Javier Flores
Uno de los retos más importantes para el desarrollo de México es enfrentar y reducir la asfixiante dependencia externa en el campo de la tecnología. Se trata de un tema complejo, pues tiene que ver no solamente con el modo de crear el conocimiento, sino, además, con la estructura del sistema productivo. A menudo escuchamos elocuentes discursos sobre las reformas urgentes que el país necesita (como la energética, con la que se busca entregar nuestros recursos petroleros al extranjero y profundizar así la dependencia), pero nunca oímos a nuestros gobernantes referirse a los cambios que se requieren para abatir el atraso tecnológico, que sin duda es uno de los obstáculos más importantes para nuestro desarrollo.
Si bien es cierto que la dependencia tecnológica puede reducirse impulsando la investigación y la innovación en las empresas, en nuestro país esta estrategia no ha tenido hasta ahora resultados positivos. El crecimiento que ha experimentado el sector productivo, y, dentro de éste, la empresa privada, en la estructura del gasto en investigación y desarrollo experimental (GIDE) –proceso que ha sido auspiciado por los gobiernos tanto priístas como panistas(La Jornada 10/1/12)– no se ha traducido en la reducción de la dependencia. En 2008 la participación de las empresas en la ejecución del GIDE alcanzó 40.7 por ciento, pero hoy importamos más tecnología que nunca, como lo muestra el estado de la balanza de pagos en este terreno, la cual experimentó en 2009 el mayor saldo negativo de los pasados tres lustros (menos mil 945.6 millones de dólares).
Esto se debe a que la política de ciencia y tecnología en nuestro país, en los pasados 20 años, ha buscado de forma simplista sólo beneficiar a las empresas, sin asegurarse de que éstas compartan esos beneficios con México. Se trata de una política entreguista (una proporción importante de estas empresas son extranjeras). De acuerdo con el Centro de Estudios para las Finanzas Públicas de la Cámara de Diputados, entre 2000 y 2008 –periodo que corresponde con las administraciones panistas– se les otorgaron 19 mil millones de pesos mediante estímulos fiscales... a cambio de nada. Mientras tanto, de acuerdo con datos del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, México presenta una relación de dependencia que es de las más altas en el mundo (23.21 en 2008). Este indicador puede contrastarse con el de otras naciones como Brasil (1.60), Corea (0.34) o España (0.08).
Mientras se beneficia de esta forma a las empresas privadas, las instituciones de investigación del sector público se mantienen en el abandono. Por ejemplo, en el sector energético, los institutos de Investigaciones Eléctricas (IIE), Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ) y Mexicano del Petróleo (IMP) apenas sobreviven.
El caso del IMP es interesante, pues cuando el licenciado Calderón presentó su primera versión de la reforma energética, ésta implicaba el desmantelamiento de este instituto. Afortunadamente no ocurrió así, gracias a los debates realizados en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Senado, y por diferentes expresiones en la opinión pública que lo impidieron.
Una política de estímulos a las empresas para la investigación tecnológica y la innovación no es algo en sí mismo inapropiado, pero no tiene ningún sentido si no trae beneficios tangibles al país, que le permitan reducir la dependencia tecnológica. Una manera entre muchas otras de lograrlo es condicionar los estímulos fiscales al logro de metas específicas, como la formación de recursos humanos y la vinculación de los proyectos con las instituciones de educación superior y los centros de investigación públicos. Se podrá decir que propuestas de este tipo son nacionalistas, concepto que ciertos intelectuales consideran arcaico. Pues sí, aunque les pese a algunos, frente al entreguismo extremo que vivimos, el futuro de nuestro país requiere de una importante dosis de nacionalismo.
Una precisión final: es cierto que la dependencia tecnológica puede reducirse mediante la investigación tecnológica y la innovación en las empresas, pero esto no significa que haya que abandonar una ciencia cuyo objetivo primordial es la creación de nuevos conocimientos, los cuales no están orientados a resolver problemas en el terreno económico. Se trata de un falso dilema, pues hoy en el mundo está suficientemente claro que toda investigación básica puede insertarse eventualmente en la producción. Es falso también que exista sólo un camino, según el cual la ciencia daría lugar a la tecnología, ya que los desarrollos tecnológicos pueden crear también campos novedosos de la investigación básica, como ocurre, por citar un ejemplo, en el área de las tecnologías de reproducción asistida. México necesita mucha investigación tecnológica, pero también mucha investigación básica.
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