domingo, mayo 24, 2009

Prácticas indecibles

Rafael Pérez Gay

Sonó el timbre. No le abro ni a Dios nuestro señor, pensé en el día duro como la piedra en donde había tallado mi alma. Otro timbrazo. Si no abro yo, nadie abre, como si tuviera una familia de sordos. Siempre me arrodillo ante la curiosidad. ¿Quién será? Una mujer desesperada. Las mujeres desesperadas me ponen ansioso. Me contó su contundente historia: soy su vecina y estoy pasando por el momento más difícil de mi vida. Mi hermano tuvo un accidente en la carretera de Querétaro. Ha muerto. No tengo ni para el viaje. Me da pena pedir dinero, pero ¿que haría usted en mi lugar?

Mi primera reacción fue inhumana: después del día que arrastro aparece una mujer desdichada con el hermano hecho puré de tomate en una carretera. Lo que me faltaba. La miré a los ojos para descubrir alguna verdad en su mirada. No encontré ni un carajo de nada. No nos engañemos, nada puede descubrirse en las miradas. Todo es culpa de aquel Principito, el personaje que inventó el piloto Saint-Exupéry con su prosa cursi como un peluche rosa. Pero no nos desviemos, la mujer estaba frente a mí, con lágrimas en los ojos, en espera de una respuesta. Lo cierto es que yo no sabría qué hacer en su lugar, no quiero estar nunca en su lugar. Por este razonamiento que me angustió le di un billete y le puse fin a ese penoso asunto de la carretera, la muerte, la pobreza y el dolor. Me preguntaron en casa que quién había tocado.

Siempre lo mismo, nadie abre, soy el portero y al final tengo que ofrecer un reporte preciso de los hechos. Nadie, le dije a mi mujer: una señora a la que se le murió el hermano. Fue así como me enteré que era la cuarta vez que la mujer mataba al hermano y luego pedía dinero. Podría haberlo enterrado tres veces con la recaudación de sus estafas.

Una gran actriz esta mujer que mata a sus hermanos, pensé para mis adentros. Un fogonazo de la memoria me trajo a Augusto Boal, el famoso dramaturgo brasileño que inventó el Teatro de los Oprimidos y lo promovió por el mundo entero. Lo conocí allá por los remotos años setenta cuando formé parte de un grupo de experimentación teatral. Boal murió hace unos días, pero dejó una herencia cuantiosa: el Teatro Invisible. Según el dramaturgo todos somos actores.

En este momento usted está actuando a un lector o una lectora y yo actúo a un hombre que escribe un artículo. Pero la cosa no termina ahí, el Teatro Invisible tiene que servir a los oprimidos. Los desposeídos deben obtener pequeñas prebendas de esta clase de teatro. Para esto pueden planearse pequeñas expropiaciones basadas en la actuación, o en la mentira: al final la actuación es una mentira que parece real o una realidad que parece mentira, en fin, no vamos ahora a discutir qué es el teatro. Augusto Boal nos enseñó a ser actores invisibles. Yo un día actué la lucha de clases. Me tocó fácil, a un compañero le tocó la plusvalía y a otro más la superestructura y las contradicciones con los modos de producción. A la mujer que me estafó, Boal le habría dado un premio. Este icono del teatro latinoamericano nos organizó para tomar algunos talleres que consistían en sentir los cuerpos, tocarlos. Imagínense lo que quieran. Boal inventó también la heterogenitofobia. Nunca entendí el concepto, pero recuerdo como si fuera ayer que todos decían: Boal es un genio, en él conviven lo mejor de Stanislavski, de Grotowsky, de Meyerhold.

Noche de sábado. He bebido unos tragos de más y reposo, no sé si he tenido alucinaciones. El timbre. De aquí no me levanto ni aunque sea Sigmund Freud. Soy un admirador de Freud, si fuera él sí me pondría en pie. Lo mismo de siempre, nadie abre. Los voy a llevar al Instituto Holandés para la Sordera. Me asomo: señor, soy su vecino de la esquina. Mi hijo arde en calentura.

¿Tendrá usted algún jarabe? Me dice dos nombres. Me alarmo: la influenza llegó a mi calle. Abro el botiquín y sacó dos jarabes. No me pregunten cuáles. Se los entrego al vecino. Cuando me preguntan que quién tocó respondo que nadie. Apago las luces del estudio y espío desde la ventana. El supuesto vecino se bebe a pico de botella los dos jarabes, aborda su coche y se va. Nunca fui un buen alumno de Boal. Qué cosas tan raras están pasando.

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