domingo, septiembre 28, 2008

A galope desbocado

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com

Va uno y prende la tele y ésta anda ya imparable, todavía en blanco y negro, cacareando circos como el fut y las Olimpiadas, y de paso suelta como con cuentagotas que el ejército mexicano asesinó a un montón de muchachos mexicanos, y luego que a otro montón lo agarró la policía y se puso a torturarlos y, poco después, en vivo y a todo color, y ya sabedora la tele del magnífico negocio de audiencias que supone la tragedia, se explaya llevándonos de la retina a los más polvosos rincones de un terremoto brutal, y todavía nos estamos reponiendo de la impresión, pero por más que pensemos que la capacidad de asombro ya nos hizo callo, antes vino la tele a regalarnos, de entre muchos presidentes corruptos, voluntariosos, asesinos y rateros, un presidente corrupto, voluntarioso, asesino, ratero y llorón, que se dijo el perro que defendería rabiosamente la moneda que él mismo debilitó con sus estupideces y corruptelas, y entonces, antes de que pudiéramos parpadear, nos enteramos de que la corrupción somos todos, y cuando creíamos haberlo visto todo, pero todo lo que la tele quisiera que viéramos, es decir, los dueños de la tele que siempre han sido amiguísimos de la pandilla de mafiosos que siempre ha sido gobierno, llega por la tele el cisma político, el principio del fin que, por lo pronto, según vemos en la tele, entroniza de todos modos a un enano mafioso, y en la tele vemos cómo se empieza a fracturar el monolito que termina falsamente de quebrarse con el siguiente presidentucho, pero cuando creemos que los sobresaltos nos los darán solamente telenovelas rascuaches y películas de reciclaje, viene otra vez ¿quién?, pues quién va a ser sino la tele, y nos avienta encima que sí, que los indígenas del sureste mexicano tienen voz, y al parecer la voz la tienen detrás de paliacates y pasamontañas y uniformes y rifles de asalto, a veces de palo y a veces de verdad, y la tele nos enseña solamente lo que quiere que veamos, pero vamos viendo, de todos modos, con todo y crisis financiera y tropiezos de siempre, y entonces vuelve la tele a las andadas y nos dispara como ráfaga de fusil la masacre de Las Abejas, en Chiapas, y de Aguas Blancas, en Guerrero, como para que no olvidemos que el pueblo mexicano de solidario puras habas, puras balas, más bien, y así, hipando el llanto y todavía con los muertos sin sepelio, va empezando la horrible costumbre –porque nos vamos acostumbrando– de matarnos, de pisotear instituciones y leyes, y terminar de emporcar este pobre país mientras todo ello, al detalle, nos lo va enseñando la televisión.

Por si creíamos que estábamos obteniendo un respiro, la tele se apura a vomitar más: que los pleitos de familias miserables llevados a pantalla en formato de noticiero; que si aquel al que asaltaron con violencia, que si el aparatoso choque entre automóviles que deja como saldo cuatro personas muertas, que si a aquella muchacha la violaron, y otras tragedias ya de multitud como las muertas de Juárez desfilan, sin embargo, por la sombra de apenas ocasionales menciones en la tele que no descansa; todos los días tenemos ya escándalo, carne y sangre frescas: el politicastro corrupto al que le tendieron una celada y se llevó hasta las ligas; los politicastros corruptos que lo entramparon y se dicen impolutos en su inmundicia con tal de aparentar que tienen las pezuñas limpias; la maldad presunta, la sevicia primorosamente aderezada por la televisión que, dicho sea de paso, es rabiosamente de derechas, de la izquierda en México (aunque sea la derecha la que nos lleva al despeñadero), pero no se aburra, mire usted cuántos muertitos por todos lados, cómo en pleno domingo y a la luz del día pudimos ver agonizar en la calle a un jefe policíaco; admire qué pavorosos degüellos, qué conmovedores mensajes traen los muertos de hoy pegados al cuerpo para que una banda de asesinos amedrente a otra; mire usted cómo secuestraron y asesinaron a éste, cómo le arrancaron dedos y orejas a aquél; contemple hasta el arrobamiento estos bonitos once descabezados, aquellos nueve acribillados, ¡niños y mujeres incluidos!, ¡aquí tiene usted, veinticuatro difuntos más de sopetón!

Y uno ya no sabe realmente dónde reside el bacilo de esta enfermedad, de esta tugurización de medios y sociedad que los cobija y que se llama México: si alojado en los perpetradores de las televisoras o en el público, lo mismo ávido que aburrido de la violencia de todos los días, que en apatía, indolencia, temor, ignorancia, debilidad y morbo escondemos la poca dignidad que nos quedaba.

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