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A lo largo de las últimas semanas ha habido manifestaciones a lo largo y ancho del país (Canadá N. del T.) sobre la guerra de Afganistán. En algunos casos, la gente se manifestaba en apoyo a las tropas y en contra de la misión que se les había obligado a llevar a cabo. En otros casos, la gente se manifestaba en apoyo a las tropas y a favor de la misión.
Siempre me sorprende que la gente diga que apoya a las tropas y que, al mismo tiempo, apoye que se les envíe a ser asesinados. Supongo que esto demuestra que la capacidad de pensar seriamente no la comparte una parte significativa de la población.
En una de las protestas contra la guerra, en Vancouver, alguien hizo un comentario sarcástico diciendo que la gente que protestaba podía disfrutar del derecho a protestar gracias a los sacrificios que los guerreros habían hecho para darles ese derecho (un desprecio común que ha sido utilizado desde que puedo recordar para degradar a la gente que se opone a las guerras innecesarias). Por supuesto, la mayor parte de ese comentario no es más que propaganda y pura mierda dentro del contexto en el que se hace.
Ha habido muy pocas guerras en nuestra historia en las que la victoria haya expandido nuestros derechos o protegido nuestras libertades. La Segunda Guerra Mundial y las guerras en contra de las invasiones americanas pueden ser las excepciones. Los derechos y las libertades son el fruto de las revoluciones y de la guerra de clases, de las luchas por la justicia y la igualdad.
La mayoría de las guerras, aparte de las que repelen invasiones, son luchas por tierra, recursos y control político. La política en sí misma, por supuesto, es poco más que una lucha sobre cómo dividir la riqueza en la sociedad.
En la mayor parte de los casos aquellos que van a la guerra creyendo que lo hacen por su país o sus libertades son ilusos que creen en una fantasía difundida por las clases dirigentes para disfrazar la verdadera naturaleza en que consisten.
La verdad sobre la guerra es que es un negocio, un centro de beneficios para los proveedores de materiales de guerra y para aquellos que cosechan los beneficios de los recursos adquiridos o controlados, la influencia política de forzar a otras sociedades a hacer lo que uno quiera y los beneficios políticos en casa de una población manipulada por el fervor patriótico que dejará a un lado el sentido común y tolerará una supresión de sus libertades y un derroche de los recursos públicos con el pretexto de "apoyar las tropas".
Uno de los oficiales de la Armada de Estados Unidos más altamente condecorado, el General Smedley Butler, escribió en 1935: "La guerra es una estafa. Siempre lo ha sido. Es, probablemente, la más vieja, con facilidad la que más beneficios produce, seguramente la más despiadada".
Y en su discurso de despedida como presidente de los Estados Unidos, Dwight Eisenhower advirtió: "... debemos estar alerta ante la adquisición injustificable de influencia, tanto buscada como no buscada, por parte del complejo industrial militar. El potencial para el desastroso ascenso de poder en manos equivocadas existe y persistirá".
Tanto Butler como Eisenhower fueron soldados profesionales de alto rango que no sólo habían visto la guerra, sino que tenían conocimiento de lo que había entre bambalinas y cómo funcionaba. Sin duda alguna tienen más credibilidad que el montón de líderes mundiales actual (muchos de los cuales nunca han oído un tiro disparado con rabia ni han visto de cerca los cuerpos rotos y mutilados de las víctimas de guerra) y las advertencias que nos hacen son tan válidas hoy como cuando fueron hechas por primera vez.
La gente que se manifiesta, estúpidamente, en apoyo a la guerra hoy en día, debería hacerse eco de la visión de Butler y Eisenhower. Sería un buen consejo que pensaran que un gran número de veteranos militares en EEUU se opusieron a la guerra en Irak y que, en Canadá, el Teniente General Jeffrey, antiguo Jefe del Gabinete de Defensa, advirtió contra la misión en Afganistán y que el Comandante en Jefe Ross, director general de política de seguridad internacional, dimitió por ello.
Como resultado de la decisión del gobierno canadiense de preferir a la industria de defensa y a los estadounidenses por encima de sus soldados y del bienestar nacional, no sólo tenemos tropas muriendo innecesariamente en Afganistán, también tenemos un ejército tan desesperado por más efectivos que está contemplando periodos de desplazamiento más largos, una rebaja en los patrones de reclutamiento y considerando tomar por sorpresa a la Marina y secciones no combatientes de las fuerzas armadas, para alimentar a la zona de guerra. Esto no es algo que cualquiera pueda apoyar.
Es la época del año en la que recordamos a todos aquellos sacrificados en las guerras de la nación, independientemente de la verdad de la guerra, y los honramos como héroes. Muchos fueron héroes, aquellos que se sacrificaron por sus camaradas y que soportaron cosas que ninguna persona debería haber soportado nunca.
Pero más que héroes, son y serán víctimas, y esto es, sobre todo, lo que no debemos olvidar.
Jerry West es el editor de The Record, un periódico independiente y progresista que se publica cada miércoles en Gold River, Columbia Británica. Sus columnas aparecen regularmente en rabble.ca.
Siempre me sorprende que la gente diga que apoya a las tropas y que, al mismo tiempo, apoye que se les envíe a ser asesinados. Supongo que esto demuestra que la capacidad de pensar seriamente no la comparte una parte significativa de la población.
En una de las protestas contra la guerra, en Vancouver, alguien hizo un comentario sarcástico diciendo que la gente que protestaba podía disfrutar del derecho a protestar gracias a los sacrificios que los guerreros habían hecho para darles ese derecho (un desprecio común que ha sido utilizado desde que puedo recordar para degradar a la gente que se opone a las guerras innecesarias). Por supuesto, la mayor parte de ese comentario no es más que propaganda y pura mierda dentro del contexto en el que se hace.
Ha habido muy pocas guerras en nuestra historia en las que la victoria haya expandido nuestros derechos o protegido nuestras libertades. La Segunda Guerra Mundial y las guerras en contra de las invasiones americanas pueden ser las excepciones. Los derechos y las libertades son el fruto de las revoluciones y de la guerra de clases, de las luchas por la justicia y la igualdad.
La mayoría de las guerras, aparte de las que repelen invasiones, son luchas por tierra, recursos y control político. La política en sí misma, por supuesto, es poco más que una lucha sobre cómo dividir la riqueza en la sociedad.
En la mayor parte de los casos aquellos que van a la guerra creyendo que lo hacen por su país o sus libertades son ilusos que creen en una fantasía difundida por las clases dirigentes para disfrazar la verdadera naturaleza en que consisten.
La verdad sobre la guerra es que es un negocio, un centro de beneficios para los proveedores de materiales de guerra y para aquellos que cosechan los beneficios de los recursos adquiridos o controlados, la influencia política de forzar a otras sociedades a hacer lo que uno quiera y los beneficios políticos en casa de una población manipulada por el fervor patriótico que dejará a un lado el sentido común y tolerará una supresión de sus libertades y un derroche de los recursos públicos con el pretexto de "apoyar las tropas".
Uno de los oficiales de la Armada de Estados Unidos más altamente condecorado, el General Smedley Butler, escribió en 1935: "La guerra es una estafa. Siempre lo ha sido. Es, probablemente, la más vieja, con facilidad la que más beneficios produce, seguramente la más despiadada".
Y en su discurso de despedida como presidente de los Estados Unidos, Dwight Eisenhower advirtió: "... debemos estar alerta ante la adquisición injustificable de influencia, tanto buscada como no buscada, por parte del complejo industrial militar. El potencial para el desastroso ascenso de poder en manos equivocadas existe y persistirá".
Tanto Butler como Eisenhower fueron soldados profesionales de alto rango que no sólo habían visto la guerra, sino que tenían conocimiento de lo que había entre bambalinas y cómo funcionaba. Sin duda alguna tienen más credibilidad que el montón de líderes mundiales actual (muchos de los cuales nunca han oído un tiro disparado con rabia ni han visto de cerca los cuerpos rotos y mutilados de las víctimas de guerra) y las advertencias que nos hacen son tan válidas hoy como cuando fueron hechas por primera vez.
La gente que se manifiesta, estúpidamente, en apoyo a la guerra hoy en día, debería hacerse eco de la visión de Butler y Eisenhower. Sería un buen consejo que pensaran que un gran número de veteranos militares en EEUU se opusieron a la guerra en Irak y que, en Canadá, el Teniente General Jeffrey, antiguo Jefe del Gabinete de Defensa, advirtió contra la misión en Afganistán y que el Comandante en Jefe Ross, director general de política de seguridad internacional, dimitió por ello.
Como resultado de la decisión del gobierno canadiense de preferir a la industria de defensa y a los estadounidenses por encima de sus soldados y del bienestar nacional, no sólo tenemos tropas muriendo innecesariamente en Afganistán, también tenemos un ejército tan desesperado por más efectivos que está contemplando periodos de desplazamiento más largos, una rebaja en los patrones de reclutamiento y considerando tomar por sorpresa a la Marina y secciones no combatientes de las fuerzas armadas, para alimentar a la zona de guerra. Esto no es algo que cualquiera pueda apoyar.
Es la época del año en la que recordamos a todos aquellos sacrificados en las guerras de la nación, independientemente de la verdad de la guerra, y los honramos como héroes. Muchos fueron héroes, aquellos que se sacrificaron por sus camaradas y que soportaron cosas que ninguna persona debería haber soportado nunca.
Pero más que héroes, son y serán víctimas, y esto es, sobre todo, lo que no debemos olvidar.
Jerry West es el editor de The Record, un periódico independiente y progresista que se publica cada miércoles en Gold River, Columbia Británica. Sus columnas aparecen regularmente en rabble.ca.
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