Lorenzo Meyer
Si el sistema de partidos cumpliera realmente su función, los movimientos sociales tendrían poca razón de ser
Democracia anormal
En una democracia normal, lo usual es que ningún actor político gane todo ni pierda todo. Sin embargo, México hoy no es precisamente una democracia normal: sus divisiones son profundas y la desconfianza es total pues una parte del espectro político no le concede legitimidad a la otra y viceversa.
El resultado es la imposibilidad de la negociación de buena fe. La reforma petrolera refleja bien el problema: los que la apoyan aseguran que ya no tiene ni un ápice privatizador pero se han negado a incluir en el texto un párrafo que pedía la oposición para asegurar que no se darán concesiones exclusivas a empresas privadas -a las petroleras internacionales- en zonas predeterminadas del territorio para la exploración y explotación de nuevos yacimientos. La negativa de unos confirmó las sospechas de otros y, al final, el encono es igual al que había al inicio de la negociación. Así, la normalidad democrática es imposible.
La reforma petrolera ha dejado en claro que la dinámica del proceso político mexicano actual está determinada, en buena medida, por el choque entre los partidos y los intereses que realmente representan -básicamente los de las cúpulas políticas y económicas- y los movimientos sociales, en especial el más dinámico y con la agenda mayor: el que encabeza Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Como muestran las encuestas de opinión, los partidos políticos no son vistos por el grueso de los mexicanos como lo que se supone que son: instrumentos eficaces para recoger y dar cauce a las demandas y preocupaciones ciudadanas. Esos partidos, alimentados por cuantiosos recursos públicos -30 mil 500 millones de pesos en los últimos 14 años- son hoy unas de las instituciones públicas más desprestigiadas (véase "Confianza en las instituciones. Ranking nacional", Consulta Mitofsky, www.consulta.com.mx, abril 2008). Pero el problema no es sólo la desconfianza en los partidos sino en la propia naturaleza del sistema: en una encuesta elaborada por la Secretaría de Gobernación, el 51 por ciento opinó no estar seguro que México viviera en democracia o de plano negó que ése fuera el caso ("Conociendo a los ciudadanos mexicanos. Principales resultados, 2005").
La alternativa
El fin del régimen autoritario priista combinado con la mala calidad de las instituciones y el liderazgo que le sustituyeron, llevaron a que la elección presidencial del 2006 funcionara no como un paso más en la consolidación de la recién nacida democracia mexicana sino como generadora de inconformidades que, a su vez, propiciaron el surgimiento de un movimiento político y social encabezado por AMLO que se presenta como una alternativa para organizar a los inconformes -a la fecha, ese movimiento ha registrado y credencializado a más de 2 millones de ciudadanos- y dar voz y fuerza a demandas de naturaleza popular que las oligarquías partidistas no pueden o no quieren recoger.
El descontento de una parte de la sociedad mexicana por la falta de representatividad de los partidos, por la disfuncionalidad creciente del entramado institucional y por los pobres resultados de una economía que ahora está entrando de nuevo en crisis, forma el contexto en que se debe de entender no sólo al movimiento político-social lopezobradorista, sino al resto de los movimientos que puntean el país.
Definición
Hace un par de siglos que se empezaron a estudiar los movimientos sociales modernos (MS) en Inglaterra -entonces el centro del sistema mundial. Los disparadores de ese fenómeno fueron los cambios y dislocaciones que produjo la revolución industrial. Las características de los MS contemporáneos arraigaron en Estados Unidos en los años sesenta del siglo pasado, durante la lucha por los derechos civiles y oposición a la guerra en Vietnam y también en los movimientos estudiantiles en Francia, Alemania, Japón o México. Desde entonces se marcó aún más su carácter de movilizaciones sociales, políticas y culturales.
Desde la perspectiva conservadora, los MS fueron y siguen siendo vistos como reacciones elementales aunque pasajeras a los procesos de modernización. Esta perspectiva (propia de la escuela de sociología de Chicago, por ejemplo) supone que las sociedades nacionales modernas son conjuntos básicamente bien integrados, con valores compartidos y donde el conflicto es sólo una forma de adaptación. Por ello suponen que, tras el logro parcial de sus objetivos, los MS tienden a desaparecer. Sin embargo, hay otra perspectiva que ve a las acciones colectivas de descontento como un fenómeno que tiende a la permanencia mediante su evolución.
A los MS se les puede definir como "formaciones políticas orientadas hacia el cambio", con estructuras de organización laxas, con posibilidad de crear fuertes solidaridades entre sus miembros y cuyas tácticas, con frecuencia, se centran en la acción directa y la desobediencia civil. Los elementos de cohesión son, por una parte, un conjunto de ideas generales y, por la otra, la presencia de adversarios claramente identificados: la oligarquía, el gobierno, los patronos o una potencia extranjera. Todo lo anterior puede permitir a los seguidores de un movimiento adquirir una nueva identidad social (esta definición toma elementos de la que se encuentra en: Iain McLean y Alistair McMillan eds., Oxford Concise Dictionary of Politics, Oxford, 2003, p.499-500).
Aunque las estructuras de gobierno son los destinatarios inmediatos de las acciones de los MS, estos grupos pueden desarrollar objetivos más ambiciosos. Sin ser revolucionarios en el sentido clásico, suelen aspirar a la modificación e incluso la eliminación de ciertas estructuras y principios sociales. En 1960 Daniel Bell, un sociólogo norteamericano, señaló que los MS tienen la capacidad no sólo de influir en el proceso político sino de transformar, en el curso de la acción, a sus propios participantes a condición de que logren conjugar tres elementos: presentar sus ideas centrales de manera llana, con sencillez, que tales ideas puedan ser vistas como verdaderas y finalmente, que en nombre de esas verdades demanden un compromiso con la acción (The End of Ideology in the West, Nueva York, Free Press, 1965, p. 401). En una perspectiva más reciente, Alain Touraine, en Francia, ha visto a los MS como acciones colectivas organizadas, normativamente dirigidas y cuya lucha busca influir en la "dirección de la historicidad", es decir, en la orientación cultural misma de la sociedad.
El lopezobradorismo
En principio, el MS lopezobradorista pareciera corresponder a lo señalado por Bell y Touraine: su afán va más allá de la búsqueda de votos, de conseguir una legislación específica (para el petróleo o para otra cosa) o de posiciones en la estructura gubernamental. Y eso es justamente uno de los elementos que más irrita y atemoriza a sus enemigos.
La tensión social que dio origen al MS encabezado por AMLO se incubó con el proyecto de cambio neoliberal que se puso en marcha a partir de 1985. Esa tensión se intensificó al modificarse las reglas del juego político -del autoritarismo se pasó a la democracia-, para agudizarse con la violación de esas reglas -de su letra, pero sobre todo de su espíritu- a partir del intento de desafuero de AMLO en el 2004 y de la forma como se condujeron las elecciones presidenciales del 2006.
Dentro de un marco de polarización social y falta de dinamismo de la economía, la evolución de las contradicciones dio origen a la ruptura entre el PRD y AMLO, así como a la decisión de este último de usar su capital político para organizar un MS que hoy se centra en la disputa por la legislación y la renta del petróleo pero que mañana puede poner el acento en algún otro tema de controversia.
La élite del poder mexicana, acostumbrada a la política de las cúpulas -partidos, organizaciones corporativas, grupos de interés económico o religioso-, no ha sabido cómo cooptar o neutralizar a los MS como el organizado por AMLO. En el pasado autoritario, lo que no se podía cooptar se reprimía, tal y como sucedió en 1968 y 1971 o más recientemente con movimientos geográficamente y socialmente limitados como han sido los casos de Atenco en el estado de México y la APPO en Oaxaca.
Pero enfrentar al lopezobradorismo, un movimiento nacional, siguiendo la línea que acaba de recomendar el ex presidente Vicente Fox -"partirle el queso a López Obrador"- sería una gran imprudencia, jugar con fuego en un llano social muy seco, como es en el que hoy se desarrolla la protesta irritante pero pacífica. La represión quizá desactivara temporalmente la protesta, pero igualmente podría tornarla violenta y dejarla sin el control moderador que hoy ejerce AMLO sobre ella.
Si el sistema de partidos cumpliera realmente su función, los movimientos sociales tendrían poca razón de ser
Democracia anormal
En una democracia normal, lo usual es que ningún actor político gane todo ni pierda todo. Sin embargo, México hoy no es precisamente una democracia normal: sus divisiones son profundas y la desconfianza es total pues una parte del espectro político no le concede legitimidad a la otra y viceversa.
El resultado es la imposibilidad de la negociación de buena fe. La reforma petrolera refleja bien el problema: los que la apoyan aseguran que ya no tiene ni un ápice privatizador pero se han negado a incluir en el texto un párrafo que pedía la oposición para asegurar que no se darán concesiones exclusivas a empresas privadas -a las petroleras internacionales- en zonas predeterminadas del territorio para la exploración y explotación de nuevos yacimientos. La negativa de unos confirmó las sospechas de otros y, al final, el encono es igual al que había al inicio de la negociación. Así, la normalidad democrática es imposible.
La reforma petrolera ha dejado en claro que la dinámica del proceso político mexicano actual está determinada, en buena medida, por el choque entre los partidos y los intereses que realmente representan -básicamente los de las cúpulas políticas y económicas- y los movimientos sociales, en especial el más dinámico y con la agenda mayor: el que encabeza Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Como muestran las encuestas de opinión, los partidos políticos no son vistos por el grueso de los mexicanos como lo que se supone que son: instrumentos eficaces para recoger y dar cauce a las demandas y preocupaciones ciudadanas. Esos partidos, alimentados por cuantiosos recursos públicos -30 mil 500 millones de pesos en los últimos 14 años- son hoy unas de las instituciones públicas más desprestigiadas (véase "Confianza en las instituciones. Ranking nacional", Consulta Mitofsky, www.consulta.com.mx, abril 2008). Pero el problema no es sólo la desconfianza en los partidos sino en la propia naturaleza del sistema: en una encuesta elaborada por la Secretaría de Gobernación, el 51 por ciento opinó no estar seguro que México viviera en democracia o de plano negó que ése fuera el caso ("Conociendo a los ciudadanos mexicanos. Principales resultados, 2005").
La alternativa
El fin del régimen autoritario priista combinado con la mala calidad de las instituciones y el liderazgo que le sustituyeron, llevaron a que la elección presidencial del 2006 funcionara no como un paso más en la consolidación de la recién nacida democracia mexicana sino como generadora de inconformidades que, a su vez, propiciaron el surgimiento de un movimiento político y social encabezado por AMLO que se presenta como una alternativa para organizar a los inconformes -a la fecha, ese movimiento ha registrado y credencializado a más de 2 millones de ciudadanos- y dar voz y fuerza a demandas de naturaleza popular que las oligarquías partidistas no pueden o no quieren recoger.
El descontento de una parte de la sociedad mexicana por la falta de representatividad de los partidos, por la disfuncionalidad creciente del entramado institucional y por los pobres resultados de una economía que ahora está entrando de nuevo en crisis, forma el contexto en que se debe de entender no sólo al movimiento político-social lopezobradorista, sino al resto de los movimientos que puntean el país.
Definición
Hace un par de siglos que se empezaron a estudiar los movimientos sociales modernos (MS) en Inglaterra -entonces el centro del sistema mundial. Los disparadores de ese fenómeno fueron los cambios y dislocaciones que produjo la revolución industrial. Las características de los MS contemporáneos arraigaron en Estados Unidos en los años sesenta del siglo pasado, durante la lucha por los derechos civiles y oposición a la guerra en Vietnam y también en los movimientos estudiantiles en Francia, Alemania, Japón o México. Desde entonces se marcó aún más su carácter de movilizaciones sociales, políticas y culturales.
Desde la perspectiva conservadora, los MS fueron y siguen siendo vistos como reacciones elementales aunque pasajeras a los procesos de modernización. Esta perspectiva (propia de la escuela de sociología de Chicago, por ejemplo) supone que las sociedades nacionales modernas son conjuntos básicamente bien integrados, con valores compartidos y donde el conflicto es sólo una forma de adaptación. Por ello suponen que, tras el logro parcial de sus objetivos, los MS tienden a desaparecer. Sin embargo, hay otra perspectiva que ve a las acciones colectivas de descontento como un fenómeno que tiende a la permanencia mediante su evolución.
A los MS se les puede definir como "formaciones políticas orientadas hacia el cambio", con estructuras de organización laxas, con posibilidad de crear fuertes solidaridades entre sus miembros y cuyas tácticas, con frecuencia, se centran en la acción directa y la desobediencia civil. Los elementos de cohesión son, por una parte, un conjunto de ideas generales y, por la otra, la presencia de adversarios claramente identificados: la oligarquía, el gobierno, los patronos o una potencia extranjera. Todo lo anterior puede permitir a los seguidores de un movimiento adquirir una nueva identidad social (esta definición toma elementos de la que se encuentra en: Iain McLean y Alistair McMillan eds., Oxford Concise Dictionary of Politics, Oxford, 2003, p.499-500).
Aunque las estructuras de gobierno son los destinatarios inmediatos de las acciones de los MS, estos grupos pueden desarrollar objetivos más ambiciosos. Sin ser revolucionarios en el sentido clásico, suelen aspirar a la modificación e incluso la eliminación de ciertas estructuras y principios sociales. En 1960 Daniel Bell, un sociólogo norteamericano, señaló que los MS tienen la capacidad no sólo de influir en el proceso político sino de transformar, en el curso de la acción, a sus propios participantes a condición de que logren conjugar tres elementos: presentar sus ideas centrales de manera llana, con sencillez, que tales ideas puedan ser vistas como verdaderas y finalmente, que en nombre de esas verdades demanden un compromiso con la acción (The End of Ideology in the West, Nueva York, Free Press, 1965, p. 401). En una perspectiva más reciente, Alain Touraine, en Francia, ha visto a los MS como acciones colectivas organizadas, normativamente dirigidas y cuya lucha busca influir en la "dirección de la historicidad", es decir, en la orientación cultural misma de la sociedad.
El lopezobradorismo
En principio, el MS lopezobradorista pareciera corresponder a lo señalado por Bell y Touraine: su afán va más allá de la búsqueda de votos, de conseguir una legislación específica (para el petróleo o para otra cosa) o de posiciones en la estructura gubernamental. Y eso es justamente uno de los elementos que más irrita y atemoriza a sus enemigos.
La tensión social que dio origen al MS encabezado por AMLO se incubó con el proyecto de cambio neoliberal que se puso en marcha a partir de 1985. Esa tensión se intensificó al modificarse las reglas del juego político -del autoritarismo se pasó a la democracia-, para agudizarse con la violación de esas reglas -de su letra, pero sobre todo de su espíritu- a partir del intento de desafuero de AMLO en el 2004 y de la forma como se condujeron las elecciones presidenciales del 2006.
Dentro de un marco de polarización social y falta de dinamismo de la economía, la evolución de las contradicciones dio origen a la ruptura entre el PRD y AMLO, así como a la decisión de este último de usar su capital político para organizar un MS que hoy se centra en la disputa por la legislación y la renta del petróleo pero que mañana puede poner el acento en algún otro tema de controversia.
La élite del poder mexicana, acostumbrada a la política de las cúpulas -partidos, organizaciones corporativas, grupos de interés económico o religioso-, no ha sabido cómo cooptar o neutralizar a los MS como el organizado por AMLO. En el pasado autoritario, lo que no se podía cooptar se reprimía, tal y como sucedió en 1968 y 1971 o más recientemente con movimientos geográficamente y socialmente limitados como han sido los casos de Atenco en el estado de México y la APPO en Oaxaca.
Pero enfrentar al lopezobradorismo, un movimiento nacional, siguiendo la línea que acaba de recomendar el ex presidente Vicente Fox -"partirle el queso a López Obrador"- sería una gran imprudencia, jugar con fuego en un llano social muy seco, como es en el que hoy se desarrolla la protesta irritante pero pacífica. La represión quizá desactivara temporalmente la protesta, pero igualmente podría tornarla violenta y dejarla sin el control moderador que hoy ejerce AMLO sobre ella.
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