domingo, septiembre 28, 2008

Ruta, itinerario... y destino

René Delgado

Replantearse la ruta y el itinerario no es tan complejo... si se tiene claro el destino. Si no es así y se vive una situación adversa, es mejor hacer un alto en vez de dar pasos en falso.

Por eso, antes de continuar agotando recursos de toda índole, no estaría de más darse un tiempo para recapitular en el tramo recorrido y hacer los ajustes necesarios y, entonces, sí, convocar a la unidad nacional sobre la base de un derrotero cierto.

Persistir en adentrarse en callejones al ritmo del problema en turno, terminará por configurar una impresión demoledora: la crisis nos gobierna, no a la inversa.

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La opinión en boga estos días tiene por polos dos absurdos.

Una: estamos donde estamos porque el gobierno le pegó al avispero de problemas y de él es la culpa. Otra: no importa a dónde vamos, es hora de acallar la crítica, cerrar filas y apretar el paso. Así, mientras unos abren los ojos hasta arquear las cejas, otros los enchinan sin cerrarlos pero por alguna razón voltean a ver al cielo.

Una y otra postura poco ayudan a ponderar opciones verdaderamente viables y, entonces, la convocatoria a la unidad en la adversidad se convierte en un acto de fe a ciegas o en oportunidad de cobrar agravios mientras los problemas -como las presas- amenazan con reventar las compuertas.

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Es cierto. Por necesidad pero sin calibrar debidamente las consecuencias, el presidente Felipe Calderón se echó en brazos de dos fuerzas al arranque de su administración: la fuerza militar y la fuerza cupular del magisterio.

No se tomó nota de dos ingredientes importantísimos en esa aventura: uno, el grado de descomposición de las policías federales, estatales y municipales para, en un momento, regresar al cuartel al Ejército sin vulnerarlo; y, dos, el grado de solidez del liderazgo de Elba Esther Gordillo que, en el abuso del músculo, perdía fuerza y tono frente al magisterio.

Es cierto eso pero también está fuera de duda que el margen de maniobra del presidente Calderón era en extremo reducido. Se le asediaba a diestra y siniestra, desde su propio partido y desde la oposición de izquierda; y se le presionaba de arriba y de abajo, desde el poder económico que se pretendía dueño de su ungimiento y desde el malestar social acumulado por la economía y acelerado por la política que de la esperanza democrática se corría y corre a la resistencia sin destino. Sentarse en la silla presidencial en esas condiciones no era nada sencillo.

No es comprobable pero sí presumible que, quizá, se buscó encontrar un enemigo común que diera lugar a la unificación. Desde esa perspectiva, el narcotráfico que, en su desmesura y descuadramiento desafiaba y desafía al Estado, vino como anillo al dedo. Sin embargo, nuevamente se desconsideró la inteligencia para dimensionar la capacidad logística y de fuego de aquel enemigo como la estrategia para combatirlo. Se desconsideró eso como también el grado de descomposición de la fuerza policial y la pugna que entre el propio crimen desataría su combate por parte del Estado. Sin contar con el diagnóstico adecuado, se inició una operación que resultó una aventura.

Ahí falta por ver si el presidente Calderón no fue objeto de un engaño por parte de los suyos.

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A ese cuadro arriesgado con fuertes dosis de peligro se sumaron dos factores: uno previsible, otro imprevisible.

El imprevisible: una crisis económica de la proporción que vive el vecino en medio de su contienda electoral. El previsible y, aun hoy, asombrosamente no rectificado: haber hecho de un entusiasta staff de campaña, el corazón del equipo de gobierno. De lo primero, es injusto cargarle la mano al mandatario. De lo segundo, asombra que, aun hoy, no se tomen decisiones para integrar un auténtico equipo de gobierno con un operador acreditado y preparado para coordinarlo y con capacidad de entablar negociaciones hacia afuera.

Si algo ha marcado los casi dos años de la administración calderonista son seis características: la ausencia de un operador político con verdaderas cartas credenciales, resuelto a servir al Presidente y no a sus intereses o a su grupo; el relevo tardío de aquellos secretarios de Estado que carecen de los requisitos necesarios; la incapacidad de fijar prioridades en las iniciativas de gobierno; la insensatez de tolerar que el grupo cercano al presidente Calderón celebre los tropiezos de sus propios compañeros de trabajo y marque su actuación con el sello de la prepotencia, la indiferencia o la frivolidad; las pugnas y diferencias dentro del mismo gabinete; y, desde luego, la imposibilidad de pasar de la administración al gobierno de los problemas.

En eso el calderonismo comienza a parecerse al foxismo: llega al poder sin saber cómo ejercerlo, administra sin gobernar. Eso es delicado y, en la coyuntura, peligroso.

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Tiene razón el presidente Calderón cuando afirma que no es ésta la hora de dar marcha atrás en el combate al crimen como tampoco en la búsqueda de la mejora de la educación. Eso está fuera de duda. Suspender ambas acciones significaría suscribir la rendición del Estado.

Crimen sin contención y educación sin calidad nutren la degradación social y política que el país vive. Tomada la decisión de combatir al crimen y de mejorar la educación no hay reversa posible. Sin embargo, vista la dimensión y la complejidad de ambos problemas es hora de ver el tramado recorrido, hacer los ajustes necesarios, replantearse el itinerario y la ruta... si, en verdad, hay claridad en el destino.

Es preciso romper el círculo vicioso, determinar si en el gabinete están quienes deben estar, colocar a un operador político con experiencia y capacidad de interlocución hacia adentro y hacia afuera del gobierno, convocar a la unidad dentro del gobierno, elaborar una estrategia y, entonces, con apoyo en la sociedad, librar ese combate a partir de la certeza en el rumbo.

Solidaridad con Alfredo Rivera

Gerardo Sosa Castelán, el diputado priista con "constancia de no antecedentes penales", sufrió un revés: pretendiendo fortalecerse como precandidato a la gubernatura de Hidalgo, terminó debilitándose. Quiso usar como trampolín un juicio por daño moral y, en su ayuda, el juez Miguel Ángel Robles Villegas acabó por hundirlo.

Como pretexto de la denuncia se tomó el libro La sosa nostra: porrismo y gobierno coludidos en Hidalgo y cuatro años se tomó el juez en emitir una sentencia que, sin duda, quedará en el guinness del absurdo: exoneró al prologuista Miguel Ángel Granados Chapa y condenó al autor Alfredo Rivera y puso en duda el derecho a la libertad de expresión.

Si Sosa Castelán y Robles Villegas pensaban que la solidaridad con Granados Chapa excluía a Alfredo Rivera, se equivocaron. Si Sosa Castelán y Robles Villegas pensaban que esa solidaridad con ambos periodistas ignoraba la defensa de la libertad de expresión, también se equivocaron. Viene la segunda instancia, ahí se verá si hay jueces distintos a Miguel Ángel Robles Villegas.

Lo que es un hecho es que el porro... perdón, el diputado Sosa Castelán se ha tropezado en su ambición de ocupar el Palacio de Gobierno. Se lanzó de un trampolín a una alberca vacía.

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