Gonzalo Martínez Corbalá
Empezaremos esta vez por contar, por enésima vez, aquella anécdota que escuché en numerosas ocasiones, traída a cuento por el general Lázaro Cárdenas: decía él que entre los generales Álvaro Obregón y Antonio I. Villarreal había una estrecha amistad, que venía de muchos años atrás, de cuando ya era presidente Obregón, entre 1920 y 1924, por supuesto. Pero resultó que esta relación fraterna se acabó en el punto y hora en que Villarreal, hombre de pensamiento progresista, ingresa en la Cámara de Diputados por el Partido Liberal Mexicano, y las dificultades con Obregón no se hicieron esperar, debido a la actuación del diputado y general Villarreal, quien Obregón sentía que iba mucho más allá del cargo de representante de la nación que le correspondía en la Cámara. Para hablar claro, él se consideraba preparado y con derecho de aspirar a ser también presidente de la República, en lo que su jefe y amigo de toda la vida no estaba de acuerdo, lo que produjo tantas fricciones entre ambos, que Villarreal se vio obligado a dejar vacía su curul y abandonó su cargo como representante popular.
Pasó el tiempo y el general Villarreal trató en vano de entrevistarse con el presidente. En una ocasión se encontró en el bosque de Chapultepec con un amigo común, el licenciado Luis Orcí, a quien preguntó Villarreal, palabras más o menos: ¿Tú todavía frecuentas a ese manco cabrón del presidente? A lo que Orcí contestó afirmativamente, para luego volver a espetarle otra interrogante: Si yo te diera un recado para él, ¿se lo darías?, y la pronta respuesta de Orcí fue nuevamente positiva. Así, Villarreal, sin contener su enojo, dijo: “Pues dile a ese manco cabrón que si me tiene miedo o qué. Le he llamado varias veces por teléfono y no me contesta, y he solicitado audiencia con él a través de su ayudantía, y la contestación ha sido invariablemente negativa, que ‘porque está muy ocupado’, o por muchos pretextos, pero no he podido hablar con él”.
Orcí preguntó a Villarreal si así en ese tono deseaba él que le diera el recado, a lo que el general desdeñado contestó con firmeza: Así mismo, si me haces el favor.
No pasó mucho tiempo para que se encontraran nuevamente. Orcí dijo a Villarreal que la respuesta había sido enteramente positiva, que le dijera a su amigo el general que lo recibiría en el Castillo de Chapultepec, o en palacio, donde y cuando él mismo lo decidiera, y sin previo aviso ni solicitud alguna, y por tanto, también a la hora que él escogiera para que se realizara la audiencia.
Villarreal muy pronto decidió presentarse a media mañana en Palacio Nacional. Un edecán mlitar, después de saludarlo como correspondía a su rango, le pidió que lo acompañara y de inmediato lo condujo por el patio de honor, por la escalera alfombrada, hasta llegar a la puerta del despacho presidencial, al fondo de la sala de acuerdos, y sin esperar la respuesta, sencillamente abrió la puerta e introdujo a Villarreal.
Había dos personas a quienes el presidente Obregón atendía en ese momento, lo cual no fue impedimento para que se pusiera de pie y le extendiera la mano izquierda en actitud de saludarlo, a lo que Villarreal se negó a corresponder, y dejando al presidente con la mano extendida, le dijo con voz enérgica, pero sin perder la compostura: No vine a saludarte, vine a decirte que eres un hijo de la chingada.
Esta fue muy probablemente, suponemos, la última vez que desde entonces se escuchó una mentada de madre expresada frente al presidente de la República. Y como era natural, los ayudantes militares, sorprendidos e indignados, trataron de hacer algo en contra del general Villarreal, quien se había presentado debidamente uniformado. Obregón se hizo oír con voz enérgica y ordenó que todos permanecieran quietos. Y en seguida, con serenidad y firmeza, preguntó: ¿Eso era todo, señor general? Y Villarreal repuso: Eso era todo, señor presidente. “Capitán –ordenó Obregón–, acompañe usted al señor general Villarreal hasta la puerta. Está usted servido, señor general”.
El también divisionario michoacano contaba esta anécdota (sin las palabras fuertes, que él no acostumbraba) agregando: eso se llama resistencia política: todos los que andamos en esta actividad debemos mostrarla, y quien no esté preparado para ello que no se meta, pues, sobre todas las cosas, un presidente de la República debe mostrarse invariablemente sereno y con la capacidad y el carácter para controlarse a sí mismo. En este caso, el valiente general Villarreal abandonó Palacio Nacional, y murió años después, y en su cama. Nunca más fue un problema para Obregón después de este desahogo, indebido, sí, y también arriesgado, pero frente a frente con quien entonces, apenas terminado el movimiento revolucionario, había sido, a su parecer, un mal amigo. Obregón seguramente no pensaba lo mismo, pero su reacción ante la injuria arrojada en el despacho mismo del presidente fue indudablemente lo mejor que pudo haber hecho, para los dos amigos agraviados, y para toda la nación.
En la actualidad, las llamadas redes sociales y otros medios permiten actuar anónimamente, y también formando parte de movimientos en los que se abusa de la violencia física y se ataca, no únicamente al gobierno o a determinados funcionarios, así protegidos por el anonimato, y ejerciendo presiones para lograr lo que consideran sus intereses legítimos, sin tomar en cuenta los de los demás. Y sin pensar en que los derechos individuales en una sociedad terminan donde empiezan los de los otros ciudadanos.
Me refiero, por ejemplo, a los movimientos de los maestros, que no solamente reclaman privilegios que les han sido otorgados en sexenios anteriores indebidamente, y que se niegan a demostrar que los merecen, de la más elemental de las maneras de hacerlo: sometiéndose a una prueba que demuestre, por lo menos, su capacidad para ocupar puestos que en muchos casos obtuvieron por la vía hereditaria.
El daño que se hace en estos momentos a los alumnos, y a sus padres, así como a todo el país, es irreparable. El tiempo que se pierde en la enseñanza no se puede recuperar. La resistencia política tiene sus límites. Y estos fueron ya rebasados. Es ya impostergable evitar que se continúe dañando a la parte más sensible de la sociedad, que son los niños de México.
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