Sam Bahour, empresario palestino estadunidense, almuerza con su familia en la pizzería Angelo’s, ubicada en la calle principal de Ramallah (Cisjordania). El restaurante –recuerda Sam–
estaba lleno de clientes nerviosos por los ruidos de los disparos sobre nuestras cabezas. Los camareros, que han pasado por esto cientos de veces, se acercaban a las mesas, jugaban y bromeaban con los niños, tratando de que todo pareciese normal.
Sam y su esposa Abeer observan que Areen, su hija mayor, está muy nerviosa y ya quiere regresar a casa. Pero la pequeña Nadine continúa disfrutando muy lentamente su hamburguesa y las papas fritas. ¡Son las mejores hamburguesas de la ciudad!
, exclama Nadine, mientras en las calles aledañas las excavadoras israelíes destruyen los automóviles estacionados.
“Ellos vienen, disparan y se van… Por tanto, ¿cuál es el problema?”, dice Nadine. Cuando se vayan, nos iremos a casa, ¿cierto, papá?
La lógica de la niña desencaja al papá. ¿Cuál es el problema? El problema, escribe Sam, es… ¿cómo una niña de seis años se sienta tranquilamente a devorar con entusiasmo una hamburguesa durante una miniguerra sin presentar el menor signo de disturbio?
La crónica de Sam (El ejército israelí y la hamburguesa de mi hija
, The Electronic Intifada) data de enero de 2007, y revela el día a día del lento holocausto palestino: “Israel –escribe– ya está creando una nueva generación de palestinos más insensible que las anteriores frente a la ocupación militar. De la misma forma está creando una generación de ocupantes israelíes que ven a Palestina como el far west. Está despojando a los niños, tanto palestinos como israelíes, de su niñez”.
En abril de 2008, Aish Samour, director del Hospital Siquiátrico de Gaza, estimaba que 30 por ciento de los niños palestinos menores de 10 años sufren incontinencia urinaria. Samour recibe a unos 33 niños por mes.
“Los niños de Gaza –describe– no son niños que llevan vidas normales. Viven con sufrimientos sicológicos inmensos, derivados de las prácticas de la ocupación israelí, y esto tiene un impacto negativo en su existencia.”
Eyad Al-Sarraj, director del Programa de Salud Mental de la Comunidad de Gaza, explica que los niños han perdido los dos pilares más importantes que había en sus vida: el sentido de la seguridad, perdido a causa de los ataques, bombardeos y destrucción, y el sentido de alegría y felicidad, que es fundamental en la infancia.
Cuando un niño ve a su padre impotente e incapaz de proporcionarle seguridad
, siente inmediatamente hostilidad y alejamiento hacia él. Al-Sarraj asegura que 45 por ciento de los niños estudiados dijeron que habían visto a los soldados judíos golpeando e insultando a sus padres.
A ello se suman otros trastornos. En junio de 2006, uno de cada tres palestinos recién nacidos moría de enfermedades prevenibles debido a la falta de cuidados y medicamentos básicos, y a las enormes dificultades para que Israel autorizase la llegada de médicos, fármacos, aparatos sanitarios.
Según un estudio del Ministerio Palestino de Asuntos Sociales, con el auxilio del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), 75 por ciento de los niños sufren problemas emocionales causados por la continua exposición al vuelo rasante y ruido de los bombardeos.
Los más pequeños mojan la cama, sufren pesadillas, y los niños mayores son problemáticos y coléricos. Ansiedad, llanto, regresión, problemas de habla, miedo, agresividad, estrés, y en los más grandecitos sentimientos de impotencia, rebeldía y retraimiento. Niños de tan sólo ocho años se sienten responsables de llevar a cabo la lucha palestina, dice Kristan Zaat, del Unicef.
Los chicos de Gaza pierden el apetito, se vuelven violentos, tienen pesadillas por las noches, asisten con irregularidad a la escuela.
Cada niño palestino se ha visto expuesto a más de nueve situaciones traumáticas. El estudio dice que 95.6 por ciento ha visto imágenes de heridos y asesinados. Al Sharjah añade que casi 36 por ciento de los niños de sexo masculino comprendidos en las edades de entre ocho y 12 años, y 17 por ciento de las niñas, desean morir en los ataques del ejército ocupante.
Las escenas de violencia se graban firmememente en la mente de los estudiantes y esto aflora en sus dibujos, la mayoría de los cuales representan aviones, tanques, bulldozers, mártires, funerales, aviones que lanzan misiles sobre sus casas, hogares y árboles destruidos.
En diciembre de 2006 el menor Ayman Abu Mahdi (10 años) recibió un disparo, y agonizó durante una semana entera en la unidad pediátrica de cuidados intensivos del Centro Médico Sheba, en Tel Hashomer. Los israelíes no permitieron el paso de la ambulancia palestina que había transportado al niño de la clínica Kamal Adwan (Gaza) hasta el puesto de control. Un tío tuvo que pagar 2 mil shekels (360 euros) para que la ambulancia israelí se presentara.
Y el padre, por no ser ciudadano israelí, necesitó de seis días de incesantes gestiones para conseguir la autorización, que llegó seis horas antes de la muerte de Ayman.
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