Gabriela Rodríguez
No existe en el mundo un solo modelo de familia sino una diversidad de arreglos familiares; el modelo patriarcal o familia tradicional que pregonan los obispos, el de una pareja heterosexual y perpetua donde hay un progenitor proveedor y una esposa dedicada exclusivamente a las actividades domésticas, no es predominante, ni siquiera entre familias cristianas.
Así lo constata el libro Familias del siglo XXI: realidades diversas y políticas públicas, que será presentado el próximo 20 de enero a las 18 horas en El Colegio de México, texto que resume los trabajos de investigadores y activistas que participaron en el seminario del mismo título, realizado hace dos años y coordinado por Susana Lerner y Lucía Melgar (UNAM y El Colegio de México, 2010). Entre las diversidades documentadas hay que saber que en México los hogares nucleares (formados por una pareja con o sin hijos, o por un jefe del hogar que vive con sus hijos solteros) son la mayoría (dos tercios del total); le siguen los hogares extensos (donde conviven además del núcleo central otros parientes ascendientes, descendientes o colaterales), sobre todo en los sectores con menores recursos, y se advierte el aumento de los hogares unipersonales y de los hogares encabezados por mujeres. La idea de "matrimonio para siempre" también se ha desgastado. Actualmente han aumentado las uniones consensuales, hay una preferencia de las parejas por convivir consensualmente antes de formar una unión legal o en lugar de ella, y se observa una tendencia ascendente de disolución conyugal en los primeros 10 años. La organización del trabajo en el marco de la globalización y la crisis económica es una barrera para la equidad de género, los ejecutivos y los obreros están sujetos a tensiones entre las demandas de las empresas y las de sus parejas e hijos, lo cual imposibilita el desarrollo de paternidades más presentes. La violencia en el interior de las familias se vincula con el fenómeno expansivo que cubre hoy gran parte del territorio mexicano y con el deficiente sistema de justicia, así como con las relaciones de poder y de autoridad jerarquizada. Persiste la estigmatización de parejas homosexuales, de lesbianas y bisexuales e incluso la discriminación por orientación sexual al interior de la familia.
La ciudad de México es el territorio donde hay mayor reconocimiento a los cambios recientes: la ley que permite la interrupción legal del embarazo por decisión de la mujer hasta la décimo segunda semana de gestación; la eliminación de las causales de divorcio para dejar de ser instancia de conflicto en el proceso; y la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo.
Negar la diversidad es un rasgo de autoritarismo que no solamente promueven los líderes eclesiales sino algunos gobernadores panistas, como el de Baja California, quien al distribuir en las escuelas secundarias el libro Soy libre y responsable promueve un tratado de la moral cristiana que nunca menciona el uso del condón, que afirma que los anticonceptivos provocan cáncer y que las relaciones sexuales son las que ocurren dentro del matrimonio y con una persona del otro sexo.
El fundamentalismo en las elites políticas es creciente, violenta la educación laica y promueve una interpretación más que literal del texto bíblico, además ignoran que ni Jesús creció en ese modelo ideal de familia. El árbol genealógico de Cristo tiene un eslabón final dudoso, David hizo que se le atribuyera el Mesías dentro de su descendencia. Según la teóloga Uta Ranke-Haineman las versiones de Mateo y Lucas atestiguan una religión machista: son los varones los que forman la línea genealógica (No y amén, Editorial Trotta, Madrid 1998). Ambos presentan el nacimiento de Jesús como nacimiento virginal y, sin embargo, al final de la serie no está la madre, sino el padre José, descendiente del rey David, quien garantiza la descendencia noble. Un padre falso, un padre adoptivo, un padre nutricio, un padre putativo… todo ello es mejor y más importante que una madre auténtica. La genealogía de ella no juega el menor papel. En el árbol genealógico sólo se menciona a cuatro mujeres, una de las cuales es Betsabé, la esposa de Urías, quien cometió adulterio con David. Cuando David la vio bañándose desde la azotea del palacio real preguntó quién era y supo que era la esposa de Urías el hitita, entonces envió gente que se la trajese y se acostó con ella. Luego escribió al comandante Joab: "Poned a Urías frente a lo más reñido de la batalla y retiraos de detrás de él para que sea herido y muera". Así pereció Urías. Pasado el luto, David envió por la viuda y la hizo su mujer.
La idea de Jesús como descendiente de David no resulta tan especialmente esplendorosa y su arreglo familiar es distante del modelo que pregonan los obispos. Jesús nace y crece en una familia constituida por José, María y el Espíritu Santo: un padre putativo que le dio el linaje noble, una madre virgen que quedó encinta por obra del Espíritu Santo, y este último, su primer padre y progenitor.
grodriguez@afluentes.org
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