Ana María Aragonés
Desde mi punto de vista, cuando los trabajadores migrantes enfrentan una crisis global, como la que se inició en 2007, sus condiciones son altamente lesivas, pues los países de recepción buscan la forma de que regresen a sus países, ya sea voluntariamente o a través de las deportaciones. Estas estrategias pueden ponerse en marcha, pues hay un enorme conjunto laboral indocumentado, lo que lo sitúa en un marco de enorme precariedad y vulnerabilidad. Una crisis global supone muy pocas posibilidades para que estos trabajadores reorienten sus flujos, pues la mayoría de los países tradicionalmente receptores se encuentran en recesión. De tal manera que en el caso de México, si bien la mayoría de los migrantes indocumentados, cerca de 6 millones, decidieron no regresar a México, las deportaciones se incrementaron 160 por ciento. Por ello, entre los deportados y aquellos que se mantuvieron en México, tanto por las dificultades para encontrar trabajo en Estados Unidos como por la enorme inseguridad, el país también vería crecer los conflictos, pues se trataba de una población que no estaba contabilizada en los planes de desarrollo. Y si la migración es la manifestación más clara y evidente del fracaso de una política económica y social, esta nueva situación crearía dificultades no esperadas.
En este sentido, vale la pena retomar el artículo de Damien Cave, “Migrants’ new paths reshaping Latin America”, aparecido en The New York Times, quien plantea la posibilidad de que la migración esté remodelando América Latina en la medida en que Estados Unidos ha dejado de ser el imán para la migración, lo que se evidencia por las detenciones de los indocumentados, especialmente los provenientes de México. La pregunta que se plantea el autor es si se trata de una pausa, o bien puede ser considerado como fin de una era. El autor parece manifestarse más bien por la segunda idea.
De acuerdo con Cave, los nuevos receptores en América del Sur son Argentina, Chile y Brasil y llegan poblaciones como la peruana, boliviana y paraguaya. Lo cual tiene sentido, pues se trata de países que han podido enfrentar la crisis y presentan importantes crecimientos del PIB y bajas tasas de desempleo. Para 2010 la calificación del producto interno bruto de Argentina fue de 9.16, Brasil se encontraba en 7.49 y Chile presentó un PIB de 5.19.
En cuanto a México, el autor señala que una consecuencia de la migración es que los mexicanos se están moviendo hacia pequeñas y más seguras ciudades tales como Mérida, y la ciudad de Oaxaca y de Querétaro, y que los guatemaltecos se están asentando en México, cuando hasta ahora sólo iban de tránsito. Damien Cave analiza el caso de Santa María Atzompa, en Oaxaca, que ha recibido un extraordinario aporte de población en la medida en que este municipio contaba en 1990 con 5 mil 781 personas y para 2006 se incrementó a más de 27 mil. Se observa el crecimiento de negocios y cientos de casas con diversos niveles de calidad de construcción. Por supuesto, este incremento de población ha propiciado algunos problemas, como el incremento del precio de la construcción, muchos más alumnos en las escuelas, las diferencias a partir de la forma en que la comunidad se maneja, es decir, por usos y costumbres, etcétera.
La explicación del autor en relación con México y su recepción de migrantes gira en torno a la política de urbanización llevada a cabo en México, que habría permitido que cerca de 77 por ciento de los mexicanos vivan en áreas urbanas cuando para 1980 era de 66 por ciento. Esto ha hecho posible que los servicios sean más baratos, incluidos agua, electricidad, salud y educación. Además de que la ley agrícola de 1992 les permitió vender sus tierras al enfrentar graves dificultades para ganarse la vida. Sin embargo, si retomamos los datos que presenta la OCDE, que señala que, si bien con la ley de 1992 se reducían restricciones que pesaban sobre la transmisión de la tierra con el fin de mejorar la flexibilidad de la producción agropecuaria y fomentar la inversión, en la práctica el impacto ha sido muy limitado. Por otro lado, en cuando a las acciones para reducir la pobreza como el Programa Oportunidades, la realidad es que la reducción de la pobreza y la desigualdad sigue planteando grandes desafíos, y la pobreza que había disminuido en los últimos decenios, en fechas recientes ha vuelto a aumentar.
La migración deportada ha producido una enorme presión social interna, pues no se han generado los empleos necesarios para cubrir las necesidades de los nuevos llegados ni para los que se quedaron. De acuerdo con los datos del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el sector formal generó uno de cuatro puestos de trabajo de los 10.8 millones en que aumentó la población ocupada de diciembre de 2000 a finales de 2011. Los tres restantes correspondieron al ámbito de las actividades informales. (La Jornada, 9/1/12). Es decir, sólo 23.7 por ciento encontró empleo en el sector formal, el restante 76.3 por ciento se ocupó en actividades informales, donde se trabaja sin contrato, sin seguridad social ni prestaciones. Esto es, que en 11 años de panismo la desocupación que en el cuarto trimestre de 2000 estaba constituido por 915 mil 418 personas, creció 202 por ciento, según encuestas del Inegi. Y de acuerdo con las cifras oficiales, la pobreza para 2010 alcanzó a 52 millones de personas que se refleja en una alta mortalidad infantil, tres veces superior que al promedio de la OCDE y una tasa de analfabetismo que supera a la media del conjunto de la OCDE.
Lo que parece quedar claro es que países de América del Sur sí podrían estar remodelando sus esquemas migratorios, pues han transformado sus condiciones económicas y sociales; sin embargo para México, la migración sólo se encuentra interrumpida, pues sigue sin dar el salto hacia la transformación del país.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario