domingo, diciembre 02, 2007

Juan Gelman: Premio Cervantes 2007

Carlos Monsiváis

El Premio Cervantes 2007, otorgado al poeta Juan Gelman (Argentina 1930), reitera el valor de una obra estricta, a fin de cuentas experimental, requerida de lectores por así decirlo, profesionales, convencidos de las ventajas de la complejidad. Si la poesía demanda el nivel especializado que se inicia con el otro tiempo de atención, más demorado y riguroso, la obra de Gelman, incluso en mayor medida que la de sus admirados Enrique Molina y Olga Orozco, para ya no hablar de otro de sus escritores formativos, Raúl González Tuñón, demanda de sus frecuentadores separar en los poemas lo que hay de impulso lírico y lo que hay de técnica ardua, a momentos casi vallejiana.

Según Gelman, y ésta es mi atención de lector, cada texto es un tejido orgánico, donde el último verso ilumina al primero, y el primero le confiere su densidad al último. En él no hay mensajes, hay claves, señales, frases inconclusas a la disposición del lector, silencios inadvertidos y una larga conversión consigo mismo, donde el hipócrita lector es su hermano pero no su cómplice. Es un narrador austero y entrecortado, un indagador metafísico, un evocador de vidas como epitafios, un poeta político, un poeta amoroso, un enamorado de las metamorfosis de la tradición, un “dilapidador de Dios”, entidad metafísica que aparece con frecuencia en su obra exhibiendo los límites del poder absoluto entre fragmentos del diálogo del alma corpórea y el cuerpo espiritual:

¿y si Dios fuera una mujer?, alguna dijo
¿y si Dios fuera las Seis Enfermeras Locas de Pickapoon?,
dijo alguno
¿y si Dios moviera sus pechos dulcemente?, dijo
¿y si Dios fuera una mujer?,

de “Preguntas”

Las preguntas de Gelman no admiten respuesta, son provocaciones que se aclaran en el desencadenamiento de las metáforas. ¿Si Dios fuera una mujer, le rezaríamos de cabeza?

* * *

Gelman, en los años de la guerra sucia en Argentina, vive “la brutalidad del exilio” y se instala en México, donde vive desde hace 30 años. Él, escritor con rabia y desesperanza y denuncia, se da tiempo para reelaborar su experiencia política como poesía, volviendo inconcebible el panfleto, y dándole a la indignación moral la dignidad literaria que es, en sí misma, un sentimiento distinto. En el vértigo de esta poesía, los símbolos y las imágenes, sin alejarse de su función específica, se extienden discretamente, e iluminan la “abierta oscuridad”. Pongo un ejemplo notable: “Glorias” que evoca otra de las matanzas impunes de América Latina. Al comienzo, Gelman recuerda a la pulpera de Santa Lucía, y su apariencia y su fisiología más trascendente:

¿Era rubia la pulpera de Santa Lucía? ¿Tenía los ojos
celestes?
¿O cantaba como una calandria la pulpera?
¿Reflejaban sus ojos la gloria del día?
¿Era ella la gloria del día inmensa luz?

No hay escenario tétrico, ni rencor social, ni drama que se extiende como promesa de recuperación, sólo la frase “al país helado de sangre”. La historia aquí es “esta historia” en el sentido de relato, y todo emerge con impulso violento, no con la furia del sobreviviente de la matanza, sino con el fulgor que viene del disfrute del olor carnal y sus penumbras (que son imágenes) salvajemente interrumpidos por la barbarie.

¿Acaso no está corriendo la sangre de los 15 fusilados en
Trelew?
Por las calles de Trelew y demás calles del país ¿no está
corriendo esa sangre?
¿Hay algún sitio del país donde esa sangre no está
corriendo ahora?
¿No están las sábanas pegajosas de sangre amantes?

Ahora el lector lo sabe: la matanza devastó la dimensión bucólica y sensual del poema, y la sangre es aflicción y dolor y ánimo de justicia y deseo de que todo lo anterior, al refundirse, garantice la continuidad poética. La sangre es la necesidad de que la poesía nombre (califique moralmente) la matanza y, luego, prosiga libremente. Añade Gelman:

como calandria de sus pechos caía y
como sangre para apagar la muerte y
como sangre para apagar la noche y
como sol como día.

* * *

Revisar la bibliografía de Gelman es observar una trayectoria que sólo conoce de la mezcla perfecta de sencillez y complejidad. Así he leído Violín y otras cuestiones (1956), El juego en que andamos (1959), Velorio del solo (1961), Gotán (1962), Cólera buey (1965-1969), Los poemas de Sydney West (1969), Fábulas (1970), Relaciones (1973), Obra poética (1975), Hechos y relaciones (1980), Si dulcemente (1980), Citas y comentarios (1982), Hacia el sur (1982), Oscuridad abierta, y las antologías recientes, excelentes, y su volver a sus raíces para reconocerlas a través del ejercicio lingüístico, en libros editados en Buenos Aires, La Habana, Barcelona, Madrid, México.

No en balde Gelman ha escrito guiones cinematográficos, dos cantatas (El gallo cantaor y Suertes), y dos óperas o especie de óperas: La trampera general y La bicicleta de la muerte con música de Juan Carlos Cedrón. Su vocación de relator con substancia melódica organiza el paisaje vital y funerario de Los poemas de Sidney West, un libro distinto por entero a Citas y comentarios, otro de sus libros memorables, homenaje insólito a los clásicos, a Santa Teresa, a San Juan de la Cruz, que reciben los “comentarios” de otros ritmos, otras metamorfosis. Sé que como cualquier poeta, quizás más que cualquier poeta, Gelman en algo cree: todas las revelaciones místicas pueden iniciarse leyendo al Cántico: y déjame muriendo/ un no sé qué quedan balbuciendo. Dios (lo que nos trasciende) anda entre los pucheros y las digresiones, entre los laberintos y la plaza, entre la fe poética y el idioma, entre el ritual clásico y la herejía:

Comentario XXXII

Como madero haciéndose
llama de vos/ todo embestido
por vos/ fuego de vos/ el alma
sube hasta vos/ o paladar
que moja tu saliva como
rocío de ternura/ o
boda solar de tu saliva
llevando a piedra la palabra.

La “oscuridad” de Gelman es, abiertamente, literatura.

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