jueves, octubre 23, 2008

Qué hacemos con los mexicanos

Richard Roch

Es una crisis democrática porque —aunque claro que en diferente proporción— a todos nos está pegando

Y es que ahora se trata de todos nosotros. Ya no nada más de los pobres, como planteaba la maestra Julieta Campos. Sino qué hacemos con los habitantes de este país. Con nosotros mismos, pues. Y es que los efectos de la crisis global y local son ya desastrosos y lo serán más aún. Y no están golpeando únicamente a los que menos tienen, sino incluso a algunos megarricos que ya no saben si van al súper o a la Comer.

Igual a quienes ya no tienen nada que comprar porque se quedaron sin empleo que a los que tienen muy poco y no saben si van a perderlo; que a los que contando todavía con un ingreso han de renunciar a sus satisfactores y marcas favoritas para apretarse el cinturón hasta el último hoyo. Hasta los grandes señores del dinero han de cancelar o posponer sus ambiciosas inversiones personales o corporativas. Es, dijéramos, una crisis democrática porque —aunque claro que en diferente proporción— a todos nos está pegando.

Lo malo es que los pronósticos no podían ser peores. En tan sólo estos seis días recientes, en estas páginas y espacios se ha consignado: que lo peor está por venir según el Banco de México, que detecta los primeros signos de una recesión nacional en la caída de las ventas en almacenes y tiendas departamentales y una contracción económica por la baja en exportaciones y consumo interno; en paralelo, los del INEG anunciaron que en septiembre llegamos a 4.25 % de desempleo, imponiendo un nuevo y triste récord desde 2004; el peso sigue en picada y en su caída ya se llevó 14 % de nuestras reservas en dólares; el colmo es que hasta la conservadora y mañosa Sedesol reconoce que de los 50 millones de pobres —la mitad de los mexicanos— hay ya 15 millones que todos los días padecen hambre. Con todo lo que esto implica.

A este escenario de desastre habría que añadir el éxodo al revés de los migrantes indocumentados mexicanos acosados por el desempleo y por la migra. Los optimistas dicen que no pasarían de 350 mil; los otros hablan de hasta 2 millones. O sea, entre un gran problema y la hecatombe.

Lo más grave es que no hay signo alguno de que el gobierno calderonista cuente siquiera con un plan de choque para confrontar la contingencia múltiple. Menos aún la convocatoria a un gran pacto nacional para rediseñar el país como ya están haciendo en Europa y hasta en Estados Unidos con esquemas y medidas inimaginables hasta hace poco tiempo. Nada aquí sobre la urgente reactivación del mercado interno, la inversión productiva para explorar opciones de desarrollo, la construcción de infraestructura para generar empleos o una política integral que incluya no sólo las variables macroeconómicas, sino las afectaciones a la economía real.

En cambio, sí tenemos un gobierno contrariado porque no pudo imponer su reforma petrolera en sus términos originales. Y de cuya propuesta lo más seguro es que quede muy poco una vez que concluya el proceso legislativo en las cámaras de Senadores y Diputados. Un gobierno descontento porque no halla el modo de combatir eficazmente al crimen organizado y cuyo nerviosismo se refleja en permanentes cambios y ajustes a un organigrama de justicia y seguridad que ahora más parece un laberinto. Y sin salida.

Un gobierno cuyo enojo se está incubando y creciendo desde hace un año ya por los paupérrimos resultados electorales de su partido. Y que podría estar furioso en muy poco tiempo por un 2009 que muy probablemente le resultará catastrófico. Y ya se sabe que el que se enoja pierde.

PD. Tic tac, tic tac… y contando.

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