Roberto Garza Iturbide
I
El combate al narcotráfico se mide en las calles, en la venta mano a mano, en la cantidad de drogas ilegales que circulan diariamente en todo el territorio nacional. No hace falta ser un consumidor habitual para saber que en cualquier colonia, barrio o unidad habitacional se consigue droga con relativa facilidad. El llamado dealer, duro, bueno –o como le quieran decir– es un personaje infaltable en el retrato de nuestra sociedad. Ahí está, siempre disponible para satisfacer las demandas de un cuerpo de consumidores que incluye tanto a pandilleros, prostitutas, vagos, rateros, policías y políticos, como a jóvenes estudiantes, taxistas, oficinistas, artistas, publicistas, médicos, banqueros y empresarios. El bueno es una pieza desechable que aparece y desaparece como las moscas. Pero, eso sí, siempre hay uno con algo que vender. En el mismo instante en que el gobierno de Felipe Calderón anuncia la captura de dos capos y el decomiso de tres toneladas de cocaína, miles de buenos reparten todo tipo de sustancias en las calles. México dejó de ser un puente en la ruta de las drogas y se convirtió en un país de consumidores. Por ello, hoy día el narcomenudeo es un negocio próspero, boyante. Seamos claros: la oferta de narcóticos es tan grande como su demanda. Según la Encuesta Nacional de Adicciones 2008, en los últimos seis años creció cincuenta por ciento el número de personas adictas a las drogas ilegales. Lo repito: cincuenta por ciento. El gobierno federal militariza el país con la intención de frenar el narcotráfico, pero el consumo de drogas prohibidas aumenta como el precio de la gasolina. ¿Quieren saber cuáles son los resultados de las actuales políticas de combate al narco? La droga circula como nunca antes por las venas del país y el número de usuarios crece cada día. Esa es la verdad. Ah, y por si alguien no se ha dado cuenta, debido a estas eficientes políticas de mano dura, México se ha convertido en un infame paraíso de la violencia.
II
El narcotráfico es un negocio multimillonario debido a la prohibición. Las leyes de nuestro país sancionan la producción, el tráfico y el consumo de las llamadas drogas ilegales. Así que tan criminal es el Chapo Guzmán como el joven que es sorprendido con un carrujo de mota entre los labios. Pero el narcotraficante tiene el suficiente poder para corromper a la autoridad (al más alto nivel) y salir caminando como si nada de un penal de máxima seguridad. El joven fumador de mota, en cambio, suele ser víctima de los peores abusos de poder por parte de los uniformados. Todo está mal: los narcotraficantes tienen tanto poder económico y político –al grado de ser intocables– porque controlan un negocio prohibido. Y los usuarios de a pie, es decir, los que poseen pequeñas cantidades de droga para el consumo personal, son tratados como el peor de los hampones. Los usuarios de drogas ilícitas tienen todas las de perder: se arriesgan al comprar en la clandestinidad, consumen sustancias elaboradas sin el menor control de calidad –con los riesgos fatales que esto implica–, son sujetos de persecución y abusos por parte de la autoridad, y en la mayoría de los casos padecen el rechazo social. Esto me lleva a plantear la siguiente idea: si los hechos comprueban que el combate armado al narcotráfico no resuelve los problemas de oferta y demanda de drogas, ¿no es tiempo de corregir la estrategia y cambiar el rumbo? Un primer paso es analizar los beneficios de una reforma que despenalice el consumo de las drogas, a la vez que ofrezca tratamiento médico y psicológico a las personas adictas. Lo prohibido siempre será deseado. Así que, en lugar de satanizar las drogas y perseguir a los consumidores como viles delincuentes, mejor hay que informar, educar y prevenir a la población sobre los riesgos en el abuso de ciertas sustancias. Empecemos, pues, por separar el binomio adicto-criminal. En el caso hipotético de que suceda, la despenalización del consumo abriría el camino al debate de un tema fundamental para los mexicanos, mismo que ofrece la única solución integral al problema del narcotráfico: la legalización de las drogas, es decir, la regularización de su producción y comercio.
III
Ilegales o legales, las drogas seguirán llegando a las manos de los consumidores. La demanda de narcóticos nunca se acaba. Denlo por hecho. El negocio es tan próspero que si hoy desintegran un cártel, mañana aparecen tres disputándose a muerte el hueco liberado en el mercado. En el actual esquema de prohibición, el comercio de las drogas ilegales conlleva el enriquecimiento desmedido de los narcotraficantes, la proliferación de la violencia, la corrupción en todos los niveles de gobierno y la erosión progresiva del tejido social. En cambio, en un esquema de legalización es posible regular el negocio desde la producción, transporte y comercialización, hasta el consumo. Habría control de calidad y venta de dosis estandarizadas en lugares específicos, así como precisiones legales que impidan publicitarla en los medios masivos, además de campañas informativas y de prevención al consumo abusivo, y de tratamiento a las personas adictas y a sus familias. En lugar de destinar tanto dinero a una guerra imposible de ganar, el gobierno mexicano debe armarse de valor y reconocer de una buena vez que la legalización es la mejor solución a los problemas que genera el narcotráfico. Por más idealista que suene, es una alternativa viable. Sería un triunfo de la razón.
I
El combate al narcotráfico se mide en las calles, en la venta mano a mano, en la cantidad de drogas ilegales que circulan diariamente en todo el territorio nacional. No hace falta ser un consumidor habitual para saber que en cualquier colonia, barrio o unidad habitacional se consigue droga con relativa facilidad. El llamado dealer, duro, bueno –o como le quieran decir– es un personaje infaltable en el retrato de nuestra sociedad. Ahí está, siempre disponible para satisfacer las demandas de un cuerpo de consumidores que incluye tanto a pandilleros, prostitutas, vagos, rateros, policías y políticos, como a jóvenes estudiantes, taxistas, oficinistas, artistas, publicistas, médicos, banqueros y empresarios. El bueno es una pieza desechable que aparece y desaparece como las moscas. Pero, eso sí, siempre hay uno con algo que vender. En el mismo instante en que el gobierno de Felipe Calderón anuncia la captura de dos capos y el decomiso de tres toneladas de cocaína, miles de buenos reparten todo tipo de sustancias en las calles. México dejó de ser un puente en la ruta de las drogas y se convirtió en un país de consumidores. Por ello, hoy día el narcomenudeo es un negocio próspero, boyante. Seamos claros: la oferta de narcóticos es tan grande como su demanda. Según la Encuesta Nacional de Adicciones 2008, en los últimos seis años creció cincuenta por ciento el número de personas adictas a las drogas ilegales. Lo repito: cincuenta por ciento. El gobierno federal militariza el país con la intención de frenar el narcotráfico, pero el consumo de drogas prohibidas aumenta como el precio de la gasolina. ¿Quieren saber cuáles son los resultados de las actuales políticas de combate al narco? La droga circula como nunca antes por las venas del país y el número de usuarios crece cada día. Esa es la verdad. Ah, y por si alguien no se ha dado cuenta, debido a estas eficientes políticas de mano dura, México se ha convertido en un infame paraíso de la violencia.
II
El narcotráfico es un negocio multimillonario debido a la prohibición. Las leyes de nuestro país sancionan la producción, el tráfico y el consumo de las llamadas drogas ilegales. Así que tan criminal es el Chapo Guzmán como el joven que es sorprendido con un carrujo de mota entre los labios. Pero el narcotraficante tiene el suficiente poder para corromper a la autoridad (al más alto nivel) y salir caminando como si nada de un penal de máxima seguridad. El joven fumador de mota, en cambio, suele ser víctima de los peores abusos de poder por parte de los uniformados. Todo está mal: los narcotraficantes tienen tanto poder económico y político –al grado de ser intocables– porque controlan un negocio prohibido. Y los usuarios de a pie, es decir, los que poseen pequeñas cantidades de droga para el consumo personal, son tratados como el peor de los hampones. Los usuarios de drogas ilícitas tienen todas las de perder: se arriesgan al comprar en la clandestinidad, consumen sustancias elaboradas sin el menor control de calidad –con los riesgos fatales que esto implica–, son sujetos de persecución y abusos por parte de la autoridad, y en la mayoría de los casos padecen el rechazo social. Esto me lleva a plantear la siguiente idea: si los hechos comprueban que el combate armado al narcotráfico no resuelve los problemas de oferta y demanda de drogas, ¿no es tiempo de corregir la estrategia y cambiar el rumbo? Un primer paso es analizar los beneficios de una reforma que despenalice el consumo de las drogas, a la vez que ofrezca tratamiento médico y psicológico a las personas adictas. Lo prohibido siempre será deseado. Así que, en lugar de satanizar las drogas y perseguir a los consumidores como viles delincuentes, mejor hay que informar, educar y prevenir a la población sobre los riesgos en el abuso de ciertas sustancias. Empecemos, pues, por separar el binomio adicto-criminal. En el caso hipotético de que suceda, la despenalización del consumo abriría el camino al debate de un tema fundamental para los mexicanos, mismo que ofrece la única solución integral al problema del narcotráfico: la legalización de las drogas, es decir, la regularización de su producción y comercio.
III
Ilegales o legales, las drogas seguirán llegando a las manos de los consumidores. La demanda de narcóticos nunca se acaba. Denlo por hecho. El negocio es tan próspero que si hoy desintegran un cártel, mañana aparecen tres disputándose a muerte el hueco liberado en el mercado. En el actual esquema de prohibición, el comercio de las drogas ilegales conlleva el enriquecimiento desmedido de los narcotraficantes, la proliferación de la violencia, la corrupción en todos los niveles de gobierno y la erosión progresiva del tejido social. En cambio, en un esquema de legalización es posible regular el negocio desde la producción, transporte y comercialización, hasta el consumo. Habría control de calidad y venta de dosis estandarizadas en lugares específicos, así como precisiones legales que impidan publicitarla en los medios masivos, además de campañas informativas y de prevención al consumo abusivo, y de tratamiento a las personas adictas y a sus familias. En lugar de destinar tanto dinero a una guerra imposible de ganar, el gobierno mexicano debe armarse de valor y reconocer de una buena vez que la legalización es la mejor solución a los problemas que genera el narcotráfico. Por más idealista que suene, es una alternativa viable. Sería un triunfo de la razón.
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