René Delgado
Señalados en el calendario para festejar y celebrar a los héroes que nos dieron patria, estos días deberían dedicarse a reflexionar sobre cuanto está ocurriendo.
La política es un desastre, la economía no marcha y la cohesión social muestra resquebrajaduras. No hay rumbo y, en el colmo de la gravedad, la pérdida de confianza en las instituciones crece día a día. De marzo del año pasado al mes pasado, la insatisfacción con el funcionamiento de nuestra democracia pasó de 40 a 54 puntos porcentuales, de acuerdo con la encuesta publicada por Reforma el pasado miércoles 27 de agosto. Más de la mitad de la ciudadanía ha perdido la esperanza democrática.
Ese solo dato debería encender los focos rojos de la clase dirigente, pero debiendo ser ella la más interesada en el cuidado y el fortalecimiento de las instituciones, al parecer, está empeñada en socavarlas.
...
Puede parecer exagerado pero, quizá, desde 1994 el país no atravesaba una situación como ésta.
Cada mes de aquel año estuvo marcado por algún suceso que, por su resonancia, dejó ver claramente la gravedad de cuanto acontecía: enero por el levantamiento zapatista; marzo por el secuestro de Alfredo Harp Helú, el homicidio de Luis Donaldo Colosio y el "redestape" del PRI; mayo por el primer debate entre candidatos presidenciales; junio por la renuncia de weekend de Jorge Carpizo a Gobernación; julio por el cierre de la campaña; agosto por la elección presidencial; septiembre por el homicidio de José Francisco Ruiz Massieu; octubre por el escándalo de Mario Ruiz Massieu; noviembre por la integración del gabinete y los preparativos de la transición; y diciembre por "el error de diciembre".
La gravedad y el efecto de aquellos acontecimientos aun hoy no cejan pero, como quiera, en aquel momento se tomaron medidas para evitar que aquella crisis social, política y económica provocara el descarrilamiento del país. Se operaron cambios en el gabinete, se tomaron medidas urgentes para reponer la credibilidad cuando menos en el ámbito electoral y, en su momento, se echó mano de aquel crédito puente para atenuar en lo posible el efecto de aquel "error".
Todo aquello ocurrió en sólo 12 meses y, en ese año, el país se asomó al abismo.
...
A lo largo de este año el país también se ha asomado al abismo pero, a diferencia de 1994, los sucesos se han venido presentando como un proceso de degradación que, precisamente por eso, nubla la gravedad de la situación.
Los cambios operados en el gabinete a principios de año no tuvieron, al menos en el caso de Gobernación, el efecto deseado. Por el contrario, anularon la posibilidad de contar con un interlocutor fuerte en el ámbito de la política interior y, a partir de ahí, la administración de los tres ejes que han marcado el año, en el campo político y social, ha sido titubeante, errática o francamente desastrosa.
La conducción política de la reforma petrolera, del combate al narcotráfico y de la seguridad pública deja ver la ausencia de un operador político acreditado hacia adentro y hacia fuera del gobierno pero, aun así, se insiste en sostener a Juan Camilo Mouriño en la posición que ocupa.
La agenda de la reforma petrolera la fijó el lopezobradorismo; la del combate al narco, el crimen organizado; y la de la inseguridad pública, la impunidad. En ese triángulo ha rebotado el gobierno a todo lo largo del año, sin conseguir elaborar una estrategia articulada y coordinada. Se ha mostrado reactivo, no activo en cada una de ellas.
Si la toma de la tribuna en el Senado perfiló una crisis constitucional, la colección de ejecuciones y decapitados así como el descuido y la desatención de la seguridad pública dejan al descubierto la falta de una estrategia contra el crimen organizado y desorganizado y, aun así, ni se reflexiona ni se toman las medidas de emergencia necesarias. Se reacciona al ritmo del suceso o escándalo en turno, pero no se toma la iniciativa. Oídos sordos se han mostrado frente a una situación que, al menos este mes, ha dado aliento a la idea de que la culminación del mandato otorgado está en entredicho.
...
A la par de esa gravísima situación política y social, la adversidad económica acorrala a la administración.
Es cierto que la situación de la economía estadounidense le ha complicado sus posibilidades a la economía mexicana, pero también lo es que, al menos públicamente, se menospreció el tamaño de la complicación que a todas luces se veía y, luego, las medidas adoptadas resultaron desafortunadas. Por si ello no bastara, las diferencias entre el gobierno y el Banco de México han dejado ver una falta de sintonía cuyo resultado se cifra en la palabra incertidumbre.
Aunado a ello, el hecho de que la administración haya amparado su actuación en la alianza con el corporativismo sindical ha provocado una suerte de política marcada por el chantaje donde la reforma educativa y la petrolera pueden sólo llegar al punto que no afecte los privilegios de la casta dirigente de esos dos gremios. Ése es el horizonte de esas reformas.
Tal ha sido el proceso de degradación que, en su deslizamiento, pareciera haberse perdido la noción de cuál puede ser el destino que depara una situación como la que vive el país.
...
A la actuación gubernamental, se suma la de los partidos políticos que sólo entienden de elecciones.
Las tres principales fuerzas políticas viven una crisis semejante, aunque hasta ahora sólo el perredismo ha dejado ver su hondura. El desencuentro al interior del perredismo ha pasado de la evidencia al ridículo, pero el panismo y el priismo no viven tampoco sus mejores días. El discurso doctrinario que supuestamente rescataría el calderonismo del pragmatismo ultraderechista ha caído en una serie de concesiones que ha repuesto a Vicente Fox como el emblema del panismo. Y los jaloneos entre los distintos polos de poder al interior del priismo neutralizan la actuación de ese partido como tal.
Pobres en el discurso e incapaces de mostrar una visión integral del país, los partidos han resuelto -al menos en la capital de la República, en Jalisco, en San Luis Potosí, en el estado de México y próximamente en Nuevo León- socavar la autonomía de los órganos electorales estatales y colocar en ellos, de acuerdo con la correlación de fuerzas, a consejeros que les vengan a modo. No quieren árbitros donde puede haber un pleito.
Si la credibilidad en el gobierno, en las Fuerzas Armadas, en los ministros, en los legisladores y en los propios partidos va a la baja, estos últimos se empeñan en llevar a ese mismo nivel a las autoridades electorales.
Socavan los cimientos que les dan sustento y, además, sonríen.
...
Hay ceremonias que, a pesar de su liturgia, no llegan a constituirse en un festejo o celebración. Estamos en ésas. Los gritos ahogan a "El Grito". Quizá, es hora de guardar silencio y reflexionar en los sentimientos de la nación, de advertir lo que está ocurriendo y salir del ejercicio de degradación en que el país está metido.
Señalados en el calendario para festejar y celebrar a los héroes que nos dieron patria, estos días deberían dedicarse a reflexionar sobre cuanto está ocurriendo.
La política es un desastre, la economía no marcha y la cohesión social muestra resquebrajaduras. No hay rumbo y, en el colmo de la gravedad, la pérdida de confianza en las instituciones crece día a día. De marzo del año pasado al mes pasado, la insatisfacción con el funcionamiento de nuestra democracia pasó de 40 a 54 puntos porcentuales, de acuerdo con la encuesta publicada por Reforma el pasado miércoles 27 de agosto. Más de la mitad de la ciudadanía ha perdido la esperanza democrática.
Ese solo dato debería encender los focos rojos de la clase dirigente, pero debiendo ser ella la más interesada en el cuidado y el fortalecimiento de las instituciones, al parecer, está empeñada en socavarlas.
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Puede parecer exagerado pero, quizá, desde 1994 el país no atravesaba una situación como ésta.
Cada mes de aquel año estuvo marcado por algún suceso que, por su resonancia, dejó ver claramente la gravedad de cuanto acontecía: enero por el levantamiento zapatista; marzo por el secuestro de Alfredo Harp Helú, el homicidio de Luis Donaldo Colosio y el "redestape" del PRI; mayo por el primer debate entre candidatos presidenciales; junio por la renuncia de weekend de Jorge Carpizo a Gobernación; julio por el cierre de la campaña; agosto por la elección presidencial; septiembre por el homicidio de José Francisco Ruiz Massieu; octubre por el escándalo de Mario Ruiz Massieu; noviembre por la integración del gabinete y los preparativos de la transición; y diciembre por "el error de diciembre".
La gravedad y el efecto de aquellos acontecimientos aun hoy no cejan pero, como quiera, en aquel momento se tomaron medidas para evitar que aquella crisis social, política y económica provocara el descarrilamiento del país. Se operaron cambios en el gabinete, se tomaron medidas urgentes para reponer la credibilidad cuando menos en el ámbito electoral y, en su momento, se echó mano de aquel crédito puente para atenuar en lo posible el efecto de aquel "error".
Todo aquello ocurrió en sólo 12 meses y, en ese año, el país se asomó al abismo.
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A lo largo de este año el país también se ha asomado al abismo pero, a diferencia de 1994, los sucesos se han venido presentando como un proceso de degradación que, precisamente por eso, nubla la gravedad de la situación.
Los cambios operados en el gabinete a principios de año no tuvieron, al menos en el caso de Gobernación, el efecto deseado. Por el contrario, anularon la posibilidad de contar con un interlocutor fuerte en el ámbito de la política interior y, a partir de ahí, la administración de los tres ejes que han marcado el año, en el campo político y social, ha sido titubeante, errática o francamente desastrosa.
La conducción política de la reforma petrolera, del combate al narcotráfico y de la seguridad pública deja ver la ausencia de un operador político acreditado hacia adentro y hacia fuera del gobierno pero, aun así, se insiste en sostener a Juan Camilo Mouriño en la posición que ocupa.
La agenda de la reforma petrolera la fijó el lopezobradorismo; la del combate al narco, el crimen organizado; y la de la inseguridad pública, la impunidad. En ese triángulo ha rebotado el gobierno a todo lo largo del año, sin conseguir elaborar una estrategia articulada y coordinada. Se ha mostrado reactivo, no activo en cada una de ellas.
Si la toma de la tribuna en el Senado perfiló una crisis constitucional, la colección de ejecuciones y decapitados así como el descuido y la desatención de la seguridad pública dejan al descubierto la falta de una estrategia contra el crimen organizado y desorganizado y, aun así, ni se reflexiona ni se toman las medidas de emergencia necesarias. Se reacciona al ritmo del suceso o escándalo en turno, pero no se toma la iniciativa. Oídos sordos se han mostrado frente a una situación que, al menos este mes, ha dado aliento a la idea de que la culminación del mandato otorgado está en entredicho.
...
A la par de esa gravísima situación política y social, la adversidad económica acorrala a la administración.
Es cierto que la situación de la economía estadounidense le ha complicado sus posibilidades a la economía mexicana, pero también lo es que, al menos públicamente, se menospreció el tamaño de la complicación que a todas luces se veía y, luego, las medidas adoptadas resultaron desafortunadas. Por si ello no bastara, las diferencias entre el gobierno y el Banco de México han dejado ver una falta de sintonía cuyo resultado se cifra en la palabra incertidumbre.
Aunado a ello, el hecho de que la administración haya amparado su actuación en la alianza con el corporativismo sindical ha provocado una suerte de política marcada por el chantaje donde la reforma educativa y la petrolera pueden sólo llegar al punto que no afecte los privilegios de la casta dirigente de esos dos gremios. Ése es el horizonte de esas reformas.
Tal ha sido el proceso de degradación que, en su deslizamiento, pareciera haberse perdido la noción de cuál puede ser el destino que depara una situación como la que vive el país.
...
A la actuación gubernamental, se suma la de los partidos políticos que sólo entienden de elecciones.
Las tres principales fuerzas políticas viven una crisis semejante, aunque hasta ahora sólo el perredismo ha dejado ver su hondura. El desencuentro al interior del perredismo ha pasado de la evidencia al ridículo, pero el panismo y el priismo no viven tampoco sus mejores días. El discurso doctrinario que supuestamente rescataría el calderonismo del pragmatismo ultraderechista ha caído en una serie de concesiones que ha repuesto a Vicente Fox como el emblema del panismo. Y los jaloneos entre los distintos polos de poder al interior del priismo neutralizan la actuación de ese partido como tal.
Pobres en el discurso e incapaces de mostrar una visión integral del país, los partidos han resuelto -al menos en la capital de la República, en Jalisco, en San Luis Potosí, en el estado de México y próximamente en Nuevo León- socavar la autonomía de los órganos electorales estatales y colocar en ellos, de acuerdo con la correlación de fuerzas, a consejeros que les vengan a modo. No quieren árbitros donde puede haber un pleito.
Si la credibilidad en el gobierno, en las Fuerzas Armadas, en los ministros, en los legisladores y en los propios partidos va a la baja, estos últimos se empeñan en llevar a ese mismo nivel a las autoridades electorales.
Socavan los cimientos que les dan sustento y, además, sonríen.
...
Hay ceremonias que, a pesar de su liturgia, no llegan a constituirse en un festejo o celebración. Estamos en ésas. Los gritos ahogan a "El Grito". Quizá, es hora de guardar silencio y reflexionar en los sentimientos de la nación, de advertir lo que está ocurriendo y salir del ejercicio de degradación en que el país está metido.
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