viernes, julio 09, 2010

Perder es cuestión de método

MÉXICO, D.F., 8 de julio (Proceso).- “¡Y retiemble en sus centros la tierra!”. La letra del Himno cobró inusitada vigencia la noche del martes 29 al miércoles 30 de junio. La selección nacional volvió al país y el suelo mostró su descontento. Después de caer ante Argentina, el Tri aún debía enfrentar el marcador de la corteza terrestre: 6.5 en la escala de Richter.

El verso de Bocanegra es uno de los más enigmáticos de la poesía cívica. El centro suele ser uno. ¿No suena a indecisión que un territorio tenga muchos centros? Los paleógrafos explican que Bocanegra entregó la letra del himno en manuscrito y la palabra “antros” se confundió con “centros”. La intención del poeta era lógica: la tierra retiembla en sus cavidades.

Hoy en día los antros aluden a otro problema. Clientes asiduos del Bar-Bar, el 13 de junio los miembros del Tri departieron con gran jolgorio en una cantina de Sudáfrica, según revelan las fotos subidas a Twitter por una de sus acompañantes, Bárbara Coppel. ¿Es lógico que atletas de alto rendimiento se entretengan como spring-breakers en Mazatlán? Sin entrar en detalles (el concurso de camiseta mojada, la ración de chelas, la desvelada épica), resulta evidente que los uniformes con escudo de la selección que los juerguistas llevan puestos no representan para ellos investidura alguna.

Total, que el Himno tenía razón: los centros y los antros de la tierra están que truenan con el tricolor.

Antes del Mundial, cuando la sensatez era más fuerte que la ilusión, los expertos pronosticaban que la selección no llegaría al quinto partido. El nivel del futbol mexicano es mediano.¿Qué sucede cuando se lucha para seguir en el mismo sitio? Sobreviene la frustración. ¿Qué sucede cuando eso ocurre entre agoreros de alto rating, profetas de la buena ventura y publicistas que anuncian que todo será distinto y vale la pena creer en los redentores de pantalón corto? La irritación se incorpora a la identidad nacional.

“Tres veces te engañé”, canta Paquita la del Barrio. Lo mismo podría decirse de México ante Argentina. El primer gol fue una injusticia, el segundo un regalo y el tercero un prodigio. Tres maneras de perder.

Todo venía de un desastre previo. Contra Uruguay, México ya se había librado de la inesperada costumbre de triunfar. Una victoria ante los charrúas nos hubiera llevado a jugar contra Corea del Sur y luego contra Ghana. Ganar no parecía descabellado: bajo la conducción de Hugo Sánchez México venció 3-1 a Uruguay en la pasada Copa América. Tampoco hubiera sido un desafío paranormal superar a Corea y Ghana, quedando entre los cuatro primeros. El juego contra Forlán y los suyos equivalía a tres posibles victorias, dosis desmesurada en un país que no encuentra el Dramamine emocional para el mareo de “dar el salto”.

Una imagen resume la derrota: el máximo responsable del turismo mexicano repartiendo insultos y manotazos al terminar el partido México-Argentina. Miguel Gómez Mont, director del Fonatur, hermano del secretario de Gobernación y amigo cercano del presidente Felipe Calderón, representó a México con el proselitismo de los golpes. Fue cesado, decisión loable pero insuficiente. ¿Cómo es posible que estuviera ahí, es decir, en el Mundial de Sudáfrica, en ese puesto público, en complicidad con los dos funcionarios más encumbrados del país? El desfiguro revela los límites de la impunidad en la era de YouTube. Si el agresor no hubiera sido captado en video, seguiría en su cargo. El futbol mexicano es un negocio que depende de la oscuridad en las decisiones y la falta de rendición de pruebas. Un espectáculo donde la parte visible es pobre (perdimos otra vez) y la parte oculta formidable (los dueños ganaron más que nunca).



Instrucciones para fracasar



A veces se requiere de mucho esfuerzo para estropear las cosas. El título de una novela de Santiago Gamboa parece el lema de nuestra selección: Perder es cuestión de método.

No es raro que, para debutar en un equipo, los jóvenes aspirantes le den dinero a los entrenadores. Ya en el vestidor, son recibidos por “colegas” que amenazan con fracturarlos si destacan demasiado. Hacen falta trabajadores sociales y psicólogos que ayuden a la integración de las distintas generaciones de futbolistas. Tal y como están las cosas, el “grupo” es una variante del patio de la escuela donde mandan los gallos peleoneros.

Una vez que el jugador comienza a ser valorado, descubre que sus posibilidades de ganar dinero no derivan de obtener títulos, sino de ser traspasado satisfactoriamente a otro club. En México, la compraventa de piernas produce más dinero que los campeonatos. Los fichajes generan comisiones para el promotor, el directivo, el entrenador y el propio futbolista. En esta bolsa de valores, un jugador “exitoso” se retira después de haber pasado por ocho o 10 equipos. Eso significa que ha vivido en otras tantas ciudades sufriendo desajustes y problemas de adaptación. La falta de regularidad del futbol mexicano se debe en gran medida a que los protagonistas son mercancías migratorias: destacar o fallar son, por igual, pretextos para el traspaso. Cuando el presidente Zedillo sugirió que no vendieran a Alex Aguinaga, convirtió en asunto de Estado un temor de los necaxistas: las buenas campañas del ecuatoriano lo hacían candidato al traspaso.

Sin asociación gremial que los proteja, los futbolistas carecen de derechos laborales. Es cierto que en el país de Elba Esther Gordillo el sindicalismo no siempre es una meta encomiable; sin embargo, también es cierto que los futbolistas carecen de condiciones laborales equivalentes a las de sus pares en Colombia o Chile, donde los derechos se regulan al margen de los directivos.

Basta ver la camiseta de una escuadra mexicana para saber que anunciarse ahí es más fácil que anunciarse en un periódico. Infamados por ocho o nueve logotipos, los uniformes denuncian los verdaderos colores que se defienden en el juego.

Llegamos al punto decisivo del repaso: la televisión. Televisa y Tv Azteca han destruido al futbol mexicano. En el mundo entero, el deporte es una oportunidad para vender zapatos y llenar la programación televisiva. La peculiaridad mexicana es la absoluta subordinación de los clubes a los designios de las televisoras. Para empezar, está el tema de los torneos cortos. Seleccionadores como César Luis Menotti, Manuel Lapuente, Hugo Sánchez y Javier Aguirre han coincidido en que se trabajaría mucho mejor si se regresara a las temporadas largas, que permiten experimentar con la cantera y trazar estilos de juego que se pueden definir sobre la marcha. Pero Televisa y Tv Azteca juzgan que el aficionado padece déficit de atención y sólo se interesa por los partidos a muerte de la liguilla. Cada año, el rating aumenta y la calidad zozobra.

La liguilla surgió en la temporada 1970-71 como un recurso para aportarle dramaturgia al campeonato. Eso era malo, pero no fatal. El asunto se agravó en 1996, cuando el torneo se acortó para celebrar dos campeonatos al año y, por lo tanto, dos rentables liguillas. Con esto, los triunfos se devaluaron. De los campeones pasamos a los microcampeones. En esas jornadas de la prisa, los técnicos se volvieron medrosos y resultadistas, pues tenían pocos partidos para demostrar su astucia. Además, el bazar de piernas se intensificó y las transferencias de fin de temporada se hicieron dos veces al año. Así se perfeccionó la inconsistencia del futbol mexicano. De 1996 a la fecha se han celebrado casi 30 torneos y sólo los Pumas de Hugo Sánchez han sido campeones dos veces seguidas. El campeón es un rey breve que se hunde en la siguiente temporada.

Como los cánticos de algunas “hinchadas”, los torneos cortos se copiaron de Argentina. Esto sirvió de excusa para argumentar que se pueden tener torneos de precipitación y, al mismo tiempo, buenos jugadores. Pero la comparación no se sostiene. El futbolista argentino tiene una cultura de emigración, no sólo por antecedentes familiares sino porque sabe que destacar significa irse: el futuro está en las ligas de España, Italia o Inglaterra. Jugar torneos cortos es una preparación útil para los grandes nómadas del futbol, no para los mexicanos. En este país de telenovela, donde un romance dura 100 episodios, el futbolista es condenado a vivir efímeras pasiones.

Televisa y Tv Azteca han decretado que el público carece de paciencia para seguir a su equipo al modo de los forofos del Real Madrid o los tifosos del Juventus. En consecuencia, fomentan la liguilla y suben el precio de sus anuncios.

Pero el daño no se detiene ahí. Que una cadena de televisión sea propietaria de un equipo crea conflictos de interés; que sea, como Televisa, propietaria de tres, enturbia más las cosas. Por disposiciones de la FIFA dos clubes no deben tener el mismo dueño. ¿Por qué no actúa el organismo internacional en el caso mexicano? Digamos que la FIFA es sibilina y algo acomodaticia (sólo así ha logrado tener más agremiados que la ONU). Su jurisprudencia es feudal: el rey del castillo sólo entra en acción si suficientes príncipes se quejan. En otras palabras, para que la FIFA intervenga en México debe recibir un reclamo de la mayoría de directivos de la Federación Mexicana de Futbol. ¿Es posible que eso suceda? Claro que no: los equipos no van a rebelarse contra el mago que los lleva a la pantalla.

Una vez que arruina el futbol como deporte, la televisión lo infla como mercancía. La campaña Iniciativa México demuestra que ciertos sabios no han vivido en vano. El patrioterismo surge cuando se acaban los argumentos racionales. Dos ilustrados del siglo XVIII entendieron el problema. En Inglaterra, el doctor Samuel Johnson dijo: “El patriotismo es el refugio de los canallas”. Por su parte, el físico y escritor alemán Georg Christoph Lichtenberg escribió. “Quisiera saber en nombre de quién se hacen las cosas que ocurren ‘en nombre de la patria’”. En la pantalla chica la patria sirve para vender un sándwich o pretender que los problemas se resuelven mostrando orgullo.

Siguiendo a Felipe Calderón, que culpa a los mensajeros de las malas noticias y propone “hablar bien” para vivir la ilusión de que ya todo se resolvió, Javier Aguirre contribuyó a inflar las expectativas. El sólido sentido común con que ha actuado en otras ocasiones, se transformó en bipolaridad: primero dijo “México está jodido” –derecho al juicio que muchos defendimos–; luego celebró la grandeza propagandística de la patria en un spot ante el Ángel de la Independencia. Es difícil que esta ambivalencia sea para “todo público”; o queda bien con unos o con otros.

Pero la falta de congruencia no afecta a las televisoras. Por una sencilla razón: las ventas continúan. En un artículo escrito para Enfoque, suplemento de Reforma, José Ramón Fernández informó que Tv Azteca y Televisa gastaron unos 100 millones de dólares en derechos televisivos. Al margen del destino de la selección, ganarán el doble.

Las canchas que se riegan en nuestro territorio están determinadas por un principio básico: jugar medianamente da mucho dinero. ¿Para qué complicar las cosas buscando calidad?

En tiempos recientes varios gobernadores han contribuido a enturbiar las aguas. No es raro que el balompié se convierta en promesa de campaña ni que se desvíen fondos del gasto público para comprar una franquicia. Si el Necaxa fue a dar a Aguascalientes, no sería raro que, si directivos mexicanos compraran el Boca Juniors, acabara jugando en la Patagonia, si el gobierno local les brindara garantías.

El desprecio a las pasiones de la gente y las tradiciones que se forjan poco a poco, soportando la lluvia y las tardes sin goles en los estadios, también se extiende al extranjero. Los aficionados más nobles y ultrajados del futbol mexicano son los paisanos que llenan los graderíos en Estados Unidos para ver los peores encuentros amistosos de la selección nacional. Su anhelo del “volver al país” es tan grande que pagan lo que sea por ver las formaciones experimentales de un equipo que sólo va ahí a cobrar dinero. En su proyecto for export, el Tri es un guacamole de tercera que se consume gracias al generoso apetito de quienes no tuvieron más remedio que arriesgar la vida para irse al otro lado.



Del Rebaño Sagrado
al chivo expiatorio



Después del futbol, el segundo deporte favorito del aficionado es el linchamiento. Hugo Sánchez salió de la selección como si hubiera ofendido a la madre naturaleza. De nada le sirvió haber sido el mejor futbolista mexicano de todos los tiempos. Es cierto que él mismo encendió la hoguera de las expectativas prometiendo logros que sólo hubieran podido llegar con el trabajo conjunto de Pelé y Simón Bolívar. De cualquier forma, el tercer lugar que obtuvo en la Copa América, siendo sólo superado por Brasil y Argentina, fue meritorio, sobre todo al tomar en cuenta que Sudáfrica 2010 confirmó la fuerza de los equipos sudamericanos. Es cierto que Hugo fracasó en la eliminatoria para los Juegos Olímpicos, pero con la selección mayor obtuvo resultados aceptables. En estas mismas páginas escribimos hace años que su sucesor no tendría mejor futuro. La razón es sencilla: no hay modo de arreglar desde el banquillo un país donde la impunidad reina en los vestidores, las televisoras, los directivos, las giras, las relaciones con los gobiernos locales y los funcionarios que van a dar bofetadas al Mundial.

Javier Aguirre es el entrenador mexicano con mayor experiencia en torneos internacionales. De salvador de la patria ha pasado a villano. Esta transfiguración carnavalesca es de sobra conocida. Vale la pena, por tanto, ensayar el exorcismo de la sensatez. El trabajo del técnico debe ser medido en las dos fases que enfrentó: la eliminatoria y el Mundial.

El Vasco no deseaba volver a la olla de grillos del futbol mexicano, pero la caída de Sven-Goran Eriksson lo sorprendió cuando no tenía equipo. Sudáfrica se presentó para él como la oportunidad de mantenerse activo en lo que se enrolaba con otro club de importancia (posiblemente en Inglaterra). Es una fortuna que haya sido así. Era el único bombero que podía salvar la situación. Aguirre enderezó una eliminatoria casi perdida.

Para lograrlo tuvo que contar con la asesoría de Mario Carrillo, que conoce mejor que él el futbol mexicano reciente. Nunca sabremos qué tanto influyó en las decisiones. Con los desaciertos de Sudáfrica surgió la hipótesis de dos visiones difíciles de conciliar. Lo cierto es que el cuerpo técnico careció del trabajo de años necesario para mejorar a una selección (el caso de Marcelo Bielsa al frente de Chile es el mejor ejemplo).

En cuatro años la selección tuvo cuatro técnicos. El dato es un certificado de inestabilidad. Además, el material humano no era entusiasmante. Los equipos mexicanos no destacaron particularmente en la Copa Libertadores y el único futbolista digno de la denominación de crack, Cuauhtémoc Blanco, había cumplido 37 años y no podía subir escaleras sin resoplar un poco.

Aguirre no podía inventar una realidad ajena a la suya. Ninguno de sus jugadores venía de ganar un torneo importante a nivel internacional. Por otra parte, los “europeos” pasaban por horas bajas. La mayoría había tenido una actuación intermitente en sus equipos (los casos de Vela, Moreno y Franco). Otros, como Márquez y Osorio, estaban en la banca. En lo que toca a Giovani, llevaba muy poco tiempo en el Galatasaray de Turquía y El Chicharito salió de Chivas rumbo a Inglaterra sin que su futuro se haya concretado. Sólo dos tuvieron buenas actuaciones en las pasadas temporadas: Andrés Guardado (después de superar una lesión difícil) y Carlos Salcido. Era lógico que la falta de ritmo se notara en el Mundial. Aguirre no podía prescindir de ellos porque se trata de los jugadores de peso, pero tampoco podía aguardar fuegos de artificio.

En la entrevista que concedió a Expansión, poco antes del Mundial, El Vasco dijo que había aceptado hacer anuncios que no le interesaban a condición de que los federativos no intervinieran en sus decisiones. ¿En verdad lo dejaron trabajar?

Sorprende la cantidad de jugadores que probó Aguirre en la fase preparatoria tanto como la ausencia de un cuadro básico. ¿Con la llamada a casi todo el Rebaño quería evitar ser el único chivo expiatorio? El reparto era demasiado amplio para una película que no pretendía representar la batalla de Puebla sino disponer de 23 jugadores para enfrentar a Francia.

Cuando Aguirre dejó al Tri por primera vez, después del Mundial de 2002, habló de la intromisión de los directivos. Lo mismo hizo Eriksson cuando se hizo cargo de Costa de Marfil y recordó su fallida etapa mexicana. Es difícil saber si la salida de Jonathan era más cómoda para Aguirre porque el Bar-ça no presiona a la selección como presionan los clubes mexicanos, deseosos de que sus jugadores suban de precio en el Mundial. Lo cierto es que no hubo mucha claridad en la toma de decisiones. En los días anteriores al último partido, Jorge Vergara, dueño de Chivas y directivo a cargo de selecciones en la FMF, dijo a los medios que El Bofo debía jugar. La sorprendente aparición de Adolfo Bautista en el cuadro titular contra Argentina, ¿fue una concesión a uno de los más importantes directivos del futbol nacional? Lo único reportable es que Vergara perjudicó a Aguirre al proponer al Bofo.

La rumorología ha alcanzado niveles conspiratorios. El promotor del Guille Franco también lo es de Javier Aguirre. ¿Explica esto la insistencia del entrenador en alinear a un eje de ataque infructuoso? No necesariamente. Un escritor puede elogiar desinteresadamente a un autor con el que comparte agencia literaria. Sin embargo, ante la falta de claridad del futbol mexicano, cualquier coincidencia se vuelve fatalidad.

La selección nacional es un problema colectivo. Los responsables de que no avance son muchos. Mi momento favorito del Mundial 2010 fue el siguiente. Carlos Salcido –brillante entre la medianía– lanzó un tiro que pasó a un lado del poste. En las gradas, un mexicano de gran sombrero lo atrapó con enorme habilidad. ¿Quién era ese paisano desconocido? ¿Qué sacrificios hizo para ver a los suyos en Sudáfrica? Imposible decirlo. Sólo sabemos que merece un mejor equipo. Si el futbol fuera más importante, tal vez desataría un movimiento social para mejorarlo. Hasta ahora no hemos tenido revueltas populares para garantizar el nivel del entretenimiento, pero nunca se sabe.

Por otra parte, el asesinato del doctor Rodolfo Torre Cantú, candidato del PRI al gobierno de Tamaulipas, ubicó la importancia del futbol en su justa dimensión. Un país atravesado por la metralla no se mejora con goles. Osorio regaló un balón, error pequeño en comparación con el presidente que nos regaló una guerra.

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