En un reporte especial elaborado por cuenta de Naciones Unidas un grupo de especialistas acaba de advertir que, de todas las crisis sociales y naturales que afrontarán los seres humanos, la de los recursos hídricos es la que más afecta a nuestra propia sobrevivencia y la del planeta. Además, dice que en los próximos 20 años el promedio mundial de agua por habitante disminuirá un tercio, agravando la situación de crisis en que se encuentran muchos países de África y Medio Oriente. Mas ocurre que esa crisis fue suficientemente anunciada hace más de medio siglo por otros especialistas y por unos pocos gobiernos de esas regiones geográficas cuando salían de la etapa colonial en que las tuvieron sumidas varios países europeos. Advertían que la independencia y la soberanía significaban también utilizar racionalmente los recursos necesarios para el desarrollo, como el agua. En la antigua relación de dependencia, el interés de las metrópolis era fundamentalmente explotar los recursos naturales y la mano de obra locales sin importar los efectos a largo plazo.
También en la primera gran conferencia mundial sobre medio ambiente, celebrada en Estocolmo en 1971, algunos reportes alertaban sobre el agravamiento de los problemas relacionados con el agua virtualmente en todo el planeta. Se citaban los déficit en los servicios de agua potable y su aumento como fruto del crecimiento de la población y la falta de programas oficiales para atacar el problema, y la forma irresponsable en que los gobiernos y la población (esta por pobreza) diezmaban los bosques y los lugares donde se produce el agua, la contaminación progresiva de los ríos y los mantos freáticos y el mal uso del recurso.
No es entonces novedad lo que dice el nuevo informe de Naciones Unidas, pero confirma que, en vez tomar medidas efectivas para resolver los problemas, se hace lo contrario. En efecto, casi cada año otros organismos internacionales relacionados con el tema del agua nos advierten que las acciones para conservar dicho recurso van más lentas de lo que se necesita si en verdad se quiere evitar una crisis generalizada. No solamente tiene que ver con el agua potable, sino con la destinada a las actividades agrícolas, industriales y de servicios. Destaca el caso del uso extremadamente irracional en el sector agropecuario, donde más carencias hay de todo tipo, donde los niveles de pobreza son extremos entre cientos de millones de personas y donde se localiza la actividad económica principal de los países hoy afectados por la falta de agua.
Pero no hay que ir a otros continentes para saber la dimensión de esa crisis: en México la disponibilidad promedio de agua por habitante se redujo el último medio siglo de 11 mil 500 metros cúbicos a 5 mil. Es decir, 130 metros cúbicos por año. Esto se debe al elevado crecimiento demográfico, al uso irracional del agua, a su contaminación. Podría pensarse que, ante lo que sucede, las medidas tomadas y anunciadas en ocasiones con tanta publicidad por el sector público están surtiendo efecto. No es así. Según reconcen las autoridades, no se perciben cambios en los hábitos de usar el agua en la agricultura, la industria y los asentamientos humanos a fin de erradicar el desperdicio y valorar el recurso. En pocas palabras, el derroche continúa.
Uno de los programas en que la actual administración prometió poner mayor empeño fue el relacionado con el agua y el bosque, tan íntimamente vinculados, que por su trascendencia son asuntos de seguridad nacional. El tiempo pasa y de la cruzada por el bosque y el agua nada se sabe. Todo apunta que va rumbo al fracaso. Las nuevas autoridades pierden a diario la oportunidad de reactivarla con base en un amplio programa para producir el agua y conservar el bosque contando para ello con el apoyo de millones de campesinos que, bien motivados, serían los mejores aliados de la conservación de esos y otros recursos naturales; también la pierden en cuanto al uso racional del líquido en el campo y en las áreas urbanas, donde millones carecen de la suficiente y aún así pagan demasiado por la que reciben, mientras otros la desperdician y pagan centavos por malgastarla. Pecando de optimista, ¿podría algún funcionario explicar las causas de este nuevo fracaso oficial?
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