jueves, enero 05, 2012

El modelo sí funciona, pero para los pocos

Lorenzo Meyer

Por debajo de nuestro potencial

De acuerdo con los últimos pronósticos económicos, el 2012 no se presenta particularmente bueno para América Latina en su conjunto ni para México en particular. Según la Brookings Institution, económicamente nuestro país va a crecer en los próximos dos años pero no gran cosa. Y es que el ritmo del desarrollo material de México está sobredeterminado por su dependencia respecto de Estados Unidos, país donde la economía sigue sin salir del todo de la barranca en que cayó desde la crisis del 2008. Por tanto, el crecimiento esperado para México en los próximos dos años se coloca en el 3.3% anual, es decir, por debajo de su potencial (Levy-Yeyati, Eduardo, Latin America economic perspectives, Washington, noviembre, 2011, pp. 34-37).

Así pues, la estrecha relación comercial de México con Estados Unidos, y enmarcada por el TLCAN, está hoy funcionando más como ancla que como impulsora del crecimiento, es decir, lo contrario a lo que se aseguró hace 18 años, cuando se firmó ese tratado de libre comercio entre economías vecinas pero muy diferentes y desiguales.

El problema en el centro del sistema

La actual situación mundial aún no es tan deprimente como cuando en 1919 el poeta William Yeats publicó: "Las cosas se desmoronan, el centro ya no se sostiene/ La pura anarquía se extiende por el mundo" (The second coming). Sin embargo, si las tendencias económicas y sociales actuales se mantienen, entonces la ausencia de algo sólido que las centre bien puede conducir al desmoronamiento.

La crítica al actual modelo económico es generalizada. Recorriendo las páginas de The Economist, esa revista británica portaestandarte del pensamiento conservador inteligente, el lector se topa una y otra vez con una reprobación sistemática de las políticas económicas que están siguiendo los gobiernos de las principales potencias capitalistas, ya sean las ortodoxas (Estados Unidos o la Unión Europea) o la de China con su capitalismo de Estado.

El mal norteamericano

Históricamente no ha habido un sistema económico que realmente haya dispensado un trato equitativo a todos los miembros de su sociedad. Es seguro que incluso el comunismo primitivo dio ventajas a unos -los más fuertes y agresivos- sobre otros, y esa desigualdad se acentuó e institucionalizó con el advenimiento de la "civilización" y persiste hasta la actualidad, incluso entre los remanentes del "socialismo real".

La economía de mercado nunca ha pretendido que el reparto de las cargas y los beneficios sea equilibrado y justo, aunque hay economías, como las escandinavas, donde la desigualdad (medida por coeficiente de Gini) es menor y cuando la marea económica sube sí eleva el nivel de vida mayoritario. En contraste, el capitalismo norteamericano, al que nosotros estamos unidos, se caracteriza por lo contrario. En esa economía, como en la nuestra, hoy la mayoría vive épocas de vacas flacas, pero una pequeña minoría ha logrado que la adversidad no le toque y que sus vacas engorden como resultado del injusto reparto de costos y beneficios.

En el número correspondiente al 24 de noviembre del 2011, la revista Rolling Stone publicó un interesante artículo sobre la economía norteamericana y la concentración de la riqueza titulado "Politics: how the GOP became the party of the rich" ("Política: cómo el republicano se convirtió en el partido de los ricos"), que es una explicación y un resumen del proceso en virtud del cual, a partir del gobierno de George W. Bush y hasta ahora, el ala más conservadora del Partido Republicano ha logrado imponer una legislación que ha hecho a los ricos más ricos a costa de las clases medias y pobres al punto que, en materia de equidad, los norteamericanos han retrocedido 80 años.

Estados Unidos tenía, a mediados del 2011, 14 millones de personas en edad de laborar pero sin trabajo y una de cada siete familias recurría a las food stamps (vales de comida) para alimentar a sus hijos. Y es que en 1997, el Partido Republicano desató una exitosa ofensiva que hizo de la política fiscal un instrumento eficaz para los intereses de las clases altas a costa del resto de la sociedad. En los últimos 15 años, mientras el ingreso promedio del 90% de los contribuyentes norteamericanos permaneció estancado, el de los más afortunados -el 0.01% del conjunto- se duplicó hasta llegar a 36 millones de dólares anuales en promedio. Puesto de otra manera, mientras el aumento en el salario de la mayoría fue de 1.50 dólares la hora en ese periodo, el ingreso de ese afortunado 0.01% aumentó en 10 mil dólares la hora. Esa desigualdad se explica, en parte, porque mientras el promedio de los 400 personajes más acaudalados de Estados Unidos paga en impuestos el 17% de su ingreso, el conductor de un autobús que gana 26 mil dólares al año paga el 23%. Detrás de esta desigualdad aguda y creciente está una justificación que ha demostrado ser falsa: que la disminución de impuestos a los grandes capitales fomenta la inversión y, a la larga -¿cuán largo es el largo plazo?-, se crean más empleos, la demanda de trabajadores lleva a un aumento en salarios y en el nivel general de bienestar. En la realidad, esa baja de impuestos, mientras se gastaba a manos llenas en las guerras de Irak y Afganistán y se aflojaba la vigilancia sobre el sector financiero, hizo que en el 2008 las burbujas especulativas estallaran, que la economía norteamericana encallara y que el desempleo se propagara.

Hoy, en el marco de un bajo crecimiento económico y de la persistencia de los sin trabajo, el ala conservadora de la clase política norteamericana dice que la solución al problema está en controlar el déficit del gobierno -déficit creado por el enorme gasto en Irak y Afganistán que, según Barack Obama, fue de un millón de millones de dólares, aunque otros cálculos lo duplican o triplican. Sin embargo, para reducir el déficit y aprovechando su posición dominante en el Congreso, los republicanos exigen bajar los gastos sociales y la inversión pública -lo que afecta a pobres y a desempleados- y que no se aumenten los impuestos a los que más tienen, es decir, que se vaya a pique el Estado Benefactor creado tras la Segunda Guerra Mundial para que la oligarquía siga a flote.

El modelo mexicano

Desde el triunfo de la tecnocracia neoliberal, el modelo de la economía política mexicano ha dejado de ser propio para convertirse en una mala copia del norteamericano, puesto que el Estado mexicano tiene aún menos recursos en términos relativos que el norteamericano. En México los impuestos apenas si representan entre el 10 y el 11% del PIB -en Chile son el 18%, en Estados Unidos el 27% y en Suecia el 47% (fuente: Heritage Foundation)- y es por eso que el gobierno actual no ha modificado la estructura fiscal y en cambio está endeudándose y mal usando el aumento de la renta petrolera -está convirtiendo en gasto corriente un recurso natural estratégico, no renovable, en vez de invertirlo para el futuro.

En México, Hacienda les regresa a las grandes empresas cantidades enormes de impuestos con lo que aumenta la gran riqueza privada a costa de descuidar las áreas de interés general. Un ejemplo de cómo el actual sistema fiscal sirve a los pocos y no a los muchos lo documenta Sergio Aguayo al señalar que, después de las devoluciones que les hizo la Secretaría de Hacienda, el promedio anual de Impuesto Sobre la Renta pagado por los 50 principales contribuyentes privados del país entre 2000 y 2005, fue de ¡74 pesos! (Vuelta en U. Guía para entender y reactivar la democracia estancada, México: Taurus, 2010). En esas condiciones, no es de extrañar que en México el Estado ya no pueda ser motor de la economía, que casi la mitad de la población esté afectada por algún grado de pobreza y que, a la vez, se tenga una de las fortunas familiares más grandes del mundo.

¿A dónde deberíamos ir?

Ahora que estamos a punto de entrar de lleno en el debate electoral y decidir en julio por qué camino nos convendría marchar en los siguientes seis años, debemos someter a discusión el modelo de política económica que tenemos. Por los resultados, es claro que desde la perspectiva de quienes conforman la minoría acaudalada -esos que salen entre los multimillonarios de Forbes- los últimos 30 años no han sido malos, pero es igualmente claro que para la sociedad en su conjunto, el mal imitar el modelo seguido y recomendado por nuestros vecinos del norte, ha sido pésimo. Por eso, desde la inconformidad, es necesario demandar alternativas y hacer de esa exigencia el centro del actual debate nacional de cara a la elección por venir.

El caso de Peña Nieto viene hoy muy al cuento para ilustrar uno de los grandes cambios en la formación de la élite política mexicana: su educación formal. Es natural que los dos ocupantes de la Presidencia provenientes del PAN, Vicente Fox y Felipe Calderón, hayan estudiado en instituciones de enseñanza superior privadas -la Universidad Iberoamericana el primero y la Escuela Libre de Derecho el segundo- pero que también lo haga el actual candidato priista es un indicador de una transformación importante en la socialización de la dirigencia de México y del que ya sólo la izquierda se aparta.

La tesis de Peter Smith

En 1979 un historiador norteamericano publicó Labyrinths of power: political recruitment in twentieth-century Mexico (Princeton University Press) que apareció en español extendido hasta 1976 como Los laberintos del poder. El reclutamiento de las élites políticas en México, 1900-1971 (El Colegio de México, 1981). Se trata de una obra de historia contemporánea donde el autor, usando datos biográficos de centenares de políticos mexicanos y empleando métodos cuantitativos, caracterizó al grupo gobernante mexicano y sus cambios a lo largo del siglo XX.

Para Smith, la élite política mexicana la componen los presidentes (y, al inicio, vicepresidentes), los miembros del gabinete y subgabinete (subsecretarios, oficiales mayores y similares), directores de empresas paraestatales y agencias descentralizadas, presidentes del partido en el poder, gobernadores, senadores, diputados (incluye a los delegados a la Convención de Aguascalientes y al Constituyente de Querétaro) y los embajadores; en total 6 mil 302 individuos.

Smith considera que el pasar por las aulas universitarias era -y es- un requisito fundamental para una carrera política que busca llegar a la cúpula del poder gubernamental. En 1900, llegar a la universidad o a un instituto equivalente, cuando la tasa de analfabetismo en México era del 74%, se podía considerar un privilegio mayor al que es en la actualidad, cuando esta falla en nuestra educación sólo afecta a menos del 8% de los mexicanos. De todas formas, hoy sólo el 16% de los mexicanos entre los 25 y los 64 años tienen estudios universitarios pero más del 90% de los altos cargos políticos han pasado por la universidad.

¿Para qué le sirve la universidad al político?

Smith asume que el ejercicio del liderazgo político requiere de los conocimientos y habilidades que se imparten en las universidades. Incluso la élite política que surgió de la Revolución Mexicana (1910-1940), en su mayoría tuvo alguna preparación en las aulas de universidades o institutos estatales y más del 50% obtuvo el grado. Sin embargo, la universidad no sólo sirve para hacerse de conocimientos y habilidades sino para algo igualmente o más importante: relacionarse con la cultura política dominante y las varias subculturas que le rodean, acercarse a los líderes políticos, participar en movimientos y establecer relaciones personales con los condiscípulos que, una vez abandonadas las aulas, se pueden reactivar para convertirlas en apoyos adicionales para escalar posiciones dentro de las estructuras política y administrativa.

La UNAM

Para el grupo que gobernó México a partir de 1940, de entre todas las universidades, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) destacó como almácigo de políticos. Según las cifras que maneja Smith, para los niveles superiores de la élite posrevolucionaria, entre el 50 y el 70% de sus miembros egresaron de la UNAM (p. 100), cifra que al inicio del gobierno de José López Portillo llegó al 71%, lo que coincide con los datos de otro estudioso norteamericano del fenómeno: Roderic Ai Camp en Mexico's leaders. Their education and recruitment (University of Arizona Press, 1980).

En las 10 "recomendaciones" que en 1979 hizo Peter Smith al joven que buscara hacer una exitosa carrera política en México, se encuentra, en primer lugar, esta: "estudie una carrera universitaria, de preferencia en la UNAM" (pp. 290-291). De ser posible, debería inscribirse en derecho, aunque la economía, la ingeniería y la medicina también le serían útiles.

El cambio

Aunque los dos últimos presidentes salidos del PRI, Carlos Salinas y su sucesor, Ernesto Zedillo, habían cursado sus licenciaturas en la UNAM y del Instituto Politécnico Nacional, respectivamente, con la crisis final del modelo económico y político posrevolucionario al final del gobierno de López Portillo, la recomendación de Smith dejó de funcionar. Y es que el grupo de jóvenes tecnócratas que entonces empezó a desplazar a los políticos del "nacionalismo revolucionario" de la dirección del régimen, y que se coaguló en torno a Salinas, hizo del posgrado en universidades extranjeras y de la licenciatura en universidades privadas, en particular del ITAM, un prerrequisito de admisión a los corredores del poder. Sin embargo, de no haber caído asesinado en 1994, Luis Donaldo Colosio hubiera llegado a "Los Pinos" como el primer presidente priista egresado de una universidad privada: del ITESM, de la carrera de economía. Por tanto, y al menos como precandidato presidencial priista, Peña Nieto ya tiene un precedente y que no es accidental sino estructural. Fox y Calderón, y con ellos un buen número de los miembros de su círculo íntimo, han acentuado la marginación de la universidad pública de las altas esferas de la política. En 2002, las cifras de Ai Camp mostraban que la UNAM declinaba como proveedora de cuadros de la élite política mexicana, pero también de la económica e incluso la intelectual (Mexico's mandarins. Crafting a power elite for the twenty-first century, Berkeley, 2002, pp. 85-86).

El viraje hacia el neoliberalismo, el predominio del mercado y la derechización de la vida política mexicana favorecen hoy el reclutamiento de los cuadros gubernamentales en los campus de las universidades privadas de élite mexicanas y entre los que retornan del posgrado en el extranjero. Sin embargo, no es claro que este cambio sea del todo benéfico.

Las razones de la duda anterior son varias. Entre ellas destacan dos: la investigación -parte fundamental de una atmósfera universitaria sólida- aún está lejos de arraigar en las universidades privadas. En segundo lugar, las instituciones de educación superior privada mejor evaluadas en México son también microuniversos dominados por la cultura y los valores de las clases minoritarias. La visión de México y del mundo que ahí domina puede reforzar los prejuicios que ya se adquirieron en el hogar, por tanto los jóvenes que se socializan en ese ambiente viven sin contacto sustantivo con el México mayoritario, al que se supone que van a administrar y gobernar. De ahí que no sorprenda que políticos salidos de ese entorno muestren con preocupante frecuencia una notable falta de sensibilidad social.

Es claro que egresar de una universidad pública no garantiza sensibilidad frente a la suerte de las mayorías que tanto se necesita en los altos niveles del gobierno, pero sí ayuda. Si finalmente Santiago Creel, egresado de la UNAM, no es el candidato del PAN -cosa muy probable-, la contienda del 2012 será entre dos productos de universidades privadas de élite y uno de la UNAM, lo que subrayará la disyuntiva entre izquierda y derecha en la siguiente elección.

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