lunes, marzo 02, 2009

Diseño de un gusto discutible

Michael Parenti
Traducido por Maite Padilla y revisado por Esther Carrera

Se llama «creacionismo» al dogma de que el dios judeo-cristiano creó el universo y todas las especies terrestres en seis días, incluyendo los humanos, en la forma acabada en que existen hoy en día. Durante siglos, esta visión ha prevalecido en el mundo occidental. Incluso después de que surgiera la ciencia evolucionista, en la segunda mitad del siglo XIX, el escenario retratado por el Génesis se mantuvo como el único aceptable para gran parte de la cristiandad. No fue hasta principios del siglo XX que la ciencia darwiniana disfrutó de un auditorio plenamente receptivo entre las comunidades científicas y universitarias de los Estados Unidos.

Pero hoy en día, lejos de dominar triunfante, la ciencia evolucionista parece que sobrevive a duras penas en la arena de la opinión pública. De acuerdo con una encuesta de Gallup realizada en 2007, sólo el 49 por ciento del público estadounidense aceptaba la evolución y el 48 por ciento no la aceptaba. Otra encuesta revelaba que el 42 por ciento de los estadounidenses tenían creencias creacionistas estrictas. Varios distritos escolares por todo el país han protagonizado feroces disputas acerca de la enseñanza de la evolución.

En los últimos tiempos, ha surgido una versión más refinada del creacionismo, llamada diseño inteligente (DI). De acuerdo con ésta, los organismos vivos son tan irreductiblemente complejos que no podrían haber evolucionado fortuitamente durante eones, a partir de formas más primitivas, sino que precisamente fueron creados de un solo golpe por una inteligencia superior.

En su ataque a la evolución, los creacionistas y héroes del DI claman un estribillo hostigante. Por citar de una declaración realizada por un consejo escolar antidarwiniano en Dover, Pennsylvania: «La teoría de Darwin es [tan sólo] una teoría [.] Una teoría no es un hecho. Hay lagunas en la teoría para las que no existe ninguna prueba [.] El Diseño Inteligente es una explicación del origen de la vida que difiere de la visión de Darwin [.] Animamos a los estudiantes para que mantengan una mentalidad abierta».

Los críticos de la evolución casi tienen algo de razón. Sin duda hay «lagunas» en la teoría de la evolución, teoría que ni es fija ni está completa. Pero lo mismo es aplicable de todas las teorías científicas, sea la ciencia de la nutrición, la Meteorología, la Astronomía, la Biología, la Geología o la Física. La ciencia frecuentemente produce teorías que contienen preguntas para las que no existe una respuesta e invitan a diferentes interpretaciones.

La verdad es que no hay leyes científicas fijas y definitivas. Muchos científicos ni siquiera gustan del término ley científica y prefieren hablar de «teorías científicas». Es inherente a la naturaleza de la ciencia -tanto más cuanto mejor se practique- el mantener accesibles todos los datos a investigaciones y conceptualizaciones subsiguientes. Algunos descubrimientos científicos aparentemente exitosos pueden abrir campos de investigación contiguos que suministren todavía más preguntas sin respuesta.

Sea como sea, un corpus científico establecido no es algo que pueda ser claramente descartado tan sólo porque contenga preguntas sin responder. Que una teoría científica sea incompleta no nos autoriza a ignorar toda las pruebas a su favor que ha acumulado. Los datos, provenientes de la Paleontología, la Geología, la Zoología, la Entomología, la Biología Molecular y otros campos aportan muchas pruebas a favor de la evolución y todavía han de ser refutadas por los diseñistas inteligentes[*].

Los científicos han estado ideando nuevas formas de trazar el mapa de cómo se desarrolló la vida, desde formas más simples a formas más complejas, que es la esencia de la teoría evolucionista. Mediante la reconstrucción de los materiales genéticos de animales extintos desde hace tiempo, han sido capaces de mostrarnos cómo la evolución creó componentes de estructuras moleculares nuevos y más complicados que las partes preexistentes.

Por su propia naturaleza, la vida depende de la adaptabilidad. Esto significa que el cambio, la complejidad y el desarrollo son componentes inevitables del mundo natural. No todos los organismos se reproducen con un éxito uniforme. La capacidad reproductiva surge directamente de lo bien que las criaturas (las criaturas humanas inclusive) sean capaces de competir por los recursos, contra otras especies y contra miembros de su propia especie, y contra problemas que se presentan debido a los elementos naturales mismos.

No solamente la competición sino también una cooperación altamente evolucionada darían ventaja a varias especies. Dada esta infinidad de fuerzas interactivas, parecería improbable que la evolución no se estuviera produciendo.

En efecto, la evolución sigue produciéndose ante nuestros ojos cómo ha quedado demostrado por el reciente descubrimiento de la manera en que los virus y los otros microbios, en tan sólo cuestión de días, adquieren nuevos rasgos, se adaptan a nuevos hábitats y mutan para convertirse en nuevas especies. Patógenos nuevos como el SRAG, el SIDA y bacilos de la tuberculosis más virulentos, siguen evolucionando. Desafortunadamente es su capacidad evolutiva lo que hace más probable que estos microbios se vuelvan resistentes a los antibióticos. La teoría evolucionista ofrece una explicación a su dramática adaptabilidad, mientras que la Biblia no ofrece ninguna, como tampoco lo hacen los diseñistas inteligentes.

Se puede decir algo más sobre las teorías científicas. Cuando los diseñistas insisten en que la evolución es una teoría y no un hecho, están yuxtaponiendo teoría y hechos como dos conceptos mutuamente excluyentes y enfrentados. Esta visión es normalmente sostenida por personas profanas que no saben nada sobre la ciencia, que asumen que hay «hechos consumados» por un lado, y teorías etéreas que salen de la cabeza de la gente sin a penas realizar ningún esfuerzo, por el otro.

De esta manera, se nos exhorta para que dejemos de «teorizar», de inventar especulaciones abstractas que, por definición, son más fantasiosas que fácticas. A veces «la teoría» se entiende como algo que, presumiblemente, es ipso facto falso, como «las teorías conspirativas».

Tanto en las ciencias naturales como en las ciencias sociales, sin embargo, la teoría es algo más que mera especulación. La teoría es la destilación generalizable de la investigación empírica, la recompensa que surge de la recopilación y conexión de un montón de datos pertinentes. Se necesitan datos fácticos para construir una teoría científica, pero se necesita teoría para poner orden y dar sentido a los hechos.

Las teorías se miden en función de su poder explicativo. Una teoría bien desarrollada y corroborada es a lo que la ciencia aspira. Es el patrón oro de la investigación científica. La teoría de la gravedad y la teoría de la relatividad no carecen de datos por el mero hecho de ser teorías. Desdeñar algo como tan sólo una teoría y no ciencia fáctica no tiene ningún sentido desde un punto de vista científico. La teoría no es algo tan «blando» y, por esa misma razón, los hechos, a veces, no son tan «sólidos» ni están tan firmemente establecidos.

Puesto que las teorías científicas en todos los campos contienen algunas preguntas sin respuesta, ¿por qué los diseñistas inteligentes han escogido en concreto la teoría de la evolución, como la única teoría especulativa llena de lagunas? La respuesta es obvia: la evolución está en directa oposición al Génesis. Si la evolución es cierta, entonces la descripción de la Biblia de cómo Dios creó el mundo y a los humanos en su apariencia actual, en seis días, parece enteramente un cuento de hadas. Y si el Génesis es un cuento de hadas, entonces ¿qué validez tiene el resto del tomo bíblico divinamente dictado que sirve de fundamento inequívoco de la fe judeo-cristiana?

La respuesta ofrecida por los defensores científicos de la evolución es previsible y de algún modo incompleta: «No hay modo de demostrar o comprobar la verdad o la falsedad de las fuerzas espirituales no naturales que presumiblemente están actuando en la naturaleza». Estaría bien si algún día alguien añadiese, «y tampoco pueden los diseñistas inteligentes». Ese es el verdadero problema. Por supuesto, los científicos no pueden operar fuera de su paradigma fundamental y demostrar la causativa divina, pero tampoco pueden hacerlo los creacionistas diseñadores.

Este es un punto crucial porque la carga de la prueba del diseño inteligente recae en sus partidarios. ¿Dónde está su trabajo de campo?, ¿dónde están sus experimentos de laboratorio?, ¿sus observaciones y evidencia acumulada midiendo los efectos de los vectores de DI sobre las variadas fuerzas naturales y entidades, que es lo que cabría esperar de una investigación científica interesada en los «hechos puros y duros»?

Éste es el problema de enseñar DI: ¿qué es lo que estaríamos enseñando?, ¿cómo podríamos juzgar la fiabilidad de lo que se enseña? ¿Cómo podríamos determinar qué es o no es comprobable si uno puede postular, a priori, la presencia de un diseñador supremo, que nadie ha visto, merodeando detrás de todo cuanto existe? En las dos décadas desde que el DI hizo acto de aparición, éste no ha producido ningún experimento o descubrimiento trascendental en biología, y cada vez se parece menos a una ciencia y cada vez más a una polémica teológica.

Los defensores de DI no parecen alarmados ante su propio analfabetismo científico. Uno de ellos afirma que no hay pruebas de una evolución continuada porque «todos los grupos de vertebrados, desde los peces hasta los mamíferos aparecen [en el registro fósil] en un mismo momento». Pero esto no es cierto, replica George Monbiot, 300 millones de años separan los primeros fósiles de peces y los primeros fósiles de mamíferos.

Los partidarios del DI sacan mucho partido del caso del ojo humano. Su argumento sostiene que dada la precisión delicada y compleja que le permite ejercer su maravillosa función y la «organización deliberada de sus partes», el ojo no podría nunca haberse desarrollado por una mutación fortuita y por la selección natural. Si la evolución fuera cierta, habría fósiles de animales sin visión y otros con varios grados de desarrollo ocular esparcidos por todas las eras, pero «semejantes fósiles no existen», mantienen los diseñistas. Pero como nos recuerda Monbiot, semejantes fósiles sí que existen; el registro fósil comprende todas las edades con incontables ojos «en todos los estadios de su desarrollo».

Por lo que se refiere a los creacionistas, no es que tengan sus dudas sobre aspectos particulares de la evolución, como podría ocurrirle a cualquiera de nosotros, sino que niegan que haya ocurrido. Creen que el libro del Génesis es verdadero de una forma literal. En posesión de la verdad absoluta, como se ven a ellos mismos, carecen de cualquier inclinación a tolerar perspectivas alternativas. No están interesados en el pluralismo de ideas. No aspiran a aportar algo nuevo a la teoría evolucionista sino a reemplazarla, al mismo tiempo en que piden más tolerancia en las escuelas laicas y una cada vez mayor difusión de su propia «explicación».

Sus defensores insisten en que el DI no está anclado en la religión, no requiere ni de milagros ni de un creador. Evitan mencionar la creación en un periquete de seis días y otras narraciones bíblicas. Pero si el DI no tiene un origen supernatural, entonces ¿por qué opera como primera plantilla universal y perfecta para este mundo imperfecto e inacabado? ¿Cómo puede crear el maravilloso mundo natural y su presunta irreductible complejidad si es él mismo un mero constituyente de tal complejidad? He aquí un diseñador que es la fuente de todas las formas creadas y sus contenidos pero que él mismo no puede ser objeto de ningún tipo de estudio científico, un diseñador que supuestamente está fijado en la naturaleza pero que al mismo tiempo trasciende la materialidad ordinaria.

Los diseñistas concentrados en el Discovery Institute, un gabinete estratégico conservador que se encuentra en Seattle, dejaron en evidencia su motivación religiosa en su ya infame, y llamativamente ingenuo, documento interno, «La estrategia de la cuña», escrito en 1999 y filtrado al público un tiempo después. De acuerdo con «La estrategia de la cuña», el objetivo último del diseño inteligente es «nada menos que el desbancamiento del materialismo y sus herencias culturales», reemplazando el materialismo científico «con el entendimiento teista de que la naturaleza y los seres humanos son creados por Dios».

Los autores de este documento culpan a la teoría evolucionista y a la ciencia materialista de la mayoría de los males que aquejan al mundo. Dicen: «Pensando que ellos podrían fraguar una sociedad perfecta a través de la aplicación del conocimiento científico, los reformistas materialistas defendieron programas estatales coercitivos que falsamente prometían la creación del cielo en la tierra». En resumen, el DI no es un campo de estudio, es un sermón fundamentalista refinado al servicio de una agenda política reaccionaria.

Los creacionistas y los diseñadores del DI parecen que estén liderando la defensa de la libertad de expresión y la diversidad de ideas cuando urgen para que a los estudiantes se les enseñe algo más que tan sólo el darwinismo. De hecho, ellos mismos no están interesados en el pluralismo de ideas. No están a favor de la enseñanza de todas las teorías de la creación.

Hay tantas historias sobre el comienzo del mundo y sobre cómo está hecho como hay cuentos y mitos tribales. Los adoradores fundamentalistas de Jesús sólo están preocupados por la narración del Génesis, la única que quieren que se enseñe en las escuelas.

Así, en 1999, en el consejo escolar del estado de Kansas, los creacionistas eliminaron casi todas las referencias a la evolución de su plan de estudios. Tales referencias fueron restablecidas solamente después de que los votantes de ese estado expulsaran al bloque creacionista en 2001. En resumen, los creacionistas no quieren aportar nada a la teoría evolucionista sino reemplazarla, que -como quedó demostrado en Kansas- es exactamente lo que hacen cuando se les presenta la oportunidad.

[*] Nota de traducción: He optado por traducir intelligent designers (para referirnos a los partidarios del DI) como 'diseñistas inteligentes', del mismo modo en que a los partidarios del mito de la Creación se les llama creacionistas (no creadores).

Los últimos libros de Michael Parenti son Contrary Notions: The Michael Parenti Reader (2007), Democracy for the Few, 8ª edición (2007) y The Culture Struggle (2006). Este texto es una adaptación de su próximo libro God and His Demons. Para más información, véase www.michaelparenti.org.

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