José Blanco
La semana pasada hubo en algunos medios un breve, pero intenso debate sobre el ser y el deber ser de la entrevista que Julio Scherer hiciera a Ismael El Mayo Zambada. De la entrevista se desprende un tema que ha sido mil veces puesto sobre la mesa del debate público, pero que con seguridad continuaremos debatiendo por muchos lustros.
La entrevista de Scherer es, con mucho, más una nota de color que una entrevista propiamente dicha; el breve espacio destinado a lo que se parece más a una entrevista revela que el entrevistador no había pensado mucho en lo que preguntaría al entrevistado. Naturalmente ignoro si Scherer guardó algún material para mejores tiempos.
De la entrevista, me quedo con la frase de Zambada con la que probablemente muchos estamos de acuerdo: “El narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción.”
Según Zambada, el gobierno llegó tarde a esta lucha y no hay quien pueda resolver, en días, problemas generados en años. Infiltrado el gobierno desde abajo, el tiempo hizo su trabajo en el corazón del sistema y la corrupción se arraigó en el país.
Ninguna novedad. Salvo que, en este caso, preguntemos ¿qué quería decirle Zambada a quién? Quizá no haya que ir muy lejos por la respuesta. Zambada le dice a Calderón, con la intermediación de Scherer, que a pesar de las atrocidades que comete el ejército, el gobierno tiene la guerra perdida, no importa cuántos y cuáles sean los muertos: el surtidor de narcos es inextinguible; somos millones: los miles en activo y los millones de mexicanos, en edad, que estarían esperando turno para entrar a esa vida que, en el imaginario de esos millones, representa el poder y la gloria de las riqueza sin límites. Nosotros, el narco, somos inmortales porque en el mismo acto de la muerte de un capo, aparece instantáneamente su remplazo.
La falta extrema de información en la sociedad, de la actividad sobre el trasiego de estupefacientes y sobre las muertes, y mitos y corridos que las acompañan, propicia hipótesis mil sobre un mensaje como el de Zambada; aun cuando uno puede suponer que el gobierno puede tener una lectura más precisa de ese mensaje que, no obstante, no comunicará a la sociedad.
Zambada, jugando con un bluf previsible dice al gobierno: tus esfuerzos, sean los que sean son inútiles, puedes ahorrártelos. Zambada con un par de seises, juega al tengo un póker (de alguna carta), así que ¡estás perdido!
Ocurrió que unos día después de la entrevista, El Chapo, socio y compadre de Zambada, en medio de los miles de muertos entre mafias y de múltiples escaramuzas con el ejército, se apropió de la plaza de Ciudad Juárez, el mayor canal del trasiego de droga hacia Estados Unidos, según información de inteligencia de ese país. El Chapo y Zambada hacen gala así de un poder incontestable.
¿El mensaje de Zambada a Calderón significa mejor negociamos y todos en paz? Ese sería el mensaje más coherente con la tradición política mexicana, según el ex presidente Miguel de la Madrid, quien hizo revelaciones invaluables hace casi un año a Carmen Aristegui. Recordemos las preguntas y respuestas centrales: Carmen Aristegui (CA): “la Justicia estorba para ejercer el poder?; Miguel de la Madrid: (MM): A veces sí; CA: “la impunidad es condición necesaria para que la maquinaria [política] siga funcionando en México?; MM: sí.
O peor. Según algunos críticos del régimen, el poder, o parte de él, está apoyando al cártel de Sinaloa en perjuicio de las otras mafias. ¿El mensaje de Zambada es entonces para la sociedad para hacerle creer que no hay nada entre el poder y El Chapo?
Especulaciones, por supuesto, que nacen de una sociedad donde existen al menos los siguientes factores que las propician: 1) el mundo de la economía informal suma millones de personas que serían fácil presa de las expectativas que despierta el narco entre los homeless sin fin; 2) en la sociedad mexicana existe una vastísima falta de cultura de la legalidad, como lo prueban diversos estudios y encuestas; según algunas de ellas, un número significativo de los mexicanos están convencidos que es correcto no acatar una ley con la que no se está de acuerdo; 3) en América Latina, México incluido, existe la convicción de que es mejor una más pareja distribución de la riqueza y del ingreso que la observancia de la ley y la democracia (OCDE); 4) los narcos son motivo de culto, como lo prueban culturalmente la abundancia de corridos que cantan las hazañas de estos criminales, y la creación popular de efigies a modo de santos que son objeto de veneración.
La ausencia de una cultura de la legalidad no nació en México con el surgimiento del narco, ni ocurrió a raíz de la antigua dualidad de los incluidos y los excluidos del sistema económico; estos atroces problemas agigantaron un árbol plantado en la colonia y que se expresaba en la multiplicidad de disposiciones reales, virreinales, y eclesiásticas que terminaban resumiéndose en la inconcebible expresión se acata pero no se cumple.
Vivimos en una enrevesada selva de atrasos y modernidades kitsch, donde mi palabra es la ley. ¿Podemos crear una sociedad democrática regida por leyes consensuadas y acatables, ahí donde gobierno y sociedad han creado un circo de perturbados bien representado en el trágico grito de un mariachi?
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