de las manos y nosotros con ella.

Las diferentes facetas de los representantes de El Colegio Nacional tienen el vigor que se consigue cuando mentalidades distintas analizan un problema. Ésa es una de las mayores virtudes de esa agrupación: mirar distinto, escuchar diferente, pensar en diversos tonos. La mezcla de inteligencias deviene crítica, reflexión, movimiento y cuestionamiento. Esa suma conlleva compromiso. La situación actual de México es alarmante. El panorama vital de nuestra nación es lúgubre y el mal crece como espuma. Se reproduce sin parar y amenaza la integridad del país.

Esta carta apela, con profundo respeto a esa inteligencia, al análisis y al compromiso de tan versados ciudadanos para cuestionar las políticas previas y actuales de nuestros gobernantes, cuyo hilo conductor ha sido el fracaso, cuya realidad es violencia, pobreza y encono. El resultado, desde la mirada de la pobreza, es, a todas luces, un país en quiebra.

En los rubros económico, educación y social México está en ruina. No se requieren más cadáveres innominados ni más trabajadores migratorios que arriesguen su vida para saber que nuestros gobiernos han hecho todo menos gobernar. Ese panorama, supongo, les permite a los miembros de El Colegio Nacional, discutir con el presidente Felipe Calderón, y, de ser prudente, exigir. No conozco otra instancia a la cual dirigirme. Su fuerza es la suma de sus historias. Su vigor proviene del respeto que la sociedad les brinda. Por eso decidí escribir.

Imposible pensar en resultados más mediocres y atemorizadores que los que ahora vivimos. Imposible escapar de la realidad. No es la serendipia la responsable de la notoria ausencia en las calles de México de nuestros ex presidentes y de la inmensa mayoría de nuestros ex ministros o ex gobernadores. Es otra cosa. Es su temor ante la ciudadanía y la vergüenza frente a la indigerible realidad de la pobreza y de la violencia lo que los mantiene sumidos en sus fortalezas o fuera de México. Ser político y vivir fuera de su país habla mal de ellos.

El permiso que me he dado para dirigir estas líneas a los miembros de El Colegio Nacional mezcla el asiento de un diván con una dosis in crescendo de indignación. El diván suma las querellas contra la clase política, que sexenio tras sexenio ha ahogado a los más pobres y que ahora ha doblado las manos contra el Golem que poco a poco fue sembrando. Un Golem versión México donde el poder ya no lo ejerce el gobierno, sino sus socios –policía, narcotraficantes–, y que día a día es más autónomo y cobra más fuerza. Un Golem tan agresivo como el cáncer más desdiferenciado. La indignación parte del miedo compartido, del cúmulo de asesinatos que no ceja y del sombrío futuro que empaña el porvenir de nuestra nación.

¿Cuándo sabremos que nuestro país se nos escapó de las manos? Nunca en los discursos de los políticos, con frecuencia en el análisis que de nuestra nación se hace en el extranjero, siempre en las calles que recorremos día a día.

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