Sergio Aguayo
Con sentimientos encontrados dejo el bando de los indecisos. Daré mi voto a Andrés Manuel López Obrador y seguiré revisando críticamente su actuación pública.
En 2009 impulsé el voto nulo decepcionado con la cosecha de la alternancia: partidos y políticos degradados que contaminan y corrompen instituciones y cultura; violencia incontenible y Estado ineficaz y mediocre. Como militante activo de la ciudadanía indefensa veía con desdén la urna que según todas las encuestas coronaría al candidato priista pese a su pobre desempeño como gobernador y a su rala vocación democrática. Confieso que mi preocupación la trasladaba al próximo 1o. de diciembre cuando empezaría la resistencia a la restauración.
Mantengo la decepción con lo que hay, pero ahora, en junio, tenemos un panorama totalmente diferente: Josefina Vázquez Mota se desinfla, Enrique Peña Nieto desciende y López Obrador crece, mientras una rebelión juvenil sacude, como en ocasiones previas, la modorra ciudadana. Dada la emergencia nacional decido votar por AMLO, aunque sigo teniendo dudas sobre algunos rasgos del aspirante de las izquierdas. Profundizo en el más importante.
En septiembre de 2006 Cuauhtémoc Cárdenas expresó su preocupación por la "intolerancia y satanización, [por] la actitud dogmática que priva en el entorno de Andrés Manuel para quienes no aceptamos incondicionalmente sus propuestas". En mayo de 2012 Javier Sicilia le dijo a López Obrador que para muchos él "significa la intolerancia" con "aquellos que no se le parecen o no comparten sus opiniones". El aludido respondió al poeta: "a mí no me puedes meter en el mismo costal", "no soy autoritario", "no soy mesiánico".
Estoy convencido de que López Obrador ni viola los derechos humanos ni es un corrupto.
Desafortunadamente, también he constatado que no ha combatido con energía a los corruptos de su partido y que se abstiene de utilizar su ascendiente para frenar los ataques que sus seguidores lanzan contra quienes difieren de sus planteamientos. Una precisión: se vale criticar a Sicilia con el bisturí de la razón; es inaceptable tildarlo de "traidor" e "hijo de la chingada", entre otros adjetivos, ante la impasibilidad del dirigente político.
Esa tolerancia a la agresividad se relaciona con el llamado de AMLO para que "participemos todos juntos en la transformación del país". Estamos ante un punto nodal en la relación sociedad-líder carismático. ¿Se pide una participación respetuosa de la diversidad y la libertad o se espera y exige subordinación total? En mi caso, simpatizar o votar por AMLO no mutila mi derecho a revisar críticamente sus acciones para respaldarlo o contradecirlo.
Me opongo a los excesos verbales del porrismo priista, panista o lopezobradorista porque son antesalas para la agresión física. Respaldo el derecho de Sicilia a informar que anulará su voto porque ha aclarado que eso no condiciona a quienes participan en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, así como mi voto por AMLO tampoco obliga a los integrantes de Alianza Cívica, organización que actualmente presido.
Escudriñé con enorme cuidado el texto de Sicilia y contiene críticas sólidas al desdén e indiferencia que nuestra clase política (y eso incluye a la izquierda) ha mostrado hacia las víctimas. Es una demanda bien armada de quienes conviven día a día con el sufrimiento y la cínica impunidad de los gobernantes. El reclamo en Chapultepec sirvió de poco porque después del evento ha seguido el menosprecio discursivo a los costos sociales de la guerra contra el narco.
Aún así votaré por AMLO por su biografía de honestidad, porque su lucha ha sido pacífica (pese a la intolerancia mencionada) y porque tuvo una buena gestión como gobernante del Distrito Federal. Se hizo el desentendido con las sociedades de convivencia pero alentó la equidad de género y estableció programas de protección a las madres solteras y a los adultos mayores. Su crítica a los partidos abre la posibilidad de que respalde el desmantelamiento de la partidocracia.
La victoria de López Obrador en las urnas no está garantizada. De mantenerse las tendencias actuales y si empata con Peña Nieto tendrá que superar la compra y coacción del voto del 1o. de julio. Aun ganando, sus márgenes de maniobra estarán acotados por los poderes fácticos y por los partidos (incluidos los que ahora le avientan incienso). La profundidad de las reformas dependerá en buena medida de la energía de una sociedad organizada, consciente, decidida y libre.
Pero todo eso corresponde a un futuro imposible de anticipar con tantas variables que andan sueltas. Junio es el mes en el cual tendremos que optar entre dos opciones. La evidencia muestra que el PRI de Peña Nieto es un peligro para la democracia. López Obrador es la esperanza de un cambio que será más equilibrado si participa la sociedad. Por eso votaré por AMLO.
06/06/2012
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