Gustavo Duch*
Si son tan amables, lean con atención estos párrafos que tomo prestados de un diario:
“El 8 de mayo más de un millar de vecinos y vecinas, indignados todos ellos y ellas salieron a la calle ante lo que consideran un nuevo atropello para su territorio. Perfiles de personas mayores, jóvenes que animan el acto reivindicativo a golpe de cacerolas y tambores, nuevos rostros de personas que han decidido volver al campo, padres de la mano de sus niños y niñas que no quieren que recojan el testigo de una tierra desolada; todos y todas indignadas por una de las últimas operaciones planificadas, con el beneplácito de las instituciones de nuestra tierra, para dar cobertura legal a una empresa que pinta de negro el futuro de nuestros campos y de nuestros pueblos. La indudable pretensión de autorizar la construcción de una megaincineradora.
Los mensajes de los organizadores de la manifestación y en representación de las personas movilizadas no pudieron ser más claros. Ésta es una tierra olvidada, de la que nunca se acordaron cuando llegó la era del desarrollo. Y ahora, que las zonas desarrolladas no saben dónde ubicar su basura, quieren que nosotros aceptemos que se queme en nuestra tierra; asumiendo las nefastas consecuencias sobre la salud y sobre nuestra escasa economía, basada exclusivamente en la calidad de nuestro medio ambiente. ¡Ubicar aquí esta incineradora es decir adiós al futuro de nuestra comarca, es potenciar la despoblación que ya vivimos, es una injusticia social! Eso es lo que hoy venimos a denunciar: ¡la injusticia! y nuestro derecho a buscar un desarrollo sostenible para nuestro territorio, un camino que se amolde a nuestro entorno, que le haga evolucionar, sin arrancar nuestras raíces.
Como han llegado hasta aquí con la lectura, primero muchas gracias. Segundo, supongo que se preguntaran dónde ocurre esto. ¿Ghana, actual chatarrería para los electrodomésticos europeos? ¿Territorios rurales de México dedicados a la instalación de las industrias más contaminantes? ¿O les viene a la memoria la reciente noticia de los planes de Japón y Estados Unidos de llevar sus residuos nucleares a Mongolia?
Efectivamente podría ser uno de esos lugares, lugares que tienen todos un elemento común: se encuentran en el sur global, en la espalda del mundo, oprimidos debajo de los grandes, al servicio de las urbes, las metrópolis y las industrias: los sures rurales, repartidos por todos los puntos cardinales. Como es Tierra de Campos, “la comarca que fue el granero de España, hoy sólo es el granero de los bancos y de las trasnacionales agroalimentarias. De ella se ha extraído casi todo: nuestras gentes, nuestro dinero, nuestro patrimonio, nuestra cultura, para desprestigiarla y arrinconarla en fríos museos etnográficos. (…) Sólo nos traen la mierda (futuros cementerios nucleares, incineradores, etcétera) y las mentiras. Mentiras, y mentiras de nuestros representantes públicos, que siguen planificando nuestras vidas sin contar con nosotros y nosotras”. Así lo explica uno de sus campesinos (campesinos dice el diccionario, aquel originario de Tierra de Campos), Jeromo Aguado.
Como él nos recuerda pareciera que la llamada urgente que Stephane Hessel, uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, hacía a la ciudadanía: ¡Indignaos!, a los sures rurales y maltratados, a los graneros del mundo extenuados, ya llegó: ¡Estamos indignados!, claman.
* Coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas y autor de Lo que hay que tragar
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