miércoles, febrero 18, 2009

El poder del dólar

Por Alejandro Fiorito

La ortodoxia, además de mantener causalidades desde la oferta para explicar el crecimiento real de la economía, manifiesta respecto del dinero una creencia que no es pertinente con la realidad: la de que cada pieza de papel o moneda fundamenta su valor en una mercancía (oro, etc.) sin diferencias con la teoría metalista elaborada por Hume en el siglo XIX.

El dinero representa en realidad el poder del Estado y no tiene un vínculo necesario con una mercancía para obtener su valor de cambio. Históricamente los Estados eligieron el medio con que cobrar sus impuestos. Los bancos se plegaron a este poder desde los inicios del capitalismo conformando la existencia del dinero como una deuda: los créditos generan los depósitos. La población ciudadana en cada nación tuvo ventajas y no opciones para aceptarlo y naturalizarlo luego.

Esta causalidad es en general anulada del análisis tradicional, que basada en dinero-mercancía, justifica los ajustes ortodoxos en los países normales y adquiere ribetes de total incomprensión ante el caso singular de Estados Unidos con su dinero singular, mundial: el dólar inconvertible aceptado por el resto del mundo. En efecto, desde 1971, Estados Unidos declara que no convertirá cada dólar en algún valor con respaldo en oro.

Con la reciente crisis, se ha dicho de todo, y en general sin dejar de ver a Estados Unidos como un país más. El plan de apoyo fiscal de Obama vuelve a resucitar el tema sin ver las asimetrías que permiten a Estados Unidos sostener un patrón dólar flexible por más tiempo que el patrón dólar-oro de Bretton Woods. Rápidamente se repiten ecuménicamente esquemas de pensamiento ortodoxo: a causa de la merma de valor del dólar los gobiernos y los privados en el mundo comenzarán a vender sus activos en dólares, generando suba de tasa de interés e inflación en Estados Unidos y una fuga hacia otra moneda mundial.

Sólo con su monopolio de fabricar dólares se pueden resaltar las asimetrías que posee Estados Unidos y que ningún analista económico toma en cuenta a la hora de pronosticar osadamente “colapsos” y “aterrizajes duros” del dólar:

1. Prácticamente todos los pasivos e importaciones de Estados Unidos están nominados en dólares y con cada desvalorización del dólar, la deuda externa norteamericana y el valor de las importaciones caen también, siendo perjudicados los países acreedores y no Estados Unidos.

2. El 60 por ciento de los activos de Estados Unidos se encuentra nominado en otras monedas.

3. No existe una paridad fija del dólar con otra moneda o metal, es flexible.

4. Estados Unidos controla la tasa de interés de su propia deuda externa, configurando una verdadera banca central mundial.

5. El déficit de la balanza comercial de Estados Unidos tiene un comportamiento que, dentro de este patrón monetario, hace que sus importaciones no respondan a las variaciones de su tipo de cambio y sí al crecimiento de su Producto. De 1985 a 1995 y de 2002 a 2008 el dólar se desvalorizó y sin embargo de 1985 a 1991 se reduce a cero el déficit y crece luego de esa fecha hasta 2006. De 1995 a 2001 se valorizó el tipo de cambio.

6. Las exportaciones sí responden a las variaciones del tipo de cambio, aumentando con la desvalorización, desplazando otras producciones.

7. La importación de petróleo de Estados Unidos no es afectada inmediatamente por la desvalorización del dólar, dado que su precio es fijado en dólares.

8. No existe relación sistemática de la desvalorización del dólar y la tendencia del tipo de interés de largo plazo.

Si a estas asimetrías agregamos que desde la administración Reagan toda puja redistributiva por parte del salario ha sido eliminada, los impactos inflacionarios dentro de Estados Unidos por una desvalorización del dólar también son limitados, absorbiéndose la suba de los costos, bien por los salarios reales y/o las empresas que no desean perder una porción del mercado norteamericano.

Si por la desvalorización se produjese una venta masiva de tenedores internacionales de títulos públicos de largo plazo –como dicen los analistas–, haría que sus precios bajaran y sus tasas de interés subieran, pero con poca probabilidad de que esa situación dure mucho, dado que el arbitraje con el mercado de corto que paga baja tasa harían comprar los títulos de largo, cayendo las tasas de largo nuevamente. Ya sucedió esto en la historia reciente: 1985-1995 donde hubo una desvalorización, y más recientemente desde 2002 las tasas de interés de largo plazo no subían o lo hicieron muy poco, estabilizándose por debajo de las de corto plazo hacia 2007. Sólo en el caso de subas de tasas de corto plazo –reguladas directamente por la FED– harían subir permanentemente a las de largo plazo. A esto, un sorprendido Greenspan lo ha llamado conundrum (enigma). Por lo visto, el destino de la ortodoxia neoclásica es coleccionar “enigmas” y “puzzles”, pero no explicaciones coherentes de la economía.

Una desvalorización del dólar, lejos de perjudicar a Estados Unidos, lo beneficia, bajando el peso de su deuda, haciendo crecer sus exportaciones, no haciendo subir sus tasas de interés ni su inflación, aumentando el valor de muchos activos americanos en el exterior y haciendo crecer su Producto y el empleo.

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