domingo, mayo 31, 2009

Del imaginario político

Carlos Monsiváis

A las emociones del 5 de julio próximo llegará, sin brío pero con el regocijo de los beneficiados del sorteo de las ruinas, un grupo de lo que no es en rigor clase alguna pero a la que para aislarla del resto se llama “clase política”. El desinterés, las decepciones, la certeza de contemplar a los que nada representan como los representantes por antonomasia caracterizan estas campañas. Es natural que se desconozca la índole de la mayoría de los candidatos; es previsible que la ausencia de trayectorias significativas provenga de las demoliciones de los partidos; es triste ver la ausencia de proyectos, análisis críticos, puntos de vista articulados; es al menos melancólico observar cómo la mercadotecnia se ostenta, sin que nadie la contradiga, como el único sentido de la política.

¿Qué es el imaginario político que se observa en esta contienda por redefinir a la ineptitud, al cinismo y a los costosos ejercicios de las campañas de odio? Si ya las creencias no participan (la derecha no puede hablar de sus convicciones luego de mostrar su desprecio por la mínima actitud ética), todo queda concentrado en las actitudes en torno a la obtención, el uso, la retención o la pérdida del poder. Por abrupta, mi definición no es siquiera un atisbo, pero este es un artículo y no una tesis de posgrado sobre la resistencia de la pureza revolucionaria al ejercicio del voto. (En Cuba se prohíben votar en sentido contrario y es, nos dice “la izquierda” autoritaria ya enemiga del voto en México, la mayor revolución democrática de todo el siglo XXI.)

¿Subsiste aún el enfrentamiento de dos certidumbres: la política es el espacio de la corrupción y el engaño, y la democracia es la única salida visible de una sociedad en vías de demolición? Es histórica la identificación entre política y red de simulaciones y saqueos, fuera de la publicidad se descree drásticamente de los gobernantes y, éxito inmenso de los neoliberales que buscan continuar, a la furia o al fastidio que causa la política se le agrega la resignación ante los resultados. Se aísla, se difama y se persigue a quienes, en uso de la supervivencia racional, confían en reconstruir las circunstancias excepcionales de movimientos democráticos, y se ilumina una de “las conclusiones” del imaginario político vigente: no se puede recelar siempre ni se debe confiar nunca.

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¿De qué ciudadanía se dispone? Se responsabiliza a los políticos de los mayores males de la República y se libera a los empresarios y a las transnacionales de su inmensa responsabilidad en mantener la desigualdad; se abandona la fe anterior en la sociedad civil y se hace del desánimo el punto de partida de la nueva militancia; se descree de los resultados del proceso electoral y no se vigoriza la exigencia de disminuir los recursos para las campañas, de inutilidad probada. Ya es amplio el número de los que ocultan como pecado la fe en la democracia y la sociedad civil. Pero continúan los actos políticos de grupos ya no simbólicos, y los debates en las comunidades son intensos y su fervor proviene de la imposibilidad de renunciar a los ideales democráticos. En esta contradicción inacabable, la economía es lo determinante. La política del PRI, del PAN y del PRD secuestradito es el resultado de la expulsión de los militantes y el auge de los burócratas y, algo concomitante, de los corruptos.

Tan alejada como ahora parece la democracia y tan sofocada como se deja ver la sociedad civil, es en esta zona de experiencias y convicciones donde está la energía solidaria y donde a diario las comunidades analizan los daños de la política, los históricos y los cotidianos. Esto no se reconoce o no se transparenta, pero nunca se había producido, por negativo que sea el primer resultado, un análisis tan crítico y tan comprometido como el que ahora se efectúa nacionalmente a propósito de la autodestrucción de los partidos políticos.

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¿Qué significan las encuestas en el imaginario político? En la era del PRI tenían que ver con el rumor que interpretaba el ánimo del presidente o de los gobernadores. Se producían las encuestas en las que la falta de consenso colectivo se volvía el aparato del humor desprendido de la falta de suspenso. Nunca se ha visto una estructura tal de humillación de la vida social como la que se desprendió de las tradiciones del tapado y el tapadismo, que anulaban la voluntad general.

En su entrevista con Carmen Aristegui, el ex presidente Miguel de la Madrid se ufanó de haber nombrado a Carlos Salinas sin ayuda de nadie. En su imaginario monopólico, se solaza imaginando a los millones de mexicanos pendientes del hilo de su voluntad. No fue exactamente así; los poderes fácticos son también tácticos, pero así lo creyó un presidente como lo habían creído los anteriores: el jefe del Ejecutivo es padre y padrastro de la patria. Por eso, De la Madrid se alborozó en deslindarse ante la historia de las ruindades de quien lo sucedió, y se divirtió pensando que él lo puso. A mí me falló, pero la culpa es de ustedes porque me dejaron toda la responsabilidad. Y luego del presidencialismo, hoy una venta de garaje, se han desplegado la fuerza de la mercadología y las presiones sicológicas de las encuestas, instituciones que son supersticiones, desprendimientos de la sondeología —vocablo espantoso pero útilpara los doctores brujos—, que hacen de la confrontación o, más bien, de las predicciones casi unánimes de las encuestas la campaña genuina: “Les creo/ no les creo/ les creo/ no les creo”. Como apéndice el análisis de contenido; así le llaman al primer empleo que obtienen los alumnos y egresados de Ciencias de la Comunicación.

Por lo mismo, el imaginario político, antes tan colmado de improvisaciones y lirismos, admite las religiones alternativas: la encuesta como dogma de aquí a mañana; la fe estadística, que recuerda la venta de reliquias en la Edad Media; “la opinión de los expertos”, cuya solvencia deriva por entero de la primera vez que los llamaron para dar su opinión como expertos. Y por eso las encuestas sobre los candidatos presidenciales no son “cortes de caja” sino apariciones fulgurantes de la verdad que se repite sin tregua para —quién lo dijera— acabar siendo cierta. En última instancia, las alteraciones del ánimo no son sino peregrinaciones a los santuarios de las encuestas, donde no se piden milagros pero sí el aprecio de las deidades por sus fieles verdaderos.

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