lunes, febrero 15, 2010

Moctezuma derrota a Cuauhtémoc

Abraham Nuncio

Un buen día del otoño de 1890, el nombre de Cuauhtémoc se convirtió en la razón social de una cervecería. Sus fundadores fueron tres empresarios regiomontanos: Isaac Garza, Francisco G. Sada y José A. Muguerza, y el cervecero estadunidense de ascendencia alemana Joseph M. Schneider, así como los sucesores de José Calderón, otro empresario de Monterrey con antecedentes en la industria cervecera y con intervención en el proyecto de la nueva cervecería, quien había fallecido antes de que éste se pudiera concretar.

Pronto los empresarios regiomontanos pasaron a ser los socios mayoritarios de la Cervecería Cuauhtémoc cuando sólo, al principio, entre todos eran dueños de una tercera parte de las acciones de la sociedad anónima; las otras dos terceras partes quedaban, una, en manos del socio mayoritario, el estadunidense Schneider, y la restante como capital de reserva.

Cuando Cervecería Cuauhtémoc adquirió Cervecería Moctezuma (1985), el destino metropolitano de Monterrey se cumplía. Un cuarto de siglo después se cumplía también la entrega de la cervecería al capital extranjero. Los medios locales y globales celebraron la transacción: Femsa vendía 80 por ciento de las acciones de su división de cerveza (la Cervecería Cuauhtémoc-Moctezuma) a la cervecera holandesa Heineken a cambio de una participación de la regiomontana de 20 por ciento en su propiedad accionaria. Con ello se consolidaba el tercer gigante cervecero mundial.

A lo largo de 120 años, la Cervecería Cuauhtémoc, sus derivaciones (Visa 1936 y Femsa, 1994), sus empresas (Vidriera Monterrey, luego Vitro; Fábricas Monterrey, Hylsa, luego Grupo Alfa, la petroquímica Cydsa, Bancomer, Serfin), sus instituciones educativas (señaladamente el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey) y su modelo sindical, donde sus dueños son los dirigentes de los sindicatos, jugaron un papel estratégico en la economía y la política de Nuevo León y en los avatares del capitalismo mexicano.

Veamos qué vendió Femsa a Heineken. Durante más de un siglo, los dueños de la Cervecería Cuauhtémoc lograron crear e imponer un microclima de poder (fáctico) que ha condicionado y dirigido la conducta de los habitantes del área metropolitana de Monterrey. La propiedad es poder y aquí este principio ha regido de manera muy semejante a como ocurre en la sociedad anónima: el que más tiene es el que manda. ¿Los dueños de Heineken no intentarán beneficiarse de este poder en asociación con los anteriores propietarios de la Cuauhtémoc Moctezuma?

La oh globalización. ¿Qué ha significado para los empresarios regiomontanos globalizarse con un pedacito de las empresas que han vendido a las grandes trasnacionales? Empequeñecerse. Sobran ejemplos: Gamesa (vendida a Pepsico), Seminis (vendida a Monsanto), Bancomer (vendido a Banca Bilbao Argentaria), Imsa (vendida a Ternium), Hylsa (vendida también a Ternium). En no pocos casos sus antiguos dueños se empequeñecieron hasta convertirse, prácticamente, en empleados de los dueños transfronterizos. ¿Ocurrirá distinto con los de Cuauhtémoc-Moctezuma? La duda, por lo menos, es aceptable.

Con la ilusoria globalización de empresas como las regiomontanas, ¿nos hemos globalizado como sociedad? Globalizarse, ¿qué engañifa es ésa cuando sus resultados sociales han resultado en una tribalización y en mayor pobreza y analfabetismo para la abrumadora mayoría?

¿Y la oh competitividad? Un país es competitivo cuando compite con su sociedad: con salarios decorosos, con una población bien alimentada y dotada de un sistema de cobertura médica y educativa universal; con amplios márgenes de desarrollo científico y cultural. Nada parecido nos lo ha proporcionado el modelo económico de las grandes empresas mexicanas y trasnacionales, tan globalizadas y competitivas.

Parafraseo una sentencia referente al desarrollo: un poco más de globalización y estaremos perdidos. Así y todo, el gobierno que nos embarga no ceja en su intento de ampliar al máximo y por todos los medios las privatizaciones, cuyo destino final, como lo fue con la banca, la siderurgia o el gas, es quedar en manos de los monopolios que rigen el mercado global y depredan la riqueza y la soberanía del país.

Hasta ahora, la batalla la gana el espíritu de Moctezuma al de Cuauhtémoc. Y anuncia ganarle otra: la que permita trasladar el pleno dominio propietario de las industrias petrolera, eléctrica y conexas al capital extranjero. Operación que se haría, sin duda, con ciertos intermediarios, como sucedió con la banca. Tales intermediarios no podrían ser sino empresarios del tamaño de los de Monterrey, hábiles para aprovechar las ventajas que el gobierno mexicano les ofrece a costa del país y del bienestar de la población: exenciones fiscales, subsidios, préstamos ilegales, concesiones impregnadas de corrupción, bienes nacionales estratégicos a precio de ganga cuando no regalados (el agua para convertirla en cerveza), absorción de deudas (llámense Ficorca, Fobaproa o Ipab), etcétera.

Ese proceso está a la vista. Un ejemplo más: ¿cuánto tiempo le podemos dar a Fernando Canales y Ernesto Martens, dos empresarios regiomontanos que se sirvieron del poder con el propósito de hacer negocios, para que la concesión de la red de fibra óptica adquirida de Luz y Fuerza del Centro sea objeto de una operación semejante a la de la Cervecería Cuauhtémoc Moctezuma?

Sólo queda preguntarnos si, al cabo, Moctezuma le ganará la guerra a Cuauhtémoc en la defensa del tesoro de los mexicanos. Y respondernos que el desenlace dependerá de los ciudadanos, en la medida que seamos capaces de organizar la resistencia a las mandíbulas glocales.

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